Camas separadas

René Chapman

Luego de ordenar estratégicamente la cocina, terminamos yendo por un trago.

—Asegúrate de abrigarte bien, hace mucho frío aquí afuera.

—Gracias, estoy bien —masculló muy quedito.

—¿Qué es eso que te ha tenido tan pensativa antes? —abordé, apenas noté que se había relajado lo suficiente como para bajar la guardia.

—¿Me embriagas para interrogarme, Sr. Chapman? —enarcó una ceja, recargando el total de su peso en la silla reclinable.

Estábamos sentados en la pequeña terraza, admirando las estrellas.

—Jamás haría una cosa así —mentí.

—Creo que, si me eres infiel, podría descubrirte muy fácilmente. —Sonrió y a mí me resultó imposible no carcajearme.

—Eso está totalmente fue de contexto.

—No. No lo está. Creo que ya sé cuándo estás mintiendo.

Mi sonrisa quedó suspendida en el tiempo.

—Si —dije con genuino interés—. ¿Y qué es lo que me delata?

—No te lo diré. Es la única ventaja que poseo sobre ti. ¿Me crees tan idiota como para desecharla?

—De hecho, te creo lo suficientemente
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