Barbara se sintió aliviada cuando la reunión terminó. Había sido una tortura estar frente a Nathan, el hombre que le había roto el corazón ocho años atrás. Las manos le temblaban y tenía ganas de llorar porque con unas palabras él la hizo dudar de lo ocurrido en el pasado. Nathan negó haber recibido dinero de Tamara para abandonarla, y no tenía modo de saber si eso era cierto porque su madre había muerto y no podría confrontarla para saber la verdad. Aunque en ese momento, sabiendo lo que sabía sobre el comportamiento de su madre, sabía que era posible que Nathan dijera la verdad. Lo peor de todo es nunca sabría con certeza lo ocurrido. Por otra parte, según la versión de su exnovio ella tenía la culpa de su ruptura y la acusaba de haberlo abandonado. « No tenía caso de que me pagara después de que tú decidieras, al final del verano, que no era lo suficientemente bueno para ti.» le había dicho Nathan con rencor. No entendía que quiso decir con eso, pero en ese momento él estaba tan
Bárbara abrió los ojos con una lentitud que reflejaba el peso de la incertidumbre. La oficina le pareció ajena y desconcertante, pero lo que más le impactó fue la mirada de Nathan. En sus ojos, vio un torbellino de emociones: miedo, preocupación y un atisbo de rabia. Se incorporó con cuidado, pero una ola de mareo la zarandeó. Para evitar caer, posó la cabeza sobre las rodillas, mientras un grito silencioso resonaba en su mente. ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo! Una y otra vez.La última imagen que tenía era la de un niño con ojos idénticos a los suyos. Un niño que se llamaba Gabriel y que tenía la misma edad que su hijo fallecido. Un niño que debía ser su hijo.Las palabras se deslizaron de sus labios en un torrente de dolor y confusión. —Mi madre me mintió, Nathan. Me dijo que mi hijo había muerto, que no podía verlo ni abrazarlo. Me dijo que tenía que seguir adelante y olvidarme de todo. Y yo... yo solo quería morirme para estar con mi hijo —explicó Bárbara con voz entrecortada, dejando a
Ava estaba inquieta, su preocupación por Bárbara se reflejaba en cada llamada sin respuesta y en cada mensaje sin contestar. Había intentado comunicarse durante todo el día, pero el silencio del otro lado del teléfono la llenaba de ansiedad. Incluso en la oficina de Bárbara, el eco de su ausencia resonaba con inquietante claridad. Su asistente había confirmado que no había aparecido, a pesar de haber prometido llegar más tarde. Cuando Ethan entró en la casa, la encontró dando vueltas en el salón, el teléfono en su mano como si pudiera conjurar una respuesta de él. —¡Ethan! Qué bueno que llegaste —exclamó Ava con un atisbo de alivio, aunque su rostro seguía ensombrecido por la preocupación. —¿Qué ocurre? ¿Les pasó algo a los niños? —No, los niños están bien, están con Ivette y la instructora de natación en la piscina. La clase está por terminar, pero no he logrado comunicarme con Bárbara en todo el día. No contesta el teléfono y no fue a trabajar. También llamé a Henry y no sabe nad
Nathaniel estaba cómodamente instalado en el sofá del salón familiar, disfrutando de una película junto a Gabriel. Había sido un día agotador, además de su encuentro con Bárbara, al regresar al trabajo se encontró con Sam en un estado de furia incontrolable. La razón tras ese enojo descomunal resultó ser otra de las travesuras de Gabriel: una inocente rana colocada estratégicamente en el cajón del escritorio de Sam.Si eso hubiese sido el final del asunto, todo habría quedado en una anécdota graciosa. Sin embargo, su prometida tenía un miedo irracional a las ranas.La pobre rana, al ser liberada de su confinamiento, terminó saltando y aterrizando en el voluminoso pecho de Sam. La reacción de esta fue épica: se tornó histérica y salió disparada de la oficina, vociferando a todo pulmón. En su afán por librarse del pequeño anfibio, corrió hasta el estacionamiento saltando para hacerlo caer. Llegó a un extremo tan cómico que incluso atrajo la atención de un transeúnte que no pudo evitar
Nathan se debatía entre decir la verdad o mentirle a Gabriel. Siempre le había dicho a su hijo que nunca le mentiría, que siempre le diría la verdad, por más dura que fuera. Pero ahora estaba tentado a romper su promesa.No estaba preparado para compartir a su hijo con Bárbara, la había odiado tanto tiempo pensando que le había sido infiel que era difícil aceptar la historia de que ella había sido una víctima de su madre, más cuando ella había vuelto de manera casual y repentina.Nathan no quería tener que verla con tanta frecuencia, no deseaba tener que lidiar con sus sentimientos encontrados. Pero cuando vio los ojos de su hijo, llenos de esperanza y curiosidad, se dio cuenta de que no podía engañarlo y de que tenía que decirle la verdad.Se acercó a Gabriel y se arrodilló frente a él, tomándolo de las manos. No sabía por dónde empezar, cómo explicarle lo inexplicable. Su hijo no era tonto, no se tragaría un cuento inventado.—Sí, hijo, Bárbara es tu mamá... —empezó a decir Nathan c
Nathan botó el aire que tenía contenido y elevó sus ojos al cielo como pidiendo paciencia. —¿Qué le dijiste a Gabriel, Ethan? —preguntó Bárbara con los dientes apretados, furiosa por la intromisión de su hermano. —Vine a exigirle a Nathaniel que se casara contigo de inmediato y que te dejara ser parte de la vida de tu hijo. ¿Qué mejor forma de hacerlo que casándose contigo? Si mamá no se hubiese empeñado en separarlos en este momento serían una familia, ¿o no? —respondió Ethan con voz desafiante, convencido de que tenía razón. —Tienes la delicadeza de un toro en una cristalería, mi amor —señaló Ava con ironía, divertida por la ocurrencia de su esposo —¿Estás molesta con el tío Ethan, mamá? ¿No quieres casarte con papá? —preguntó Gabriel con los ojos llenos de tristeza. Bárbara sintió un dolor en el pecho al ver la expresión de su hijo. Le enfurecía que Ethan lo hubiese ilusionado con la idea de tener una familia completa. No tenía el corazón de decirle que prefería casarse con Ja
Nathan estaba muy cansado después de que Bárbara y su familia se marcharan. Había tenido un día difícil para después tener que lidiar con un niño eufórico que no paraba de saltar y corretear por toda la casa, gritando que al fin tenía una mamá. Su felicidad también se debía a que Bárbara se quedaría con ellos el próximo mes, algo que a Nathan no le hacía ninguna gracia.No entendía cómo había caído en la trampa de los Anderson, porque estaba seguro de que había gato encerrado detrás de todo. Primero Ethan le había soltado la bomba de que se casara con Bárbara y luego Bárbara le había anunciado que se mudaría a su casa. ¡Su casa! Como si él no tuviera voz ni voto en el asunto.Y en cierta medida no la tenía, porque Gabriel se había puesto tan contento al escuchar la noticia que había abrazado a su madre y le había dado las gracias por mudarse con ellos, como si fuera el mejor regalo del mundo. Nathan no había podido negarse ante la ilusión de su hijo, pero tampoco había podido ocultar
Sam tuvo un esguince de tobillo por lo que tuvieron que ponerle un yeso que tendría que usar durante cuatro semanas. —¡Oh, Dios mío! ¿Cómo iré a hacer sola en mi casa, sin poder moverme con esta cosa en el pie? —lloró con un plan en mente. No podía dejar a Nathan solo con la casa con esa mujer, ella podía seducirlo y quedarse con él. Tenía la ventaja del mocoso y no podía permitir que ganara terreno. —No te preocupes, Sam, contrataré una enfermera para que te cuide. —Eso está muy bien, pero no me dejes sola en casa, me volveré loca si debo estar un mes metida entre esas cuatro paredes, además sabes que vivo en un segundo piso y en mi edificio no hay ascensor. —Te ayudaré a subir. —No, Nathan, llévame contigo a tu casa, estamos comprometidos y nadie lo verá mal. Gabriel no tendrá un mal ejemplo, sino uno maravilloso al ver como su padre cuida de su mujer. —No creo que sea buena idea con Bárbara en la casa, no quiero que se la pasen como perros y gatos delante del niño. —¿Piensa d