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La fragilidad del ceo
La fragilidad del ceo
Por: Strella
Capítulo 1: Recuerdos que me destruye.

Estoy soñando despierta con todo lo que dejé atrás, sumida en una profunda reflexión. Cada detalle de ese día resuena en mi mente como si no hubiera pasado el tiempo, reviviendo cada sensación y cada emoción con una claridad inquietante.

Aunque ha pasado tiempo desde entonces, aún puedo evocar vívidamente ese día:

El sol brillaba intensamente en el cielo azul, sus rayos dorados acariciando cada rincón y transformando el ambiente en una celebración vibrante. El aire estaba impregnado de anticipación y emoción, un eco de promesas de nuevas experiencias.

Ese recuerdo sigue afectándome profundamente, trayendo consigo una mezcla de malestar y una sensación de desorientación. Las emociones se agolpan en mi pecho, siendo una maraña de arrepentimiento y melancolía que no parece desvanecerse.

★Flashback★

Después de cuatro años, nos reunimos para celebrar la graduación universitaria, marcando el final de un largo y arduo camino lleno de tareas, lecturas y proyectos interminables. La sensación de liberación era palpable en el aire mientras nos dirigíamos al club nocturno elegido para la gran celebración, ansiosos por dejar atrás la rutina académica.

Mis amigos y yo, entre ellos mi mejor amiga Madeline y Stuart, el chico más atractivo con el que había salido en mi vida, decidimos ir al club. Las luces de neón parpadeaban con intensidad en la entrada, creando un espectáculo de colores vibrantes que prometía diversión y desenfreno. La música, pulsante y envolvente, retumbaba en nuestros oídos, atrayéndonos con una promesa de libertad y fiesta.

Mientras bailábamos y reíamos, saboreábamos cada melodía, desde las más frenéticas hasta las más lentas, que marcaban el ritmo de nuestros movimientos. El ambiente estaba cargado de una energía contagiosa, una mezcla de alegría y camaradería que nos arrastraba a todos. Las luces del club bailaban al ritmo de la música, creando un efecto hipnótico que hacía que la pista de baile pareciera un mar de cuerpos en constante movimiento.

Aunque no soy fanática de la música electrónica, esa noche me dejé llevar por el ritmo frenético y la atmósfera eufórica. Levantar los brazos, gritar y moverse al ritmo de la pista de baile se convirtió en una liberación, un escape de la rutina diaria. El fervor colectivo hizo que cada canción se sintiera como un himno a la celebración.

Stuart, mi novio, bailaba detrás de mí, sus manos firmemente sujetando mi cintura. La cercanía de su cuerpo me proporcionaba una sensación de calidez y protección. Nos movíamos juntos, sincronizados con el ritmo de la música, y yo me dejé llevar por la pasión del momento. Cerré los ojos y, al darme la vuelta, lo besé con intensidad. El sabor a vodka en sus labios era una mezcla audaz de frescura y alcohol, intensificando el momento.

—Tengo que ir al baño de mujeres —le dije, intentando alejarme de él, ya que me sentía mareada y desorientada. Mi cabeza daba vueltas y necesitaba un momento para recuperar el equilibrio.

Él asintió con comprensión y preocupación, pero me dio el espacio necesario para cuidar de mí misma. Su mirada llena de preocupación reflejaba su cariño, mientras yo me alejaba en busca de tranquilidad.

Stuart y Madeline se conocían desde antes de que yo llegara a sus vidas, y su complicidad era evidente. Mientras me alejaba, los vi sonreír y seguir bailando, apoyándose mutuamente en mi ausencia. Me sentí reconfortada al ver cómo su amistad se mantenía sólida, incluso cuando yo no estaba presente.

Madeline, siempre tan leal, hizo una presentación especial para nosotros, consolidando nuestro vínculo duradero. Sus palabras eran un recordatorio tangible de la amistad profunda que compartíamos, y me sentí agradecida de tenerla a mi lado en ese momento tan especial.

Me sentí temblorosa de adentro hacia afuera después de beber dos margaritas, dos micheladas y un vaso entero de vodka que me ofreció Stuart. La mezcla de alcohol estaba haciendo estragos en mi sistema, y la habitación parecía girar a mi alrededor. Nunca antes había bebido tanto; unas pocas cervezas eran mi límite habitual, pero esa noche había superado todos mis límites.

La fila para el baño era larga y serpenteante. Mientras esperaba, el mundo parecía girar a mi alrededor, intensificando mi sensación de mareo. Las mujeres iban y venían, cada movimiento de la fila parecía interminable. La náusea comenzaba a amenazar con abrumarme, y la espera se hacía cada vez más angustiante.

Cuando finalmente llegó mi turno, corrí al baño y vacié mi estómago. El alivio fue inmediato, aunque la sensación de malestar persistía. Apoyada contra la pared, el frío de los azulejos contra mi espalda me ayudaba a recuperar la compostura. Tomé unos momentos para respirar profundamente y reunir fuerzas antes de enfrentarme al bullicio del mundo exterior nuevamente.

Me di cuenta de que mi maquillaje se había corrido, con manchas de delineador negro esparcidas por mis mejillas cuando fui a lavarme las manos. La imagen desaliñada que me devolvía el espejo era un reflejo físico de mi estado emocional tumultuoso. Decidí lavarme bien la cara, cada movimiento siendo deliberado y cuidadoso, intentando restaurar un semblante de dignidad en medio del caos.

Al mirarme en el espejo, noté que mi rostro parecía más juvenil sin el maquillaje pesado. La frescura de mi piel recién lavada contrastaba con el maquillaje anterior, y me sorprendió ver lo rejuvenecida que lucía. Fue un pequeño consuelo en medio de mi desorientación.

Cuando salí del baño, me dirigí a la barra y pedí un vaso de agua. La sed era abrumadora, y el agua fría fue un bálsamo bienvenido para mi garganta irritada y mis labios resecos. Decidí que era hora de dejar de beber y evitar más episodios de vómito.

Tomé un vaso de agua y me dirigí hacia el área donde guardaban las bolsas. Busqué con impaciencia mi cepillo de dientes de viaje, deseando deshacerme del persistente sabor a alcohol en mi boca. Mientras esperaba en la fila del baño nuevamente, decidí cepillarme los dientes para asegurarme de que mi boca estuviera fresca antes de enfrentarme nuevamente a Stuart, quien siempre había sido tan sensible a los detalles como los besos.

Finalmente, cuando me sentí lista para irme, me encontré con un hombre en mi camino. Sus ojos de un verde intenso atraparon mi mirada, y me quedé inmovilizada por un instante, cautivada por su mirada penetrante y enigmática.

Sus ojos brillaban con una intensidad hipnótica que parecía emanar desde un abismo profundo, y me sentí momentáneamente cautivada por su mirada penetrante. La luz tenue del ambiente amplificaba el brillo esmeralda de sus pupilas, como si cada destello contuviera un fragmento de un universo oculto, atrayéndome hacia ellos con una fuerza magnética casi sobrenatural.

Me quedé estupefacta por la intensidad de su mirada, y solo asentí en respuesta, avergonzada por mi torpeza. Mi preocupación había nublado mi juicio, y apenas me percaté de que me había topado con el joven hasta que él, con un tono grosero, me advirtió:

—Mira por dónde caminas.

Sus palabras me sacaron abruptamente de mi ensimismamiento, devolviéndome a la realidad y a mi propia torpeza. Mientras me incorporaba, noté que el joven estaba acompañado por otros dos jóvenes que parecían tener aproximadamente su edad. Su presencia era imponente, y una oleada de intimidación recorrió mi cuerpo al percibir la energía dominante que irradiaban.

Ambos compañeros también eran notoriamente atractivos: uno con ojos azules como el cielo despejado, el otro con un gris invernal. Sin embargo, los ojos del joven de verdes intensos eran los que realmente me atrapaban. Su mirada parecía contener una profundidad insondable, como si fueran las puertas de entrada a un enigma enigmático que me llamaba de manera irresistible.

Después de disculparme, él se hizo a un lado para permitirme el paso. Su gesto, aunque aparentemente amable, era distante, y me di cuenta de que su expresión permanecía inmutable y reservada, sin ceder a la cortesía de mi disculpa.

Me volví tras dar unos pasos, y al mirar hacia atrás, nuestros ojos se encontraron en un instante cargado de significado. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al sentir la intensidad de esa conexión fugaz.

A pesar de la distancia, uno de sus amigos le susurró algo que no pude escuchar mientras él sonreía ligeramente. Yo le devolví la sonrisa, aunque la complicidad entre ellos era evidente, sin comprender del todo qué secretos compartían entre ellos.

Finalmente, el joven de ojos verdes se volvió hacia su compañero, y juntos emprendieron su camino. Con un último vistazo hacia atrás, se alejó con sus amigos, desvaneciéndose en la multitud como un destello fugaz en la noche. Su presencia había dejado una impresión duradera en mí, y me pregunté si nuestros caminos se cruzarían de nuevo en el futuro.

Me encontraba en medio de la pista de baile, y, a pesar de mi interés por el desconocido, mi mente volvía a mi realidad. Mis amigos debían estar bailando, pero al regresar al lugar donde pensaba que estaban, no pude encontrarlos. Empecé a buscarlos con creciente inquietud.

Llamé a mi amiga Madeline, pero no contestó. Marqué el número de Stuart, pero en lugar de escuchar su voz, solo oí jadeos a través del teléfono. La voz ronca de una mujer repetía el nombre de Stuart en un susurro ahogado.

El dolor en mi pecho se intensificó como una presión asfixiante. Desesperada, intenté localizarlos, buscando alguna explicación lógica a lo que estaba experimentando, pero mi búsqueda resultó infructuosa. Salí por la puerta trasera, con la mente en caos, y me dirigí al estacionamiento. A pesar de la oscuridad del callejón, me sentí un poco más segura al ver a algunas personas pasar, aunque el miedo persistía.

Avancé por el callejón y, en un rincón sombrío, encontré a Madeline y Stuart. Ellos estaban enredados en un beso ardiente, y Stuart, sin reservas, levantaba el vestido de Madeline. La visión de Stuart penetrando a Madeline mientras ella sonreía indiferente me golpeó como un golpe frío en el estómago.

Desgarrada por la traición, mi corazón parecía romperse en mil pedazos. El dolor era una mezcla de angustia y rabia, y no podía enfrentarlos, no tenía el valor para confrontar la dolorosa verdad. Me alejé, huyendo de la escena y de las mentiras que me habían cercado.

Como aún estaba aturdida y la ciudad se sentía asfixiante, decidí caminar hasta casa, que no estaba tan lejos. Un prado solitario se extendía ante mí, siendo un lugar que solía disfrutar durante el día, pero que ahora me parecía amenazante en la oscuridad. Mi mente estaba atrapada en pensamientos de Madeline, la amiga en la que había confiado completamente.

Durante los últimos años, habíamos compartido historias, viajes, y confidencias. Le había confiado mis dudas sobre Stuart, y ella había minimizado mis preocupaciones, sugiriendo que no debía apresurarme. Ahora, veía la verdad que me había estado ocultando.

El frío nocturno no me incomodaba tanto como el ardor en mi corazón. Me sentía atrapada en una pesadilla despierta, incapaz de encontrar consuelo en el mundo que me rodeaba. Mientras mis piernas temblaban y las lágrimas caían, me refugié bajo un árbol, tratando de recuperar el aliento.

De repente, escuché pasos acercándose y el terror se apoderó de mí. Los pasos se convirtieron en un trote frenético y, en un estado de pánico, cerré los ojos con fuerza. Caí al suelo, sintiéndome como si estuviera atrapada en una trampa mortal.

Un cuerpo grande se desplomó sobre mí, y sentí un estremecimiento eléctrico cuando sus labios se posaron sobre los míos. Su toque era ardiente, y sus susurros incomprensibles me hacían sentir aún más vulnerable. Intenté suplicar que se detuviera, que dejara de tocarme, pero el calor creciente en mi cuerpo nublaba mi visión.

El desconocido me inmovilizó, sujetando mis muñecas por encima de mi cabeza y rasgando mi ropa con una fuerza brutal. Sus labios se frotaron con desesperación contra los míos, y mi incapacidad para patearlo y defenderme me sumió en una desesperación agonizante.

Los sollozos aumentaron, resonando como una sinfonía de desesperanza. Mis piernas comenzaron a debilitarse, y cada intento de moverme se volvía más inútil. Todo lo que deseaba era despertar de esta pesadilla y que ese hombre dejara de atormentarme, pero no comprendía la realidad de lo que me estaba ocurriendo.

En medio de la oscuridad total, antes de perder el conocimiento, pude distinguir esos ojos, esos ojos verdes que me habían cautivado antes, justo antes de sentir cómo me despojaba de mi pureza, llevándome al borde del desvanecimiento.

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