Edmond. Llego a casa pasada las dos de la madrugada, estoy ebrio, mi estómago arde, una punzada de dolor incomoda mis sienes. Voy camino a la cocina, al entrar tropiezo con el banquillo que Éline utiliza para alcanzar la encimera, hago un buen estruendo y de paso me lastimo el tobillo «¿Quién carajos dejó esta mierda aquí?» Pateo el maldito banco, voy a la nevera por un poco de agua cuando percibo un aroma familiar. En una cacerola hay sopa de pollo y yerbas, huele… exquisita, mi estómago gruñe. Sin pensarlo mucho la saco para calentarla; hacía mucho que no se me antojaba nada de comer, en realidad, hace mucho dejé de tener varios antojos, y el hecho de que haya rechazado a la mujer que trajo Jerome lo confirma. «He perdido mi toque»El caldo humeante golpea mi nariz, el rugido en el estómago exige que lo engulla. Es delicioso, la como con desespero, como si un hambre insaciable por este tipo de sazón hubiera renacido en mí. Termino el primer plato, voy directo a servirme otro, hecho
Edmond.Karine y yo nos casamos tres meses después de La fiesta del Jazmín; era pleno noviembre, el frío se instalaba en toda Grasse; tanto el ambiente exterior, como interior del templo, donde dijimos nuestros votos, se percibía gélido y no por el recién llegado invierno. Era su familia la que sonreía, era ella quien me mostraba a los medios como un trofeo. Nunca pude disimular la mueca de decepción conmigo mismo que esa unión causó. Fue un maldito error haberla tomado aquella noche en pleno festival; apenas recuerdo lo sucedido, solo tengo su testimonio de que le hice el amor y luego le pedí matrimonio. Dos meses después intenté echar el compromiso atrás, pero mi sorpresa fue rotunda cuando ella mostró un test de embarazo y luego un ultrasonido, llevaba a Éline en su vientre, haciendo que los preparativos de la ceremonia que iba a cancelar se aceleraran. La luna de miel fue corta, sus malestares debido a la gestación no nos permitieron disfrutar nada, para aquella época me esforcé
Edmond.Comienza a abrazarme dándole paso a un llanto cargado de dolor. Sus manos se aferran a mi saco, huele a ese perfume cítrico que tanto le gustaba, no ha cambiado nada, es por eso que no me trago lo que dice, aunque haya atisbos de verdad en su historia; mi abuelo la detestaba a ella y a su familia; se opuso al compromiso aunque después tuvo que aceptarlo debido al embarazo.—Créeme, por favor —continúa—. Todo lo hice por amor a mi familia, por no perjudicarlos a ustedes también con tal escándalo.—¿Por qué no regresaste cuando murió? —pregunto, ella queda en silencio mientras vuelve a acomodarse.—Porque vi que habías rehecho tu vida, primero con la actriz; y luego con esa perfumista que no sé de dónde salió. —No te creo, Karine.—Pregúntale a tu padre, Oscar debe saber algo al respecto; por favor, lo que más deseo en esta vida es ser tu mujer otra vez, dormir entre tus brazos, que me hagas el amor, Edmond —se aproxima buscando mis labios, pero la aparto—. Piensa en Éline, es
Simone.Las hebras negras y sedosas se juntan en mis dedos mientras peino su coleta con caricias, ella hace los deberes, yo superviso cada paso, corrigiendo errores si es necesario y exigiendo una mejor caligrafía. Hago el trabajo de la madre por contrato que soy, sin embargo, no es la firma en papel lo que me mantiene unida a ella; es la necesidad que tengo de sentirla cerca, de escuchar su vocecita caprichosa, de ver cómo sonríe cada vez que me mira. El alivio recorre mi pecho, no sabía cuánta falta me hacía pasar tiempo con ella. Aún no me perdona, pero su trato cada día es más cariñoso; aunque intente demostrar que sigue enojada. Tiene el carácter áspero igual que el padre; el cual se ha dedicado a evitarme fingiendo que no existo. No lo puedo negar, el rechazo duele, es merecido, lo sé; pero la indiferencia detrás de sus iris dorados me taladra el pecho. Él ha olvidado todo lo que vivimos, yo tendré que enterrarlo en mi memoria, la prioridad tiene que ser la pequeña que tengo al
Simone.Se pone de pie de inmediato y viene directo a mí, detalla mi rostro, da dos pasos atrás, y pone la mano en su pecho quedando petrificada como si hubiera visto un fantasma. —¿Está todo bi…?—¿Qué haces aquí? —interrumpe—. ¿Cómo es qué…? ¿Cómo es…?—Soy la madre por contrato de Éline —respondo pues ella no parece encontrar las palabras—. ¿Nos conocemos?Vuelve a mirarme extrañada, pasa las manos por su rostro, y relaja su postura.—No, nunca te había visto en la vida —el tono ahora es cortante, y en su mirada yace un filo calculador—. Me sorprendí porque no pensé que Edmond se hubiese atrevido a traer a una mujer tan corriente como madre Éline.—Y yo nunca creí que una mujer de alta cuna se atreviera a abandonar a su hija.Alza la barbilla, el comentario molesta, pero no lo puedo evitar, hay algo en ella que me hace sentir amenazada, todo mi cuerpo está a la defensiva, el nerviosismo se ha extinguido, siento que tengo que atacarla, que no puedo dejar que se aproxime a mí o a Él
Edmond.Dos mujeres he metido de alleno en mi vida; a las dos le propuse matrimonio, y las dos, en diferentes circunstancias me abandonaron; para luego regresar; juntándose en el mismo período de tiempo donde tengo que elegir entre una o la otra. «A veces me cuestiono si hay algo que elegir» La primera es la madre de mi hija, la segunda la sustituta que me dañó más que nadie. Karine es de doble cara, ambiciosa, y oportunista; pero si algo dejó claro en los años que estuvimos juntos era que sí me quería; en cambio, Simone, no dudó a la hora de confirmar que nunca sintió nada por mí. Sus palabras todavía repercuten en mis pensamientos en cada noche de insomnio. No sé qué jugarreta sucia quiera hacerme la vida, pero en estos momentos debo dejar de pensar en mí, es Éline quien importa.Ayudo a mi exesposa a ponerse de pie, tiene el vestido embarrado de la infusión, el aroma del té negro envuelve el ambiente. Los sollozos se volvieron pequeños quejidos lastimeros; mira su mano izquierda en
Edmond.La brisa nocturna se siente húmeda, el olor a lluvia avasalla mi nariz, parece que se aproxima una tormenta. Conduje por varias horas hasta llegar a la propiedad privada donde vivía Edward Arnaud. El lugar se ve tan lúgubre como el clima, la mansión de piedra negra resalta como un monstruo antiguo que quedó varado en el tiempo. Siempre he odiado este sitio, me recuerda la crudeza de mi apellido, y las reglas bajo las que nos regíamos cuando mi abuelo era la cabeza de la familia. Toco la puerta de madera oscura y pulida, no tardan en abrir, sabían de mi visita. —Señor Edmond, que honor tenerlo por aquí.El mayordomo realiza la reverencia con lentitud y se hace aún lado para que pase. Las canas adornan su pelo; las arrugas manchadas delatan que él hace un complemento perfecto con el lugar. Su espalda luce un poco encorvada, y me cuestiono su nivel de devoción hacia este sitio pues decidió quedarse para mantenerlo en pie aún después de la muerte de su patrón. —Preparé la sala n
Simone.Contengo el llanto al borde de mis ojos, el pecho me aprieta el alma donde reluce una tristeza inmensa. «No sé para qué volví» Si todo es mucho peor que antes. El coraje que sentí esta tarde frente a la exesposa de Edmond se ha esfumado, es una pena interna la que me lastima, y no soy la única, pues Éline no ha sonreído más, no desea hablar del tema, y él… él está peor que nunca. Yace en su cama bañado en sudor con compresas de agua fría sobre la frente y pecho. Se desmayó hace dos horas, sentí el estruendo a mis espaldas cuando salía corriendo. Regresé por él, lo ayudé a llegar a su habitación donde se volvió a desplomar; aún así siguió rechazándome, pero hice caso omiso; curé su herida; y ahora espero que baje la fiebre que le está consumiendo los sentidos. No sé qué tanto hay dentro de esa mente, qué tanto rencor guarda; pero estoy segura de que una gran pena aqueja el subconsciente de Edmond. Sus piernas presentan un leve temblor, las manos hacen gestos involuntarios; mue