René Chapman¿Qué clase de hombre sería si no me apiado al menos un poco del dolor de la futura madre de mi hijo?—Santos cielos, René… esto es preciosos —dijo maravillada, explorando cada extremo de la cabaña, aun con la bebé en brazos—. Pero, ¿No es un poco peligroso estar en un lugar tan recóndito, nosotros solos?—¿Peligroso para quién? —Mi traidora mirada reparó en sus labios por mucho más tiempo del que me hubiese gustado reconocer.—Apenas acaban de dar el fallo del divorcio. —Su voz bajó dos tantos—. ¿No crees que Giuseppe esté tan cabreado como para intentar algo en contra nuestra?—¿De verdad crees que traería a la niña y a ti a un lugar como este sin tomar las previsiones necesarias? —Me crucé de brazos, recostándome en el umbral—. No haría nada que ponga en riesgo su seguridad.—Por supuesto… —Rio con nerviosismo, apartando la mirada.Desde este ángulo, podía ver lo ligeramente encorvado que estaba su espalda. También lo disparejo de algunos de sus rubios mechones.—Permít
Ivette RussellNo mentiré, cuando escuché la voz de Mario, en verdad he quedado de piedra. Pero fue mucho más sorprendente aun, mirar a René empuñar una pistola y actuar de escudo humano para protegernos a mi hija y a mí.¿Cómo podía dejarlo solo en un momento como este?—¡René, René! —Grité casi sin aliento, a punto de caer desmayada.—¿Qué? —El hombre nos miró con el entrecejo fruncido.—¿Vas a dejarnos aquí?—No tienes que preocuparte, Mario se encargará de…—No. Iremos contigo. Somos tu mujer y tu hijastra después de todo, ¿No?El hombre se lo pensó por un momento, pero terminó cediendo:—Suban ya —masculló de mala gana, blanqueando sus nudillos alrededor del volante.No hubo tiempo de colocar la silla para bebés. Así que simplemente tomé el asiento del copiloto, sentándome a la niña en las piernas.El viaje de regreso apenas y duró un tercio del de venida. Y aunque estaba paniqueada por la velocidad en la que agarraba las curvas, no dije nada. Pues, claramente, ha sido mi decisió
René ChapmanTal vez no debí tomar ese último trago antes de marcharme del apartamento de Ivette. Pero después de las cosas tan cursis que había dicho, es lo que menos que podía hacer para enjuagarme un poco la boca por todo el dulzor.—Vamos, amigo. En serio te ves fatal.Maldito Julius Zanatta.—¿No tienes casos pendientes? —pregunté, después de engullir el analgésico que mi secretaria me ha conseguido.—Si esto es lo que ha pasado en el primer día de divorcio, no me quiero imaginar como será a mañana siguiente de la noche de bodas.—Y yo no me puedo imaginar cómo es que sigo tolerando tus idioteces después de tanto tiempo.—Si no fuera por mí, no tendrías amigos. Sabes que sí. Además, pronto seré el padrino de tu boda. Y el tío favorito de tus hijos. ¿Crees que Ivette tenga algún inconveniente con que también sea el tío de Tabatha?—Enserio el loco debo ser yo. —Recosté mi cuerpo en la silla ejecutiva, cerrando tan fuerte los ojos, al punto que empezaba a doler, pero nunca tan fuer
Ivette RussellTal vez con Giuseppe no haya tenido elección, pero en el pasado, vaya que si tuve oportunidades de conocer hombres que jugaban a ser coquetos.—Usted debe ser nuestra agente de bienes raíces, ¿No?—Si, y usted debe ser el presidente Chapman.—Solo René, por favor —dijo con afabilidad—. Y ella es Ivette, mi prometida y la dueña de mi corazón.Estuve a nada de ahogarme con mi propia saliva.—¿Está bien? —espetó la mujer, mirándome con mucha preocupación.—Si… perfectamente. —Me recompuse al instante.La agente dio inicio al recorrido, sin percatarse que René y yo nos habíamos quedado atrás.—¿Segura que está bien? —Enarcó una ceja.—Estaré mejor, tanto como te límites a dejar de decir estupideces.—¿Qué tiene? —preguntó, como quien no quiere la cosa—. ¿Acaso he dicho algo que no debía?—Hmm, me pregunto desde cuando eres así de relajado.—Es un matrimonio por contrato, sí. Pero no tiene por qué ser aburrido.—La diversión es peligrosamente adictiva, presidente Chapman. Te
René Champan Admitiré que no sentí ni un poco de remordimiento al ver la cara de decepción de la mujer, aunque eso me haga ver como un jodido insensible. —Claro. —Deberías poner un poquito más de emoción —sugerí—, después de todo, es lo único de lo que hablarán los medios mañana. —Nada me haría más feliz que ser tu mujer —espetó, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. —Y dices que soy yo el escalofriante —murmuré, deslizando el anillo en su dedo. —Creo que ahora deberíamos besarnos. —¿Qué sería una propuesta de matrimonio sin un beso? Con una mano tomé el costado de su cara, mientras que con la otra la rodeé por la cintura creando el ángulo perfecto para confundir a los paparazis y espectadores. El corazón de la mujer tuvo que haberse detenido, porque nunca sentí su respiración hasta el momento en que me habló. —¿Qué haces? —susurró, mientras nuestras narices se rozaban ligeramente. —Si quieres que te bese, solo dilo. —Vete a la m****a —gruñó, separándose de mí lo suficien
Ivette Russell—¿Qué pasa?La voz de René captó mi atención.—Nada. —Me esforcé por sonreír.—Has estado más callada de lo habitual durante todo el viaje de regreso a casa. Pensé que venir al Jardín Botánico te pondría de muy buen humor.Suspiré muy profundo cerrando los ojos.—No es nada… —chasqueé la lengua, debatiendo internamente si confesarle la verdad o no—. Es que… hace mucho que no me la pasaba tan bien. Es solo eso. —Sonreí con nostalgia.Nunca había visto una mirada tan compresiva en este hombre, como la de ahora.—Espero poder darte muchos días como este. Tabatha también la ha pasado genial.—Si. —Reí—. Ha dormido todo el camino —espeté, acariciando sus ricitos.—Tengo una idea —dijo de pronto, cambiando el rumbo del vehículo.—¿Qué es? —fruncí el entrecejo, alternando la vista entre la carretera y el GPS.—Hay otro lugar al que quiero ir.—¿Otro? —Abrí los ojos con extrañeza—. ¿No consideras que ya es un poco tarde para eso?—No. De hecho, justo ahora es el momento perfect
René Chapman«Mis más sinceras felicitaciones para los novios.»Una simple frase había bastado para joderme el resto de la noche.—¿Cómo es que no te has dado cuenta? —grité, perdiendo completamente la compostura.—Lo siento, Sr. —Mario se había puesto pálido como un papel.—Te pago una fortuna para que mantengas a mi mujer y a mi hija a salvo, ¿Y crees que con un “lo siento” vas a cambiar lo grave de tu falla?—No volverá a pasar, doblaré la seguridad. Seré minucioso.—No volverá a pasar… —repetí con amargura—. Espero que seas lo suficientemente profesional para presentar tu carta de renuncia. Desde ahora dejas de trabajar para mi familia.—Sr…—Un despido dañará tu hoja de vida. Mi secretaria se encargará de la liquidación.Pasé de largo, dando por culminada mi conversación con el hombre que se había encargado de cubrir mis espaldas por una década entera.Fácilmente, cualquiera puede pensar que estoy siendo un impulsivo y que sólo me he cabreado por ver esas fotografías de Ivette. Y
Ivette RussellEstar parada frente al espejo, luciendo un vestido tan bonito y portando un anillo de compromiso, en verdad hacía que mis emociones se agitaran.Sobre todo, porque incluso eso me arrebató Giuseppe Roa.—¿Se encuentra bien, Srta.? —preguntó una de las mujeres que me acompañaba.—Esta opción le queda estupenda, seguro a su novio le encantará. Pero si prefiere, podemos ver otras.—No, está bien. Me quedaré con esta.—Es la primera que ha visto, no hay presiones. Puede mirar y probarse tantos como quiera.—No necesito mirar más, este está perfecto —aseguré, detallando lo fino y elegante del descote de la espalda.Di una larga exhalación, antes de salir al vestidor.La expresión de contradicción en el rostro de René, fue lo más decepcionante del asunto.—Está preciosa, ¿No le parece?—No está mal —respondió al cabo de un rato—. ¿Llevarás este?—Si.—Muy bien. —Asintió, mientras sacaba su billetera del interior del traje.Él se encargó de la transacción y de la bebé, mientras