La quimera se dirigía furiosa hacia el detective corriendo en cuatro patas, sus pasos hacían temblar la tierra, rugía y su rostro demacrado estaba rabioso. Jules Astor le disparó dos tiros de escopeta y el detective Zenthan descargó el tambor de su revólver sin ningún efecto, en medio de la neblina apareció el enterrador con su hacha para cortarle el cuello de un tajo. El animal cayó tendido en el pasto llenando de sangre todo el terreno. Jules Astor corrió a recoger la cabeza de su padre y la introdujo en un saco, mientras tanto, Zenthan se acercó para corroborar que el adefesio estuviera muerto. Como sus patas seguían moviéndose tomó el hacha para desmembrarlo.
En esa semana habían ejecutado tres quimeras, sin embargo, después de investigar en la granja del científico Freddie Cull, quien fue asesinado por sus mismas creaciones, el detective encontró en sus archivos que había media docena de esos animales dispersos en el bosque. Sabía que la única forma para exterminar a las quimeras era cortándole la cabeza, lo descubrió luego que se comiera a su asistente. La bestia ocupada en devorar las vísceras del joven, el enterrador se acercó con el hacha y le cercenó la cabeza al animal.
El problema era que el científico creó algunas quimeras a partir de cabezas humanas y cuerpos de animales, lo que le dificultaba el trabajo a Zenthan al ver los rostros de conocidos. En el caso de Jules Astor, un granjero al que semanas atrás su padre había fallecido, y fue profanado por Freddie Cull, tuvo que ver morir por segunda vez a su pariente. El detective le explicó que la bestia no era su padre, sino otra cosa.
Jules empezó a llorar y dijo que mataría a todas las bestias, Zenthan le contestó que debían prepararse mejor porque cada vez las quimeras eran más fuertes. Desde ese día se armaron con hachas, dagas y cuchillos afilados de la casa de la granja del científico para adentrarse al bosque. El detective encontró un arma parecido a un lanzallamas, y lo cargó durante kilómetros esperando usarlo contras las bestias.
Cuando por fin se encontraron a una quimera con cara de la señora Lisa, fallecida hace tres semanas, Zenthan intentó usar el lanzallamas, pero no funcionó, buscó interruptores por todas partes, fue un fracaso. Y, la bestia dejó de comer un caballo cuando se percató de la presencia de los tres sujetos. Jules le gritó al detective que usara el lanzallamas, hasta que empezó a escuchar un ruido de carga eléctrica como de una sierra a punto de encender, el animal se acercaba más cada segundo, y el enterrador se subió a un árbol para lanzarse desde ahí y cortarle la cabeza.
Cuando el enterrador saltó, la bestia lo esquivó y se dirigió hacia Zenthan, lo que lo salvó fue que el supuesto lanzallamas era un cañón de electricidad que al expulsar sus rayos sobre la creatura lo inmovilizó de inmediato. El enterrador se acercó furioso y le cortó la cabeza diciéndole al detective que por poco mueren. Jules Astor recogió la cabeza y también la introdujo en el saco. Tenía la esperanza de devolver las cabezas a cada tumba, si acaso sobrevivían.
El detective se sentía abrumado, cada vez se aterrorizaba al ver a las quimeras con cuerpos de osos y rostros humanos, supuso que tendría pesadillas luego de acabar con cada bestia. El enterrador desmembró al animal, su pantalón estaba lleno de sangre y lodo, hacía días que no se bañaban, pero no había de otra porque debían acabar con todas las creaturas. Jules dijo que la señora Lisa era amiga de su padre de hace muchas décadas, y, entre lágrimas maldijo al científico. En ese momento el detective recordó ver al científico con sus vísceras abiertas, su rostro parecía el de un maniático como si disfrutó que sus bestias lo mataran.
En la mochila de cuero cargaba los archivos del científico, extrajo la lista de las quimeras y observó en las descripciones que había una bestia que caminaba erguido, con cabeza de tigre y brazos humanos. Supuso que ese sería el mayor reto de todos, incluso el más peligroso. Probó el arma de rayos una vez más y se dio cuenta que debía esperar diez segundos de carga para disparar.
Oscureció, el enterrador dijo que haría vigilia, mientras el detective y el granjero descansaban arriba de los árboles. Jules empezó a contarle que su padre tuvo cinco esposas, y diez hijos. Él era el menor, al morir, le dejó toda la herencia a su madre, y los demás hermanos se disgustaron. Por eso ninguno fue al entierro. No comprendía cómo un solo hombre pudo destruir el mausoleo para llevarse el cadáver de su padre, y tampoco entendía por qué su padre, si no le había hecho daño a nadie. Zenthan le respondió que fue víctima de un loco que vio la oportunidad de profanar un cuerpo para sus experimentos. Y, que no había ninguna intención de hacerle daño a la familia, lo bueno es que el científico recibió su merecido. El granjero vio las tres cabezas que guardaba en el saco y dijo que estaban descomponiéndose y debía enterrarlas a porque no creía que habría tiempo de llegar al cementerio. Zenthan le advirtió que el hedor putrefacto podía atraer a las quimeras, pero el granjero dijo que lo haría rápido. El detective no tuvo más opción que dejar hacer lo que Jules quisiera.
El granjero se bajó del árbol con el saco y empezó a cavar una fosa profunda para sepultar las cabezas. El hedor era nauseabundo, era sangre que atraía a las bestias.
El viento comenzó a mecer las copas de los árboles, el detective sintió que alguien los vigilaba, sabía que era mala idea enterrar las cabezas y dejar que el hedor lo arrastrara el aire. Después de escuchar las rápidas pisadas sobre la tierra, hubo un grito desgarrador, Zenthan vio que el granjero ya no estaba. La quimera lo tomó con sus fauces y corrió mientras Jules gritaba de dolor. No había nada que hacer, la quimera era demasiado rápida. El enterrador ni siquiera se movió de su lugar, sin embargo, el detective sepultó las cabezas, y volvió al árbol.
El detective recordó cuando Jules Astor apareció en su oficina en la Avenida Central de Walsh. Estaba nervioso y de un saco de papas extrajo dos mil dólares para comenzar el caso. Le dijo que esa suma era insuficiente debido a que se trataba de un profanador de tumbas con experiencia en ciencias e instinto asesino. El granjero le preguntó cómo sabía de eso, Zenthan le explicó que hace años detuvo a un científico que profanaba cadáveres en el Cementerio Central de Walsh, y al descubrir que experimentaba recrear la vida con miembros de animales y humanos, lo detuvieron para enjuiciarlo, estuvo diez años presos, y ahora que estaba libre había vuelto a sus andanzas. Así que el granjero le ofreció cinco mil dólares, a lo cual el detective no se resistió y aceptó el trato. Supuso que primero debía investigar las tumbas profanadas en el cementerio del pueblo, y no se sorprendió al encontrar que varias tumbas habían sido abiertas. Ahí conoció al enterrador, quien estaba enojado porque todos los días se robaban un cuerpo. Cuando Zenthan le explicó que un científico loco los robaba para crear monstruos, el enterrador se burló de él, aunque dijo que lo seguiría hasta ver lo que sucedía.
Al amanecer, el detective se despertó escuchando la voz de Jules quien estaba lleno de sangre en todas sus ropas. Zenthan pensó que se trataba de una pesadilla, bajó del árbol para constatar que no fuera un sueño. Se quedó viendo al granjero y le preguntó cómo hizo para salvarse. Le explicó que la quimera lo atrapó con sus fauces de cocodrilo, pero logró tomar sus cuchillos e insertarlos en los ojos, eso provocó que el animal perdiera visión y cayera el suelo. Para asegurarse de matarlo, se lanzó sobre su cuerpo de caballo y le arrancó la cabeza. El enterrador no paraba de reírse, y después pidió disculpa cuando el detective le dijo que no se burlara.
Llegaron a orillas del río mientras les rugía el estómago de tanta hambre. El granjero se desnudó y se lanzó a las aguas, el enterrador hizo lo mismo. Mientras se bañaban, el granjero atrapó un pez y se lo lanzó a la cara del detective. El enterrador también tomó uno y salió del agua para decirle a Zenthan que encendiera una hoguera. El detective cortó algunas ramas de los árboles y prendió la hoguera. Jules preparó los pescados y los puso al fuego. En sus brazos se notaba las leves mordeduras de las fauces del cocodrilo, pero el granjero era fuerte, y esas heridas no le provocaron ningún problema. Sin embargo, los rasguños eran de color verde y se resaltaban las venas.
Después de devorar los peces, se alistaron para seguir su camino tras la última quimera, la que tenía cabeza de tigre y caminaba erguido. A la hora de caminar, Jules empezó a toser de manera incontenible, hasta caer de rodillas. El enterrador trató de incorporarlo, pero el granjero empezó a vomitar sangre. Jules tenía fiebre, estaba a punto de convulsionar en los brazos del enterrador, no había nada que hacer, puso sus ojos en blanco, y se desvaneció. El detective comprobó su pulso y ya no daba ninguna señal de vida. Le dijo al enterrador que le ayudara a cavar una tumba.
Mientras cavaban con el hacha y escarbaban con las manos, el granjero se levantó, pero ya no era él, sino otro ser con los ojos sanguinolentos. Emitía sonidos guturales y se contorsionaba de una manera extraña mientras varios brazos fracturaban sus costillas saliendo de su abdomen. Tomó un cuchillo y cuando estaba a punto de clavárselo al enterrador, el detective le disparó un tiro en la cabeza. El enterrador no entendía que había pasado, hasta que Zenthan luego de leer los documentos del científico encontró que la bestia con cabeza de cocodrilo infectaba a sus víctimas con una bacteria que producía su estómago putrefacto para transformarlos en quimeras.
El enterrador dijo que no creía en dioses cuando Zenthan le pidió rezar el padrenuestro después de sepultar a Jules. Como el detective tampoco creía, colocó una roca encima de la tierra abultada, y se marchó con el enterrador en busca de la última quimera.
Mientras siguieron por el bosque, escucharon los pasos entre la hierba, el enterrador alzó el hacha, y se posicionó para atacar, Zenthan sabía que la quimera erguida sería difícil de matar. Tomó el cañón de electricidad y esperó en medio de los arbustos hasta que vio al científico Freddie Cull. No entendía cómo había sobrevivido después de verlo con los intestinos de fuera, pero ahí estaba, caminando por el bosque sosteniéndose las vísceras.
El enterrador dijo que le arrancaría la cabeza, el detective dijo que esperara, y el científico empezó a caminar hacia ellos. Sus ojos se veían normales, cojeaba un poco, todo parecía bien a excepción de las vísceras colgando de su abdomen. Zenthan salió de los arbustos apuntando al científico con el revólver, le preguntó cómo había sobrevivido al ataque de las quimeras. Freddie contestó que después de ser infectado por la bacteria se inyectó un antídoto que había preparado luego de ver a otras víctimas con los mismos efectos. El antídoto le dio algo de fuerza para ponerse en pie y salir en busca del detective. Agregó que el cañón de electricidad era suficiente para matar a la quimera más peligrosa. Zenthan le dijo que por su culpa murió su asistente y el granjero, ahora tenía que pagar por sus actos.
Mientras el detective seguía hablando, la quimera con cabeza de tigre apareció entre los arbustos y se lanzó contra el científico desmembrándolo y arrancándole la cabeza. Zenthan encendió el cañón, y el enterrador corrió hacia la bestia con su hacha. Sin embargo, la quimera erguida le dio un fuerte manotazo suficiente para enviarlo a estrellarse contra un árbol. Cuando el cañón estaba listo, la quimera se aproximó corriendo hacia el detective y recibió la descarga de rayos cayendo inmovilizado al suelo. Zenthan tiró el cañón y fue a recoger el hacha del enterrador. Luego se acercó al cuerpo de la quimera y le dio varios golpes con el hacha hasta cercenarle el cuello. Todo había acabado, el detective ayudó al enterrador a levantarse y caminaron fuera del bosque hasta llegar a la granja de Jules. Zenthan le explicó a la esposa del granjero que no pudo hacer nada cuando varios lobos descuartizaron a Jules. Y, le entregó su escopeta. Cuando el detective estaba a punto de irse en su Ford Fairlane¸ el enterrador le solicitó trabajo como asistente porque el otro estaba muerto. Zenthan pensó por un momento y le dijo que había hecho un gran trabajo, encendió un cigarro que extrajo de la guantera del auto, y le dijo que era bienvenido, pero debía prepararse para los siguientes casos pendientes. Abordó el auto y se marcharon del pueblo hasta llegar a las oficinas ubicadas en la Avenida Central de Walsh.
El bardo murió el 6 de febrero en la Ciudad de León luego de una tormentosa vida y enfermedades que lo agobiaban, sus andanzas y viajes por el continente europeo lo hicieron famoso. Mientras tanto, Cornelio Cuadra seguía escribiendo sonetos como si estuviera en el pleno romanticismo de Víctor Hugo o de Lord Byron, peor aún, creía encerrado en sus aposentos que Garcilaso de la Vega todavía se regocijaba con sus matices italianos. Cornelio sufría de esquizofrenia, y de atemporalidad, es decir, creía que era capaz de visitar cualquier época y recrearla en alucinaciones. Su hermana cuidaba de él en un cuarto oscuro de Managua. Siempre se bañaba y se vestía de manera elegante, luego de comer y tomar café de las montañas de Matagalpa, se disponía a escribir sus versos. A veces despe
Mi hermana me llamó por teléfono un domingo por la mañana para decirme que mamá agonizaba. De inmediato le dije a Leonor que iría a Chinandega para despedirme de mi mamá. Pensé en las penurias que siempre sufrimos junto con mis hermanos, sin embargo, ella hacía lo imposible para conseguir tamales y queso. Incluso se quemaba las manos al preparar las melcochas y salir a vender a la calle. Encendí el auto, y me dirigí hacia Chinandega. Mientras conducía pensé que vivir hasta los ochenta años era un milagro, y peor en las calamidades que mi madre padeció. Todavía recuerdo los primeros años de la guerra, y cuando me resigné volver a casa para empezar un negocio en Managua. No me arrepiento, porque de las ganancias del negocio pude enviarle víveres a mi madre cada sem
Eran tiempos de guerra, la mayoría de los androides estaban en la frontera con los hombres batallando contra el enemigo que se aproximaba cada día. Mientras tanto, yo permanecía en el taller donde solo me quedaba reparar electrodomésticos para sobrevivir. A Hesse no lo reclutaron porque era un robot obsoleto según los estándares de la armada terrestre. La guerra parecía que nunca tendría fin, miles de hombres habían muerto, y dos largos años habían transcurrido, y mi padre enviaba mensajes encriptados desde su transmisor. Hubo una semana que no recibí ningún mensaje, le dije a Hesse que escribiera todos los días hasta recibir respuestas. Se supone que mi padre luchaba en el norte, y como tenía algunos compañeros de mi edad que fueron a la guerra, les pregunté acerca de mi padre, ninguno respon
Alonso Renoir arribó a Managua en 1930 para fundar una iglesia diferente a las de su época. Algunos ciudadanos habían escuchado conversaciones y rumores diciendo que Alonso era descendiente de los hugonotes perseguidos por la Santa Inquisición hace unos pocos siglos. Los feligreses católicos se sintieron molestos por el supuesto hijo de mártires. Sin embargo, no podía hacer nada en su contra en ese momento. Alonso se levantaba a las cuatro de la mañana a orar durante dos horas, luego tomaba su Biblia Reina Valera Edición 1910 (una alternativa traducida al español por él mismo donde variaban algunas palabras que hacían énfasis al infierno y los pecados), y se subía en un banco de madera para predicar la palabra de Dios. Algunos pensaban que era un tipo al que le faltaba un tornillo porque ha
El mundo de los sueños pertenece a los dioses, es la manera para comunicarles a profetas y adivinadores las verdades del universo. Algunas veces estas visiones son necesarias para dirigir naciones y también para condenarlas. De acuerdo al libro de Historia de las ciudades macabras, encontré la siguiente narración que al parecer tiene muchas similitudes con otras, pero esta es podría ser la original, y así comienza: Zerphas levantó la capucha de su túnica mientras tanto el rumor de la multitud y animales inundaban el lugar, también una música de flautas y tambores sonaban en los alrededores. Caminó por los callejones de tierra y en cada paso que daba por el gran mercado de Diurma sus sandalias se llenaban de polvo. Apenas había salido el sol y los habitantes de la ciudad se aglomeraban en busca de alimentos. Algunos eran extranj
Una presencia extraña se avecina a nuestro territorio, es la presencia de un forastero. ¿Qué hacemos? Debemos proceder de inmediato. ¿Quién podría ser? Quien sea sufrirá nuestra ira. No podemos permitir que ningún extraño invada nuestras tierras. Hace meses que nadie viene a estos lugares, la última vez que vino aquel sujeto le dimos su merecido. Que el viento haga crujir los árboles para despertarlos y estén alerta. Queremos saberlo todo, averigüen sus mayores pesadillas y anhelos. Jueguen con su mente, muéstrenle a porción lo que busca y le maravilla. Y si acaso no responde a nuestros llamados, hagan lo imposible, ya escucharon, vayan por él. Apenas puedo ver el cielo, las copas de los árboles son muy altas. Siento una ligera brisa. Olvidé decirle a Amelia que la amo. No importa, ella lo sab
Los bombillos colgados en el techo iluminaban el viejo establecimiento, también varios cuadros del Che y Fidel adornaban el lugar. Habían pasado tantos años que no me había percatado del habano que fumaba el argentino en esa foto, siempre lo imaginé con una sonrisa, pero no era así. Las mesas de plástico y, otras de madera daban un ambiente rústico al lugar, además de la gente que muchos eran artistas plásticos y escritores, mientras tanto, una joven de alta estatura con cabello rizado se levantó de la mesa haciendo sonar con su tacones los pasos que daba. Todavía se escuchaban los aplausos dirigidos a un poeta que había leído sus versos de unas páginas arrugadas, tomó el micrófono, y mencionó a Salomón de la Selva, de inmediato supe que se trataba del poema más famoso: La bala. Después de leer aquel poema, seguí tomando cerveza ac
Las comunes veladas nocturnas y vespertinas de críticos y escritores era el escenario de reunión para los dinosaurios ricachones de Managua. Muchos de ellos resistían ante la edad para continuar admirando el trabajo metódico literario, es decir, observadores incautos de la laboriosa producción artística. Varios de estos señores estaban ahí para reafirmar la capacidad del ingenio de Juan Aburto aunque no hayan leído su obra completa, por consiguiente, esa noche se reunieron en la sala del famoso Centro Cultural Hispamer nombrado como PAC (Pablo Antonio Cuadra) acrónimo del poeta, ensayista y dramaturgo representante de la temprana vanguardia nicaragüense. En la planta baja del edificio, donde los meseros reconocían los rostros de la alta alcurnia, estaban las paredes barnizadas cubiertas de adornos y cuadro