La divorciada del CEO
La divorciada del CEO
Por: O. L. Rojas
Prólogo

René Chapman, época actual.

Saludé a unas cuantas personas y esquivé tantas otras como pude, durante mi ascenso al último piso.

Con mi abuelo enfermo y sus demandas tan abrumantes, lo último que necesitaba era perder el tiempo en pláticas sociales.

—René. —Oí a mis espaldas que alguien me llamaba.

—Abogado René o doctor, en su defecto —dije con detenimiento, observando a la mujer que me había interceptado a la entrada de mi despacho.

—Disculpe, abogado. —Esta aclaró su garganta—. Verá, estoy aquí porque he investigado sobre el mejor abogado del país y es su nombre el que ha salido en el buscador.

Mi rostro no se inmutó ni un sólo instante porque, aunque presuntuoso, ya estaba acostumbrado a este tipo de comentarios por parte de los demás.

—No creo que ese haya sido el único motivo de su visita —la alenté a seguir hablando, mientras daba un rápido vistazo a mi reloj de bolsillo.

Clásico y elegante.

Podría usar un reloj de muñeca como todos los demás, pero yo no era parte del resto.

—Necesito saber si será mi abogado —tajó esta otra—, necesito que usted me garantice el privilegio de abogado-cliente. —Su voz no caviló ni un solo instante y supe toda esta mujer estaba tallada de astucia y decisión.

Entonces, por primera vez, me tomé un momento para mirarla a detalle:

Mirada cansina, ropa modesta, vendas en los dedos, cabello rubio desenfadado, modales refinados.

Dentro de mi profesión he lidiado con un sinfín de personajes, que de cierto modo me han hecho cultivar esta habilidad para leer a las personas que hasta la actualidad me acompaña.

—Muy bien, adelante. —Abrí la puerta para ella.

—¿Será mi abogado? —Arqueó ambas cejas con algo de esperanza.

—Explíqueme su caso y con gusto tendré una respuesta para usted.

En el interior de mi despacho, ambos tomamos asiento a extremos opuestos del escritorio donde un gran número de expedientes se apilaba.

—Iré al grano. —Se cruzó de piernas—. Necesito divorciarme de mi esposo y ganar la custodia de mi hija. No quiero tener absolutamente nada que ver con ese sujeto ni a lo que su familia respecta.

Casada, sin un anillo en su dedo.

—¿Me indica el motivo causal? —garabateé algo en mi agenda.

—Fue más bien un matrimonio contractual. Yo… —El nudo de su garganta subió y bajó—. Tabatha no merece el tipo de vida que él nos tiene para ofrecer. Tal vez no haya tenido la valentía suficiente para interrumpir el embarazo, pero sí que puedo divorciarme, cortar los nexos con él.

—¿Es su hija biológica, Sra…? —Me di cuenta que aún no sabía el nombre de la mujer.

—Ivette —respondió—. Mi nombre es Ivette Russell. Y sí, Tabatha es hija de ese mal hombre.

—En ese caso, me aseguraré que mi equipo de abogados encuentre algún vacío legal. Hasta ahora, ¿Sólo está interesada en el divorcio y la custodia total de su hija?, ¿Qué tal la repartición de bienes?

—Como le dije, este matrimonio fue una pantomima por parte de mis padres y él. Si hubo alguien que se lucró con este hecho, le aseguró que no fui yo. Y lo cierto es que no me interesa para nada, la verdad.

—Las marcas en su cuello, ¿Se las hizo él?

A decir verdad, lo más notorio de su aspecto no eran esas cosas que puntualicé en un principio. Si no, lo lastimada que se veían algunas partes visibles de su cuerpo.

—Fue hace poco menos de una semana, mi hija de un año lo presenció todo. Y aunque aún es una bebé, no me siento cómoda con el hecho de ser golpeada de ese modo delante de ella… mucho menos por parte de su padre.

Como este, tenía una infinidad de casos apilados en cajas. Aunque nos especializamos en atención a grandes empresas, me aseguraba que de vez en cuando el nombre de nuestra firma estuviera relacionado con casos como este.

La pantalla de mi celular se encendió y el nombre flotante de mi abuelo emergió de ella.

Maldición.

—Necesitaré muchos más detalles de los que me ha dado hasta ahora, será referida a un grupo de expertos. Usted no se preocupe por nada.

—¿Un grupo de expertos? —Los ojos de la mujer se abrieron como platos—. ¡Usted me dijo que será mi abogado! —Se colocó de pie de manera imperiosa—. ¡Le conté la verdad porque me dijo que sería mi abogado! —Repitió.

—Por favor, le pido que se calme y tome asiento—dije de un modo conciliador, cuando en realidad quería pedirle que se largara ya.

El solo hecho de esa llamada de mi abuelo ya había logrado echar a perder mi mañana. Sobre todo, porque seguía pidiendo cosas que yo no le podía dar…

—Jamás me hubiese atrevido a hablar de ello si se tratase de otra persona…

—Agradezco su fe insensata en mi —sonreí—, pero como le he dicho, nuestro Bufete cuenta con el mejor equipo. Atender y velar por los intereses de nuestros clientes siempre será nuestra prioridad. Por favor, indíqueme le nombre completo de su esposo.

—Giuseppe Roa.

Mi sonrisa se borró al instante.

»—¿Ahora entiende por qué tiene que ser usted mi abogado?

—¿Qué le hace pensar que estoy dispuesto a ayudar a la esposa del asesino de mis padres? —Ahora yo también estaba de pie—. ¿Acaso cree que sólo puede venir hasta aquí y hacerme perder mi tiempo? —espeté con severidad—. Salga de mi oficina ahora mismo, antes de que seguridad lo haga.

—Si usted no es capaz de ayudarme, entonces, ¿Quién más lo será? —jadeó—. Al igual que usted, yo también soy una víctima de ese sujeto —suspiró, rodeado el escritorio—. Por favor, ayúdeme a obtener mi libertad y haré lo que usted quiera. —Me tomó de la mano, justo en el momento en el que la puerta se abrió.

—Entonces, ¿Es por esto que has estado ignorando todas mis llamadas? La Ruidosa voz del abuelo se expandió por todo el despacho—. ¿Por una mujer?, ¡Si lo hubiese sabido entonces no habría venido hasta aquí! —Rio de manera estruendosa.

—Oh, Srta. Que guapa es usted —dijo con galantería, acercándose hasta nosotros, para tomar las manos de la muchacha—. En verdad que mi nieto si sabe apreciar la verdadera belleza.

Joder.

La esposa de mi archirrival me miró con desconcierto sólo por una fracción de segundos, pero tan rápido como vino esa reacción, se fue.

—Muchas gracias —sonrió abiertamente—. Es lo mismo que le dicen todos cuando nos ven juntos.

Mis labios se formaron en una línea al escuchar la desfachatez de esa mujer y me pregunté en ese instante si también había empleado conmigo su habilidad para mentir, hace un par de minutos atrás.

»—Ha sido un placer conocerlo al fin. —Palmeó las manos de mi abuelo con modestia—. Pero ya es hora de irme.

—¿Tan rápido? —contestó el viejo con pesar.

—Sólo he venido a entregarle esto a su nieto —y después de ello, la mujer sacó un pequeño papel de uno de sus bolsillos—. Te veo luego —dijo con mucha seriedad.

Nuestras miradas se consumieron en un instante. Mi cara de póker no cambio ni un solo momento, sin embargo, ella se atrevió a despedir con un beso en la mejilla como si nos conociéramos de toda la vida.

—No lo pienses mucho, puedo ser tu mejor aliada —susurró.

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