Los bombillos colgados en el techo iluminaban el viejo establecimiento, también varios cuadros del Che y Fidel adornaban el lugar. Habían pasado tantos años que no me había percatado del habano que fumaba el argentino en esa foto, siempre lo imaginé con una sonrisa, pero no era así. Las mesas de plástico y, otras de madera daban un ambiente rústico al lugar, además de la gente que muchos eran artistas plásticos y escritores, mientras tanto, una joven de alta estatura con cabello rizado se levantó de la mesa haciendo sonar con su tacones los pasos que daba. Todavía se escuchaban los aplausos dirigidos a un poeta que había leído sus versos de unas páginas arrugadas, tomó el micrófono, y mencionó a Salomón de la Selva, de inmediato supe que se trataba del poema más famoso: La bala. Después de leer aquel poema, seguí tomando cerveza ac
Las comunes veladas nocturnas y vespertinas de críticos y escritores era el escenario de reunión para los dinosaurios ricachones de Managua. Muchos de ellos resistían ante la edad para continuar admirando el trabajo metódico literario, es decir, observadores incautos de la laboriosa producción artística. Varios de estos señores estaban ahí para reafirmar la capacidad del ingenio de Juan Aburto aunque no hayan leído su obra completa, por consiguiente, esa noche se reunieron en la sala del famoso Centro Cultural Hispamer nombrado como PAC (Pablo Antonio Cuadra) acrónimo del poeta, ensayista y dramaturgo representante de la temprana vanguardia nicaragüense. En la planta baja del edificio, donde los meseros reconocían los rostros de la alta alcurnia, estaban las paredes barnizadas cubiertas de adornos y cuadro
Faltaban pocos minutos para que el tren comenzara su trayecto, mientras tanto, Joseph, un obrero de las minas de carbón, jugaba a la ruleta rusa con unos desconocidos en la famosa Cantina de Pival. Había pasado apenas un turno de tres, le tocaba a Joseph. Tomó el revólver, pensó en el premio, suspiró, y por un segundo se distrajo viendo por la ventana a una mujer de bello semblante con vestido de encajes que le cautivó demasiado, tanto que los espectadores empezaron a presionarlo. Joseph reaccionó y les sonrió a sus contrincantes tirando del gatillo. Cuando terminó el turno, puso el revólver en la mesa, los hombres gritaron de euforia, le dieron un trago a Joseph y el siguiente jugador tomó el arma. Joseph necesitaba el premio a toda costa para largarse de Pival. Su mayor sueño era llegar a Ciudad
En el caribe de Nicaragua existió hace algunos siglos una comunidad inglesa llamada Greytown, y cuenta la leyenda escrita por un habitante que una vez se enfrentaron a lo más temible que un hombre puede ver. El texto lo recuperó un soldado de la guerra de los ochenta mientras exploraba la zona. Según Ernesto Norori, el manuscrito estaba escondido en un baúl. Este texto puede ser parte del folclore mestizo entre ingleses y nativos de la zona del caribe. Como estaba en inglés, tuve que traducirlo y este es el resultado: Melisa Fayek un demonio disfrazado de mujer vino a Greytown a corromper a sus habitantes. El obispo del lugar se dio cuenta de la presencia de un ser maligno presentado en sus sueños tal como lo explicó en una misa. Al principio, se escuchaban rumores que cada miércoles se reunían en la selva para realizar ritos satánico
Eduardo López disfrutaba las explosiones de todo tipo: granadas, bombas nucleares, y dinamita, eso era lo que le emocionaba. Sentía un gran placer al escuchar en la radio los desastres provocados por las guerras en otros continentes, hasta que decretaron servicio militar en su país, y le tocó ir a la montaña. Pensó que sería la oportunidad para escuchar las bombas a corta y larga distancia. Prefería que fueran a larga distancia, y en efecto, caían bombas aéreas, granadas de mano, y proyectiles de bazuca desmembrando a los soldados. Era una rata maniática que disfrutaba disparar al enemigo, y se reía de manera frenética cada vez que daba en el blanco. Sus compañeros pensaron que era el comportamiento patriótico que lo motivaba a batallar de esa manera. López se sentía inmortal, las balas nunca le alcanzaban, aunque fuera de frente al ataque, siempre resultaba vencedo
El detective Gregory sufrió un atentado de las Yakares, la mafia de Future Walsh. Después de explotar su patrulla en llamas, el detective todavía seguía con vida, algunas de sus implantes robóticos como el cráneo y el pecho le salvaron de la muerte. Mientras se arrastraba por el pavimento con la cara derretida, y los huesos de las manos expuestas, juró acabar con cada uno de los Yakares. La ambulancia se presentó de inmediato y se llevaron a Gregory al hospital. De acuerdo al seguro médico, Gregory no podía pagarse la pérdida del brazo izquierdo ni la piel sintética que recubriría su rostro. Sin embargo, Hesben, el dueño de la Clinic Brain¸ se presentó al escuchar el escuchar en las noticias lo que le había pasado al detective. Gregory estaba en una camilla con
La quimera se dirigía furiosa hacia el detective corriendo en cuatro patas, sus pasos hacían temblar la tierra, rugía y su rostro demacrado estaba rabioso. Jules Astor le disparó dos tiros de escopeta y el detective Zenthan descargó el tambor de su revólver sin ningún efecto, en medio de la neblina apareció el enterrador con su hacha para cortarle el cuello de un tajo. El animal cayó tendido en el pasto llenando de sangre todo el terreno. Jules Astor corrió a recoger la cabeza de su padre y la introdujo en un saco, mientras tanto, Zenthan se acercó para corroborar que el adefesio estuviera muerto. Como sus patas seguían moviéndose tomó el hacha para desmembrarlo. En esa semana habían ejecutado tres quimeras, sin embargo, después de investigar en la granja del científico Freddie C
El bardo murió el 6 de febrero en la Ciudad de León luego de una tormentosa vida y enfermedades que lo agobiaban, sus andanzas y viajes por el continente europeo lo hicieron famoso. Mientras tanto, Cornelio Cuadra seguía escribiendo sonetos como si estuviera en el pleno romanticismo de Víctor Hugo o de Lord Byron, peor aún, creía encerrado en sus aposentos que Garcilaso de la Vega todavía se regocijaba con sus matices italianos. Cornelio sufría de esquizofrenia, y de atemporalidad, es decir, creía que era capaz de visitar cualquier época y recrearla en alucinaciones. Su hermana cuidaba de él en un cuarto oscuro de Managua. Siempre se bañaba y se vestía de manera elegante, luego de comer y tomar café de las montañas de Matagalpa, se disponía a escribir sus versos. A veces despe
Mi hermana me llamó por teléfono un domingo por la mañana para decirme que mamá agonizaba. De inmediato le dije a Leonor que iría a Chinandega para despedirme de mi mamá. Pensé en las penurias que siempre sufrimos junto con mis hermanos, sin embargo, ella hacía lo imposible para conseguir tamales y queso. Incluso se quemaba las manos al preparar las melcochas y salir a vender a la calle. Encendí el auto, y me dirigí hacia Chinandega. Mientras conducía pensé que vivir hasta los ochenta años era un milagro, y peor en las calamidades que mi madre padeció. Todavía recuerdo los primeros años de la guerra, y cuando me resigné volver a casa para empezar un negocio en Managua. No me arrepiento, porque de las ganancias del negocio pude enviarle víveres a mi madre cada sem