#39:

—Hola. ¿Puedo, hablar con su redactor gastronómico, por favor? ¿No? ¿Y con un asistente de redacción o alguien que pueda decirme qué día salió determinada crítica de un restaurante? —pregunté a una recepcionista muy antipática del New York Times.

Había contestado al teléfono ladrando «¿Qué?» y ahora parecía( o quizá no) que no hablábamos el mismo idioma. Mi perseverancia, con todo, dio su fruto, y tras preguntarle tres veces cómo se llamaba («No podemos dar nuestro nombre,señora»), amenazarla con denunciarla al director («¿Cómo? ¿Cree que a él le importa? Ahora mismo se lo paso») y jurarle con vehemencia que me personaría en las oficinas de Times Square y haría cuanto estuviera en mi mano para que la despidieran al instante («¿De veras? Ya ve lo que me preocupa»), se hartó de mí y me pasó con otra persona.

—Redacción —ladró otra mujer de voz peleona.

Me pregunté si yo daba esa misma impresión cuando atendía las llamadas en la oficina. Como mínimo aspiraba a ello. Resultaba tan desagra
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