—¿Rousse? —Escuché la voz de Alejandro por el pasillo—, ¡Rousse!
Estaba recostada a la pared blanca y lisa del baño; me sentía cansada, con dolor físico y espiritual; podía escuchar y sentir los muros de mi vida caerse a pedazos: todo lo que había construido con tanto esfuerzo se venía abajo por mi depresión y ansiedad.
—¡Rousse! —la voz de Alejandro se escuchó más cerca.
Había dado con la habitación en la que me encontraba y fue cuestión de tiempo para que notara la puerta del baño abierta y a mí dentro de ella.
—¿Rousse?, ¡Rousse!
Estaba con los ojos cerrados tratando de pasar mi malestar, sin embargo, no pude soportar el llanto al escuchar a mi amigo con la voz quebrada mientras corría hacia mí.
—¡Rousse, Rousse! —Pude sentir que se agac
Me acerqué al gran ventanal para observar desde allí la panorámica, todavía se veían algunos profesores despidiendo a los niños y los estudiantes más grandes del centro conversando en grupo, riendo y molestando de un lado a otro.En ese momento recordé que la directora Sara me había dicho una vez que habían elegido a Alejandro como el nuevo coordinador porque era la persona más veterana del centro de desarrollo, ya que fue estudiante de allí desde los cuatro años y fue de la primera corte de estudiantes que se había graduado en el centro Rousseau. De hecho, llegó a decirme y yo no sabía si era una exageración, que él junto con otros estudiantes llegaron a edificar el tercer piso del centro. Según ella, una persona con tanto sentido de pertenencia era la perfecta para el cargo de coordinador y que así no se siguiera perdiendo los fondos qu
Recuerdo que la única vez que Susana me celó con una mujer fue con la chica que yo nunca imaginé que llegaría a hacerlo. Porque, de hecho, Sarita, que es mi amiga más cercana, nunca le generó desconfianza.Aunque intenté explicarle que yo ni siquiera hablaba con ella, me prohibió hablarle y por veces, se paseaba por mi trabajo cuando descubrió que esa chica seguramente quedaría fija ya que se había vuelto la favorita de la directora.Sí… es quien imaginan: Lily Rousse.Pero ella tenía sus razones, la verdad, siempre he creído que la intuición de las mujeres nunca se equivoca. Porque para esos días, al ser Rousse la nueva del centro de desarrollo, todos los hombres le teníamos el ojo puesto, y claro, yo no era la excepción por más enamorado que estuviera de mi novia.El día del amor y la amistad, Rousse lleg&oac
Volteé a mirar cuando escuché la palabra “sangre” y me espanté al ver que, aunque Rousse estaba cubriendo su nariz con una mano, por sus dedos estaba escurriendo el líquido rojo.Aquello me revolvió la cabeza, una impotencia grande comenzó a invadirme. Susana cambió su rostro de enfado a satisfacción cuando notó que Rousse estaba en apuros por la sangre que comenzaba a emergerle y… eso fue lo que me llenó de repudio.—¡Lárgate! —le grité con furia.Agarré a Susana de un brazo y la empujé en dirección a la entrada.—¡No me voy a ir hasta que me regreses lo que es mío! —Soltó tajante mientras se soltaba de mi agarre—, ¡no me puedes quitar algo que es mío! —Señaló a Rousse con una mano—, ¡que todos se enteren aquí la escoria que e
Esa tarde, cuando me llamaron de todas las formas posibles, me hizo dar cuenta que me estaba relacionando tanto con un grupo social que me arrastró a tener más problemas de los que en mi estado podría soportar.La ansiedad golpeó mi pecho cuando vi mis manos bañadas en sangre y las personas rodearme para tratar de ayudarme.—¡Sé que fuiste tú la que le dijo que me lo quitara!, ¡maldita zorra, no te vas a salir con la tuya, éstas me las vas a pagar, ya verás! —Me gritó aquella mujer—, ¡eres una cualquiera!, ¡me las vas a pagar, maldita!Dentro de mí contaba mentalmente hasta llegar a trescientos: era la única forma para no terminar gritando y temblando por no poder controlar aquella situación.Todos me hacían preguntas, me tocaban el rostro y me dieron una compresa fría que me durmió media cara.Al
—Ya yo le dije a mi tía que estoy bastante ocupado —objetó Alejandro con tono aburrido—. Además, estoy seguro que las dos me van a comer vivo y después le contarán todo a mi mamá.—Yo puedo llevar a Rousse a su casa —intervino Carlos con una ligera sonrisa en su rostro.Por alguna razón, aquella idea no pareció gustarle nadita a Alejandro, porque le envió una mirada asesina a su amigo. Además, para ese punto ya me estaba sintiendo bastante incómoda al saber que fui el comienzo de una nueva discusión, ¿qué me pasaba ese día que todos estaban discutiendo por mi culpa?—No se preocupen, yo puedo irme sola —dije con algo de timidez.—No, no es ningún problema, Rousse —insistió Carlos—. Yo te puedo llevar, también vivo en la misma ruta.Ana estaba enarcando una sonrisa p
Mi declive de depresión comenzó esa misma tarde, después que Carlos me trajo a casa. Intenté por todos los medios posibles que no me vieran el rostro moreteado y las manchas de sangre en la camisa del uniforme.Afortunadamente pude hacerlo porque en la casa no había nadie. Sabía que mi madre lo más seguro era que estuviera en el supermercado comprando cosas que faltaran en la casa, ya que su auto no estaba y mi padre aún no llegaba de su trabajo.Entré y me fui directo a mi habitación. Sabía que, si a esa hora mi hermana aún no llegaba a casa era porque no dormiría allí esa noche, y eso me aliviaba, porque por ella mis padres se podían enterar que había recibido un golpe en el rostro.Me di un baño largo, de esos donde terminas arrinconado en una esquina de la ducha dejando que el agua caiga en tu cabeza para hacerte relajar. Pero yo siempre ter
Pero esa tarde sonreía y mostraba un rostro conmovido por las palabras de la directora Sara. El rostro de Alejandro era de orgullo, su porte estaba más imponente que nunca. Sabía que él pasaba por un momento agridulce, porque tenía el trabajo que tanto había anhelado, aunque no podía celebrarlo con su novia.A la salida, todos dijeron que irían a cenar (ya habían festejado el ascenso de Alejandro, pero querían seguir celebrando).—Rousse, debes celebrar —dijo la profesora Clarena—. Por fin quedaste permanente, ¿cómo que no puedes ir?—Estoy bastante ocupada —mentí—. Tengo que terminar unos…—Déjela, señora Clarena —pidió Carlos—. Ella está a finales de semestre, tiene que estar bastante ocupada.—Vamos, Rousse, te llevo a casa —dijo Alejandro y me rodeó
Al llegar a Rousseau intenté verme un poco más animada, saludé a algunos profesores como comúnmente hacía y después entré a mi salón para prepararme e iniciar mi día.Sin embargo, aquel día sucedió algo bastante peculiar. Carlos entró a mi salón bastante sonrojado e inspiró profundamente al pasar por la puerta.—Buenas tardes, Rousse —saludó.—Hola, Carlos —respondí sonriente.Vi que detrás de él, a unos metros de distancia, estaba Alejandro sonriente, acompañado de Sarita. ¿Qué estaban planeando?—Rousse, ¿qué harás el sábado? —inquirió.“Me voy a suicidar, así que estaré bastante ocupada en ello, lo siento”, pasó por mi mente y tuve que morderme el labio inferior para no soltar un lamento.