Zarah se abrazó intentando unir los pedazos de su espíritu destrozado. Su voluntad había sucumbido con tal facilidad ante las caricias de Tabar que se dio lástima. Había estado días sosteniendo su papel indiferente sin flaquear ni una vez pero un roce de sus asperos manos fue suficiente para desarmar sus defensas. —Vete. Las palabras salieron de sus labios con firmeza por más que no expresaran sus verdaderos deseos. —Zarah…— No pensaba dejarse engañar por la voz temblorosa de Tabar. No estaba dispuesta a compartir el afecto de su esposo con otra. No deseaba dejarse enredar en palabras vacías de amor para luego terminar suplicando migajas. —Fuera. Ahora. —Yo… —¡No me importa lo que tengas que decir!— Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro contra su voluntad. Ya no tenía sentido esconderlas.— Vete, Tabar. Corre a los brazos de tu amante y déjame en paz de una buena vez. Bajó la mirada tratando de ignorar la expresión mortificada del hombre. Sentía su cuerpo temblar.
Tabar sintió que su corazón se paralizaba al entrar al Cuarto Blanco y ver aquella escena transcurriendo frente a sus ojos. Zarah se retorcía sobre su cama, cubierta de rasguños que no se desvanecían con la facilidad con que siempre lo hacían sus heridas. Munira y Deka la sostenían por las piernas intentando contenerla. Fausto trataba de sostener sus brazos para que el sanador pudiera verter un brebaje entre sus labios pero los espasmos de su cuerpo eran tan fuertes que no lograban hacerla tragar la medicina. Algunas sirvientas pasaban por detrás de Tabar llenando la bañera con agua helada que parecía recién sacada de los pozos por la escarcha que rodeaba los baldes. ―¡Sostenganla con más fuerza! No siente dolor por las alucinaciones, así que no necesitan ser suaves. ― Reconoció la voz del hombre. Se trataba de Hafid, el sanador encargado de los guerreros. Tabar le había pedido que se quedara en el castillo vigilando a Zarah durante la guerra y que le informará sobre su salud pero n
Siento mi cuerpo consumirse en llamas a causa de la fiebre. Las palabras que oigo no tienen ningún sentido. En algún momento creo escuchar la voz de Tabar pero creo imposible que él esté en mis aposentos luego de la terrible pelea que tuvimos horas atrás. De pronto todo se apaga, los ruidos, la luz, el calor agobiante. Ya no siento nada. Luego de un rato en esa oscuridad absoluta una brisa fría me acaricia el rostro. Abro los ojos lentamente. La luz del sol reflejada en la nieve me deslumbra. Parpadeo un par de veces para adaptar la vista al paisaje. Nunca he estado en ese lugar pero aún así lo conozco. Estoy parada casi sobre la cima de Shanin, la montaña más alta del continente ¿Cómo es posible? Ningún humano ha llegado tan lejos. Miro mis manos pero no las reconozco. El color dorado de mis dedos, las uñas largas como garras, nada es familiar. Frente a mí se extiende un espejo de agua congelada. Me acerco para ver mi rostro. No soy yo. Es una mujer tan hermosa que describirla con p
—Gloria eterna al Rey de los Dragones y a toda su descendencia— Un hombre hace una reverencia frente a mi. Parece un campesino. Observo mi alrededor con cautela. Estoy parada en medio de un cruce de caminos, en un bosque cuya vegetación no reconozco. Esto no es Dragones ni Sol Naciente ¿Dónde estoy entonces? O mejor dicho ¿Dónde está Talayeh? ¿Sigo en sus recuerdos? Miro mis manos buscando la piel dorada pero estan cubiertas por guantes de cuero negro. Un invierno cruel parece estar azotando estas tierras. El hombre se levanta y poso mi mirada en él. Siento que un nudo se forma en mi pecho ¿Es Tabar quien está parado frente a mi? Imposible. Observando bien sus rasgos puedo encontrar las diferencias más sutiles pero el parecido es impresionante. —¿Quién eres muchacho? ¿Eres amigo o enemigo? Dilo con prisa así se si debo matarte o no. Un largo viaje me espera y no quiero perder tiempo en las enredadas trampas de un humano. El hombre me observa sorprendido aunque enseguida su expr
Zarah aún recordaba la última noche en que habia visto a su esposo antes de que se marche a la guerra. No habían cruzado ni una palabra luego de la ceremonia nupcial. Ella lo siguió en silencio hasta la habitación donde lentamente se desató los cordeles del corset ante la mirada fría del hombre, que parecía mas interesado en la copa de vino que giraba entre sus dedos. Se recostó en la cama mirando el dosel, recitando las canciones que su nodriza le había enseñado sobre el Reino de los Dragones. Todas las grandes bestias estaban extintas. Sólo sus huesos antiguos yacían dispersos por los terrenos linderos a los caminos. Los había observado a lo largo de su travesía en carruaje desde su hogar en el Reino del Sol Naciente. Recordaba como la tensión invadió su cuerpo aquella noche al sentir las manos ásperas de Tabar en sus muslos. Y recordaba aún mas el aroma a bosque que la invadió cuando el hombre hundió el rostro en su cuello tembloroso. Había existido un momento de placer antes d
Sus hombres estaban agotados pero no les permitio parar. Era el último esfuerzo antes de regresar a sus tierras. Tabar tomó un sorbo de aguardiente para mantenerse despierto. El alcohol le calentó la garganta, quemandolo por dentro. Acarició el lomo de su yegua pidiéndole en silencio que aguante un poco más. Al levantar la vista se encontró con la imponente imagen de la fortaleza negra. Estaba tallada directamente sobre la piedra volcánica. La morada de los Dragones se había apagado hace decenios. Decían que era la quietud del volcán la que mantenía a los Dragones dormidos. Ciertos sabios especulaban que los huevos yacían aún en las chimeneas esperando una erupción para despertar a las bestias. Tabar nunca había visto a un dragón con vida y dudaba ver uno alguna vez pero le gustaba oír las leyendas alrededor del fuego. Sabía que esas historias mantenían viva la chispa de los guerreros. Sobretodo aquellas que decían que ellos mismos eran descendientes de los Antiguos Dragones. Má
El vestido blanco de Zarah se ceñía a su cuerpo sin dejar espacio a la imaginación. Tabar la recorrió con la mirada. Los detalles dorados del escote resaltaban sus senos. Notó que había subido de peso, dando lugar a unas curvas voluptuosas que contrastaban con su fina cintura y su cuello largo. Lucia mas sana y fuerte. Incluso su rostro parecía tener más vida ahora. El pelo castaño brillaba en la luz débil del sol de invierno. Parecía una persona completamente diferente. Zarah bajó los escalones lentamente hasta posarse frente a él y tomando las puntas de su falda se inclinó haciendo una perfecta reverencia. —Gloria eterna al Rey de los Dragones, que ha derrotado al enemigo y ha traído consigo la paz y la prosperidad a estas tierras. Ojalá los Antiguos le den la gracia de una larga y saludable vida ahora que ha regresado, mi Señor. La mujer se enderezó esperando una respuesta pero Tabar seguía pasmado por la sorpresa. Escuchó los murmullos de sus guerreros comentando descarada
Zarah sintió como las palmas de sus manos transpiraban mientras cruzaba las altas puertas del castillo. Dudaba en cada paso, expectante a la reacción de su esposo al verla de nuevo. Al fin sabría cual era el destino que el Rey de los Dragones tenía planeado para ella. Al pisar las escalinatas, el aire frío de invierno la golpeó en el rostro y un escalofrío le recorrió la columna. Las estaciones en la Morada de los Dragones eran tan extrañas como impredecibles. En el mismo día podía hacer un calor infernal por la mañana y nevar tormentosamete por la tarde. Muchos decían que un resabio de magia cubría el volcán dormido generando esos abruptos cambios. La magia dispersa siempre era desastrosa. Desde que los Dragones se extinguieron nadie podía controlarla. Ni siquiera los magos de oficio que ocasionalmente lo habían intentado. Parecía que una tormenta se avecinaba. Zarah se arrepintió de inmediato de su elección de vestido. Era uno de los pocos que nunca había tenido la ocasión de u