Bajo el abismo

Las lágrimas se deslizaron a borbotones por mis mejillas. Mis piernas temblaban congeladas por el miedo.

Alex soltó el agarre de su cuello mientras besaba mi mejilla derecha. 

Inhalé profundo y vi que eso a él, por alguna razón, pareció extrañarle. Me miró fijamente y yo chillé del miedo.

—Por favor, te lo ruego, no me hagas daño —supliqué.

Alex se alejó un poco de mí y comenzó a reír burlonamente.

—¿Eres tonta? —preguntó arrastrando un poco las palabras—, ¿por qué lloras? Si yo no te voy a hacer nada. Deja de llorar que no te estoy haciendo nada.

Llevé las manos a mi cuello y, al ver que volvía a acercarse a mí, solté un chillido de miedo.

—Ya, ya, no llores —pidió con un tono más suave—. No creía que t

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