René ChapmanA medida que conocía más sobre la vida de Ivette Russell, surgían más dudas e inquietudes.—¿… René?—¿Sí? —Di un respingo, saliendo de mi ensimismamiento.—Que si esto es todo lo que lograrte recopilar del caso Febres —dijo Marietta, la encargada de litigios.—Si, ¿No es suficiente para ganar la demanda? —pregunté, mirando a la rubia.—No lo sé. Soy la encargada de litigios, ¿Recuerdas? —Enarcó una ceja—. Trataré de llegar a un acuerdo con ambas partes.—No cedas. —La alenté, antes de que se marchara de mi oficina.Di unos cuantos golpecitos en la superficie del escritorio, mientras mi mente viajaba al breve encuentro que tuve con Ivette el día de ayer.—René.Maldición.—Abuelo. —Me coloqué de pie de inmediato—. ¿Qué haces aquí y por qué la enfermera no está contigo? —aseveré, caminando a su encuentro.—¿Por qué no me has dicho nada aun? —Se quejó—. He estado todo el día dando vueltas de aquí para allá. ¿Es que caso tu abuelo no merece conocer los pormenores de tu compr
Ivette RussellMirar la destreza y frivolidad con la que René mintió a su abuelo, en realidad me había dejado fría.—¿Qué sucede? —preguntó al cabo de un momento.Tabatha jugaba con Dennis, mientras que nosotros tomábamos una taza de té en la pequeña terraza.—Mientes muy bien —dije con sinceridad.—Mi abuelo no es tonto —chasqueó la lengua—. Y tú tampoco pareces serlo.—Creo que tengo algunas cosas en común con tu familia —me encogí de hombros.—¿Qué tal el encuentro con Julius?—Muy… interesante —dije al cabo de un momento, recordando los comentarios graciosos que hizo sobre su amigo—. No sabía que será nuestro testigo.—Ah, si —expresó con desdén—. Creo que no había tenido oportunidad de decírtelo. Ya sabes, los días no tienen suficientes horas.—Con respecto a la boda… —Di un sorbo a mi tasa, colocándola nuevamente en su lugar—. ¿Crees que pueda ser lo más privada posible?—Por su puesto. —Suspiró—. Yo tampoco quiero a los medios encima de nosotros.—Gracias.—¿Algo más? —preguntó
René Chapman, minutos antes del juicio.Las horas de la madrugada pasaron particularmente rápidas y apena si su tuve ocasión de finiquitar los detalles del documento de relación contractual con Ivette Russell.—¿Aquí está todo? —preguntó la mujer, sosteniendo los papeles en su mano.—Si, es una formalidad. Pero te aconsejo que lo leas.No voy a mentir: disfruté de la vista que me daban sus largas pestañas, mientras leía con detenimiento el documento que acaba de entregarle.Desde que estaba bajo mi cuidado, se veía más bonita y saludable.—Aquí dice que debo casarme contigo a cambio de los horarios por mi divorcio —espetó, luego de un momento—. No veo en ningún lado que tendré la custodia total de mi hija.—Francamente, lo obvié al propósito —dije con sinceridad—. Mi interés es que tu matrimonio con Giuseppe Roa ya no tenga solvencia. No obstante, te doy mi palabra que velaré por Tabatha, tal si fuera mi propia hija,—Esto no me sirve, René. —La mujer estampó las hojas contra mi pecho
Ivette RussellEl comportamiento de René Chapman no me había sorprendido ni un poquito.Pues, después de dos años de convivencia de con un sujeto como Giuseppe Roa, sabía que debo esperar cualquier cosa de los demás.—¿Esto es un juego para ti? —De pronto estaba riendo.—No —dijo con franqueza—. Pero tampoco veo porqué tenga que ser algo tétrico.—Spoiler: el matrimonio es la cosa más tétrica que puedas imaginar. —Guiñé un ojo.—Permíteme diferir por esta vez, cariño. —Ahora fue su turno de guiñar un ojo—. En mi experiencia, basta, además, puedo decirte que la esencia de un matrimonio se basa en la química y el compromiso de ambas partes. Considero que somos dos personas interesantes, experimentadas y maduras a nuestro modo.—¿Acaso estás coqueteándome? —Enarqué una ceja.—Depende, ¿Te sientes cautivada? —Sé lo mucho que se esforzaba por contener esa sonrisa.—Molesta por no conseguir la custodia total de mi hija —Blanqueé los ojos.—Sigues viendo el lado malo del panorama. ¿A caso no
René Chapman Detrás de mis ojos pasó un sinfín de escenarios que resultaban en la muerte de ese infeliz, por mi propia mano. Coloqué sutilmente una palma en la cintura de Ivette, siendo muy consciente del pequeño sobresalto que ha tenido ante mi acto. —Preciosa, encuentra a Julius. Te alcanzaré en un momento —dije con parsimonia, apenas reparando en sus brillantes y asustadizos orbes. —René, no. —Su mano se entrelazó alrededor de mi brazo. Aunque sus palabras habían sido firmes, el ligero temblor de su delicada mano logró captar mi atención. —Estaré bien, preciosa —aseguré, soltando su agarre con mucha sutileza, para luego llevar sus nudillos a mis labios. El nudo de su garganta subió y bajó, y aunque sé que quería cuestionar cada una de mis acciones, ella decidió seguir el camino de la cordura y se marchó, no sin antes darle un último vistazo al hombre que hasta el día de hoy había sido su esposo. —¡Chapman! —El hombre que perfectamente podría haber sido mi tío, rio con estrép
Ivette RussellPermanecer un segundo más al lado de ese odioso sujeto, sólo me haría perder la clase.Por muy enojada que esté en este momento, no armaré una escena en la calle. Mucho menos, con el hombre que se supone será mi esposo en los próximos días.¡Mi esposo!De solo pensar en su reacción al descubrir mi verdad, se me ponía la piel de gallina.Sólo con algunos metros de ventajas, caminé directo hacia la entrada principal donde nos esperaba uno de sus hombres, motor en marcha.—Sra. —Hizo una reverencia a modo de saludo, abriendo la puerta para mí.Mascullé un gracias casi imperceptible, posicionándome lo más lejos posibles de donde sabía se sentaría él.—Vaya —silbó—. No sabía que había un leproso en el auto —dijo con ironía, observando todo el espacio que había dejado entre ambos.—Mario —expresé en un modo bastante condescendiente—. ¿Es posible evitar el tráfico? —pregunté—. He estado mucho tiempo fuera de casa, Tabatha debe extrañar a su madre.—Por supuesto. —Asintió, cruz
René Chapman¿Qué clase de hombre sería si no me apiado al menos un poco del dolor de la futura madre de mi hijo?—Santos cielos, René… esto es preciosos —dijo maravillada, explorando cada extremo de la cabaña, aun con la bebé en brazos—. Pero, ¿No es un poco peligroso estar en un lugar tan recóndito, nosotros solos?—¿Peligroso para quién? —Mi traidora mirada reparó en sus labios por mucho más tiempo del que me hubiese gustado reconocer.—Apenas acaban de dar el fallo del divorcio. —Su voz bajó dos tantos—. ¿No crees que Giuseppe esté tan cabreado como para intentar algo en contra nuestra?—¿De verdad crees que traería a la niña y a ti a un lugar como este sin tomar las previsiones necesarias? —Me crucé de brazos, recostándome en el umbral—. No haría nada que ponga en riesgo su seguridad.—Por supuesto… —Rio con nerviosismo, apartando la mirada.Desde este ángulo, podía ver lo ligeramente encorvado que estaba su espalda. También lo disparejo de algunos de sus rubios mechones.—Permít
Ivette RussellNo mentiré, cuando escuché la voz de Mario, en verdad he quedado de piedra. Pero fue mucho más sorprendente aun, mirar a René empuñar una pistola y actuar de escudo humano para protegernos a mi hija y a mí.¿Cómo podía dejarlo solo en un momento como este?—¡René, René! —Grité casi sin aliento, a punto de caer desmayada.—¿Qué? —El hombre nos miró con el entrecejo fruncido.—¿Vas a dejarnos aquí?—No tienes que preocuparte, Mario se encargará de…—No. Iremos contigo. Somos tu mujer y tu hijastra después de todo, ¿No?El hombre se lo pensó por un momento, pero terminó cediendo:—Suban ya —masculló de mala gana, blanqueando sus nudillos alrededor del volante.No hubo tiempo de colocar la silla para bebés. Así que simplemente tomé el asiento del copiloto, sentándome a la niña en las piernas.El viaje de regreso apenas y duró un tercio del de venida. Y aunque estaba paniqueada por la velocidad en la que agarraba las curvas, no dije nada. Pues, claramente, ha sido mi decisió