97Zaira—Está bien, mamá, volveré con las niñas —le dije, fingiendo tranquilidad.Pero en cuanto Camila se fue, me metí en su oficina. Necesitaba hablar con ella, aclarar lo que había pasado. Mi corazón latía con fuerza, y mis manos sudaban cuando cerré la puerta tras de mí.Elena levantó la vista de unos papeles y arqueó una ceja.—¿Y bien? —preguntó con ese tono que usaba cuando sabía que algo importante estaba por decirse.Me humedecí los labios, sintiéndome nerviosa. No sabía cómo empezar, ni siquiera cómo explicarlo sin que sonara absurdo.—Es sobre… el señor Seraphiel —dije al fin.El nombre quedó suspendido en el aire. Elena inclinó la cabeza, observándome con interés.—¿Él es el papá de las niñas? —pregunta mi madre con los ojos grandes.Nunca le dije el nombre del padre de las niñas, pero si sabía que era un hombre con dinero y poderoso, así que mi madre solo pensó que huía de él hace casi cinco años, de todas formas, la cosa iba por allí.Asentí.—Él… quiere… —carraspeé, si
98ZairaComo ya había llegado a un acuerdo con mi madre, comenzamos a empacar. Las niñas estaban felices, brincando por todos lados mientras decían que "ayudaban", aunque en realidad estaban más entretenidas sacando cosas de las cajas que metiéndolas dentro.El timbre sonó, y pensé que era la comida que había pedido. Gabriel había viajado para una cita de negocios, así que le dije que adelantaríamos todo.Recordé antes de que se fuera cómo las niñas prácticamente lo empujaron hacia la salida.—Papá, ya vete —le dijeron entre risas, sujetándolo cada una de un brazo.Gabriel fingió indignación, intentando contraatacar con un puchero.—Pero necesitarán ayuda… —protestó, mirando a las pequeñas con falsa desesperación.Me crucé de brazos, arqueando una ceja.—Aún no puedo creer que el todopoderoso Gabriel Seraphiel esté haciendo pucheros —me burlé, conteniendo la risa.Su expresión cambió de inmediato. Me señaló con dramatismo antes de girarse hacia la puerta.—Pagarás por esto cuando vue
99SelenaNecesitaba moverme con precisión esta vez. Un plan de escape empezó a tomar forma en mi mente mientras permanecía acostada en la cama del hospital. El doctor Lancaster insistió en que terminara el suero y el hierro que ya estaban conectados a mi intravenosa, así que decidí cerrar los ojos.Ya le había pedido al doctor Lancaster que no dijera nada de mi embarazo y prometió callar así que tengo poco tiempo para moverme fuera de escena.No sé en qué momento me quedé dormida, pero al día siguiente me desperté cuando los rayos del sol golpearon mi rostro. Resoplé, queriendo dormir un poco más, pero no tenía ese lujo. Debía ponerme en pie e irme.Justo cuando me senté en la cama, balanceando las piernas para bajarlas, noté una presencia frente a mí.Una mujer estaba sentada en una silla de ruedas, mirándome fijamente.Solté un suspiro de hastío.—Señora Lennox —hablé con desdén—, ¿viene a desearme buenos días?El sarcasmo y la burla en mi voz fueron evidentes.La anciana resopló c
100ZairaEl avión finalmente tocó tierra, y aunque el aire cálido que me recibió al abrir las puertas era reconfortante, no pude evitar sentir una mezcla de emociones. Había pasado tanto tiempo desde que dejé este lugar, pero no podía decir que estuviera completamente lista para regresar. Las niñas dormían plácidamente a mi lado, ajenas a todo lo que había sucedido en el tiempo que estuvimos fuera del país.Suspiré, me levanté y ayudé a las niñas a salir. Mientras caminábamos hacia el área de recogida de equipaje, vi un grupo de personas esperándonos. Gabriel, Frederic y Samuel estaban allí, de pie, sonriéndome. Mi pecho se apretó al verlos, y un nudo se formó en mi garganta.Gabriel me sonrió con una expresión de alivio, y Frederic, con un inusual entusiasmo, sostenía una pancarta que decía “Bienvenida a casa”. Mi corazón se aceleró un poco. No esperaba una bienvenida tan cálida.—Zaira, finalmente estás de vuelta —dijo Gabriel, acercándose a mí con una suavidad que no había mostrad
101SelenaCuando salí por la puerta trasera del hospital, mi única intención era desaparecer lo más rápido posible. No mirar atrás. No pensar demasiado. Solo irme. Pero, por supuesto, la vida no me iba a dejar hacerlo tan fácilmente.Apenas di unos pasos cuando un auto rojo sangre se cruzó bruscamente en mi camino, obligándome a detenerme en seco. La puerta del conductor se abrió con demasiada confianza, y de él bajó Lázaro con esa media sonrisa que siempre lo acompañaba. Todo arrogante y mierda.—Pero si es mi exjefe —solté con sarcasmo, poniendo los ojos en blanco mientras cruzaba los brazos sobre el pecho, adoptando una pose que, con suerte, disimularía lo jodidamente nerviosa que estaba.Lázaro abrió los brazos de par en par, como si esperara que corriera a abrazarlo.—Querida Misty, es un placer volver a verte.Patético.—¿Murmuraste algo? —su ceño se hundió apenas un milímetro, suficiente para hacerme saber que había captado mi desprecio.Le dediqué mi mejor sonrisa cínica.—Qu
1Gabriel SeraphielEntré en el comedor con paso seguro, mi presencia serena y estoica. Mi mirada estaba fija en el plato que esperaba en la mesa. Me siento sin prisa, ajustando la chaqueta perfectamente cortada de mi traje color carbón y tomo los cubiertos con precisión. —Hola, padre —saluda mi pequeño hijo de cinco años.Samuel Seraphiel, mi hijo siempre se sentaba a mi izquierda en todas las ocasiones y a mi derecha debería ir su madre, pero ese asiento lleva años vacío.—Hola, Samuel —le dije a él mientras le terminaban de servir la misma cena que a mí— ¿hiciste tus deberes?—Sí, como siempre —contesta, igual de serio que yo— quiero aprender algo nuevo.Mi hijo era mi viva copia, mismos ojos, cabello azabache y piel canela como la mía, también era un niño sumamente inteligente y a pesar de su corta edad aprendió a leer y escribir muy bien en poco tiempo y ahora tiene tutores avanzados.—Ya veremos luego, primero termina tus clases —contesté, con parsimonia y Samuel solo asintió.
2Zaira MoreauMe sentía feliz, radiante y llena de energía. El aroma a pan recién horneado y especias aún impregnaba mis manos después de las clases de cocina. Mi maestro, el renombrado chef Alain Dubois, había anunciado en la última lección que era la mejor estudiante de todos los tiempos. El chef Dubois me había elegido como su aprendiz hace algunas semanas y había aprendido muchísimo en estas pocas semanas. Era el primer paso hacia el sueño que me había guiado desde mi niñez. Una vez mi maestro se me acercó: —¿Por qué quieres ser mi aprendiz? —me preguntó el día antes de elegir su aprendiz.—Quiero hacer feliz a las personas con mi comida, chef —le respondí sinceramente. Y solo así aceptó ser mi maestro.He amado la comida desde que podía recordar. A los dos años, ya acompañaba a la abuela en la cocina, preguntando curiosa por cada ingrediente. Mi abuela, con paciencia infinita, me enseñó todo lo que sabía: desde amasar pan hasta preparar las más delicadas salsas francesas. Mi co
3Zaira—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.Abrí las alacenas y el ref