Ivette RussellMiré el reloj con preocupación, por cuarta vez en menos de media hora.—El tiempo no avanzará más rápido, solo porque veas el reloj.—Ya casi se puso el sol, no entiendo porque aún no me llama.—Estoy seguro que cuando haya nuevas noticias, a la primera persona que llamará será a ti.—Dios, Jul. La espera me está matando.—Respira y se paciente. —Formó una línea con sus labios—. No puedo decirte que te calmes, porque estar en tu situación debe ser desesperante.—¿Y tus contactos aún no te han dado respuesta? —Arqueé las cejas.—Nada aún. Pero no...—¿Desespere? —Lo miré con cara de pocos amigos.Cuando el hombre se disponía a decir algo, su teléfono repicó.—¿Sí? —Contestó de inmediato.—¿Quién es? —Moví mis labios para que me entendiera.—Sí. Está aquí... —Continuó hablando, alternando la vista entre mi persona y los documentos que estaban esparcidos sobre la mesa.»—Déjame ver qué puedo hacer.Después de esa última línea, simplemente cortó la comunicación.—¿Qué pasa?
René ChapmanYa lo había decidido y no existe nada que me haga cambiar de opinión.—No precio seguiré en esto. Ni siquiera mi carrera política entera vale todo lo que pienses hacer.—Me haré responsable por todo.—No es el hecho de que te responsabilices. Es que es una locura. No puedes prender la ciudad en llamas solo por una niña.—¡No es solo una niña! —Elevé el tono de voz—. Es mi hija. Y si tengo que quemar esta y cuatro ciudades más, entonces lo haré. No me pidas que haga algo diferente, cuando le he prometido a su madre que la llevaría de regreso a sus brazos. En ese instante, uno de los hombres de Michael se acercó a nuestro pequeño y retirado circulo.—Sres. —Hizo un asentimiento —. Se ha detectado moviendo en la mansión Roa.El gobernador y yo nos miramos a la cara.—Envía a un par de hombres allí. Iré por mi cuenta, no te verás involucrado directamente, lo prometo —dije a la carrera, mientras Michael me entregaba las llaves un auto. Lo que, básicamente, había servido de c
René Chapman, época actual.Saludé a unas cuantas personas y esquivé tantas otras como pude, durante mi ascenso al último piso.Con mi abuelo enfermo y sus demandas tan abrumantes, lo último que necesitaba era perder el tiempo en pláticas sociales.—René. —Oí a mis espaldas que alguien me llamaba.—Abogado René o doctor, en su defecto —dije con detenimiento, observando a la mujer que me había interceptado a la entrada de mi despacho.—Disculpe, abogado. —Esta aclaró su garganta—. Verá, estoy aquí porque he investigado sobre el mejor abogado del país y es su nombre el que ha salido en el buscador.Mi rostro no se inmutó ni un sólo instante porque, aunque presuntuoso, ya estaba acostumbrado a este tipo de comentarios por parte de los demás.—No creo que ese haya sido el único motivo de su visita —la alenté a seguir hablando, mientras daba un rápido vistazo a mi reloj de bolsillo.Clásico y elegante.Podría usar un reloj de muñeca como todos los demás, pero yo no era parte del resto.—Ne
Ivette Russell, dos años atrás.—Oh, Srta. Por mucho será la novia más bonita de todas —dijo mi nana, quien, hasta ahora, era la única persona con la cual se me permitía seguir en contacto.—Por favor nana… —Bajé del pequeño estrado, tomando sus manos con ferviente desesperación—. Si hay alguien que puede ayudarme a librar este infierno, esa eres tú. No me dejes aquí, no dejes que me case con él.Las esquinas de los ojos de la anciana se contorsionaron por el pesar.—No me pidas eso, Ivette. No lo hagas, cuando sabes que no soy capaz de ayudarte. Ahora mismo sólo soy una vieja inservible para ti.—Entonces ven conmigo —propuse—. Salgamos de aquí y vayámonos lejos. Conseguiré un empleo y viviremos bien, nos mantendré a las dos.—Oh, mi niña. —Rio, dando un par de palmadas en mis manos—. La vida no es tan sencilla allá afuera, no con tiburones al acecho. Lo mejor será que aceptes tu destino.Y vaya destino de mierda.—Por favor, déjame sola —pedí—. Las maquilladoras vendrán en unos minu
René ChapmanEl papel con la dirección que me había dado Ivette Russell, ahora yacía arrugado entre mis dedos mientras libraba una guerra interna por si ingresar o no a la dirección que me había dado.Qué más da.Se trataba de una modesta pensión en los suburbios de la ciudad, con apenas dos pisos de altura.—Sr…—Iré sólo —corté a mi chofer, cuando quiso salir del vehículo para acompañarme—. Esto es algo que debo hacer solo —dije más bajito, sólo para mí.Marqué el paso en silencio, ignorando las miradas curiosas de los vecinos y cuando finalmente estuve de pie frente a su puerta, llamé a ella.Creo que la mujer me estuvo esperando todo este tiempo, pues, al segundo siguiente ya estaba frente a mí.—Tardó mucho.—Buenas tardes. —Hice una inclinación de cabeza.—Adelante —invitó, haciéndose a un lado.El cuartucho, aunque muy limpio, estaba desprovisto de comodidades y lujos.»—Lo invitaría a sentarse, pero como ya se habrá podido dar cuenta, no tengo muebles —Sonrió—. Así que, iré al
Ivette RussellTal y como lo aseguró, esa misma noche había un hombre en mi puerta.—¿Es usted la Sra. Ivette Roa?—Russell —corregí.—Debe acompañarme, el presidente la espera.Di un ligero asentimiento, colgando la pañalera en mi hombro y tomando a mi hija en brazos, quien yacía en un placido sueño desde hace un par de minutos.Debo reconocer que la propuesta de ese hombre me pareció un tanto descabellada, no obstante, era la única salida para todo este embrollo en el que me habían metido mis padres.Un hombre de traje negro y gafas oscuras me ayudó con mi único equipaje, abriendo la puerta trasera para que yo ingresara en la camioneta.Durante el viaje, mi pequeña Tabatha no se inmutó ni un solo momento. Pues el calor, seguridad y confort que le proporcionaban mis brazos, jamás se compararía a todo el dinero que su padre pueda otorgarle.—Hemos llegado —anunció el mimo sujeto que se apreció en la puerta de mi casa.Estábamos en el estacionamiento subterráneo de un edificio, bastant
René Chapman.—Presidente. —Soy muy consciente que esta no es la primera vez que mi secretaria intentaba llamar mi atención.—Cancelas mis juntas de hoy. —Cerré la tapa de mi laptop—. Tengo un asunto muy urgente que atender.—Pero su abuelo…—Sé perfectamente qué es lo que quiere mi abuelo. —Suspiré con cansancio—. Así que, por favor, evite mencionarlo, a menos que sea una noticia nueva por parte del grupo de especialistas.—Si, presidente. —La mujer se abstuvo de hacer otro comentario—. Permiso.Levanté la vista de los expedientes que tenía en mis manos, haciéndolos a un lado.—Ivette Russell —murmuré para mí mismo, levantándome de la silla.A través del gran ventanal de mi despacho, lograba ver lo agitado que se había vuelto el tráfico y lo complicado que sería llegar a cualquier lugar ahora mismo si iba en auto.—René. —La puerta se abrió y un Julius muy obstinado hizo acto de presencia—. Espero que este no sea un caso de interés social, porque te juro que te aventaré por esa venta
Ivette Russell.Tratar con este hombre requiere mucho más cuidado del imaginado. Aunque un par de años más joven que yo, todo en él grita astucia y precaución.No será fácil continuar evitando la confesión sobre mi infertilidad. No, si me sigue escrutando del modo en que lo hace.—De todos modos… —junté ambas manos por sobre la mesa—. Tengo entendido que esta reunión es para hablar sobre el divorcio. Como ya lo he mencionado antes, mi unión se llevó a cabo bajo circunstancias irregulares. No hubo testigos, tampoco se leyó el acta correspondiente. Fui forzada a firmar ese papel. ¿Acaso eso no es algo?—Siendo sinceros, el divorcio es el menor de sus males ahora mismo. Ninguna persona puede ser forzada a permanecer en una unión matrimonial, incluso, así su pareja se muera de amor por ella. Que usted… que tú —corrigió—, no quieras parte de ninguno de sus bienes, hace el proceso legal mucho más sencillo.—¿Seré una mujer libre para el final de esta semana?—¿Libre? —enarcó una ceja.—Libr