Edmond.Hemos bebido una botella y media del vino más caro que hay en el hotel. Su perfume se ha tomado la habitación completa, es un Musk de mi última colección. Llevo la noche entera cargando su egocentrismo de halagos, ella ha dejado claro como quiere que termine la velada; lo que no tiene en cuenta es que no estoy aquí para follarla como un salvaje como sugiere sino para llegar al fondo del asco de persona que en realidad es. No sospecha que la estoy grabando.—El imbésil nunca supo que fui yo quien mandó a arruinar su plantación de rosas y claveles, así quité su apellido de la competencia en la producción de perfumes.—Oh, Edmond —ella se carcajea—. Nunca imaginé que estuvieras detrás de la caída de los Morin, eres un diablo.—Ya te digo, soy capaz de hacer lo que sea por eliminar lo que me estorba; ellos eran mi competencia en la ciudad.Miento, acabo de utilizar un dato real del que fui acusado en el pasado; todo para endulzarla, que sienta que puede confiar en mí.—Ya veo porq
Simone.Amanezco en los brazos de Edmond, su calor, su aroma hacen que el día comience como no esperaba. No lo sentí llegar esta madrugada, pensé que pasaría otro día en la convención; sin embargo, aquí está aferrado a mí como si fuera su posesión más valiosa en esta tierra. No pasa desapercibido su aspecto, las ojeras se le marcan debajo de los párpados, se ve trasnochado; además de oler ligeramente a alcohol y a un perfume dulce, femenino. Quito las ideas absurdas de mi mente, intento levantarme, pero su agarre no me lo permite; me pega más a él, en un acto de inconsciencia besa mi frente. —Buenos días, amor —susurra él.—Hola —beso la comisura de sus labios—. No te esperaba.—Tuve que adelantar el viaje —él se incorpora—. Tenemos que hablar, Simone.Lo que parecía el inicio de un día mejor de los que he llevado últimamente, se convierte en gris y sombrío; es como si una tormenta cargada de rayos, centellas y torbellinos se formara en mi mente. Me cuesta asimilar todo lo que ha hec
Simone.Cinco meses después.Limpio las manos arrugadas, manchadas por el tiempo, pálidas por la falta de sol, de vida. Hidrato la piel con su fragancia corporal preferida; coco y vainilla, decía que así se sentía como si estuviera en el Caribe, siempre quiso visitar una de sus islas paradisíacas, deseo que quedó en un sueño mortífero así como ella. Ya no le hablo con frecuencia, no tengo mucho que contar, a veces creo que su silencio me juzga por lo que hice. Tal vez me hubiera regañado y obligado a regresar. Mis dedos tiemblan de solo pensar en lo ocurrido, en mi salida desesperada, en la mirada llena de decepción.La puerta se abre, la señora Delphine asoma con una delicada sonrisa. Supongo que tenga nuevas tareas para mandarme a hacer. He vivido todos estos meses en el asilo, trabajo gratis por un techo, comida y tranquilidad; me he aislado del mundo y considero que no tendría con qué pagar tanta amabilidad y condescendencia. Estos meses han sido difíciles, he intentado olvidar, s
Simone.—Éline, cariño, no vas a saludar a tu mami —dice Agatha suavemente.«Mami…» La palabra hace que mi interior se estremezca, la culpa hace más presión en mi conciencia; me siento el peor ser del mundo. Ella sale detrás de su abuela, está un poco más alta y delgada. Cuando sus ojos dorados chocan con los míos siento que el mundo deja de girar.—¿Es para mí? —pregunta señalando la rosa.—Claro, cariño es tuya —se la ofrezco y ella se acerca a tomarla.—¿Sabías que venía? Abue me dijo que has estado muy enferma, que por eso te fuiste —juega con la flor entre las manos—. No te perdono, aún estoy molesta —sus palabras son como cuchillas contra mi pecho—. Pero si me das un abrazo y vuelves conmigo y con papi puede prometo que me olvidaré de todo.La superioridad con la que habla hace recordarlo a él, a esa forma sin filtro con la que exige lo que quiere. No puedo hacer más que abrir mis brazos para estrecharla entre ellos. Ella no lo devuelve, se deja abrazar. Cierro mis ojos percibie
Edmond.La pantalla de mi celular se ilumina con el mensaje que envía mi madre, “Ya estamos en casa”, son más de las 8 de la noche. Mi hija cenará sola, otra vez. Recuesto la espalda por completo en la silla, miro al techo de concreto blanco dejando que la lámpara encandile mis ojos; «estoy cansado» Necesito comer, darme un baño, rasurar mi rostro, dormir más de tres horas. Necesito muchas cosas, y entre ellas niego la que más creo necesitar. Vuelve a sonar el móvil, otro mensaje, alzo la mano y lo leo; “¿No preguntarás cómo fue todo?” «No necesito preguntar lo que ya sé, madre»La ignoro, no quiero saber nada de ese tema, no quiero saber nada de ella. Me pongo de pie, tomo mi saco, arreglo un poco el cabello para luego salir de la oficina. El tráfico está terrible, el cielo gris, pequeñas gotas de lluvia se pegan el cristal del parabrisas. Demoro más de lo planeado en llegar al restaurante, él espera en el reservado. Sonríe, hace una seña para que tome asiento, y llama al camarero p
Edmond. Llego a casa pasada las dos de la madrugada, estoy ebrio, mi estómago arde, una punzada de dolor incomoda mis sienes. Voy camino a la cocina, al entrar tropiezo con el banquillo que Éline utiliza para alcanzar la encimera, hago un buen estruendo y de paso me lastimo el tobillo «¿Quién carajos dejó esta mierda aquí?» Pateo el maldito banco, voy a la nevera por un poco de agua cuando percibo un aroma familiar. En una cacerola hay sopa de pollo y yerbas, huele… exquisita, mi estómago gruñe. Sin pensarlo mucho la saco para calentarla; hacía mucho que no se me antojaba nada de comer, en realidad, hace mucho dejé de tener varios antojos, y el hecho de que haya rechazado a la mujer que trajo Jerome lo confirma. «He perdido mi toque»El caldo humeante golpea mi nariz, el rugido en el estómago exige que lo engulla. Es delicioso, la como con desespero, como si un hambre insaciable por este tipo de sazón hubiera renacido en mí. Termino el primer plato, voy directo a servirme otro, hecho
Edmond.Karine y yo nos casamos tres meses después de La fiesta del Jazmín; era pleno noviembre, el frío se instalaba en toda Grasse; tanto el ambiente exterior, como interior del templo, donde dijimos nuestros votos, se percibía gélido y no por el recién llegado invierno. Era su familia la que sonreía, era ella quien me mostraba a los medios como un trofeo. Nunca pude disimular la mueca de decepción conmigo mismo que esa unión causó. Fue un maldito error haberla tomado aquella noche en pleno festival; apenas recuerdo lo sucedido, solo tengo su testimonio de que le hice el amor y luego le pedí matrimonio. Dos meses después intenté echar el compromiso atrás, pero mi sorpresa fue rotunda cuando ella mostró un test de embarazo y luego un ultrasonido, llevaba a Éline en su vientre, haciendo que los preparativos de la ceremonia que iba a cancelar se aceleraran. La luna de miel fue corta, sus malestares debido a la gestación no nos permitieron disfrutar nada, para aquella época me esforcé
Edmond.Comienza a abrazarme dándole paso a un llanto cargado de dolor. Sus manos se aferran a mi saco, huele a ese perfume cítrico que tanto le gustaba, no ha cambiado nada, es por eso que no me trago lo que dice, aunque haya atisbos de verdad en su historia; mi abuelo la detestaba a ella y a su familia; se opuso al compromiso aunque después tuvo que aceptarlo debido al embarazo.—Créeme, por favor —continúa—. Todo lo hice por amor a mi familia, por no perjudicarlos a ustedes también con tal escándalo.—¿Por qué no regresaste cuando murió? —pregunto, ella queda en silencio mientras vuelve a acomodarse.—Porque vi que habías rehecho tu vida, primero con la actriz; y luego con esa perfumista que no sé de dónde salió. —No te creo, Karine.—Pregúntale a tu padre, Oscar debe saber algo al respecto; por favor, lo que más deseo en esta vida es ser tu mujer otra vez, dormir entre tus brazos, que me hagas el amor, Edmond —se aproxima buscando mis labios, pero la aparto—. Piensa en Éline, es