Ahora no, Kian

—Nunca había estado aquí a esta hora, no habría imaginado que hubieran luciérnagas —murmuró embelesada Dana.

El viento azotaba su cabello enviándolo en distintas direcciones mientras que su aroma comenzaba a hacerse presente penetrando las fosas nasales de Kian quien enseguida se tensó.

Sus ojos se dirigieron a ella bebiendo la embriagadora imagen de su compañera.

Aquellos cuatro años solo habían reafirmado la belleza de Dana pero no era eso lo único que lo atraía de ella sino su espíritu incansable, la fuerza que poseía siempre que quería alcanzar sus objetivos y que ese nuevo objetivo fuera querer proteger a sus cachorros no tenía precio.

—Esto es tan precioso.

—Es lo que vi cuando me quedé aquí todos estos día. Era relajante por tiempos, luego empezaba a echarte de menos y a pensar en lo mucho que quería ser parte de la vida de mis cachorros y la tuya.

Dana enseguida dirigió su mirada a Kian experimentando esa sensación de anhelo hacia él.

—¿Por qué decidiste quedarte aquí y no vol
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