GIANNA
—¿Rey de Hiraeth? —preguntó alto Logan con desprecio—, ¿qué es eso? ¿Hogwarts? ¿Sacarás una varita y una lechuza aparecerá de la nada? —se burló y soltó la risa.
Yo tampoco sabía qué era Hiraeth, ni dónde quedaba; sin embargo, creo que varios en el bar sí, porque enseguida los vi borrar los videos que grababan, e instar a los demás a hacer lo mismo.
De repente, el ambiente se tornó oscuro, y algunas personas incluso dejaron el dinero de lo que consumieron sobre sus mesas y se fueron sin terminar de comer o beber, temerosas, huyendo.
No entendía por qué actuaban así, porque… ¿Quién era este tipo? ¿Más famoso que la Reina de Gran Bretaña?
No obstante, como estaba de mi lado, decidí hablarle bonito. Además, ¿mencioné que era guapo? Lo era.
Él no dejó de mirarme ni un segundo, a pesar de lo que el idiota de Logan decía o hacía, y sus ojos suaves me llenaron de una preciosa calidez.
—Yo… no sé quién eres, pero… supongo que podemos hablar al respecto, ya que acabo de ser despedida —comenté con falsa calma, aunque por dentro el corazón me latía con fuerza, entre la molestia y la inquietud.
La sonrisa del pelinegro creció, y asintió con la cabeza.
—Perfecto. Entonces, terminamos aquí. ¿Le gustaría acompañarme a comer algo en un lugar más civilizado, señorita? Así podemos tratar mejor el tema de su nuevo empleo.
Él volvió a hablarme con diligencia, y sonreí con educación. Pasé la vista por Bruno, por los demás del local y, al final, por un Logan que me veía con ira e incredulidad, quizás porque no pensaba que me iría con este desconocido de buenas a primeras.
Y sí, quizás sería el peor error de mi vida y me terminarían encontrando en las orillas de la bahía, pero, ¿y qué?
No es como que tuviera mucho, a fin de cuentas.
—Por supuesto, señor Kuir —hablé con calma, dirigiendo mi vista al pelinegro—. Estaré muy feliz de hacer eso. Si me permite, ¿puedo ir por mis pertenencias primero?
Él asintió con la cabeza y, tirando la vista hacia uno de los de traje, ordenó:
—Pete, acompáñala, por favor.
Un rubio de piel muy clara asintió con la cabeza, y los dos fuimos hacia la trastienda, donde busqué en mi casillero mi ropa y mis cosas.
Mientras los sacaba, no pude evitar preguntarle a ese hombre:
—¿De verdad ese chico de allá afuera es un Rey? No parece mucho mayor que yo.
Pete asintió con la cabeza.
—Su Majestad tiene veintiséis años, y es el Rey de nuestro pueblo desde hace trece.
Él metió la mano dentro de su saco y me mostró una credencial. La tomé y la examiné.
Este hombre era Peter Abraham, de treinta años, cuyo cargo oficial era el de Guardia del Rey. Pude ver el escudo del reino y todos los detalles ahí, y una dosis de realidad me invadió.
—Mierda…
Enseguida, agarré mi celular y busqué sobre el Reino de Hiraeth. Me salió una noticia de que el Rey arribó a Estados Unidos para una ronda de reuniones con altos cargos del país. El día anterior tuvo una audiencia con el Presidente, e incluso había una foto, donde se veía al tipo alto de afuera dándole la mano a nuestro viejito canoso.
—Madre mía… —solté incrédula, mientras extendía la mano para devolverle su credencial a Pete, y luego lo miré con los ojos bien abiertos—, ¡es real!
Una sonrisa divertida pintó los labios del escolta, y asintió con la cabeza.
—Ahora, por valor, acompáñanos al auto. No sé qué ha pasado, pero, ya que el Rey te ha pedido venir con nosotros, lo mejor será obedecer.
Asentí con la cabeza, y al instante me imaginé a ese tipo altísimo como uno de esos reyes autoritarios de las películas, aunque descarté esa idea al pensar de nuevo y comprender que fue muy amable conmigo y me defendió.
—Pero… ¿qué hace un Rey de una nación importante, en un pequeño bar de San Francisco como este? —curioseé a Pete sin poder evitarlo mientras íbamos de regreso.
—A Su Majestad no le gusta estar siempre rodeado de gente encopetada, como él los llama, así que sugirió salir a comer por ahí, aunque el señor no debería comer nada que no sea preparado por su chef.
—Vaya… —mascullé sin poder evitarlo.
Para cuando llegamos de nuevo al salón, este estaba casi vacío, salvo por los empleados, Logan, que aún discutía, aunque lejos de los tipos en traje y el ahora Rey de Hiraeth; ese que, apenas verme, asintió con la cabeza.
—Bueno, señorita Gia, ¿le parece si nos vamos? Tengo algunos compromisos que atender más tarde, así que no hay mucho tiempo.
¿Gia? Bueno… era el diminutivo de mi nombre, pero también la primera vez en mi vida que alguien me llamaba así, porque ni mis padres. Suspiré y solo lo seguí fuera de las instalaciones.
Al cruzar la puerta, vi dos autos negros muy macizos que, en efecto, tenían placas con el mismo escudo que había visto en la credencial del escolta de antes. Volteé hacia mi espigado salvador con los ojos bien abiertos, y él volvió a sonreír.
—Adelante, sube.
Me dio el paso y, con la venia de sus escoltas subí al primer vehículo, descubriendo un interior amplio y alto. Y, bueno, al verlo subir a mi lado, entendí la razón, ¡si era altísimo!
El tipo del traje del bar cerró la puerta y se movió al asiento del pasajero, en tanto Pete se metió al del chofer.
Antes de que me diera cuenta, partimos.
No obstante, yo estaba impresionada por otra cosa.
—¿Cuánto mides? —pregunté sin más.
En el asiento delantero, el tipo del traje se aclaró la garganta, y recordé algo.
—¡Oh, perdón! ¡Su Majestad… ¿cuánto mide?!
Él soltó una risilla y negó con la cabeza.
—No eres parte de mi pueblo, así que no te preocupes por las formalidades.
Su voz desde el costado, grave y amena, caló en mí con calidez. Entonces, continuó:
—Mido dos metros diecinueve centímetros.
«¡Un titán!», clamé para mis adentros, pues parecía eso ante mis insignificantes ciento setenta y tres centímetros.
—Y yo creí que era alta…
Suspiré y puse las manos sobre mis muslos, dudosa, ahora sí, por lo que se viniera.
—Entonces, señorita Gia, ¿le apetece trabajar para mí?
—¿En qué trabajaría? Para ser sincera, con todos estos hombres fuertes alrededor, no veo para qué soy necesaria. —De repente, una idea me surcó la mente, y me volteé y espeté—: ¡Y no soy una pu.ta! ¡Si me buscas para eso, entonces detén el auto y déjame aquí!
Al tiempo en el que Pete soltó la risa, y el otro casi se ahoga con la tos, Cameron negó con la cabeza e hizo un gesto con la mano.
—¡Para nada!, ¿acaso parezco ese tipo de hombre? —clamó como dolido, aunque el rastro divertido picaba en su cara.
—No, bueno, no es como que te conozca ni nada. —Me encogí de ambos con justa razón.
—Me gustaría contratarte como mi asistente por el tiempo que permanezca en este país.
—¿Asistente? —inquirí al segundo—, ¿no deberías tener muchas de esas en tu Reino?
La complicación pintó su cara y, tras suspirar, negó.
—Nunca he tenido un asistente personal, pero… últimamente hay algunas personas que están muy insistentes con eso y… —se echó hacia atrás en el asiento y miró al techo—, quieren que consiga a alguien, o lo harán por mí y, para ser sincero, no me gustan los extraños.
Arrugué el cejo.
—Pero yo soy una extraña.
—Sí, pero yo te escogí, es diferente. —Volteó y me dio una sonrisa—. ¿Qué me dices? Mi gira termina en un par de semanas. Si lo haces bien, y tienes pasaporte, incluso podrías venir conmigo a Hiraeth.
«¿Pasaporte? ¿Dos semanas? Espera un momento…». Mi cabeza quedó en suspenso unos segundos, los mismos en los que el auto se detuvo a la entrada del restaurante de un hotel de lujo en la ciudad.
El tipo del traje bajó enseguida y abrió la puerta, Cameron bajó y yo lo seguí, aún dudosa.
Pete se llevó el carro, y más atrás bajaron dos de los de antes. Los mozos de la entrada enseguida hicieron reverencias ante el paso del pelinegro, y todo pareció detenerse a su alrededor.
Esto era abrumador, para ser sincera.
Pasamos al local, un sitio de esos en los que jamás en mi vida había tan siquiera soñado estar, con pinturas por acá y por allá, y sofisticación por todas partes.
Un hombre vestido de traje y pajarita vino hacia nosotros, se detuvo a un metro e hizo una reverencia pronunciada.
—Su Majestad, no esperábamos su visita —dijo con cierta ansiedad y me miró de reojo.
Pude notar algo de incredulidad en sus ojos, pero lo ignoré.
—Señor Fergus, lamento venir sin avisar, pero surgió un imprevisto en el lugar donde planeaba cenar, así que…
—¡Oh, no se preocupe, Su Majestad! Enseguida preparo una mesa para usted.
—Para los dos, Fergus. La señorita Gianna y yo tenemos algunas cosas de las que hablar.
El tal Fergus asintió y enseguida se dispuso a preparar la mesa.
Menos de un minuto después, los dos estábamos en medio de un restaurante vacío, porque sacaron a todo el mundo, con los escoltas en las esquinas, muy atentos, frente a frente.
Y sentí la presión, pues en mi cabeza todo daba vueltas.
Por suerte, tomé el menú y me puse a verlo, pero no tenía ni idea de qué era nada lo que se veía ahí, y se notó en mi cara.
Cameron soltó una risilla, y comentó:
—Este restaurante sirve un menú de tres tiempos, así que te recomiendo la ensalada caprese, quizás cordero como proteína, y una copa de frutas de postre.
´Fruncí el cejo y resoplé.
—Pediré lo mismo que tú, caso cerrado.
Él llamó al camarero y pidió su orden por duplicado.
De nuevo, quedamos uno frente a otro en silencio, por lo que solté, para aliviar la presión:
—Vik, ¿puedo llamarte así? Tú me llamas Gia, así que…
—No hay problema.
Su inmediata respuesta me hizo resoplar, y tiré la vista a los lados.
—Vik… yo… me siento agradecida por la oportunidad, pero… estoy estudiando, y he esperado mucho para poder hacerlo; así que lo siento.
»No puedo descuidarlos. Encontraré otro trabajo en otro restaurante.
Vi la decepción pintar sus ojos, pero no me arrepentí.
Después de eso, cenamos con calma y él me llevó con su gente a mi casa, como todo un caballero, dejándome su tarjeta solo por si acaso.
Sin embargo, las cosas no iban a ser tan sencillas para mí, y lo supe al otro día, cuando llegué a la universidad, me llevaron con el decano y él me entregó un papel muy específico.
—Señorita Adelaide, a partir de hoy, ha sido expulsada de este recinto educativo. Por favor, recoja sus cosas y abandone el campus tan pronto como le sea posible.
GIANNA—¡¿Qué?! Decano Hamilton, ¿de qué habla? ¿Cómo que expulsada? ¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! Ayer yo…—No se trata de eso, señorita Adelaide. Usted ha sido expulsada tras cometer una falta al honor contra uno de nuestros principales benefactores.»A Título personal, lamento tener que hacer esto, pero esta institución no puede permitirse perder tal patrocinio solo por usted.Fruncí el cejo, indignada, molesta y sorprendida a partes iguales y, de repente, un nombre se me vino a la mente y espeté:—¡Logan Tanner!El Decano Hamilton no dijo nada, pero sus ojos corroboraron mis palabras, y apreté los labios.—¡Por favor!, ¿me van a expulsar porque no me dejé acosar se.xualmente por un cerdo pervertido que cree que puede hacer todo solo porque tiene dinero? ¡¿Es en serio?!La indignación y la pena bañaron el rostro del mayor, que resopló y negó con la cabeza.—Lo siento, señorita Adelaide, pero la decisión es irrevocable. Por favor, deje el campus a la brevedad posible.Quise pelear más, p
CAMERONApenas cortar la llamada, sentí unos serenos ojos acusadores sobre mí y, apenas voltear, le di una sonrisa a mi buen Tom, mi mano derecha por todos estos años, que no parecía estar del todo de acuerdo con mi decisión.—¿Pasa algo, Tom?Sin embargo, tan pronto como él pensó en contestar, mi celular volvió a sonar.—¿Hola? ¿Qué pa…?—¿En qué aeropuerto estás?Una sonrisa pintó mis labios.—En el internacional de San Francisco. Estás cerca —dije sin más.—Perfecto, gracias.Ella colgó y yo resoplé.Dejé el celular de lado y mire al fiel jefe de mi Guardia Real.—Entonces, Tom, ¿qué pasa? ¿Tienes algo que decir al respecto?Él respiró hondo y asintió con la cabeza.—Creo que no debería llevar a una persona que desconoce nuestras tradiciones y cultura, sin mencionar su nivel de estudios y que no lo conoce, solo porque quiere desafiar los deseos de su familia, Su Majestad.Eché la cabeza hacia atrás, y no pude evitar fijarme en el resto de mis muchachos, cuyas miradas parecían decir
CAMERONElla me miró como si estuviera a punto de gritar «¡Lo sabía!», de seguro pensando que la haría ser mi concubina o algo por el estilo; sin embargo, antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra, continué:—La persona que será mi asistente, deberá centrarse en la planificación y el cumplimiento de mi agenda, en el control de cada una de las cosas que deben hacerse para que las actividades se realicen como es debido. Habrá papeleo, por supuesto, pero es más un trabajo de campo.»Ya tengo un equipo que organiza mis viajes y actividades, pero necesito dejar de estar al pendiente de la verificación de cada cosa; además, tendrás que acompañarme a cada uno de los eventos que lo requieran.Una luz de alarma se encendió en ella.—¿Cómo acompañarte?—Como mi pareja —contesté sin más, pues no era nada del otro mundo.—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡No voy a fingir ser tu pareja! Esto no es una telenovela, y yo no soy la protagonista a la que todo le sale de rechupete.La decepción apareció en s
GIANNA Todo esto era una locura. Después de casi dieciocho horas en un avión, donde vi a Vik tener que trabajar a miles de kilómetros de altura, hablar por videoconferencia con gente que ni sabía quiénes eran, y estudiar las cosas básicas sobre mi nuevo empleo, llegué a la tierra del desastre. Después de que el avión aterrizó, pude ver una alfombra roja desplegada justo frente a las escaleras, y a un grueso grupo de periodistas. —Demonios… —mascullé para mis adentros y resoplé. Unas terribles náuseas me invadieron y, por primera vez, sentí miedo. Sin darme cuenta, alguien se paró a mi lado y dijo: —Definitivamente, lo primero que hay que hacer es comprarte ropa nueva para el trabajo. —Lamento no tener nada adecuado… hasta hace veinte horas era una desempleada y expulsada ciudadana deprimida —mascullé sin darle importancia a las palabras de Vik. Él soltó una risilla y negó con la cabeza. —Cómo sea… es hora de bajar. Te ves decente para los medios, y no tiene sentido tratar de
GIANNA En medio del trayecto en taxi, me sentí cansada, aliviada y sorprendida a partes iguales. Mirando por la ventanilla del auto, no podía evitar emocionarme siempre que pasaba por un edificio, porque cada uno se veía más hermoso que el otro, con esa arquitectura renacentista marcada, aunque hacia el centro reinasen los rascacielos, en una mezcla perfecta entre lo nuevo y lo antiguo. —Esto es hermoso… qué suerte tengo —dije con voz ilusionada. Delante, el taxista sonrió. —¿Es nueva en la ciudad, señorita? —preguntó con un inglés un poco escueto. Lo miré desde atrás y asentí con la cabeza. —Sí. De hecho… soy nueva en el país, llegué hace más o menos una hora. —Oh… ya veo. Pero, ¿no es extraño que quiera ir a los límites con el Palacio Real? Debería partir a un hotel o algo por el estilo. Negué con la cabeza. —Se suponía que debía ir al Palacio en un autobús a mi llegada, pero… creo que me subí a la van equivocada y terminé frente al Congreso. Suspiré con genuina decepción,
GIANNA ¿Por qué Jacob pondría esos ojos? La verdad es que yo no sabía nada de esta gente, pero lo ignoré al entrar al gran edificio, y el lujo y la ostentación me dieron una fuerte cachetada en la cara. Patiné por un momento por el piso, que parecía granito, o algo caro, yo que sé. Vik me llevó de la mano por un pasillo a la derecha y, antes de darme cuenta, entramos a una habitación amplia que resultó ser una oficina. Al ver su nombre en un título universitario colgado en una pared al costado, junto a otras cosas que no tuve tiempo para distinguir, supe que era la suya. Él me soltó en el momento en el que llegamos a una pequeña estancia con muebles, muy al estilo de lo que se veía en las películas y series, y quedamos frente a frente. —Lamento que tuvieras unas primeras horas tan escuetas —dijo y miró por el ventanal que daba al jardín lateral. —No te preocupes. Conocí a una buena chica que me ayudó pagando un taxi… cuando cobre mi sueldo le pagaré y la invitaré a cenar, fue muy
GIANNA Después de darme un baño en aquel enorme lugar, todo el cansancio de las pasadas horas me cayó encima; sin embargo, también apareció algo curioso y muy justificado. Tenía hambre. Salí de aquel cuarto usando las ropas que Laila me dio, unos pantalones largos medio anchos y un camisón como de lana que se sentía calentito. Esperaba con ansias mi equipaje para cambiarme la ropa interior, pero, por ahora, tocaba repetir. Vi las escaleras a la última planta, y no pude evitar preguntarme si Vik ya estaría allí, si descansaba o dormía. Caminé por el ancho pasillo con la vista puesta en las paredes hasta llegar a la escaleras y, chismeando para verificar que no viniera nadie, porque me daba miedo encontrar a alguien allí, saqué la cabeza por el descanso. —Bien, está vacío… Bajé a toda prisa, pero, al final, no tenía ni idea de dónde quedaba nada, así que terminé metida por unos pasillos sin salida que me hicieron retroceder de nuevo. Cuando iba de regreso, me topé con un varón de
GIANNA ¿Abby? ¿Quién era Abby? ¿Es que acaso ese hombre estaba soñando? Traté de zafarme enseguida de su abrazo, y encontré mis manos tocando su pecho desnudo, pues dormía sin camisa, lo que me puso todavía más nerviosa; sin embargo, mientras más me movía, más él me acomodaba a su cuerpo, a su abrazo y a su toque, casi como si supiera con exactitud lo que hacía. —Vik, suéltame, por favor… Mis murmuraciones se hicieron más sonoras al correr de los segundos, pero me di cuenta de que tenía los ojos cerrados y la respiración lenta. De repente, su zurda bajó por mi espalda con lentitud, y sentirlo tocar la punta de mis nalgas sobre la ropa me paralizó. Pero no me dio miedo. ¿Por qué no? De un momento a otro, su abrazo me acercó más a su cuerpo, y la sensible fragancia de canela, mezclada con un aroma dulce, entró en mi nariz y me llenó de una calma extraña. El cuerpo se me suavizó, a pesar de que las palpitaciones todavía eran tremendas, y tragué. —Abby… te extraño… El nuevo llama