Ivette RussellTal vez con Giuseppe no haya tenido elección, pero en el pasado, vaya que si tuve oportunidades de conocer hombres que jugaban a ser coquetos.—Usted debe ser nuestra agente de bienes raíces, ¿No?—Si, y usted debe ser el presidente Chapman.—Solo René, por favor —dijo con afabilidad—. Y ella es Ivette, mi prometida y la dueña de mi corazón.Estuve a nada de ahogarme con mi propia saliva.—¿Está bien? —espetó la mujer, mirándome con mucha preocupación.—Si… perfectamente. —Me recompuse al instante.La agente dio inicio al recorrido, sin percatarse que René y yo nos habíamos quedado atrás.—¿Segura que está bien? —Enarcó una ceja.—Estaré mejor, tanto como te límites a dejar de decir estupideces.—¿Qué tiene? —preguntó, como quien no quiere la cosa—. ¿Acaso he dicho algo que no debía?—Hmm, me pregunto desde cuando eres así de relajado.—Es un matrimonio por contrato, sí. Pero no tiene por qué ser aburrido.—La diversión es peligrosamente adictiva, presidente Chapman. Te
René Champan Admitiré que no sentí ni un poco de remordimiento al ver la cara de decepción de la mujer, aunque eso me haga ver como un jodido insensible. —Claro. —Deberías poner un poquito más de emoción —sugerí—, después de todo, es lo único de lo que hablarán los medios mañana. —Nada me haría más feliz que ser tu mujer —espetó, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. —Y dices que soy yo el escalofriante —murmuré, deslizando el anillo en su dedo. —Creo que ahora deberíamos besarnos. —¿Qué sería una propuesta de matrimonio sin un beso? Con una mano tomé el costado de su cara, mientras que con la otra la rodeé por la cintura creando el ángulo perfecto para confundir a los paparazis y espectadores. El corazón de la mujer tuvo que haberse detenido, porque nunca sentí su respiración hasta el momento en que me habló. —¿Qué haces? —susurró, mientras nuestras narices se rozaban ligeramente. —Si quieres que te bese, solo dilo. —Vete a la m****a —gruñó, separándose de mí lo suficien
Ivette Russell—¿Qué pasa?La voz de René captó mi atención.—Nada. —Me esforcé por sonreír.—Has estado más callada de lo habitual durante todo el viaje de regreso a casa. Pensé que venir al Jardín Botánico te pondría de muy buen humor.Suspiré muy profundo cerrando los ojos.—No es nada… —chasqueé la lengua, debatiendo internamente si confesarle la verdad o no—. Es que… hace mucho que no me la pasaba tan bien. Es solo eso. —Sonreí con nostalgia.Nunca había visto una mirada tan compresiva en este hombre, como la de ahora.—Espero poder darte muchos días como este. Tabatha también la ha pasado genial.—Si. —Reí—. Ha dormido todo el camino —espeté, acariciando sus ricitos.—Tengo una idea —dijo de pronto, cambiando el rumbo del vehículo.—¿Qué es? —fruncí el entrecejo, alternando la vista entre la carretera y el GPS.—Hay otro lugar al que quiero ir.—¿Otro? —Abrí los ojos con extrañeza—. ¿No consideras que ya es un poco tarde para eso?—No. De hecho, justo ahora es el momento perfect
René Chapman«Mis más sinceras felicitaciones para los novios.»Una simple frase había bastado para joderme el resto de la noche.—¿Cómo es que no te has dado cuenta? —grité, perdiendo completamente la compostura.—Lo siento, Sr. —Mario se había puesto pálido como un papel.—Te pago una fortuna para que mantengas a mi mujer y a mi hija a salvo, ¿Y crees que con un “lo siento” vas a cambiar lo grave de tu falla?—No volverá a pasar, doblaré la seguridad. Seré minucioso.—No volverá a pasar… —repetí con amargura—. Espero que seas lo suficientemente profesional para presentar tu carta de renuncia. Desde ahora dejas de trabajar para mi familia.—Sr…—Un despido dañará tu hoja de vida. Mi secretaria se encargará de la liquidación.Pasé de largo, dando por culminada mi conversación con el hombre que se había encargado de cubrir mis espaldas por una década entera.Fácilmente, cualquiera puede pensar que estoy siendo un impulsivo y que sólo me he cabreado por ver esas fotografías de Ivette. Y
Ivette RussellEstar parada frente al espejo, luciendo un vestido tan bonito y portando un anillo de compromiso, en verdad hacía que mis emociones se agitaran.Sobre todo, porque incluso eso me arrebató Giuseppe Roa.—¿Se encuentra bien, Srta.? —preguntó una de las mujeres que me acompañaba.—Esta opción le queda estupenda, seguro a su novio le encantará. Pero si prefiere, podemos ver otras.—No, está bien. Me quedaré con esta.—Es la primera que ha visto, no hay presiones. Puede mirar y probarse tantos como quiera.—No necesito mirar más, este está perfecto —aseguré, detallando lo fino y elegante del descote de la espalda.Di una larga exhalación, antes de salir al vestidor.La expresión de contradicción en el rostro de René, fue lo más decepcionante del asunto.—Está preciosa, ¿No le parece?—No está mal —respondió al cabo de un rato—. ¿Llevarás este?—Si.—Muy bien. —Asintió, mientras sacaba su billetera del interior del traje.Él se encargó de la transacción y de la bebé, mientras
René ChapmanMe encontraba fuera de mis facultades y dentro de mi cabeza todo era un lío.Si por un lado me mordía la conciencia por haber sido tan duro con Ivette en un principio, por otro lado, me reprochaba por haber sido quien dio el brazo a torcer.¿Es que acaso ese será mi destino?, ¿Ser el pelele de esa mujer?Aunque, siendo objetivos, debo admitir que no estará nada fácil llevar una relación como la que pretendemos, con el carácter tan pesado que nos cargamos. Lo que, consecutivamente, me lleva a pensar:¿Qué necesidad hay de hacerle pasar un mal rato a la futura madre de mi hijo?—Ya he ordenado comprar la mayoría de los muebles, para mañana deberíamos poder mudarnos.La mirada de la mujer aún estaba perdida en el espacio. No sé qué clase de pensamientos son los que rondan por su mente justo ahora, pero de lo que si puedo dar fe, es que no son del tipo agradable.—¿Ivette? —volví a llamar.—Te he escuchado.—¿Por qué te has quedado así?—Solo pienso. —Se encogió de hombros.—
Ivette RusselMirar a nombre de quien estaban las escrituras de la casa, sin duda me había dejado totalmente desconcertada. Pero que él mismo haya utilizado un vacío legal para dejarla fuera del contrato, sencillamente había conseguido cautivar mi corazón.—Y espera a que veas la sorpresa que le he preparado a la niña.—¿Otra?—Vamos. —Sonrió, ofreciéndome su mano.Dudé un poco más ante de terminar aceptándola. Fue una sensación extraña, como de angustia y placer.Su mano era muy cálida y suave. En ella la evidencia explicita de que este hombre jamás ha necesitado hacer ningún tipo de esfuerzo físico.»—Tengo manos muy suaves, lo sé —dijo a modo de broma—. Me lo han dicho muchas veces. Suaves y cálidas, ideales para…—Oye, no te excedas —reproché, soltándome de su agarre.—Solo te estoy molestando. —Rio—. No hay necesidad de comportarse como una adolescente asustadiza.—Me pones incomoda. —Froté la parte trasera de mi nuca.—¿Te desagrada mi tacto? —inquirió, con mucho detenimiento.—
René ChapmanLuego de ordenar estratégicamente la cocina, terminamos yendo por un trago.—Asegúrate de abrigarte bien, hace mucho frío aquí afuera.—Gracias, estoy bien —masculló muy quedito.—¿Qué es eso que te ha tenido tan pensativa antes? —abordé, apenas noté que se había relajado lo suficiente como para bajar la guardia.—¿Me embriagas para interrogarme, Sr. Chapman? —enarcó una ceja, recargando el total de su peso en la silla reclinable.Estábamos sentados en la pequeña terraza, admirando las estrellas.—Jamás haría una cosa así —mentí.—Creo que, si me eres infiel, podría descubrirte muy fácilmente. —Sonrió y a mí me resultó imposible no carcajearme.—Eso está totalmente fue de contexto.—No. No lo está. Creo que ya sé cuándo estás mintiendo.Mi sonrisa quedó suspendida en el tiempo.—Si —dije con genuino interés—. ¿Y qué es lo que me delata?—No te lo diré. Es la única ventaja que poseo sobre ti. ¿Me crees tan idiota como para desecharla?—De hecho, te creo lo suficientemente