Simone.Se pone de pie de inmediato y viene directo a mí, detalla mi rostro, da dos pasos atrás, y pone la mano en su pecho quedando petrificada como si hubiera visto un fantasma. —¿Está todo bi…?—¿Qué haces aquí? —interrumpe—. ¿Cómo es qué…? ¿Cómo es…?—Soy la madre por contrato de Éline —respondo pues ella no parece encontrar las palabras—. ¿Nos conocemos?Vuelve a mirarme extrañada, pasa las manos por su rostro, y relaja su postura.—No, nunca te había visto en la vida —el tono ahora es cortante, y en su mirada yace un filo calculador—. Me sorprendí porque no pensé que Edmond se hubiese atrevido a traer a una mujer tan corriente como madre Éline.—Y yo nunca creí que una mujer de alta cuna se atreviera a abandonar a su hija.Alza la barbilla, el comentario molesta, pero no lo puedo evitar, hay algo en ella que me hace sentir amenazada, todo mi cuerpo está a la defensiva, el nerviosismo se ha extinguido, siento que tengo que atacarla, que no puedo dejar que se aproxime a mí o a Él
Edmond.Dos mujeres he metido de alleno en mi vida; a las dos le propuse matrimonio, y las dos, en diferentes circunstancias me abandonaron; para luego regresar; juntándose en el mismo período de tiempo donde tengo que elegir entre una o la otra. «A veces me cuestiono si hay algo que elegir» La primera es la madre de mi hija, la segunda la sustituta que me dañó más que nadie. Karine es de doble cara, ambiciosa, y oportunista; pero si algo dejó claro en los años que estuvimos juntos era que sí me quería; en cambio, Simone, no dudó a la hora de confirmar que nunca sintió nada por mí. Sus palabras todavía repercuten en mis pensamientos en cada noche de insomnio. No sé qué jugarreta sucia quiera hacerme la vida, pero en estos momentos debo dejar de pensar en mí, es Éline quien importa.Ayudo a mi exesposa a ponerse de pie, tiene el vestido embarrado de la infusión, el aroma del té negro envuelve el ambiente. Los sollozos se volvieron pequeños quejidos lastimeros; mira su mano izquierda en
Edmond.La brisa nocturna se siente húmeda, el olor a lluvia avasalla mi nariz, parece que se aproxima una tormenta. Conduje por varias horas hasta llegar a la propiedad privada donde vivía Edward Arnaud. El lugar se ve tan lúgubre como el clima, la mansión de piedra negra resalta como un monstruo antiguo que quedó varado en el tiempo. Siempre he odiado este sitio, me recuerda la crudeza de mi apellido, y las reglas bajo las que nos regíamos cuando mi abuelo era la cabeza de la familia. Toco la puerta de madera oscura y pulida, no tardan en abrir, sabían de mi visita. —Señor Edmond, que honor tenerlo por aquí.El mayordomo realiza la reverencia con lentitud y se hace aún lado para que pase. Las canas adornan su pelo; las arrugas manchadas delatan que él hace un complemento perfecto con el lugar. Su espalda luce un poco encorvada, y me cuestiono su nivel de devoción hacia este sitio pues decidió quedarse para mantenerlo en pie aún después de la muerte de su patrón. —Preparé la sala n
Simone.Contengo el llanto al borde de mis ojos, el pecho me aprieta el alma donde reluce una tristeza inmensa. «No sé para qué volví» Si todo es mucho peor que antes. El coraje que sentí esta tarde frente a la exesposa de Edmond se ha esfumado, es una pena interna la que me lastima, y no soy la única, pues Éline no ha sonreído más, no desea hablar del tema, y él… él está peor que nunca. Yace en su cama bañado en sudor con compresas de agua fría sobre la frente y pecho. Se desmayó hace dos horas, sentí el estruendo a mis espaldas cuando salía corriendo. Regresé por él, lo ayudé a llegar a su habitación donde se volvió a desplomar; aún así siguió rechazándome, pero hice caso omiso; curé su herida; y ahora espero que baje la fiebre que le está consumiendo los sentidos. No sé qué tanto hay dentro de esa mente, qué tanto rencor guarda; pero estoy segura de que una gran pena aqueja el subconsciente de Edmond. Sus piernas presentan un leve temblor, las manos hacen gestos involuntarios; mue
Simone.—No me gusta la sopa —se queja.—Estás resfriado, te sentará de maravillas. Además, la noche en la que regresé no parecía incomodarte, bien que te la comiste.—Eso fue porque no sabía que lo habías hecho tú.El tono de voz es tan déspota, cargado del repudio que me hace encararlo con el enojo a flor de piel. Él arquea una ceja, espera el remolino de insultos atorados en mi garganta, sin embargo, vuelvo a inspirar profundo, no deseo discutir.—Sé que me detestas, Edmond, pero lo único que pido en el poco tiempo que me quede aquí es llevar la fiesta en paz.—¿Poco tiempo? No me digas que después del esfuerzo sobrehumano que hice para aceptar que volvieras planeas irte. Eres una cobarde, Simone.—Si vuelves con tu exmujer, el contrato quedará roto. Sería un alivio para ti, ya no tendrías que verme la cara.—Tienes razón —sonríe de lado—. Lo menos que quiero es tenerte rondando si mi vida vuelve a ser como antes.—¿Entonces regresarás con ella? —musito, los ojos me arden.—¿Si así
Edmond.La fiebre ha pasado, pero los escalofríos aún me recorren el cuerpo. Es absurdo el vuelco que ha dado mi vida. Todo lo que creí, toda mi felicidad se deshace como castillo de arena frente a un huracán. No dejo de sentirme estúpido, crédulo, por dejar que esa mujer haya manipulado tantos años haciéndome creer que era el padre de Éline... El temblor estremece mi pecho, paso las manos por el rostro antes de seguir escribiendo al detective. Recomienda cautela, no anticiparme a los hechos antes de obtener resultados. Por mi parte resulta imposible, sobre todo cuando escucho los rápidos pasos por el pasillo como si se tratara de un animalito desbocado. Entra sin pedir permiso, no lo necesita, siempre ha sido mi princesa, y yo el caballero capaz de cumplir cada uno de sus caprichos.—¡Papi, dice mami que has estado muy enfermo! —se sube a la cama, no tarda en abrazarme—. Tranquilo, ya vine a cuidarte.Deja pequeños besos en mi rostro, el corazón me late rápido, intento controlar el n
Edmond.El elevador se detiene en el séptimo piso, las puertas de metal se abren dando paso a una de las mejores suites del hotel. Avanzo hacia el salón, los muebles de color blanco relucen sobre el piso de mármol negro pulido. El aroma a lavanda y rosas inunda el área; una botella de vino espumoso blanco yace en la hielera, la copa a medio beber indica que no me esperaba.—Me sorprende verte aquí —dice a mis espaldas—; más a estas horas.—Necesitamos hablar, Karine.Ella pasa por mi lado, porta una fragancia suave, dulce, con notas especiadas; la conozco bien, es una de mis creaciones, una especialmente para ella, lleva su nombre. Toma asiento, e indica con un movimiento de mano que haga lo mismo. No le incomoda quedar frente a mí con ese camisón rojo tan revelador donde resaltan al descaro sus pechos.—De la forma en que me miras diría que en realidad has venido porque me extrañas.—No te equivoques, es por mi hija que estoy aquí.—¿Pidió verme? —No, fui ver al mayordomo del abuelo
Simone.Busco el cepillo rosa con el que siempre peino a Éline en su cajonera, sin embargo, no está, parece haberse esfumado. No lo entiendo, anoche antes de que durmiera lo coloqué aquí. Ella me observa a través del espejo, el cabello negro es una maraña de ondas que pide a gritos que alguien lo calme. Tomo otro cepillo diferente, ella frunce el ceño al ver que no es su preferido.—Parece que al hada de los dientes le hizo falta tu cepillo —sonríe.—¿Me dejó alguna moneda?—Creo que se le olvidó —hace un puchero—. Tranquila, cuando la vea le exigiré tu pago.—¿Puedes hablar con ella? —noto la emoción en sus palabras.—Tal vez.—Si es así, le podrías pedir un deseo de mi parte.—¿Un deseo? ¿Cuál sería?Ella gira su rostro para mirarme completamente, seria suspira como si las palabras le salieran del fondo del alma.—Pediría que tú fueras mi verdadera madre. De esta manera nadie tendría que regresar y nadie tendría que irse.Un nudo se hace en mi garganta, parte de la conversación que