- PARTE I -
Un mensajero despertó a Gwyneviere en medio de la noche, golpeando fuertemente la puerta de entrada. Gwyneviere no se sobresaltó porque, de hecho, estaba acostumbrada a llamadas a deshoras. Se sentó en la cama, respiró profundamente y se levantó, para finalmente tomar su capa, ponerla sobre sus hombros y abrir la puerta. Las noticias no eran buenas. Un cuervo había llegado del poblado vecino y el mensajero había cabalgado rápidamente hacia ella en busca de ayuda. Si bien ella era siempre la primera opción cuando la realeza quería resolver algún problema, ella nunca había aceptado vivir dentro de la Ciudadela como se lo habían pedido (para tenerla más cerca, en caso de una urgencia), y prefería la tranquilidad de su casa, en las afueras.
Cerrando la puerta tras de sí, se preparó para visitar Wosnugg, un pueblo cercano. Se colocó bien la capa, pasando los brazos por las mangas y dejando caer su largo cabello oscuro por encima. Respiró el aire de la noche con los ojos cerrados y dejó que la luz de la luna la penetrara. Levantó sus manos abiertas a la altura de su pecho y abrió un portal, el cual atravesó rápidamente, antes de que se cerrara.
El panorama no era bueno. Estirges llenaban el cielo de la noche estrellada sobrevolando las casitas del pueblo. Los habitantes del pueblo estarían aterrorizados, y en cualquier momento las estirges se abrirían paso para anidar dentro de las casas y los establos. En el suelo, podía ver el cuerpo sin vida de algunas cabras y más allá una estirge se alimentaba de un gran semental. Sus alas inmensas cubrían su cuerpo mientras lo hacía, y sus garras aseguraban su presa, mientras succionaba toda la sangre que podía con sus colmillos, extasiado, hasta la última gota. No se percataría de la presencia de Gwyneviere mientras se alimentara, por lo que se dispuso a trabajar.
Gwyneviere echó una mirada rápida alrededor. Divisó una pequeña hoguera que había quedado encendida y decidió usarla. Concentró toda la energía en hacer crecer ese fuego, con ayuda del aire, y dirigirlo al cielo, donde las estirges sobrevolaban las casas en busca de presas.
La enorme bola de fuego golpeó las estirges, que chillaron adoloridas y los gritos agudos resonaron fuertemente en la noche. Eran ensordecedores. Ésta era la parte que más odiaba: ir en contra de la propia naturaleza de ciertas bestias, que solo buscaban alimentarse, y en cierto modo eran inocentes. Las estaba asesinando, para salvar otras vidas.
Las estirges cayeron chamuscadas al suelo y ahora sólo le faltaba encargarse de las que seguían succionando las vidas del ganado, los caballos y perros, que estaban por todas las calles del pueblo. Pero antes se tomó el trabajo de controlar con su magia un poco de tierra del suelo para apagar los incendios de las estirges que habían caído del cielo, para que no se convirtieran en incendios mayores, y quemaran las casas. Sólo dejó un pequeño fuego, para poder controlarlo, ya que no podría generar uno de la nada, y se ayudó de él para aniquilar lo que quedaba de las estirges.
Cuando todo h ubo terminado, exhausta, se aseguró de que no hubiera ningún fuego vivo, abrió un portal y se dirigió a su pueblo. Envió un cuervo para notificar que había resuelto el problema y luego de eso, caminó a su casa, entró en ella, se quitó las ropas y se desplomó en la cama.
***
Se despertó pasado el mediodía con olor a humo en el cabello por lo que decidió ir a tomar un baño en el lago de Brynn, y así aprovechar el paseo para recargar energías. Antes, rebuscó en la repisa algunos aceites para lavar su cabello y los echó en su bolsa, junto con una muda de ropa y una capa limpia.
Salió sin prisa. Ese era el beneficio de vivir sola y tener ese trabajo. No deseaba compañía, pero sí extrañaba muchísimo a su madre, que había fallecido hacía años atrás.
Disfrutó del paseo, caminando debajo de los árboles, y cuando llegó al lago, se desnudó, entró al agua y se tomó su tiempo para quitarse la tierra y las cenizas del cabello, para luego enjuagarlo con los aceites y descansar un largo rato sentada en las rocas.
De camino de regreso, pasó por la Ciudadela, para comprar algunas pociones y medicinas (siempre útiles en su trabajo) en la tienda de Vandrell, quien provenía de una renombrada familia de alquimistas, y buen amigo suyo. Se conocían hacía muchos años a través de sus padres, quienes los habían puesto a jugar desde pequeños, dada la poca diferencia de edad. Vandrell, incluso, podría decirse que deseaba ser más que amigo de Gwyneviere.
- Hola Gwyn, además de lo que siempre llevas, te preparé algo especial para ti. Luego me dices si funciona bien. Un elixir un poco más efectivo para curar heridas. Pruébalo.
Vandrell le entrega un paquete lleno de frascos de vidrio, que Gwyneviere coloca dentro de su bolsa.
- Gracias.
- No hay por qué -responde, guiñándole un ojo y ofreciéndole una sonrisa.
Vandrell era un chico de unos veintisiete años, alto, delgado y de cabellos castaños. Su padre también había sido alquimista, y el padre de su padre también, aunque Vandrell había estudiado ciencias en los colegios más prominentes de la Ciudadela e incluso había tenido un tutor de Skyelig.
- Te veré luego -dijo Gwyneviere, encaminándose a la puerta de la tienda.
Al salir de allí, se topó con el mensajero que la había visitado durante la noche.
- ¡Allí estás! -le dijo, tomándola del brazo y arrastrándola consigo-, te he estado buscando. Tienes que cobrar por tu trabajo de anoche y, además, el Concejo quiere hablar contigo.
- Oye, ¿el reino sólo tiene un mensajero?
Gwyneviere desconcertada miró hacia atrás, a Vandrell, a quien podía ver por la puerta abierta de su tienda. Vandrell se encogió de hombros y sonrió, haciéndole un ademán para que siga al mensajero. Gwyneviere puso los ojos en blanco.
El Concejo, estaba conformado por hechiceras de renombre de todos los reinos, que se reunían para tomar decisiones importantes, analizar y transcribir textos antiguos del élfico e interpretar profecías. Esperaban grandes cosas de Gwyneviere, quien siempre había sido muy talentosa, y la magia había sido fuerte en su familia.
El mensajero la condujo hasta la torrecilla donde se reunía el Concejo, y una vez en la puerta de la sala sacó de uno de sus bolsillos una bolsita tintineante y se la entregó.
- Tu paga -le dijo, poniendo la bolsita en sus manos.
- Así que tuviste las monedas siempre contigo -contestó Gwyneviere amenazante, entrecerrando los ojos-. Sabes, nunca me has dicho tu nombre.
- Es Cyrus. ¡Adiós! -respondió escabulléndose entre los pasillos rápidamente para no enfrentar la ira de Gwyneviere, sabiendo que no le gustaba nada que la condujeran a las reuniones del Concejo. La aburrían sobremanera.
- Maldito Cyrus.
Una anciana hechicera se asomó por la puerta entreabierta y la invitó a entrar.
- ¡Ah! Aquí estás finalmente, querida. Pasa, pasa. Te estábamos esperando para comenzar.
- Buenas tardes, Decana Imelda, ¿cómo se encuentra hoy?
- Bien, querida. Toma asiento. Tenemos serios asuntos que discutir esta tarde - Imelda, acomodando su capa, se sentó a la mesa, donde ya estaban las otras nueve hechiceras esperando en sus respectivos lugares - Hace tiempo este Concejo interpretó una profecía, sobre una hechicera que incursionaría en magia negra… Creemos haber localizado a esa hechicera según las fases lunares que se han sucedido desde la profecía hasta el día de hoy, aunque nada es muy certero por lo que tenemos que proceder con cautela. Esta joven vive bajo el cuidado de las sacerdotisas del Templo de la Luna de Vaahldar, pues no se conoce su origen y ellas la han criado. Ha demostrado cualidades mágicas desde muy pequeña dándole unos grandes sustos a las pobres sacerdotisas y mucho trabajo, pero es una buena niña, y muy servicial. Nos hemos enviado muchos cuervos con las sacerdotisas de Vaahldar, y ya es momento de tomar las riendas del asunto. La niña ya tiene unos diecisiete años. Por eso, para esa tarea convoqué en el día de hoy a la hechicera aquí presente: Gwyneviere. Su bisabuela nos llenó de orgullo siendo miembro de este Concejo, y sabemos que ella va a honrar su memoria aceptando esta tarea.
Gwyneviere abrió grandes los ojos como única respuesta. Después de un momento sin que nadie dijera nada, Gwyneviere abrió la boca, con ganas de refutar aquella propuesta, pero Imelda se apresuró a continuar.
- La niña en cuestión se llama Nimh. Este Concejo ya sopesó las opciones y lo más humanitario es que Gwyneviere la entrene como su tutora, en caso de que estemos equivocadas de persona y no sea ella la protagonista de la profecía. En caso de que Gwyneviere comience a notar inclinaciones hacia la magia oscura, proponemos dar fin de inmediato a la vida de la jovencita y poner en conocimiento a este Concejo.
- Pero Decana Imelda -contesta Gwyneviere- esto no suele estar entre los trabajos que se me asignan, podríamos pedirle a otra hechicera, de otro reino quizá. Además, tendría que arreglar algunos asuntos con…
- Ya está decidido Gwyneviere. Comienzas hoy mismo. Esta niña necesita una tutora para encauzar sus poderes y confiamos en ti para que lo hagas. Conoces la ubicación del Templo de la Luna de Vaahldar, por lo que te sugiero que te pongas en marcha si quieres llegar antes del anochecer -dijo Imelda, entregándole un pergamino enrollado-. Tu carta de presentación.
- Si, señora Decana.
- Y ahora este Concejo tiene que deliberar otros asuntos que atañen a los nueve reinos. Esperamos tus informes periódicamente.
Gwyneviere se levantó de su silla bufando con el pergamino en la mano, y salió de la sala sin hacer contacto visual con nadie más.
Gwyneviere, ya en su casa, dejó las compras que había hecho, y escondió su paga en uno de los varios rincones donde guardaba sus ahorros y se preparó para salir. No llevaba una vida de lujos. Solo necesitaba dinero para comer, y ocasionalmente para alguna prenda. Su casa la había heredado de su familia y era bastante modesta, pero pulcra y ordenada. Tomó un cuenco y lo llenó de agua para la gatita que solía visitarla y lo dejó en la puerta, junto con los restos de la comida del día anterior, y se dirigió a abrir un portal para ir a Vaahldar. Vaahldar era una ciudad pequeña, donde todo el mundo conocía a sus vecinos. Era muy distinta a la Ciudadela, principalmente porque no poseía edificaciones lujosas y muros altos encerrándolo todo.
Gwyneviere volvió la mañana siguiente al Templo a continuar con las clases, y así durante algunos días, hasta que un día, caminando por los terrenos del Templo, le preguntó a Tara qué le parecía la idea de llevar a Nimh a vivir con ella a su casa, a las afueras de la Ciudadela. - Si no lo consideras una molestia con tu estilo de vida, y ella está de acuerdo, no me opondría. Nosotras la acogemos porque Nimh no tiene a nadie más. Cuando llegue a la mayoría de edad, es libre de hacer lo que desee. - Avanzaremos mucho más rápido con las clases, y en caso de que se presente alguna urgencia, a los mensajeros les será más fácil ubicarme. Además, en casa, tengo mucho material de le
Todos los días, Gwyneviere reportaba al Concejo el progreso de Nimh con un cuervo. Nimh avanzaba rápidamente en su aprendizaje. Ya había llenado unas cuantas páginas de su propio grimorio y estaba aprendiendo a hacer algunas pociones curativas, que, si bien cualquiera podría procurárselas de un alquimista, era un conocimiento básico importante en caso de una urgencia. Toda hechicera debía tener un conocimiento básico de hierbas. Se habían desarrollado cierta rutina. Desayuno, clases de magia, almuerzo, poner en práctica lo aprendido y luego pasear. Durante algunas de las clases teóricas, Gwyneviere descubría a Nimh observándola detenidamente, pero lo atribuía a alguna distracción por el aburrimiento de los temas que estudiaban, sobre todo el élfico antiguo. A Gwyneviere también le
Gwyneviere regresaba de un paseo matutino por el bosque cuando vio a Cyrus acercarse a la puerta de su casa.- Oye, mensajero. Aquí estoy.- Gwyneviere. Traigo un pedido de lord Gustave. Aquí tienes.Cyrus le entregó un pergamino enrollado, que Gwyneviere tomó en sus manos y leyó. El lord quería que desenmascarara a una estafadora, quien lo había timado haciéndose pasar por hechicera y le había hecho pagar unas cuantas monedas por unas pociones que no habían servido para nada.
Gwyneviere observó que Nimh iba bastante avanzada en sus estudios de hechicería y dejó que se relajara. Claro que practicaban lo estudiado, pero dejó de ser tan severa con las clases teóricas y comenzó a disfrutar ella también. Los conjuros más poderosos y peligrosos decidió dejarlos para más adelante, al menos por el momento. La niña cumpliría sus dieciocho años la semana entrante y sólo había conocido el Templo hasta que se fue a vivir con Gwyneviere. Así que la dejó vivir un poco. Nimh era una de esas personas con quienes nunca te aburrirías y alegraba con su mera presencia. Mientras ella resolvía sus regulares trabajos consiguiendo alguna cosa para algún noble inútil o
Gwyneviere oyó a Nimh en la puerta. Se sentía exhausta por haber estado toda la noche conjurando para combatir a una familia de rocs, que habían raptado a un noble de Liandalyd, y le habían pagado una fortuna por rescatarlo. - Hola belleza, ¿dónde has estado hoy? - Fui a tomar un baño. Nimh fue un poco distante en su respuesta y no hizo contacto visual. Algo le preocupaba. - Yo haré lo mismo. Volveré más tarde.
A Gwyneviere se le ocurrió que podría ser fructífero para Nimh llevarla a Whaarham, la selva que se encontraba más allá del Bosque de Druwyddrerm, para practicar un poco sus conjuros. Partieron temprano, para aprovechar el día y usaron un portal para transportarse cerca de los límites de la selva. Nimh nunca había estado en un lugar así. Estaba fascinada con la vegetación característica de la selva y la diversidad de animales. Se adentraron en la selva y exploraron. - Recuerda -dijo Gwyneviere-, si nos atacan, tu objetivo no es matar. Sólo están defendiendo su territorio o a sus crías. Aquí nosotras somos las que estamos invadiendo. Nimh asintió con la cabeza. Observaron coloridas aves, tortugas gigantes y monitos columpiándose de los árboles. Cuando llegaron a un pantano, las sorprendió una boa gigante que las atacó. Nimh miró a Gwyneviere con sorpresa. Ella ya estaba preparada para actuar. Levantó sus manos y la lanzó de nuevo hacia
- ¿Por qué no quieres enseñarme conjuros más avanzados? - Claro que quiero Nimh, pero debemos avanzar con cautela. Tienes que dominar primero lo esencial, para poder continuar. Eres muy inteligente. Te convertirás rápidamente en una hechicera realmente talentosa. Pronto dominarás la magia incluso mejor que yo. Era media tarde y habían estado practicando durante todo el día miles y miles de conjuros del grimorio de Gwyneviere, pero no había querido avanzar a los más poderosos hasta que dominara su caos interior. Gwyneviere sabía que Nimh todavía era muy joven y no dominaba la magia desde pequeña. Había etapas que debía superar.