Reglas perdidas

LUCIANA

—Pues no es lo que necesito.

—¿Y qué es lo que necesitas Luciana?... Dime, yo puedo dartelo.

—No, gracias.

Se que esto es la guerra y yo misma la estoy declarando, sin embargo, me doy tregua yo solita cuando tengo que huir del encierro de los brazos de Leónidas, salgo corriendo de la sala de reuniones y puedo escuchar su risa irónica, yo no entiendo qué le pasa a ese señor, si tanto me odia y me ha dicho que no se va acostar conmigo, para que diablos me hace esto.

—¡Estoy loca! no puedo pensar como si me interesara, osea a mí no me interesa, es decir, no de esa manera, el no me interesa, el amor no es para mí, y el amor viene con pasión, Dios mío sus besos.

Me espanto cuando me descubro mordiendo mis labios, reviviendo la calidez de su boca sobre la mía pero basta, me regaño y casi saltó cuando Soraya, una de mis peores compañeras de trabajo me mira como si no me conociera, respiro muy hondo cuando me pregunta que me sucede y le voy a responder de mala gana hasta que escu
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