Esa costumbre de los empleados de reunirse en las noches de los viernes para comer y hablar sobre lo que hicieron en la semana me ponía los pelos de punta. El que yo estuviera cambiando mi personalidad no decía que de un día para otro me volvería la más sociable.
Ahí estaba, al lado de Alejandro comiéndome un arroz de pollo en completo silencio mientras veía a todos conversando entre carcajadas y aplausos; contando chistes, haciendo mofas y compitiendo para ver quién era el más cool de todos.
La mayoría de los profesores del C.D.I eran jóvenes, debían estar entre sus veinticinco hasta los cuarenta años, así que el ambiente lo notaba bastante animoso para mi gusto. Eso era bastante raro, porque yo era la más jovencita de todos ellos al estar a punto de cumplir mis veintitrés años.
Rasqué un ojo al sentirme cansada y llena d
Caminar al lado de Alex fue algo que, hace dos años atrás estaría sintiendo como un sueño hecho realidad. En cambio, esa noche lo único que pensaba mi mente era en todas las diferencias que tenía con Alejandro: su forma de hablar, la risa, la altura, el caminar, las manías con las manos; en que Alex no le gustaba dejarse crecer la barba y por lo mismo se veía de menor edad.Cuando subíamos al andén en las calles que eran un poco transitadas por los carros y motos, siempre se ponía del lado de la carretera para que yo estuviera algo alejada, como si en realidad me estuviera protegiendo; bueno, se suponía que esa era la idea, ¿no?En todo el camino estuvo contándome sobre su afición por el fútbol, que en esos días estuvo jugando hasta muy entrada la noche con unos amigos de su barrio y que era algo que a Ana nunca le gustó, por lo cual discut&iacu
—Disculpa —soltó Rousse cuando estábamos en el auto.—¿Por qué te disculpas? —inquirí.—Por todo, por esto y por… ser una molestia —respondió con tono de pesar.Estábamos dentro del auto y yo acababa de darle un manotón al volante, así que era natural que estuviera disculpándose. Pero me dio mucho remordimiento que Rousse sintiera que todo era su culpa, cuando evidentemente era toda mía por haber estado petulante con ella.—No, Rousse, tú no tienes la culpa —me sinceré tratando de guardar la calma—, es mía, yo no debí dejar que te vinieras sola. Y por lo que pasó antes… eso ya es tema del pasado —volteé a verla—, es mejor superarlo.Su rostro se veía ensombrecido por una capa de tristeza e intentaba no hacer conexión visual conmigo.
Me dio mucho miedo cuando se abalanzó a Alex, parecía otra persona y… por más que le gritaba que lo dejara, no lo hacía. No quedó rastro del Alejandro dulce que la noche anterior durmió acurrucado a mí; el que me dijo que me quería y llenó mi rostro con muchos besos.—¡Alejandro, por favor, déjalo! —supliqué entre el llanto.Tenía la fama de ser un hombre muy pacífico, el que fácilmente lloraba con las películas de finales tristes: el muchacho grandote con corazón de algodón. Y sí, yo lo creía también, porque lo veía amarrarse a mi cuerpo cuando se sentía decaído; acurrucaba su rostro en mi vientre mientras abrazaba mi cintura con fuerza.Pero esa noche no había nada de rastros de ese hombre amoroso. Sus ojos estaban encendidos de rabia; sus brazos se movían solos,
Lo más incómodo de sentirte acosada es el creer que aquella sensación es natural y nada fuera de lo común. Por lo cual comienzas a generar una culpa por sentirte de aquella manera.Al momento de estar en el pasillo vimos que Carlos y Alejandro subieron por las escaleras y nos observaron con curiosidad; más que todo, a mí.—Amor… —Alejandro ladeó una sonrisa—. Qué linda…Intenté sonreír, pero creo que me salió bastante mal. Alejandro me observó con curiosidad y se acercó a mí.Cuando aprendes a conocer a alguien, nada más necesitas de verlo un poco para saber si está bien o mal y… eso fue lo que pasó con Alejandro.—Ven.Me tomó de la mano y me dirigió hasta la habitación de donde había salido con las chicas.—¡
Las lágrimas se deslizaron a borbotones por mis mejillas. Mis piernas temblaban congeladas por el miedo.Alex soltó el agarre de su cuello mientras besaba mi mejilla derecha.Inhalé profundo y vi que eso a él, por alguna razón, pareció extrañarle. Me miró fijamente y yo chillé del miedo.—Por favor, te lo ruego, no me hagas daño —supliqué.Alex se alejó un poco de mí y comenzó a reír burlonamente.—¿Eres tonta? —preguntó arrastrando un poco las palabras—, ¿por qué lloras? Si yo no te voy a hacer nada. Deja de llorar que no te estoy haciendo nada.Llevé las manos a mi cuello y, al ver que volvía a acercarse a mí, solté un chillido de miedo.—Ya, ya, no llores —pidió con un tono más suave—. No creía que t
Al principio, cuando comencé a narrar esta historia, dije que, hubo un momento en el que supe lo que Rousse era capaz de hacer y que esa fue la razón por la que yo caí rendido a sus pies. Bueno, pues… en esta parte del relato podrán saber el momento exacto en el que me enamoré de ella para nunca más dejar ese sentimiento.Cuando pude escuchar su súplica sin importarle que todos la estaban viendo, entendí lo leal que Rousse podía ser y comprendí sus palabras cuando muy segura de sí misma me dijo: “(…) Porque ya me hice a la idea de vivir aquí contigo, de ser tu novia y enfrentarme a todos los comentarios del trabajo desde que me volví tu novia. Si terminas con esta relación me estarás echando a los perros para que me devoren viva. Y tendré que pasar por todo un proceso de duelo para hacerme a la idea que todos mis esfuerzos por volver a estar
Nos sentamos a comer. Curiosamente ese día me sentía tímida, comía despacio, con la mente trabajándome a mil, pensando en la razón para que a Alejandro se le ocurriera hacer una cena sin una fecha especial.Debía haber algo especial fuera de las fechas, pero ¿qué podría ser?, ¿estaba pasando algo por alto?, ¿se enojaría después si no lo recordaba?Reparé la comida sobre la mesa: la carne asada bañada en una salsa de verduras, el puré de papa suave que se derretía en el paladar, el vino; las velas, las copas a medio servir y… una diminuta cajita de color negó que se escondía entre toda la decoración.Tragué lento al sentir que a mi mente llegó como un disparo la respuesta.¿Podría ser? ¿Realmente me pediría matrimonio esa noche?Corté con los cubiert
Ya me había hecho una herida en el pulgar derecho por roer con mis uñas en esa parte. La noche anterior no logré dormir y me volví nada cuando pasé el umbral de la puerta del consultorio de la doctora Alicia.—Me estaba esperando en la entrada del C.D.I —comenté con la nariz roja por tanto llorar—. Me dijo que necesitaba hablar conmigo y nos fuimos a un puesto de helado cerca de allí. —Mi mandíbula tembló mientras permanecía abierta—. Estaba cambiadísima, más madura y… me dijo que se iba a graduar este semestre, me invitó a la graduación —intenté mostrar una sonrisa que salió muy nerviosa.—Por lo que me habías comentado anteriormente no tenías buena relación con tu hermana… —la doctora hizo un esfuerzo por recordar.—Vanessa, se llama Vanessa —dije y solt&ea