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Los escritos de Cornelio

El bardo murió el 6 de febrero en la Ciudad de León luego de una tormentosa vida y enfermedades que lo agobiaban, sus andanzas y viajes por el continente europeo lo hicieron famoso. Mientras tanto, Cornelio Cuadra seguía escribiendo sonetos como si estuviera en el pleno romanticismo de Víctor Hugo o de Lord Byron, peor aún, creía encerrado en sus aposentos que Garcilaso de la Vega todavía se regocijaba con sus matices italianos.

                Cornelio sufría de esquizofrenia, y de atemporalidad, es decir, creía que era capaz de visitar cualquier época y recrearla en alucinaciones. Su hermana cuidaba de él en un cuarto oscuro de Managua. Siempre se bañaba y se vestía de manera elegante, luego de comer y tomar café de las montañas de Matagalpa, se disponía a escribir sus versos. A veces despertaba del ensueño encantado que vivía, y escuchaba a su hermana las noticias del mundo. Cuando le mencionó que el bardo había muerto, dijo que eso era imposible porque hace dos días se presentó en su habitación. Su hermana suspiró y ya no sabía qué hacer con su hermano y su mente perturbada.

                José, el esposo de la hermana de Cornelio, le dijo que debía abandonarlo porque ella también podía enfermarse. La esposa de José dejó a su hermano en la intemperie, encerrado en su alcoba, sin nada que comer y beber. Pronto, Cornelio se dio cuenta que estaba solo como nunca antes, y despabilado empezó a gritar el nombre de su hermana. El bardo apareció de vuelta para decirle que era hora de despertar ante el mundo inmenso, agregó que su hermana se había ido, y debía buscar conseguir dinero para comer y seguir escribiendo.

                Cornelio se alistó para visitar el Diario Nacional y solicitar empleo para comprar comida. En el establecimiento lo dejó entrar el guardia de seguridad porque estaba desconcertado al verlo, y los empleados del Diario también se sorprendieron. El jefe salió a ver el espectáculo y estrechó su mano a Cornelio quien respondió efusivamente. El jefe le preguntó qué podía hacer por él, Cornelio le explicó que su hermana lo había abandonado y quería un puesto como redactor de su prensa. El jefe se puso a reír como un demonio, y despachó a Cornelio de su oficina gritando desde a puerta «!Quiere un puesto como redactor!». Los empleados también se rieron y Cornelio salió corriendo despavorido del Diario.

                El bardo le seguía diciendo que buscara en otro lugar, Cornelio reconoció que el bardo era parte de su imaginación, y se encaminó de regreso a su casa para olvidarse del mundo. Siguió escribiendo sonetos hasta que un día su hermana llegó a visitarlo, abrió la puerta y encontró a Cornelio con una barba enorme que le cubría el rostro. Estaba tan flaco como el tal Quijada o Quesada, apestaba a mortuorio y tenía las ropas manchadas de orín. Su hermana decidida a ayudarle, lo bañó y le lavó la ropa. Vio en su escritorio varios papeles que los tomó y dejó a Cornelio acostado en su cama limpia y hecha.

                La hermana de Cornelio envió los sonetos a revistas y diarios de la ciudad para que lo publicaran, los únicos en aceptarlo fue la Revista Los Raros. Y, después de publicar, los críticos leyeron los sonetos de Cornelio, algunos decían que era un loco otros que se sabía la fórmula para escribir poesía.

                Cornelio un día leyó la revista donde publicaron sus sonetos y por poco se desmaya del susto. El espanto de leerse era una pesadilla porque no se consideraba un buen poeta, además que lo hacía por diversión, pronto la revista solicitó más escritos de Cornelio, y lo intentó con un cuento naturalista donde criticaba la creciente burguesía en Managua. La revista lo publicó, y siguieron solicitándole otros manuscritos: ensayos, reseñas, poemas y hasta obras teatrales. Todo salía de la cabeza de Cornelio, y recibía dinero a cambio de ello. Consiguió que le lavaran la ropa, y que le cocinaran el desayuno, y a veces para el almuerzo comía un buen trozo de carne de res asada. Sin embargo, la esquizofrenia le hizo caer en un estado deplorable y se sumió en la desgracia. No volvió a escribir y murió de fiebre. La Revista Los Raros publicó una nota fúnebre y los mejores sonetos del poeta..

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