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II. ¡Se ha colado un ladrón sexy al restaurante!

- Bien chicos, cierren la puerta al salir- grita Valerie desde el baño, despidiéndose de todos sus empleados.

Como siempre terminaron de limpiar y recoger el restaurante tarde en la noche, su horario era hasta las 12 pm.

Como era costumbre, Valerie era la última en irse, en ocasiones Elena se quedaba hasta el final con ella.

Pero su amiga tenía a un niño en casa que la esperaba, así que generalmente terminaba de ayudar y se iba corriendo a atender a su pequeño.

- Bien, todo en orden- se dice Valerie mirando su reflejo en el espejo.

Siempre concluía el día media despeluzada y sudorosa, así que había que refrescar y acicalar a esta hermosa jefa para que saliera radiante de su negocio.

Se recogió en una coleta alta su pelo castaño ondeado, mientras examinaba su cuerpo con sus hermosos ojos color avellana.

- Elena tiene razón, he vuelto a subir de peso, ese m@aldito ricachón me va a hacer perder mis sexis curvas con tanta insistencia- murmuraba mientras se miraba el trasero en el espejo grande del baño de empleados del restaurante.

Aún vestía el pantalón gris piedra del uniforme, con sus características Crocs negras antideslizantes y para arriba, si se había cambiado por una camiseta blanca manga corta, que decía al frente en letras negras

“Las gorditas no sudamos, ¡brillamos con estilo!”.

“Bueno, menos brownies esta semana”, pensó suspirando y apagó la luz del baño para ir caminando hasta su taquilla y recoger el bolso.

Estaba abriendo la puerta gris metálica de la taquilla, cuando escuchó un sonido proveniente del frente del restaurante y lo que parecía una voz humana.

Esta zona es muy movida por la cantidad de negocios que hay, pero por esa misma razón, había que tener mucho cuidado, no faltaban personas inescrupulosas que podían estar vigilando con malas intenciones y al darse cuenta de que se había quedado solo una mujer en el restaurante, entrar a robar o con peores ideas.

Pero Valerie no es de las que se acobardaba así como así, no por gusto llevaba este nombre francés, que le dio su abuelo y significaba, mujer fuerte y poderosa.

Agarró el palo de la fregona que estaba en el baño y se dispuso a salir silenciosamente, para ver si realmente había un intruso en su restaurante y los motivos que tenía para entrar en un negocio a hurtadillas, el cual, claramente, tiene afuera un cartel de cerrado.

Se escondió en una esquina, que daba de los baños hacia el salón principal del restaurante, y a través de las escasas luces que entraban de la calle, vislumbró, efectivamente, la silueta de lo que parecía ser un hombre.

El presunto ladrón miraba ahora desconcertado hacia todos lados, quizás como analizando que se llevaba primero.

Pero en el salón ciertamente no había nada de valor, así que Valerie analizó que su próxima estrategia sería adentrarse en el restaurante, buscando la caja registradora para ver si quedaba dinero del día.

En efecto, así mismo ocurrió y el maleante se adentró medio dudoso entre las penumbras.

Mientras Valerie esperaba en una esquina oculta, su oportunidad para estamparle en la cabeza a este atrevido, la sucia fregona con la que acababan de limpiar el baño, hace menos de una hora.

Por su parte, Oliver, se había pasado prácticamente todo el día muy ocupado con el trabajo y a penas ahora era que tenía tiempo, para bajar del último piso de su edificio y enfrentarse a esta obstinada dueña.

Cuando llegó vio las luces apagadas y el cartel de cerrado, así que suspiró con frustración porque pensó que todos se habían marchado a sus casas.

Ya iba de regreso a su oficina, cuando le pareció ver, a través de las amplias ventanas de cristal, una luz que provenía del fondo del restaurante.

Decidió probar suerte, porque todos los días no tenía tiempo para estarlo perdiendo en asuntos sin sentidos y caminó hasta la puerta con la intención de tocar.

Pero antes siquiera de llamar, a penas colocando los nudillos sobre la superficie de madera, la puerta abrió una rendija con un chirrido, indicando que estaba abierta.

Era muy negligente dejar un negocio así a esta hora, abierto en este barrio, o más bien en cualquier barrio de San Francisco, pero no era su restaurante, así que tampoco era su problema.

Lo que necesitaba era que hubiese alguien y de preferencia la mujer que estaba haciendo que todos sus planes de expansión para este edificio, se estuviesen retrasando.

Llamó en voz baja, pero nadie contestó, se quedó parado como un tonto en el salón en penumbras, debatiéndose si era buena idea adentrarse en un negocio sin que nadie lo invitara.

Caminó con la carpeta de documentos en la mano, sorteando los obstáculos que veía a través de las sombras en la oscuridad.

Se acercaba a la zona de la barra donde estaba la caja registradora y de allí, lo que suponía era la zona del servicio y la cocina, cuando un fuerte grito y una cosa apestosa y babosa se estrelló de a lleno contra su cara.

- ¡¿Pero, qué diablos?!- gritó confundido, tratando de sacarse de encima el objeto asqueroso, que acababa de estamparse en su rostro y ahora colgaba de su cabeza como si se tratase de una peluca.

- ¡Si vienes a robar, te aconsejo que te marches corriendo, porque ya la policía viene en camino!- le grita Valerie, mintiéndole al supuesto ladrón, mientras alcanza el interruptor y prendía las luces del restaurante.

Delante de ella, un hombre alto, de un metro ochenta y ocho aproximadamente, buen físico, con los músculos definidos en los sitios correctos, vestido con un traje ejecutivo negro a su medida, zapatos caros de cuero marrón y con una cómica fregona sucia colgando de su cabeza, con el palo de plástico aun moviéndose en el aire por el impacto.

Oliver, alias el atrevido ladrón, se quitó con rabia esa sucia cosa de la cabeza y miró al frente a esta mujer que al parecer lo estaba confundiendo con un vulgar ratero.

Lo había golpeado con esa asquerosa fregona, que olía como si hubiesen limpiado todo el piso del puerto con ella, después de que todos los peces se hubiesen podrido sobre él.

- ¡¿Cómo te atreves a atacarme de esa forma, sin ni siquiera preguntar primero?!, ¡eres una maleducada, si recibes así siempre a tus clientes, harás que este sitio cierre, sin tener yo que mover un dedo!...- comenzó Oliver su regañina, como si no hubiese sido él, la persona que entró de manera furtiva y sin ninguna educación a un negocio ajeno, en plena noche y con todas las luces apagadas.

Sacó el pañuelo blanco que siempre llevaba y comenzó a intentar quitarse la suciedad de la cara y el pelo.

La pobre fregona tirada en el suelo, abandonada, luego de cumplir con su deber.

Pero Valerie no estaba escuchando absolutamente ninguna de las palabras de Oliver, porque su cerebro estaba en otra cosa.

“¿Qué clase de combinación baja bragas tiene este hombre?”, pensó.

¿Un hombre con esa cara varonil y los ojos rasgados de color verde?

Si en realidad venía a por su cuerpo, la verdad era que le iba a ser demasiado difícil resistirse, haría un gran esfuerzo, más bien por no saltarle arriba a este supuesto ladrón.

“So Ji Sub perdóname, pero creo que pasaste al número dos en la lista”

- ... ¿me está escuchando siquiera?- le preguntó Oliver a esta mujer, que se había quedado como tonta mirándolo y no reaccionaba.

- Disculpa, ¿por casualidad me está acusando de defender mi negocio, cuando es obvio que fue usted quien entró a escondidas, con las luces apagadas y con un cartel puesto afuera que dice cerrado? – reaccionó de repente Valerie, saliendo de su ensoñación inicial, porque apuesto o no, cómo se atrevía este señor a hacerse el ofendido cuando claramente la víctima aquí es ella.

- Llamé, pero nadie me contestó, ¿en serio crees que yo tengo aspecto de ladrón por algún lado?- le preguntó con prepotencia, señalándose como diciendo:

"Posiblemente la ropa que llevo puesta, valga más que todo el restaurante viejo este, que tanto defiendes".

Valerie, obviamente entendió la referencia y se molestó ahora sí, totalmente.

Qué le pasaba a este engreído, menospreciando de esa forma su querido negocio.

Es cierto que ahora, detallándolo, se notaba que era un hombre de negocios bien vestido y con posibilidades económicas, pero no por eso vendría a su restaurante a tratarla como basura.

- Señor, es obvio que la ropa no hace al monje, así venga vestido con un traje de ceremonia de Hugo Boss a mi restaurante y se cuele como un ladrón, lo trataré como tal y la próxima vez, no será la fregona lo que estampe en su cara- le respondió desafiante con las manos en sus anchas caderas- y ahora acábeme de decir de una m@ldita vez que hace aquí, a esta hora inapropiada de la noche.

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