—Trata mejor a tu esposa, idiota.—Tras esas palabras de Jabari, Tabar se quedó en silencio en la oficina hasta perder la noción del tiempo. Sólo reaccionó cuando vio la luna asomando por la ventana. Un sabor amargo lo acompañó por los pasillos que llevaban al Gran Comedor donde solía cenar en soledad antes de la guerra. Era consciente de lo mal que se había comportado con Zarah. No tenía idea de como remediar la situación. Pensó que podría comenzar en la cena de esa noche. Sintió una profunda decepción cuando al entrar al Gran Comedor la larga y elegante mesa sólo estaba servida para él. Fausto, Ada y algunos sirvientes se encontraban parados en la sala esperándolo. Sintió la urgencia de darse vuelta y salir corriendo hacia los aposentos de Zarah. “¿Por qué no está aquí?¿Por qué desprecia mi compañía de este modo? Se escapa de mí como si tuviera la peste ¿Tanto me detesta? Si tanto odio me tiene debería volverse a su maldito reino y dejar de torturarme” La ira intentó dominar su men
Los días comenzaron a pasar sin que se cruzara a Zarah más que por accidente en los pasillos. La mujer le ofrecía una reverencia y ser marchaba como huyendo de él. Tabar había decidido no forzarla a presentarse en su alcoba. Tampoco la obligó a cenar con él. Esperaba que fuera Zarah quién se acercara a él por voluntad propia. Aun asi, cuando notó que abrieron el Salón de Verano decidió desayunar allí con la esperanza de cruzarla pero nunca la encontró. Incluso se había paseado por la cocina sorprendiendo a Halima pero sin señales de su esposa. Estaba comenzando a perder la paciencia. Incluso peor, comenzaba a sentir que se ahogaba en la soledad de ese castillo. Se había distanciado de Ada para evitar que resurjan los rumores entre la servidumbre. Esa decisión, sin embargo, le estaba causando un profundo dolor. Ada y él se conocias desde pequeños. Prácticamente se habian criado juntos. Sentía que nadie lo entendia mejor que ella. La idea de volver a los brazos de la sirvienta lo tentab
Zarah descansaba sumergida en la bañera. El agua cálida mezclada con aceites curativos generaba un cosquilleo relajante en su piel. Trataba de mantenerse ocupada, vagando por la ciudad, visitando a los campesinos en las afueras de la fortaleza para asegurarse que tuvieran lo necesario para pasar el crudo invierno que se avecinaba. Evitaba cruzarse con Tabar a toda costa. No deseaba someterse otra vez a esas emociones confusas. Se resistía a esa parte de ella que deseaba tenerlo cerca. No era sólo deseo lo que sentía. Había una atracción inexplicable que la arrastraba hacia él. Se hundió aún más en el agua cálida intentando poner la mente en blanco. Le molestaba que Tabar fuera todo lo que habitaba su cabeza a cada segundo del día. Intentó relajarse disfrutando del silencio de ese cuarto olvidado, alejado lo más posible del bullicio y los crueles rumores de las sirvientas. Casi estaba por quedarse dormida en el agua cuando Deka entró agitada con el mensaje de que Tabar la visitaria es
—¿Has vuelto a visitar Bilahl?— dijo finalmente Tabar como si hubiese oído sus silenciosas plegarias.—No. He estado más preocupada por los campesinos de las afueras. Han perdido muchas manos para trabajar con la guerra. Además los cultivos han sido escasos. — Zarah se preguntó si a su esposo realmente le interesaban esas cuestiones. Sabía que no todos los reyes eran tiranos, pero también sabia que los reyes solían ser hombres lo suficientemente estúpidos o egoístas para no interesarse en las cuestiones que atormentaban a su pueblo más allá de los muros de su fortaleza. Y para su pesar, eso incluía a su padre. Muchos campesinos habrían muerto en Sol Naciente si no fuera por el interés y la rebeldía de su hermana Miriam.—Podemos aliviar la carga de trabajo en las tierras reales. También repartiremos semillas o alimentos de nuestras reservas en los almacenes para el invierno. —Eso… sería de gran ayuda, mi Señor. Gracias. — Tabar sonrió antes de dar un trago a su copa de vino. —¿Por qu
La coherencia de Tabar comenzó a flaquear ni bien entró a los aposentos de su esposa. Sus ojos no podían separarse del hermoso cuerpo de Zarah ni por un segundo. Un magnetismo inexplicable lo había arrastrado a recorrer con sus dedos en una caricia la piel desnuda de la espalda de su mujer. Su lengua había actuado por propia voluntad al obligarlo a confesar lo mucho que su belleza lo deleitaba. Pero sus pies volvieron a tocar la tierra cuando vio esa expresión de resignación en los ojos de la mujer. Zarah no esperaba nada de él más que un deseo bestial. Parecía convencida de que el único propósito de su visita era forzarla a tener sexo con él. Decidió entonces esforzarse por contener sus deseos más primitivos esa noche. Iba a demostrarle que no era el salvaje que ella imaginaba. Estuvo un largo tiempo en silencio buscando entre sus pensamientos algún indicio de cómo comenzar a conversar. Pronto recordó los hechos ocurridos en Bilahl. Pareció sorprenderla con su lado más humano, preoc
Las velas comenzaron a consumirse a su alrededor. Tan sólo la fría luz de la luna entrando por el gran ventanal los mantenía iluminados pero esa suficiente para que Tabar pudiera deleitarse con cada expresión de su esposa. Había intentado indagar sobre el alcance de la magia de Zarah pero hasta ella estaba desorientada en esos asuntos. Muy pocas de las cosas que había leído en los viejos escritos de Sol Naciente eran ciertas. Sólo un libro “Crónicas del Mago Zhadli” le había dado algunos indicios de cómo usar correctamente su magia pero era un manuscrito arruinado con páginas arrancadas. Tabar anotó el nombre del mago en su mente, dispuesto a buscarlo en sus registros. Si seguía con vida podría ayudar a su esposa a despertar sus habilidades. No le agradaba verla desgarrarse la piel cada vez que necesitaba usar la magia. —Entonces…—Tabar hizo danzar la copa entre sus dedos formulando la siguiente pregunta en su cabeza. Zarah casi terminaba la comida en su plato. Levantó la mirada haci
Zarah no lloró. Solo dió vuelta el rostro escapando del tacto de Tabar. Un vacío asfixiante invadió al hombre que en ese instante sólo deseaba tener la mano de su esposa entre las suyas un poco más. Las palabras eran insuficientes para transmitir sus verdaderas intenciones. Necesitaba tocarla, rodearla con sus brazos para hacerle comprender que podía estar segura a su lado ¿Cómo le haría entender que había más de él que la bestia que ella había conocido en el comienzo? Incluso después de esa noche no sentía haber logrado demasiado para mellar su desconfianza. Aunque Tabar tampoco lograba menoscabar su propia desconfianza hacia Zarah. En su mente aún lo carcomían las incógnitas alrededor del pasado de su esposa ¿De dónde salieron esos rumores de su débil salud? ¿Cómo podían llamar frágil a una mujer que parecía ser casi indestructible? Eran las mismas dudas que lo atormentaban desde su regreso. Pero esta vez decidió no dejarse arrastrar por las fabulaciones que su mente construía en
—¿Has oído lo que pasó esta madrugada? Parece que esa mujer por fin sacó de quicio al Señor Tabar. —No me extraña que lo haya logrado. De todas maneras el Señor se ve entretenido en las garras de la extranjera. Sabe cómo seducirlo.—No creo que sea muy difícil, querida. Solamente se le resistió un poco y eso lo enloqueció ¿O acaso no escuchaste lo que le dijo? “Deja de escaparte de mí” o algo así. Está tan acostumbrado a que la piernas flojas de Ada se le lance en cada rincón que está disfrutando el desafío de la mujerzuela de Sol Naciente. Las sirvientas se rieron con malicia mientras refregaban las manchas grasientas en el lavadero. —Shhh… ¿Te imaginas si la Superiora nos escucha?—Susurró burlona una de las muchachas. —¿Qué va a hacer? No puede castigarnos con demasiada severidad. No ahora que el Señor está buscando cualquier excusa para deshacerse de ella ¿No recuerdas aquella cena semanas atrás? Fuiste tú la que estaba sirviendo esa noche ¿Verdad, Nayla?—Una de las sirvientas