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La dulce esposa del  CEO militar
La dulce esposa del CEO militar
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. El legado del abuelo

“Justin debes regresar a tu casa, tu abuelo ha muerto” escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea.

—¿Qué estás diciendo? ¿Cómo fue? ¿Cuándo? —preguntó con incredulidad.

“Lo que has escuchado, necesitamos que vengas a la brevedad posible, y aquí te cuento cómo ocurrió”.

Por un momento el hombre se quedó en silencio, tratando de procesar las palabras de su madre, cuando lo hizo, no pudo evitar sentir su cuerpo temblar, un sollozo salió de su garganta y aunque deseaba controlarse no podía.

Se levantó y le lanzó un par de golpes a la pared, ni siquiera sintió el dolor en su mano, porque el dolor de su alma era más fuerte, más profundo. Tuvo la sensación de que la tierra cedía debajo de sus pies y que todo se derrumbaba.

Habían pasado unos meses desde la última vez que se vieron y ahora no tendrían la oportunidad de volverse a ver.

Ni siquiera supo cómo se despidió, si la llamada la cortó su madre o él, solo recordaba haberse despedido de quien había sido su jefe por siete años y de su familia, y ahora, después de quince horas de vuelo, estaba aterrizando en la ciudad de Nueva York.

Justin había tenido siempre una relación muy especial con su abuelo y le costaba creer esa terrible noticia, estaba ansioso por verlo, aunque sea una última vez, decirle tantas cosas, así no recibiera respuesta. 

Llegó a la casa, y vio muchos autos estacionados, se sorprendió porque pensó que el funeral sería en la funeraria, pero por lo que estaba viendo estaba siendo velado en la mansión.

Entró y se quedó estático cuando vio a la familia reunida, sus padres, hermanos, tíos, primos, todos vestidos de negro, pero no había ningún ataúd.

Cuando su madre lo vio se levantó para saludarlo.

—Hijo, llegaste, ya el abogado viene en camino para leer el testamento.

—¿El testamento? ¿De qué están hablando? Mi abuelo no tiene, sino unas pocas horas que murió y ya están leyendo su testamento… ¿Es tanto su ambición que no pueden esperar el tiempo de duelo para leerlo? —expresó furioso, comprobando una vez más las razones por las cuales se había alejado de todos ellos.

Se hizo un silencio sepulcral, si en ese instante a alguien le hubiese dado por lanzar un alfiler al piso, habría resonado en toda la casa, por un momento frunció el ceño, no entendía esa actitud de todos, hasta que fue su hermano mayor quien habló.

—El nieto preferido llega a casa, pero tarde… ¡Qué triste! —dijo en tono sardónico—, permíteme informarte qué… —sus palabras fueron interrumpidas por su madre.

—¡Ya basta, Jan! Déjame que sea yo quien se lo diga —dijo su madre, pero su hermano no se detuvo ante su petición.

—La verdad es que el abuelo murió hace ocho días y si te llamamos para que vinieras ahora, es porque ayer el abogado dio un ultimátum que el testamento no iba a ser leído, si no estabas presente, pero de lo contrario no te habríamos avisado nunca, esa es la verdad.

Justin sintió la rabia hervir dentro de él como una peligrosa olla de presión, apretó los puños a un lado de su cuerpo para evitar propinarle el puñetazo que se merecía el idiota de su hermano, en ese momento lo odiaba más que nunca a todos, ¿Cómo habían podido ser capaz de no avisarle de la muerte de su abuelo para despedirlo en su último adiós?

Luchó contra el nudo, en la garganta que le impedía hablar, se aclaró la garganta, respiró profundo, hasta que finalmente salió su voz, fuerte e iracunda.

—¡Esto es inaceptable! —exclamó Justin, conteniendo apenas su furia—. ¿Cómo pudieron ocultarme la muerte de mi abuelo durante ocho días? ¿Qué clase de familia son ustedes? 

Sus ojos recorrieron a cada miembro presente, buscando respuestas que sabían que no le iban a dar.

Su madre bajó la mirada, incapaz de sostener la del joven. Justin notó el incómodo silencio que se había instalado en la habitación, interrumpido únicamente por su respiración agitada.

Justo en ese momento, el abogado llegó, rompiendo la tensión con su presencia. Era un hombre mayor, de aspecto serio y elegante. Caminó hacia el centro de la sala y miró a Justin con una expresión comprensiva.

—Señor Bellomo, bienvenido, mis más sinceras condolencias por la pérdida de su abuelo, me alegra que esté aquí, su familia informó que estaba en una misión en un lugar inhóspito y que no habían podido comunicarse con usted, pero su abuelo dejó clara las instrucciones, que sin su presencia no podía abrirse el testamento. Comprendo la situación desafortunada que le impidió estar en el sepelio de su abuelo —, Justin no dijo nada, porque no creía que de su boca pudiera salir algo bueno en ese momento—. Por favor, siéntese, comenzaremos la lectura del testamento.

Justin se dejó caer en una silla cercana, aun tratando de asimilar la noticia de la muerte de su abuelo y la falta de comunicación de su familia. Estaba lleno de resentimiento hacia ellos, pero también había una mezcla de tristeza y añoranza por el hombre que lo había criado y amado.

El abogado comenzó a leer el testamento en voz alta. Justin escuchaba atentamente, aunque su mente seguía revoloteando con preguntas y emociones contradictorias. 

Se mencionaron propiedades, inversiones y la empresa armamentística de la familia. Pero lo que más sorprendió a Justin fue lo que llegó a continuación.

—Nombro como heredero de mis bienes a mi nieto Justin Melquiades Bellomo, siempre y cuando cumpla las condiciones estipuladas en este documento —el abogado hizo una pausa y Justin levantó la mirada, observándolo con confusión—, debe casarse con la nieta de mi mejor amigo Aníbal Moreau, es una buena chica y sé que sabrá ganarse el corazón de mi nieto y alistarse en el ejército, ambos, por un período mínimo de cuatro años.

Justin abrió los ojos, sin evitar sorprenderse ¿Qué le pasaba a su abuelo? ¿Se había vuelto loco? ¿Cuántas veces le dijo que no quería seguir la costumbre familiar de ir a la milicia y que no le interesaba casarse?, se preguntó ¿Cómo podía su abuelo imponerle esas condiciones tan peculiares? Para convertirlo en heredero de su fortuna.

No pudo contenerse y se levantó de su asiento.

—Lo siento, pero renuncio a esa fortuna, no me interesa nada, porque ni quiero ir al ejército y mucho menos quiero casarme con alguien a quien ni siquiera le he visto la cara —dijo con firmeza caminando hacia la puerta, pero antes de poder cruzar el umbral el abogado lo detuvo.

—No se vaya, señor Bellomo, debe escuchar la última cláusula legal —articuló el abogado mirándolo fijamente.

Justin asintió, se giró de nuevo hacia él, aunque se mantuvo en pie, sin embargo, no podía concentrarse en sus palabras, su mente divagaba entre el dolor de la pérdida de su abuelo y el desconcierto por las condiciones impuestas.

—Si mi nieto se niega a cumplir las condiciones y a tomar posesión de la mayor parte de mi fortuna, esta se dividirá en partes iguales entre mis hijos y nietos, excluyendo a Justin. 

Al escuchar la última parte del testamento, todos sonrieron complacidos, estaban seguro de que Justin no se sometería a esas condiciones y por eso la enorme fortuna del anciano pasaría a todos ellos.

Justin sintió un nudo en el estómago mientras observaba a su familia sonriendo con satisfacción, no podía soportar la idea de verlos a todos, parecía una manada de lobos hambrientos, esperando ansiosamente la muerte del patriarca para repartirse su fortuna. 

No, él no lo permitiría, por mucho que no le gustara la idea, iba a honrar la memoria de su abuelo.

Volvió a sentarse, pasaron unos instantes de silencio incómodo hasta que finalmente habló y les hizo saber su decisión.

—Yo acepto las condiciones de mi abuelo. Me casaré y me alistaré en el ejército. Lo hago porque quiero honrar la memoria de mi abuelo, no por el dinero ni por la empresa. Quiero seguir su legado y me niego a que todos ustedes toquen un solo dólar de su fortuna. Cumpliré con sus condiciones, aunque sea lo último que haga.

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