Ivette Russell
Tal y como lo aseguró, esa misma noche había un hombre en mi puerta.
—¿Es usted la Sra. Ivette Roa?
—Russell —corregí.
—Debe acompañarme, el presidente la espera.
Di un ligero asentimiento, colgando la pañalera en mi hombro y tomando a mi hija en brazos, quien yacía en un placido sueño desde hace un par de minutos.
Debo reconocer que la propuesta de ese hombre me pareció un tanto descabellada, no obstante, era la única salida para todo este embrollo en el que me habían metido mis padres.
Un hombre de traje negro y gafas oscuras me ayudó con mi único equipaje, abriendo la puerta trasera para que yo ingresara en la camioneta.
Durante el viaje, mi pequeña Tabatha no se inmutó ni un solo momento. Pues el calor, seguridad y confort que le proporcionaban mis brazos, jamás se compararía a todo el dinero que su padre pueda otorgarle.
—Hemos llegado —anunció el mimo sujeto que se apreció en la puerta de mi casa.
Estábamos en el estacionamiento subterráneo de un edificio, bastante iluminado y poco desprovisto de autos.
Y él estaba allí.
—Buenas noches —saludé, caminando en su dirección.
—Veo que estuvo esperando a mis emisarios todo este tiempo —habló pausadamente, con mucha premeditación.
—Creo que está demás decir que soy capaz de hacer cualquier cosa por mi hija.
—Sígame.
René Chapman echó a andar hacia el área del ascensor y tal y como lo pidió, le seguí muy de cerca.
»—Por ahora podrá permanecer aquí. Es el apartamento de un amigo, así que a nadie se le ocurrirá venir a buscarla aquí. Mañana por la mañana mis hombres la trasladarán a un lugar mucho más seguro.
—¿Venir a buscarme? —pregunté con desconcierto.
—¿No lo sabe? —Se giró para tener una mejor panorámica de mi—. Oh, veo que no lo sabe. Su esposo hizo que alguien la siguiera todo este tiempo.
—¿QUÉ HIZO QUÉ? —palidecí, logrando que la bebé se agitara un poco.
—Estimo que a estas alturas él ya sepa que no está en casa. Y tal vez ya haya llegado a deducir que acudió a mí por el divorcio. Pero lo que si no se esperará jamás es que antes de terminar este mes usted será mi esposa y Tabatha mi hija.
Bastó con que él terminara ese pequeño boletín informativo para que la piel se me pusiera de gallina.
—¿De qué diablos está usted hablando? —Lo encaré—. Jamás hablamos de que Tabatha sería su hija.
—Pero sí que hablamos sobre ese hijo que usted me dará —alegó—. ¿O es que acaso quiere que su Tabatha sea una marginada?
—No se atreva a relacionar esa palabra con mi hija, una vez más —dije, con dientes apretados—. Tabatha no es una marginada y tampoco necesita un apellido más que el Russell.
—Claro. —Sus insinuantes labios se curvaron en una media sonrisa—. Creo que tendremos tiempo para hablar de ello después que salga la sentencia del divorcio. Por ahora, como le dije, me haré cargo de todo.
Ambos salimos del ascensor.
—Oiga, espere.
El presidente se detuvo en seco, girándose, a la expectativa de lo que tenía para decir.
—Con respecto a tener un hijo… —Tragué grueso.
¿Cómo le digo a mi salvavidas que ya no seré capaz de tener hijos nunca más?
—¿Sí? —me instó a seguir hablando.
—¿Podría darme algo de tiempo? —dije en cambio—. Tabatha aun es muy pequeña y necesita de toda mi atención, si me embarazo ahora…
El presidente Chapman rio.
—Esperemos que salga la sentencia del divorcio y después hablaremos de eso.
Asentí con reserva, cruzando la puerta que él había abierto para mí.
En efecto, tal y como lo supuse al mirar la clase de autos que estaban aparcados en el estacionamiento, este lugar de austero y modesto no tenía ni una pizca.
»—Mario se quedará con usted día y noche, considérelo como su nuevo guardaespaldas personal.
Miré sobre mi hombro para corroborar la persona a la cual se estaba refiriendo, comprobando que era el mismo hombre que tocó a mi puerta.
—¿Seguro que Giuseppe no podrá encontrarme aquí? Tratándose de él, no podía confiarme.
—Lo más seguro es que si —suspiró—. Pero si no hizo nada mientras estuvo sola y desprotegida en ese cuartucho de pensión. ¿Por qué lo haría ahora?
—Tal vez está esperando el momento más adecuado.
—O tal vez está esperando que usted cometa una equivocación… —La mirada del abogado se había perdido en el limbo—. Maldición.
—¿Qué sucede? —Abrí los ojos como platos.
—Creo que ese bastardo está buscando un vacío legal para quedarse con la custodia de la bebé.
Una vez más. Mis piernas temblaron.
—¿Está seguro de ello? —envolví una mano alrededor de su muñeca.
—Descuide. —Tomó mi mano para deshacer el agarre—. La firma Chapman actuará rápido y no habrá cabida para eso.
—Pero, ¿Y si lo logra?
—Puede que no sea el abogado oficial de su caso, pero le aseguro que estaré detrás de todos tramite y procedimientos.
—¿Cómo que no será mi abogado? —dije con mucha más histeria aun, logrando inquietar a la nena.
—Nos casaremos antes de que se acabe el mes, ¿Lo recuerda? —Enarcó una ceja—. ¿Cómo cree que se vería ante los medios si yo también soy su abogado?
Sólo en ese momento me permití bajar la guardia. Porque, supongo, René Chapman es y seguirá siendo la única salida a este turbio y absurdo matrimonio. Pero, ¿Valdrá realmente la pena salir de uno para entrar en otro?
Supongo que siempre puedo volver a huir, después de todo.
»—Ah, y por cierto. —Su satisfacción fue más que evidente—. No quiero que piense ni por un solo instante que seré lo suficientemente imbécil para dejarme timar por usted.
René Chapman.—Presidente. —Soy muy consciente que esta no es la primera vez que mi secretaria intentaba llamar mi atención.—Cancelas mis juntas de hoy. —Cerré la tapa de mi laptop—. Tengo un asunto muy urgente que atender.—Pero su abuelo…—Sé perfectamente qué es lo que quiere mi abuelo. —Suspiré con cansancio—. Así que, por favor, evite mencionarlo, a menos que sea una noticia nueva por parte del grupo de especialistas.—Si, presidente. —La mujer se abstuvo de hacer otro comentario—. Permiso.Levanté la vista de los expedientes que tenía en mis manos, haciéndolos a un lado.—Ivette Russell —murmuré para mí mismo, levantándome de la silla.A través del gran ventanal de mi despacho, lograba ver lo agitado que se había vuelto el tráfico y lo complicado que sería llegar a cualquier lugar ahora mismo si iba en auto.—René. —La puerta se abrió y un Julius muy obstinado hizo acto de presencia—. Espero que este no sea un caso de interés social, porque te juro que te aventaré por esa venta
Ivette Russell.Tratar con este hombre requiere mucho más cuidado del imaginado. Aunque un par de años más joven que yo, todo en él grita astucia y precaución.No será fácil continuar evitando la confesión sobre mi infertilidad. No, si me sigue escrutando del modo en que lo hace.—De todos modos… —junté ambas manos por sobre la mesa—. Tengo entendido que esta reunión es para hablar sobre el divorcio. Como ya lo he mencionado antes, mi unión se llevó a cabo bajo circunstancias irregulares. No hubo testigos, tampoco se leyó el acta correspondiente. Fui forzada a firmar ese papel. ¿Acaso eso no es algo?—Siendo sinceros, el divorcio es el menor de sus males ahora mismo. Ninguna persona puede ser forzada a permanecer en una unión matrimonial, incluso, así su pareja se muera de amor por ella. Que usted… que tú —corrigió—, no quieras parte de ninguno de sus bienes, hace el proceso legal mucho más sencillo.—¿Seré una mujer libre para el final de esta semana?—¿Libre? —enarcó una ceja.—Libr
René ChapmanA medida que conocía más sobre la vida de Ivette Russell, surgían más dudas e inquietudes.—¿… René?—¿Sí? —Di un respingo, saliendo de mi ensimismamiento.—Que si esto es todo lo que lograrte recopilar del caso Febres —dijo Marietta, la encargada de litigios.—Si, ¿No es suficiente para ganar la demanda? —pregunté, mirando a la rubia.—No lo sé. Soy la encargada de litigios, ¿Recuerdas? —Enarcó una ceja—. Trataré de llegar a un acuerdo con ambas partes.—No cedas. —La alenté, antes de que se marchara de mi oficina.Di unos cuantos golpecitos en la superficie del escritorio, mientras mi mente viajaba al breve encuentro que tuve con Ivette el día de ayer.—René.Maldición.—Abuelo. —Me coloqué de pie de inmediato—. ¿Qué haces aquí y por qué la enfermera no está contigo? —aseveré, caminando a su encuentro.—¿Por qué no me has dicho nada aun? —Se quejó—. He estado todo el día dando vueltas de aquí para allá. ¿Es que caso tu abuelo no merece conocer los pormenores de tu compr
Ivette RussellMirar la destreza y frivolidad con la que René mintió a su abuelo, en realidad me había dejado fría.—¿Qué sucede? —preguntó al cabo de un momento.Tabatha jugaba con Dennis, mientras que nosotros tomábamos una taza de té en la pequeña terraza.—Mientes muy bien —dije con sinceridad.—Mi abuelo no es tonto —chasqueó la lengua—. Y tú tampoco pareces serlo.—Creo que tengo algunas cosas en común con tu familia —me encogí de hombros.—¿Qué tal el encuentro con Julius?—Muy… interesante —dije al cabo de un momento, recordando los comentarios graciosos que hizo sobre su amigo—. No sabía que será nuestro testigo.—Ah, si —expresó con desdén—. Creo que no había tenido oportunidad de decírtelo. Ya sabes, los días no tienen suficientes horas.—Con respecto a la boda… —Di un sorbo a mi tasa, colocándola nuevamente en su lugar—. ¿Crees que pueda ser lo más privada posible?—Por su puesto. —Suspiró—. Yo tampoco quiero a los medios encima de nosotros.—Gracias.—¿Algo más? —preguntó
René Chapman, minutos antes del juicio.Las horas de la madrugada pasaron particularmente rápidas y apena si su tuve ocasión de finiquitar los detalles del documento de relación contractual con Ivette Russell.—¿Aquí está todo? —preguntó la mujer, sosteniendo los papeles en su mano.—Si, es una formalidad. Pero te aconsejo que lo leas.No voy a mentir: disfruté de la vista que me daban sus largas pestañas, mientras leía con detenimiento el documento que acaba de entregarle.Desde que estaba bajo mi cuidado, se veía más bonita y saludable.—Aquí dice que debo casarme contigo a cambio de los horarios por mi divorcio —espetó, luego de un momento—. No veo en ningún lado que tendré la custodia total de mi hija.—Francamente, lo obvié al propósito —dije con sinceridad—. Mi interés es que tu matrimonio con Giuseppe Roa ya no tenga solvencia. No obstante, te doy mi palabra que velaré por Tabatha, tal si fuera mi propia hija,—Esto no me sirve, René. —La mujer estampó las hojas contra mi pecho
Ivette RussellEl comportamiento de René Chapman no me había sorprendido ni un poquito.Pues, después de dos años de convivencia de con un sujeto como Giuseppe Roa, sabía que debo esperar cualquier cosa de los demás.—¿Esto es un juego para ti? —De pronto estaba riendo.—No —dijo con franqueza—. Pero tampoco veo porqué tenga que ser algo tétrico.—Spoiler: el matrimonio es la cosa más tétrica que puedas imaginar. —Guiñé un ojo.—Permíteme diferir por esta vez, cariño. —Ahora fue su turno de guiñar un ojo—. En mi experiencia, basta, además, puedo decirte que la esencia de un matrimonio se basa en la química y el compromiso de ambas partes. Considero que somos dos personas interesantes, experimentadas y maduras a nuestro modo.—¿Acaso estás coqueteándome? —Enarqué una ceja.—Depende, ¿Te sientes cautivada? —Sé lo mucho que se esforzaba por contener esa sonrisa.—Molesta por no conseguir la custodia total de mi hija —Blanqueé los ojos.—Sigues viendo el lado malo del panorama. ¿A caso no
René Chapman Detrás de mis ojos pasó un sinfín de escenarios que resultaban en la muerte de ese infeliz, por mi propia mano. Coloqué sutilmente una palma en la cintura de Ivette, siendo muy consciente del pequeño sobresalto que ha tenido ante mi acto. —Preciosa, encuentra a Julius. Te alcanzaré en un momento —dije con parsimonia, apenas reparando en sus brillantes y asustadizos orbes. —René, no. —Su mano se entrelazó alrededor de mi brazo. Aunque sus palabras habían sido firmes, el ligero temblor de su delicada mano logró captar mi atención. —Estaré bien, preciosa —aseguré, soltando su agarre con mucha sutileza, para luego llevar sus nudillos a mis labios. El nudo de su garganta subió y bajó, y aunque sé que quería cuestionar cada una de mis acciones, ella decidió seguir el camino de la cordura y se marchó, no sin antes darle un último vistazo al hombre que hasta el día de hoy había sido su esposo. —¡Chapman! —El hombre que perfectamente podría haber sido mi tío, rio con estrép
Ivette RussellPermanecer un segundo más al lado de ese odioso sujeto, sólo me haría perder la clase.Por muy enojada que esté en este momento, no armaré una escena en la calle. Mucho menos, con el hombre que se supone será mi esposo en los próximos días.¡Mi esposo!De solo pensar en su reacción al descubrir mi verdad, se me ponía la piel de gallina.Sólo con algunos metros de ventajas, caminé directo hacia la entrada principal donde nos esperaba uno de sus hombres, motor en marcha.—Sra. —Hizo una reverencia a modo de saludo, abriendo la puerta para mí.Mascullé un gracias casi imperceptible, posicionándome lo más lejos posibles de donde sabía se sentaría él.—Vaya —silbó—. No sabía que había un leproso en el auto —dijo con ironía, observando todo el espacio que había dejado entre ambos.—Mario —expresé en un modo bastante condescendiente—. ¿Es posible evitar el tráfico? —pregunté—. He estado mucho tiempo fuera de casa, Tabatha debe extrañar a su madre.—Por supuesto. —Asintió, cruz