ENCRUCIJADA

Zarah se abrazó intentando unir los pedazos de su espíritu destrozado. Su voluntad había sucumbido con tal facilidad ante las caricias de Tabar que se dio lástima. Había estado días sosteniendo su papel indiferente sin flaquear ni una vez pero un roce de sus asperos manos fue suficiente para desarmar sus defensas.

—Vete.

Las palabras salieron de sus labios con firmeza por más que no expresaran sus verdaderos deseos.

—Zarah…— No pensaba dejarse engañar por la voz temblorosa de Tabar. No estaba dispuesta a compartir el afecto de su esposo con otra. No deseaba dejarse enredar en palabras vacías de amor para luego terminar suplicando migajas.

—Fuera. Ahora.

—Yo…

—¡No me importa lo que tengas que decir!— Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro contra su voluntad. Ya no tenía sentido esconderlas.— Vete, Tabar. Corre a los brazos de tu amante y déjame en paz de una buena vez.

Bajó la mirada tratando de ignorar la expresión mortificada del hombre. Sentía su cuerpo temblar.
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