Capítulo 3

No les llevo mucho tiempo a los hermanos Zhao, comenzar con sus negocios y que estos rindieran frutos, con el paso de los meses y a medida que abrían sus clubs de defensa personal, Takashi sintió que debía independizarse, aunque ya una vez lo había intentado, cuando apenas tenía 18 años, claro que no funciono, pues este reconocido asesino no sabía hacer casi nada, de lo que una persona normal, debería saber, fue por ello, que apenas observo que algo raro sucedía entre la niñera y su hermano Yaozu, tomo la decisión de comprar un departamento, y coloco un anuncio, se busca empleada para tareas domésticas, sin retiro, buena paga y así la conoció.

— Bien Mia Ferrante ¿verdad? — Takashi observaba la figura frente a él, y cotejaba la información en la documentación que la joven le había dado.

— Así es. — respondió de forma distraída la rubia, mientras observaba el bello departamento, aunque escaso de muebles, menos trabajo para ella, pensó la rubia.

— Son reales. — murmuro distraído Takashi, inspeccionando con detenimiento la documentación.

— Sí que lo son. — rebatió con molestia Mia. — ¿Piensa que soy una exreclusa, asesina o algo? — Takashi no pudo evitar reír a lo dicho.

— Todo lo contrario, eres muy… pequeñita, no pareces ser mayor de edad, solo eso… ¿podrás ocuparte de mí departamento? — Mia bufo molesta, no era la primera vez que alguien se burlaba por su altura.

— Soy muy capaz señor, le propongo un trato, déjeme quedarme una semana, si luego no queda satisfecho con mi desempeño, solo me corre, sin pago alguno.

Le tomó la palabra y ese fue su error, Mia era… el caos, pequeña de altura, con abundante cabello y pecas… aún más llamativas que su escultural cuerpo, le costaba concentrarse cuando la veía ir y venir de un lado a otro, un torbellino rubio, tan dorado como el mismo sol, que limpiaba todo a su paso y con gran maestría y lo que comenzó como una prueba de una semana, se extendió, por dos años, y a cada día Takashi prestaba más atención a su empleada.

Hasta que un día ya no la pudo ignorar más, se suponía que Mia no estaría en el departamento, era la semana de vacaciones, en la cual Takashi viajaba a las tierras del tigre blanco, convivía con su familia y ella debería de hacer lo mismo, pero el oriental no estaba de humor para asistir a la reunión familiar, pues el traidor de Yaozu daría la maravillosa noticia de que seria padre una vez más, peor aún, se casaría con la niñera, fantástico, se dijo el castaño, se alegraba por su hermano, pero sabía que eso solo ocasionaría que Huang y Renzo, preguntarán cuando le daría un nieto, ¡por favor! Ni siquiera tenía novia, ninguna mujer le llamaba tanto la atención como para tal compromiso, excepto…, no, se lo repitió por billonésima vez, Mia era algo prohibido, intuía que no era amor lo que sentía por esa joven, más se asemejaba a la obsesión, ¿y como estaba seguro de ello? Fácil, había colocado un rastreador en su maleta, ¡eso no era normal! Menos de un jefe a una empleada, pero, ya no toleraba que Mia no le dijera donde vivían sus padres o mejor aún, donde podía localizarla si necesitaba algo en esa semana de vacaciones, como por ejemplo, verla, malditamente estaba obsesionado, se rendía a esa idea no por gusto, sino por las pruebas, pues ya había sucedido en esos dos años que por uno u otro motivo, él se había retrasado en regresar a casa, y cuando al fin llegaba, ella estaba durmiendo, su humor cambiaba tan drásticamente por solo no verla al llegar, que sentía ganas de asesinar, verdaderas ganas de destripar a alguien, hasta que a mitad de la noche, no lo soportaba más e iba a su habitación y la veía dormir, tan bella, tan única, tan brillante, era su sol, solo de él, si, definitivamente estaba obsesionado, solo eso explicaba que regresara a su departamento con toda la intención de chequear el rastreador e ir por ella, quizás y aun no tomaba el avión, o tren, o bus, malditamente odiaba no saber dónde encontrarla, cuanto tardaría para ver sus ojos color miel…

— ¡Dios mío! — el grito de Mia debió de asustarlo, distraerlo o sorprenderlo, sin embargo, Takashi se sentía en el mismo paraíso, no solo por ver a su empleada nuevamente, luego de tres agónicas horas, en las que pensó que pasaría una semana sin verla, más bien era la ensoñación de verla con su bata de baño, con su cabello húmedo, con pequeñas gotas trazando líneas que a él le gustaría recorrer con la lengua entre sus maravillosos y blanquecinos pechos. — Yo le puedo explicar. — comenzó a decir la joven mientras ajustaba la bata, y Takashi sonrió con malicia.

— Claro que sí, explícame, Mia, soy todo oídos. — sacando fuerza de voluntad que no sabía que poseía, se sentó en el borde de su cama, porque si, la pequeña empleada estaba en su habitación y Takashi se dijo que arrojarla a su cama y lamerla cual paleta, solo asustaría a Mia.

— Bueno… claramente no le diré que me equivoque de habitación, cuando conozco mejor este lugar que usted. — Takashi elevo una ceja, ya se había percatado que cuando Mia se enojaba o alteraba lo trataba de usted.

— Estoy totalmente de acuerdo contigo, no podrías equivocarte de habitación, eso solo nos deja en que… entraste adrede a mi cuarto, y no precisamente a limpiar, aunque no me molestaría si quieres limpiar en esas fachas de hoy en adelante. — Mia abrió sus ojos casi con espanto.

— Dios, las cosas que dice. — el castaño respiro con profundidad, evocando las largas horas de meditación en sus tierras, reuniendo todo de él para mantener la compostura, tal como lo hacía cuando acompañaba a sus primos y hermanos a reuniones de la mafia, salvo que ahora no se jugaba la vida de nadie, solo su destino, porque sabia que si saltaba sobre Mia… ya no había vuelta atrás. — Solo… solo use su hidromasaje, ¿sí? No es como que lo hago siempre, solo una que otra vez al mes, no se enoje, es que mi espalda duele horrores, cada vez que me toca ir a la tintorería por sus edredones y colchas, eso no sucedería si usted tuviera la precaución de follar a sus mujeres sobre las sábanas, ¿comprende? Son más fáciles y livianas para lavar. — hasta el momento todo le parecía divertido y muy caliente al oriental, hasta que noto como los ojos de Mia comenzaron a humedecerse, entonces, toda diversión se borró de su mirada.

— Mia. — la llamo con preocupación y poniéndose de pie.

— No fue mi intención ensuciar su bata, la llevare a la lavandería. — continúo diciendo la joven con la voz temblorosa, mientras se abrazaba a si misma y Takashi no lo resistió, y fue a su lado y la abrazo, disfrutando de su cercanía, pues a pesar de que vivían juntos y él buscaba mil formas de acercarse, Mia se las arreglaba para esquivarlo, por lo que sí, se podria decir que este era el primer contacto físico genuino que este par tenía.

— Deja de decir tonterías Mia. — Mia dejo de respirar, y no era solo por el abrazo de Takashi, era por la voz con la que le estaba hablando, una tan suave y cariñosa, una que Mia jamás había escuchado. — Solo te estaba molestando, no debes apenarte por esto, es más, puedes usar mi baño las veces que desees, y ya no debes preocuparte por las mantas.

— ¿Dejara de traer sus conquistas diarias? — pregunto solo por decir algo, pues de pronto sus manos picaban por abrazar a su jefe, pero se obligó a apretarse aún mas a ella misma, mientras Takashi… acariciaba su espalda con un lento va y ven.

— No, solo que las llevare yo. — y en el momento que lo dijo, queria golpearse, ¿como se supondría que se acercaría a nivel amoroso a Mia?, si decía y hacia esas estupideces ¿Qué rayos le pasaba?

— Sí, es lo mínimo que debe hacer, o hacerse responsable de pagar una sesión de masaje por mes para su pobre empleada.

La perdió y no solo la oportunidad de hacer de ese encuentro algo especial y único, perdió la sensación de Mia entre sus brazos, pues gracias a su gran bocotá, la joven se liberó de su agarré y se marchó.

— Lo arruine. — se dijo cuando se vio solo en su cuarto. — Que gran idiota.

Y mientras Takashi se lamentaba, Mia corría medio desnuda a su habitación, con el corazón latiendo a mil por segundo, y los ojos ardiendo por las ganas de llorar que tenia, Takashi nunca la vería como una mujer, para él, ella solo era la empleada, que limpiaba su hogar.

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