Volteé a mirar cuando escuché la palabra “sangre” y me espanté al ver que, aunque Rousse estaba cubriendo su nariz con una mano, por sus dedos estaba escurriendo el líquido rojo.
Aquello me revolvió la cabeza, una impotencia grande comenzó a invadirme. Susana cambió su rostro de enfado a satisfacción cuando notó que Rousse estaba en apuros por la sangre que comenzaba a emergerle y… eso fue lo que me llenó de repudio.
—¡Lárgate! —le grité con furia.
Agarré a Susana de un brazo y la empujé en dirección a la entrada.
—¡No me voy a ir hasta que me regreses lo que es mío! —Soltó tajante mientras se soltaba de mi agarre—, ¡no me puedes quitar algo que es mío! —Señaló a Rousse con una mano—, ¡que todos se enteren aquí la escoria que e
Esa tarde, cuando me llamaron de todas las formas posibles, me hizo dar cuenta que me estaba relacionando tanto con un grupo social que me arrastró a tener más problemas de los que en mi estado podría soportar.La ansiedad golpeó mi pecho cuando vi mis manos bañadas en sangre y las personas rodearme para tratar de ayudarme.—¡Sé que fuiste tú la que le dijo que me lo quitara!, ¡maldita zorra, no te vas a salir con la tuya, éstas me las vas a pagar, ya verás! —Me gritó aquella mujer—, ¡eres una cualquiera!, ¡me las vas a pagar, maldita!Dentro de mí contaba mentalmente hasta llegar a trescientos: era la única forma para no terminar gritando y temblando por no poder controlar aquella situación.Todos me hacían preguntas, me tocaban el rostro y me dieron una compresa fría que me durmió media cara.Al
—Ya yo le dije a mi tía que estoy bastante ocupado —objetó Alejandro con tono aburrido—. Además, estoy seguro que las dos me van a comer vivo y después le contarán todo a mi mamá.—Yo puedo llevar a Rousse a su casa —intervino Carlos con una ligera sonrisa en su rostro.Por alguna razón, aquella idea no pareció gustarle nadita a Alejandro, porque le envió una mirada asesina a su amigo. Además, para ese punto ya me estaba sintiendo bastante incómoda al saber que fui el comienzo de una nueva discusión, ¿qué me pasaba ese día que todos estaban discutiendo por mi culpa?—No se preocupen, yo puedo irme sola —dije con algo de timidez.—No, no es ningún problema, Rousse —insistió Carlos—. Yo te puedo llevar, también vivo en la misma ruta.Ana estaba enarcando una sonrisa p
Mi declive de depresión comenzó esa misma tarde, después que Carlos me trajo a casa. Intenté por todos los medios posibles que no me vieran el rostro moreteado y las manchas de sangre en la camisa del uniforme.Afortunadamente pude hacerlo porque en la casa no había nadie. Sabía que mi madre lo más seguro era que estuviera en el supermercado comprando cosas que faltaran en la casa, ya que su auto no estaba y mi padre aún no llegaba de su trabajo.Entré y me fui directo a mi habitación. Sabía que, si a esa hora mi hermana aún no llegaba a casa era porque no dormiría allí esa noche, y eso me aliviaba, porque por ella mis padres se podían enterar que había recibido un golpe en el rostro.Me di un baño largo, de esos donde terminas arrinconado en una esquina de la ducha dejando que el agua caiga en tu cabeza para hacerte relajar. Pero yo siempre ter
Pero esa tarde sonreía y mostraba un rostro conmovido por las palabras de la directora Sara. El rostro de Alejandro era de orgullo, su porte estaba más imponente que nunca. Sabía que él pasaba por un momento agridulce, porque tenía el trabajo que tanto había anhelado, aunque no podía celebrarlo con su novia.A la salida, todos dijeron que irían a cenar (ya habían festejado el ascenso de Alejandro, pero querían seguir celebrando).—Rousse, debes celebrar —dijo la profesora Clarena—. Por fin quedaste permanente, ¿cómo que no puedes ir?—Estoy bastante ocupada —mentí—. Tengo que terminar unos…—Déjela, señora Clarena —pidió Carlos—. Ella está a finales de semestre, tiene que estar bastante ocupada.—Vamos, Rousse, te llevo a casa —dijo Alejandro y me rodeó
Al llegar a Rousseau intenté verme un poco más animada, saludé a algunos profesores como comúnmente hacía y después entré a mi salón para prepararme e iniciar mi día.Sin embargo, aquel día sucedió algo bastante peculiar. Carlos entró a mi salón bastante sonrojado e inspiró profundamente al pasar por la puerta.—Buenas tardes, Rousse —saludó.—Hola, Carlos —respondí sonriente.Vi que detrás de él, a unos metros de distancia, estaba Alejandro sonriente, acompañado de Sarita. ¿Qué estaban planeando?—Rousse, ¿qué harás el sábado? —inquirió.“Me voy a suicidar, así que estaré bastante ocupada en ello, lo siento”, pasó por mi mente y tuve que morderme el labio inferior para no soltar un lamento.
Sabía que a Rousse le estaba sucediendo algo. Me di cuenta que lograba ver a través de las sonrisas que mostraba porque ya la conocía a fondo, pero aún no tenía las fuerzas como para sentarme frente a ella y que se sintiera con la confianza de que me contara sus males, poder abrazarla y decirle que podía apoyarse en mí.Deseaba hacerlo, animarla y que olvidara sus problemas por un momento para que así lograra respirar paz, aunque fuera un instante. Yo sabía lo que era estar sumergido en aquel vacío, pasé por ello cuando generé la depresión por no haber podido ayudar a la chica que intentó suicidarse en el instituto.Me daba miedo no poder ayudar a Rousse, a ella, que ya se había ganado un rincón en mi corazón. Me daba miedo despertarme un día y que me informaran que se había suicidado.En esa semana lo pensé mucho cuando la veía mirar lejos. Cuando esperábamos en el paradero de buses podía notar como su mente se iba por momentos y sólo quedaba su cuerpo, ¿qué era lo que tanto meditaba
Era cierto, Rousse estaba bastante delgada, ya no había rastro del cuerpo voluptuoso con el que llegó aquella chica al centro de desarrollo y por el que todos los hombres dejaban ir sus ojos cuando caminaba.—Es por el estudio —contestó Rousse—, la universidad es muy estresante.—Por eso me gusta hacer ejercicio —comenté—, no te imaginas lo desestresante que es levantarse temprano en la mañana, hacer ejercicio y sacar toda esa mala energía que se acumula.—Es cierto —aceptó Carlos—, aparte que ayuda a que no pierdas masa muscular, o en mi caso, el ganar grasa. Yo suelo ser una persona ansiosa, y la ansiedad me da ganas de comer mucho, tengo el metabolismo lento y me engordo con nada. No suelo ser tan riguroso con el ejercicio como Alejandro, pero cuando me siento agobiado, voy al gimnasio y salgo renovado.Reparé a Rousse e imaginé cómo se vería su cuerpo atlético. Tuve que morder mi labio inferior para no arquear una sonrisa de pendejo al imaginarla con ropa deportiva, porque en mi i
—¿Le pasa algo a Rousse? —preguntó Carlos, acercándose a mí cuando estuvimos solos.Le di la mirada más asesina que mi rostro logró hacer.—Por eso es que estás solo —le dije—. Eres el imprudente más grande del mundo.—¡¿Qué?, ¿por qué?! —estaba perplejo.—Ahora sí que Rousse nunca se va a fijar en ti —solté con enojo—, olvídate de ella. Yo —llevé una mano a mi pecho— no te voy a volver a ayudar a conquistarla, es que… —gruñí— haré lo posible para que nunca te acerques a ella.—¿Por qué?, ¿por qué? —Soltó algo enojado—, ¡¿qué es lo que pasó?!—¡Rousse es depresiva, ella no está pasando por un buen momento! —Confesé—, ¡justo hoy era cuando más mal la vi y tú…! —Volví a gruñir—, ¿cómo se te ocurre decir ese tipo de cosas?, ¿las personas depresivas están locas?, ¡¿qué pasa por tu mente?!Los labios de Alejandro comenzaron a temblar y su rostro se volvió lánguido. Llevó una mano a su nuca y arrugó su entrecejo.—Yo no sabía que ella… —quedó meditando—. ¿Rousse ha intentado quitarse la vid