Tabar tomó a Zarah por la cintura, obligandola a sentarse sobre su regazo. La mujer se sobresaltó al principio pero terminó por acomodarse obedientemente sobre sus piernas. Tabar deseaba arrancarle ese camisón húmedo y observar su cuerpo desnudo mas tenía que controlarse si quería averiguar que había detrás de esas palabras. Cuando quedaron frente a frente Zarah sonrió. —Ya te estabas tardando en seducirme...- intentó acercarse a él para besarlo pero Tabar la frenó tomándola por los hombros con firmeza. Zarah lo miró confundida. Pensó en ese intante que era el sueño más extraño que había tenido hasta el momento con Tabar. Estaba tan acostumbrada a su trato salvaje y su deseo desesperado incluso en sus fantasías que charlar tanto con él la confundía, pero más la confundía el hecho de que la rechazara. —Dime... ¿Cuántos amantes tuviste en Sol Naciente? — Zarah notó que los músculos de Tabar se tensaron al hablar. No pudo evitar sonreír ante la idea de que los celos estaban consumiend
Zarah sintió un cosquilleo en su pecho. Una chispa que comenzaba a encender el fuego de las dudas. Todo aquello parecía demasiado real para ser solo un sueño y, al mismo tiempo, era demasiado irreal para no serlo. Tabar la ayudó a salir de la bañera. Con delicadeza le había sacado el camisón empapado. Su esposo la había visto desnuda en más de una ocasión pero esta era la primera vez que sentía el pudor invadiendola. Tal vez porque no tenía en sus ojos la mirada hambrienta a la que estaba acostumbrada sino una mirada cálida, acompañada de un tacto cuidadoso y amable. Por más que Zarah insistió en secarse ella misma, Tabar no se lo permitió. Le indicó que se siente en la cama mientras él se liberaba de su ropa mojada. Zarah apretó las piernas sin pensar cuando sintió un calor incontrolable inundar su vientre. El cuerpo desnudo de Tabar goteaba sobre la alfombra de piel de wargo. Se esforzó por apartar la mirada de la piel húmeda, los músculos marcados de la ancha espalda, el cabel
Tabar no podía creer lo que oía. En Dragones un talento como el de Zarah, una sangre antigua con la capacidad de sanar, podía valer su peso en monedas de oro. Los Magos de Oficio escaseaban y contratar a uno costaba una fortuna que muy pocos se podían permitir. Muchos grandes señores a lo largo de todo el territorio habrían entregado la mitad de sus tierras a cambio de la mano de Zarah si hubieran conocido la inmensidad de sus poderes. Sin embargo, en Sol Naciente su mujer no era más que escoria despreciada por la sangre que corría por sus venas. ¿Qué tanto había sufrido Zarah en aquellas tierras? ¿Estaba encerrado su espíritu aventurero entre aquellos altos muros de la capital solo por las estúpidas creencias de los pueblerinos? Intentó controlar la furia que lo invadía, el deseo de quemar aquel reino maldito hasta los cimientos. Entonces sintió el cuerpo de Zarah temblar entre sus brazos. Decidió que no era momento de dejarse llevar por su enojo. Tomó su rostro con delicadeza, ob
—Las botellas de licor estaban en el estante alto, sobre la hoguera. Recuerdo que le dije a Miriam que no debíamos estar allí... Ella me respondió algo como que ese palacio era nuestro y podíamos estar donde quisiéramos cuando quisiéramos —Zarah se encogió de hombros, resignada ante aquellas declaraciones de su hermana— Así siempre fue la vida para ella. Hacía lo que quería, todo el mundo la amaba. Cada vez que algo como esto pasaba, ella simplemente lo volvía un relato divertido a la que no había que dar importancia. Mis penurias se convertían en sus anécdotas. Si mal no recuerdo a esta en particular la llamaba "la mujer de fuego"... Tabar sintió como la sangre hervía en sus venas frente a aquellas palabras. Abrazó con más fuerza el cuerpo desnudo de Zarah, intentando reconfontarla, incluso si parecía imposible hacerle olvidar el dolor que sus memorias cargaban. —¿Y cómo era la vida para ti, esposa mía? Zarah dudó antes de contestar "¿Cómo era la vida para mí?" La pregunta reso
Zarah aún recordaba la última noche en que habia visto a su esposo antes de que se marche a la guerra. No habían cruzado ni una palabra luego de la ceremonia nupcial. Ella lo siguió en silencio hasta la habitación donde lentamente se desató los cordeles del corset ante la mirada fría del hombre, que parecía mas interesado en la copa de vino que giraba entre sus dedos. Se recostó en la cama mirando el dosel, recitando las canciones que su nodriza le había enseñado sobre el Reino de los Dragones. Todas las grandes bestias estaban extintas. Sólo sus huesos antiguos yacían dispersos por los terrenos linderos a los caminos. Los había observado a lo largo de su travesía en carruaje desde su hogar en el Reino del Sol Naciente. Recordaba como la tensión invadió su cuerpo aquella noche al sentir las manos ásperas de Tabar en sus muslos. Y recordaba aún mas el aroma a bosque que la invadió cuando el hombre hundió el rostro en su cuello tembloroso. Había existido un momento de placer antes d
Sus hombres estaban agotados pero no les permitio parar. Era el último esfuerzo antes de regresar a sus tierras. Tabar tomó un sorbo de aguardiente para mantenerse despierto. El alcohol le calentó la garganta, quemandolo por dentro. Acarició el lomo de su yegua pidiéndole en silencio que aguante un poco más. Al levantar la vista se encontró con la imponente imagen de la fortaleza negra. Estaba tallada directamente sobre la piedra volcánica. La morada de los Dragones se había apagado hace decenios. Decían que era la quietud del volcán la que mantenía a los Dragones dormidos. Ciertos sabios especulaban que los huevos yacían aún en las chimeneas esperando una erupción para despertar a las bestias. Tabar nunca había visto a un dragón con vida y dudaba ver uno alguna vez pero le gustaba oír las leyendas alrededor del fuego. Sabía que esas historias mantenían viva la chispa de los guerreros. Sobretodo aquellas que decían que ellos mismos eran descendientes de los Antiguos Dragones. Má
El vestido blanco de Zarah se ceñía a su cuerpo sin dejar espacio a la imaginación. Tabar la recorrió con la mirada. Los detalles dorados del escote resaltaban sus senos. Notó que había subido de peso, dando lugar a unas curvas voluptuosas que contrastaban con su fina cintura y su cuello largo. Lucia mas sana y fuerte. Incluso su rostro parecía tener más vida ahora. El pelo castaño brillaba en la luz débil del sol de invierno. Parecía una persona completamente diferente. Zarah bajó los escalones lentamente hasta posarse frente a él y tomando las puntas de su falda se inclinó haciendo una perfecta reverencia. —Gloria eterna al Rey de los Dragones, que ha derrotado al enemigo y ha traído consigo la paz y la prosperidad a estas tierras. Ojalá los Antiguos le den la gracia de una larga y saludable vida ahora que ha regresado, mi Señor. La mujer se enderezó esperando una respuesta pero Tabar seguía pasmado por la sorpresa. Escuchó los murmullos de sus guerreros comentando descarada
Zarah sintió como las palmas de sus manos transpiraban mientras cruzaba las altas puertas del castillo. Dudaba en cada paso, expectante a la reacción de su esposo al verla de nuevo. Al fin sabría cual era el destino que el Rey de los Dragones tenía planeado para ella. Al pisar las escalinatas, el aire frío de invierno la golpeó en el rostro y un escalofrío le recorrió la columna. Las estaciones en la Morada de los Dragones eran tan extrañas como impredecibles. En el mismo día podía hacer un calor infernal por la mañana y nevar tormentosamete por la tarde. Muchos decían que un resabio de magia cubría el volcán dormido generando esos abruptos cambios. La magia dispersa siempre era desastrosa. Desde que los Dragones se extinguieron nadie podía controlarla. Ni siquiera los magos de oficio que ocasionalmente lo habían intentado. Parecía que una tormenta se avecinaba. Zarah se arrepintió de inmediato de su elección de vestido. Era uno de los pocos que nunca había tenido la ocasión de u