—Hola. ¿Puedo, hablar con su redactor gastronómico, por favor? ¿No? ¿Y con un asistente de redacción o alguien que pueda decirme qué día salió determinada crítica de un restaurante? —pregunté a una recepcionista muy antipática del New York Times.Había contestado al teléfono ladrando «¿Qué?» y ahora parecía( o quizá no) que no hablábamos el mismo idioma. Mi perseverancia, con todo, dio su fruto, y tras preguntarle tres veces cómo se llamaba («No podemos dar nuestro nombre,señora»), amenazarla con denunciarla al director («¿Cómo? ¿Cree que a él le importa? Ahora mismo se lo paso») y jurarle con vehemencia que me personaría en las oficinas de Times Square y haría cuanto estuviera en mi mano para que la despidieran al instante («¿De veras? Ya ve lo que me preocupa»), se hartó de mí y me pasó con otra persona.—Redacción —ladró otra mujer de voz peleona.Me pregunté si yo daba esa misma impresión cuando atendía las llamadas en la oficina. Como mínimo aspiraba a ello. Resultaba tan desagra
Resultó que el noventa y nueve por ciento de la correspondencia era basura que Markus nunca llegaba a ver. Todos los sobres dirigidos al «Director» iban directamente a la gente que editaba las páginas de la sección de Cartas, pero muchos lectores eran tan astutos como para enviar su correspondencia a nombre de Markus.Yo tardaba unos cuatro segundos en ojear un sobre y comprobar si era una carta dirigida a él en lugar de una invitación a un baile benéfico o una nota de un amigo largo tiempo desaparecido, y ponerlo a un lado. Ese día, había toneladas.Cartas apasionadas de chicas adolescentes, amas de casa e incluso homosexuales (o, para ser justos, tal vez heteros muy pendientes de la moda). «Markus Preston, no solo eres el Dios del mundo de la moda, sino el rey de mi mundo», rezaba una. «No pude estar más de acuerdo con tu decisión de publicar el artículo sobre el rojo como el nuevo negro en el número de febrero. ¡Fue osado pero ingenioso!», exclamaba otra.Algunos lectoresse se quej
Las puertas del elevador se cerraron y ¡yo quería morirme!Íbamos a ser los únicos pasajeros durante las próximas diecisiete plantas. Sin pronunciar palabra, abrió su carpeta de piel y empezó a pasar las hojas. Estábamos uno al lado del otro y la profundidad del silencio se multiplicaba por diez con cada segundo que pasaba.¿Me sentiría culpable?, me pregunté. ¿Era posible que hubiese estado borracho la noche anterior? ¿O simplemente quería aparentar que no había ocurrido nada?Me extrañaba que no me preguntara por el artículo del restaurante o si había recibido su mensaje de que encargara la vajilla para la fiesta en el Met y si todo estaba preparado para es noche. Actuaba como si estuviera solo, como si no hubiera otro ser humano(o, para ser exactos, uno digno de ser tenido en cuenta) en el reducido elevador junto a él.Tardé un minuto entero en advertir que no estábamos subiendo. ¡Dios mío!Markus me habia dejado entrar porque había dado por sentado que yo apretaría el botón, pero
—¡Yessica!—¿Sí, Markus? —Su estridente voz me detuvo en seco , antes de poder llegar al ascensor y me di la vuelta para mirarlo.—Espero que el artículo sobre el restaurante que te pedí esté sobre mi mesa.—Bueno, lo cierto es que no he podido dar con él. Verás, he hablado con todos los periódicos y por lo visto ninguno ha publicado un artículo sobre un restaurante de fusión oriental en los últimos días. ¿No recordarás, por casualidad, el nombre del restaurante?Sin darme cuenta estaba conteniendo la respiración y preparándome para la bronca que de seguro me echaría. Mi explicación le trajo sin cuidado, porque echó a andar otra vez hacia su oficina.— Yessica, ya te dije que salió en el Post. ¿Tan difícil te resulta encontrarlo?Y dicho eso, se fue. ¿El Post? Había hablado con la crítica gastronómica de ese periódico esa misma mañana, y me había jurado que no había artículo alguno que encajara con mi descripción, que esa semana no se había inaugurado nada digno de mención.Por él de
—¿New York? —Parecía perplejo y divertido—. ¿Quién ha hablado de New York?Ahora la perpleja era yo.—Yessica , te he dicho unas cinco veces que el artículo se refería a un nuevo restaurante publicado en el Washington Post. Dado que estaré allí la semana que viene, necesito que me hagas una reservación. —Ladeó la cabeza y esbozó lo que solo podría describirse como una sonrisa malévola—. ¿Exactamente qué parte de la tarea encuentras tan difícil?¿Washington? ¿Me había dicho cinco veces que el restaurante estaba en Washington y que el artículo pertenecía al Washington Post? No lo creo. Era evidente que él estaba perdiendo la cabeza o bien obtenía un placer sádico viendo cómo yo perdía la mía.No obstante, comportándome como la idiota que el cría que yo era, volví a hablar sin pensar.—Oh, Markus, estoy segura de que el New York Post no escribe artículos sobre restaurantes de Washington. Por lo visto solo visitan locales que se inauguran en Nueva York.—¿Te estás haciendo la graciosa, Y
Me paseé por el apartamento durante un rato buscando pistas sobre la presencia de ese tipo. Lo único fuera de lugar era una botella vacía de vodka que descansaba en el fregadero. ¿De veras Layla había conseguido comprar, abrir y beberse una botella entera de vodka después de la medianoche del día anterior? Llamé a su puerta. Nada. Llamé con algo más de insistencia y oí a un sujeto manifestar el hecho obvio de que alguien estaba llamando a la puerta. Como seguía sin obtener respuesta, giré el pomo. —Hola, ¿hay alguien ahí? —pregunté procurando no mirar, pero incapaz de aguantarme más de cinco segundos. Deslicé la mirada por los dos tejanos apilados en el suelo, el sujetador que colgaba de la silla del escritorio y el cenicero repleto de colillas que hacía que la habitación apestara a casa de estudiantes varones, y fui directa a la cama, donde encontré a mi mejor amiga tumbada de costado, completamente desnuda. Un tipejo de aspecto nauseabundo, con una línea de sudor sobre el labio
Ella se estaba cepillando el pelo, y solo entonces caí en la cuenta de que eran las seis de la tarde de un viernes y ella acababa de levantarse. Como no se defendía, seguí hablando.—No tengo nada contra la bebida —añadí, procurando mantener una conversación relativamente serena—. De veras, no estoy contra la bebida, pero quizá últimamente te estés excediendo un poco. ¿Va todo bien en la universidad?Abrió la boca para decir algo; pero en ese momento Axel asomó la cabeza y me pasó el móvil.—Es él —anunció, y se marchó.¡Arggghhh! ¡Ese hombre tenía el don de amargarme la vida!—Lo siento —dije a mi amiga mientras la pantallita aullaba MP una y otra vez—.Generalmente solo tarda un segundo en humillarme, así que aguarda.Layla dejó el cepillo y me observó.—Despacho, perdón… —Otra vez había estado a punto de contestar como si fuera el teléfono de la oficina—. Soy Yessica—rectifiqué preparándome para el ataque.—Yessica, sabes que te espero a las seis y media, ¿verdad? —susurró Markus si
El vigilante me abrió la puerta, y se inclinó sonriendo. Probablemente pensaba que yo era una invitada.—Hola, señorita, usted debe de ser Yessica. Elana ha dicho que la espere aquí sentada, que enseguida estará con usted. —Habló discretamente a un micrófono prendido de una manga y asintió al recibir una respuesta—. Sí, justo aquí, señorita.Elana enseguida estará con usted.Contemplé el enorme vestíbulo, mas no me apetecía pasar por la incomodidad de ajustarme todo el vestido para poder sentarme. Además, ¿cuándo tendría otra oportunidad de estar en el Metropolitan Museum of Art después de la hora de cierre,aparentemente sin otra persona salvo yo? Las taquillas estaban vacías y las galerías de la planta baja a oscuras, pero el olor a historia, a cultura, inspiraba mucho respeto. Reinaba un silencio ensordecedor.Después de quince minutos de contemplación, cuidando de no alejarme demasiado del aspirante a agente secreto, una chica de aspecto corriente con un vestido azul marino cruzó e