René Chapman
El papel con la dirección que me había dado Ivette Russell, ahora yacía arrugado entre mis dedos mientras libraba una guerra interna por si ingresar o no a la dirección que me había dado.
Qué más da.
Se trataba de una modesta pensión en los suburbios de la ciudad, con apenas dos pisos de altura.
—Sr…
—Iré sólo —corté a mi chofer, cuando quiso salir del vehículo para acompañarme—. Esto es algo que debo hacer solo —dije más bajito, sólo para mí.
Marqué el paso en silencio, ignorando las miradas curiosas de los vecinos y cuando finalmente estuve de pie frente a su puerta, llamé a ella.
Creo que la mujer me estuvo esperando todo este tiempo, pues, al segundo siguiente ya estaba frente a mí.
—Tardó mucho.
—Buenas tardes. —Hice una inclinación de cabeza.
—Adelante —invitó, haciéndose a un lado.
El cuartucho, aunque muy limpio, estaba desprovisto de comodidades y lujos.
»—Lo invitaría a sentarse, pero como ya se habrá podido dar cuenta, no tengo muebles —Sonrió—. Así que, iré al grano.
—Por favor.
—Sé que Giuseppe mató a sus padres, pero no sé de qué modo lo hizo.
—¿Eso es todo? —Enarqué una ceja, mirándola con desconcierto—. ¿Usted me ha hecho venir hasta acá para decirse esa tontería? —Reí.
Esto tenía que ser un chiste.
—¿Tontería? —dijo la mujer indignada—. Jamás pensé que sus padres serian una tontería para usted.
Tuve la intención de decirle algo, pero el llanto de un bebé cortó el momento. Ella se disculpó y al minuto siguiente regresó con una adorable bebé en brazos.
—¿Ella es la pequeña Tabatha? —pregunté, reparando en sus ojitos.
Heterocromía.
—Si, ella es mi bebé —murmuró con una dulzura desconcertante.
—No sacó nada de usted. —Tal vez haya sido una imprudencia de mi parte, pero cada rasgo y facción de esta niña me hacía recordar al ser tan despreciable que es su padre.
—Tabatha Roa —pronunció—. ¿No cree que ya es lo suficientemente malo con que se parezca a él, como para que también siga llevando su apellido?
—¿Qué pretende usted que yo haga? —me crucé de brazos.
—Consiga mi divorcio y la custodia total de mi hija, entonces yo podré tramitar su cambio de apellido.
Sonreí ante la inocencia de esta mujer.
—¿Cómo pretende costear todos esos trámites si vive en un lugar como este?
Trabajar con empresas transnacionales se ha llevado la poca empatía que una vez existió en mí.
»—¿Tiene si quiera para pagar los honorarios de mis abogados? —acusé.
—Usted tiene razón —dijo la mujer con entereza—. Ahora mismo no tengo ni un peso en el bolsillo. Y, sé que su firma es una de las más costosas. Pero también sé que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Y si hay alguien que deteste más a Giuseppe Roa en esta vida que yo, ese es usted.
—Todo el repudio que pueda sentir por esa basura no paga los honorarios de mi equipo.
—Entonces sea usted mi abogado. —Volvió a insistir—. Un favor por un favor.
Sentí como algo vibraba en el bolsillo interior de mi saco y supe inmediatamente que se trataba nada más y nada menos que de mi abuelo.
Pues, es la única persona que me llamaría a esta hora del día.
—Un favor por un favor —repetí las palabras de la mujer, saboreándolas en mi boca.
—Eso fue lo que dije. —Asintió, mientras palmeaba la espalda de su hija.
—Muy bien. Me encargaré de su divorcio…
—¿De verdad? —Sus ojos se llenaron de alegría—. ¡Muchísimas…!
—Escuche primero mis términos y después decide si aceptar o no.
—Usted está aceptando a manejar mi divorcio, ¡Por supuesto que le haré cualquier favor con los ojos cerrados!
—En ese caso —aclaré mi garganta y a estas alturas el teléfono no dejaba de vibrar—. Después de consolidad su divorcio, usted se tendrá que casar conmigo.
—¿Qué? —La sonrisa de la mujer se borró al instante.
—Se casará conmigo y me dará un hijo. Luego de eso, usted podrá irse con mucho dinero en los bolsillos para darle una vida larga y feliz a su hija.
Por la mirada de esa mujer pasaron una y mil cosas antes de volver a formular una oración.
—Quiero estar divorciada para finales de esta semana.
—En ese caso, creo que lo más conveniente es que nuestra boda sea una semana después.
Llegué a este lugar con la esperanza de buscar respuestas sobre la muerte de mis padres y su asesino y ahora salgo de aquí con un nuevo caso y un matrimonio en puertas.
La tarde no había sido una pérdida de tiempo, después de todo. Aunque ahora no estaba en óptimas condiciones, era capaz de ver la belleza y elegancia que posee Ivette Russell.
Tal vez, de hecho, sea un par de años mayor que yo. Pero ese no es impedimento para que pueda darme un lindo bebé.
Tomaré una venganza personal en contra de ese malnacido de Roa, quitándole a su esposa e hija; y al mismo tiempo, le daré a mi abuelo esa nuera y nieto que tanto ansía y con lo que me chantajea cada día.
¿Acaso no suena como un plan perfecto?
Ivette RussellTal y como lo aseguró, esa misma noche había un hombre en mi puerta.—¿Es usted la Sra. Ivette Roa?—Russell —corregí.—Debe acompañarme, el presidente la espera.Di un ligero asentimiento, colgando la pañalera en mi hombro y tomando a mi hija en brazos, quien yacía en un placido sueño desde hace un par de minutos.Debo reconocer que la propuesta de ese hombre me pareció un tanto descabellada, no obstante, era la única salida para todo este embrollo en el que me habían metido mis padres.Un hombre de traje negro y gafas oscuras me ayudó con mi único equipaje, abriendo la puerta trasera para que yo ingresara en la camioneta.Durante el viaje, mi pequeña Tabatha no se inmutó ni un solo momento. Pues el calor, seguridad y confort que le proporcionaban mis brazos, jamás se compararía a todo el dinero que su padre pueda otorgarle.—Hemos llegado —anunció el mimo sujeto que se apreció en la puerta de mi casa.Estábamos en el estacionamiento subterráneo de un edificio, bastant
René Chapman.—Presidente. —Soy muy consciente que esta no es la primera vez que mi secretaria intentaba llamar mi atención.—Cancelas mis juntas de hoy. —Cerré la tapa de mi laptop—. Tengo un asunto muy urgente que atender.—Pero su abuelo…—Sé perfectamente qué es lo que quiere mi abuelo. —Suspiré con cansancio—. Así que, por favor, evite mencionarlo, a menos que sea una noticia nueva por parte del grupo de especialistas.—Si, presidente. —La mujer se abstuvo de hacer otro comentario—. Permiso.Levanté la vista de los expedientes que tenía en mis manos, haciéndolos a un lado.—Ivette Russell —murmuré para mí mismo, levantándome de la silla.A través del gran ventanal de mi despacho, lograba ver lo agitado que se había vuelto el tráfico y lo complicado que sería llegar a cualquier lugar ahora mismo si iba en auto.—René. —La puerta se abrió y un Julius muy obstinado hizo acto de presencia—. Espero que este no sea un caso de interés social, porque te juro que te aventaré por esa venta
Ivette Russell.Tratar con este hombre requiere mucho más cuidado del imaginado. Aunque un par de años más joven que yo, todo en él grita astucia y precaución.No será fácil continuar evitando la confesión sobre mi infertilidad. No, si me sigue escrutando del modo en que lo hace.—De todos modos… —junté ambas manos por sobre la mesa—. Tengo entendido que esta reunión es para hablar sobre el divorcio. Como ya lo he mencionado antes, mi unión se llevó a cabo bajo circunstancias irregulares. No hubo testigos, tampoco se leyó el acta correspondiente. Fui forzada a firmar ese papel. ¿Acaso eso no es algo?—Siendo sinceros, el divorcio es el menor de sus males ahora mismo. Ninguna persona puede ser forzada a permanecer en una unión matrimonial, incluso, así su pareja se muera de amor por ella. Que usted… que tú —corrigió—, no quieras parte de ninguno de sus bienes, hace el proceso legal mucho más sencillo.—¿Seré una mujer libre para el final de esta semana?—¿Libre? —enarcó una ceja.—Libr
René ChapmanA medida que conocía más sobre la vida de Ivette Russell, surgían más dudas e inquietudes.—¿… René?—¿Sí? —Di un respingo, saliendo de mi ensimismamiento.—Que si esto es todo lo que lograrte recopilar del caso Febres —dijo Marietta, la encargada de litigios.—Si, ¿No es suficiente para ganar la demanda? —pregunté, mirando a la rubia.—No lo sé. Soy la encargada de litigios, ¿Recuerdas? —Enarcó una ceja—. Trataré de llegar a un acuerdo con ambas partes.—No cedas. —La alenté, antes de que se marchara de mi oficina.Di unos cuantos golpecitos en la superficie del escritorio, mientras mi mente viajaba al breve encuentro que tuve con Ivette el día de ayer.—René.Maldición.—Abuelo. —Me coloqué de pie de inmediato—. ¿Qué haces aquí y por qué la enfermera no está contigo? —aseveré, caminando a su encuentro.—¿Por qué no me has dicho nada aun? —Se quejó—. He estado todo el día dando vueltas de aquí para allá. ¿Es que caso tu abuelo no merece conocer los pormenores de tu compr
Ivette RussellMirar la destreza y frivolidad con la que René mintió a su abuelo, en realidad me había dejado fría.—¿Qué sucede? —preguntó al cabo de un momento.Tabatha jugaba con Dennis, mientras que nosotros tomábamos una taza de té en la pequeña terraza.—Mientes muy bien —dije con sinceridad.—Mi abuelo no es tonto —chasqueó la lengua—. Y tú tampoco pareces serlo.—Creo que tengo algunas cosas en común con tu familia —me encogí de hombros.—¿Qué tal el encuentro con Julius?—Muy… interesante —dije al cabo de un momento, recordando los comentarios graciosos que hizo sobre su amigo—. No sabía que será nuestro testigo.—Ah, si —expresó con desdén—. Creo que no había tenido oportunidad de decírtelo. Ya sabes, los días no tienen suficientes horas.—Con respecto a la boda… —Di un sorbo a mi tasa, colocándola nuevamente en su lugar—. ¿Crees que pueda ser lo más privada posible?—Por su puesto. —Suspiró—. Yo tampoco quiero a los medios encima de nosotros.—Gracias.—¿Algo más? —preguntó
René Chapman, minutos antes del juicio.Las horas de la madrugada pasaron particularmente rápidas y apena si su tuve ocasión de finiquitar los detalles del documento de relación contractual con Ivette Russell.—¿Aquí está todo? —preguntó la mujer, sosteniendo los papeles en su mano.—Si, es una formalidad. Pero te aconsejo que lo leas.No voy a mentir: disfruté de la vista que me daban sus largas pestañas, mientras leía con detenimiento el documento que acaba de entregarle.Desde que estaba bajo mi cuidado, se veía más bonita y saludable.—Aquí dice que debo casarme contigo a cambio de los horarios por mi divorcio —espetó, luego de un momento—. No veo en ningún lado que tendré la custodia total de mi hija.—Francamente, lo obvié al propósito —dije con sinceridad—. Mi interés es que tu matrimonio con Giuseppe Roa ya no tenga solvencia. No obstante, te doy mi palabra que velaré por Tabatha, tal si fuera mi propia hija,—Esto no me sirve, René. —La mujer estampó las hojas contra mi pecho
Ivette RussellEl comportamiento de René Chapman no me había sorprendido ni un poquito.Pues, después de dos años de convivencia de con un sujeto como Giuseppe Roa, sabía que debo esperar cualquier cosa de los demás.—¿Esto es un juego para ti? —De pronto estaba riendo.—No —dijo con franqueza—. Pero tampoco veo porqué tenga que ser algo tétrico.—Spoiler: el matrimonio es la cosa más tétrica que puedas imaginar. —Guiñé un ojo.—Permíteme diferir por esta vez, cariño. —Ahora fue su turno de guiñar un ojo—. En mi experiencia, basta, además, puedo decirte que la esencia de un matrimonio se basa en la química y el compromiso de ambas partes. Considero que somos dos personas interesantes, experimentadas y maduras a nuestro modo.—¿Acaso estás coqueteándome? —Enarqué una ceja.—Depende, ¿Te sientes cautivada? —Sé lo mucho que se esforzaba por contener esa sonrisa.—Molesta por no conseguir la custodia total de mi hija —Blanqueé los ojos.—Sigues viendo el lado malo del panorama. ¿A caso no
René Chapman Detrás de mis ojos pasó un sinfín de escenarios que resultaban en la muerte de ese infeliz, por mi propia mano. Coloqué sutilmente una palma en la cintura de Ivette, siendo muy consciente del pequeño sobresalto que ha tenido ante mi acto. —Preciosa, encuentra a Julius. Te alcanzaré en un momento —dije con parsimonia, apenas reparando en sus brillantes y asustadizos orbes. —René, no. —Su mano se entrelazó alrededor de mi brazo. Aunque sus palabras habían sido firmes, el ligero temblor de su delicada mano logró captar mi atención. —Estaré bien, preciosa —aseguré, soltando su agarre con mucha sutileza, para luego llevar sus nudillos a mis labios. El nudo de su garganta subió y bajó, y aunque sé que quería cuestionar cada una de mis acciones, ella decidió seguir el camino de la cordura y se marchó, no sin antes darle un último vistazo al hombre que hasta el día de hoy había sido su esposo. —¡Chapman! —El hombre que perfectamente podría haber sido mi tío, rio con estrép