CAMERON
Apenas cortar la llamada, sentí unos serenos ojos acusadores sobre mí y, apenas voltear, le di una sonrisa a mi buen Tom, mi mano derecha por todos estos años, que no parecía estar del todo de acuerdo con mi decisión.
—¿Pasa algo, Tom?
Sin embargo, tan pronto como él pensó en contestar, mi celular volvió a sonar.
—¿Hola? ¿Qué pa…?
—¿En qué aeropuerto estás?
Una sonrisa pintó mis labios.
—En el internacional de San Francisco. Estás cerca —dije sin más.
—Perfecto, gracias.
Ella colgó y yo resoplé.
Dejé el celular de lado y mire al fiel jefe de mi Guardia Real.
—Entonces, Tom, ¿qué pasa? ¿Tienes algo que decir al respecto?
Él respiró hondo y asintió con la cabeza.
—Creo que no debería llevar a una persona que desconoce nuestras tradiciones y cultura, sin mencionar su nivel de estudios y que no lo conoce, solo porque quiere desafiar los deseos de su familia, Su Majestad.
Eché la cabeza hacia atrás, y no pude evitar fijarme en el resto de mis muchachos, cuyas miradas parecían decir que pensaban lo mismo, y resoplé.
—Mentiría si dijera que no lo hago un poco por eso, quizás por ansiedad, pero… ¿Por qué no? ¿Para qué contrataría a una persona que me tratará como si yo fuese de seda o de cartón? No me gusta trabajar con personas así, creo que lo saben bien, y también conocen mi posición.
Los miré a todos, regados en sus puestos de custodia alrededor del cuarto, y terminé en Thomas.
—Revisamos los antecedentes de la chica, señor, y la verdad es que sus credenciales y familia no son…
—¿Aceptables para la realeza?
Tom tragó, pero asintió con la cabeza.
—Así es, Su Majestad.
—No me importa, Tom, eso ya lo sabes bien. Gia tiene algo que no sé cómo explicar, pero que me atrajo desde la primera vez que la vi.
—¿Atracción, Su Majestad? —inquirió el castaño, mirándome con ojos puntillosos.
—Atracción, Tom. La atracción no siempre es romántica, sentimental o se.xual… simplemente puede ser su personalidad. Alguien que no considere que soy un cuadro intocable y me trate como una persona me vendría bien.
La impresión pintó sus ojos y bajó la cara. No dijo nada más y se alejó, y supe que había dado en el clavo.
El problema cuando eras el Rey, era que ya nadie te trataba igual, y estaba harto de eso.
En medio de esa habitación VIP en el aeropuerto, conté los minutos hasta que pasó una hora, y me pregunté si Gia trataría de meter toda su vida dentro de una maleta, o se lo tomaría con calma.
—De seguro será lo primero… —murmuré y tomé mi e-book para leer mientras esperaba a que llegara el momento de partir.
Unos treinta minutos más tarde, miré a Dónovan, pelirrojo con corte militar, y le ordené.
—Don, ve hacia el área de migración y espera por la señorita Gia, por favor. Mark. —Miré a un calvo alto, que enseguida se paró firme—. ¿Cómo va el asunto con la embajada?
—El embajador ha firmado un permiso especial, Su Majestad. Un delegado está de camino para entregarlo, no debe tardar.
—Perfecto. Ve a ocuparte de eso, por favor. Estoy bien custodiado aquí.
—A la orden, Majestad.
Don y Mark se fueron, y solo quedaron tres en la sala.
—Es inevitable que esto llegue a oídos de la Reina y de los Duques, por lo que les pido que se preparen. Será la primera vez en mucho tiempo que una extranjera entre a nuestras tierras para más que una visita y turismo.
Me eché hacia adelante y tomé una botella de agua medio llena que allí se encontraba.
—Espero de ustedes que cuiden de ella tanto como lo hacen conmigo, ¿entendido?
Los tres se pararon firmes, con las manos a los lados, y exclamaron al unísono:
—¡Sí, Su Majestad!
Sabía que me estaba metiendo en camisa de once varas, pero… ¿y qué?
La vida existía para vivirla, se merecía eso. Encerrado en mi pequeño gran mundo, solo presto al servicio sin pensar ni un poco en nada más. Mi gente me quería, sí, pero, ¿eso me daba felicidad?
Para nada.
Cerré los ojos por unos segundos al sentir un mareo embargarme y, para cuando los abrí, la puerta de la sala se abrió, y un rostro que apenas vi una noche, pero que conocía bien, me recibió con curiosidad e inquietud a partes iguales.
—Majestad, la señorita Adelaide —habló Don.
La miré a ella, que poseía unos brillantes ojos aguamarina que nunca había visto antes, y una vivacidad impresionante, y suspiré.
A pesar de ser consciente de su hoja de vida, de sus trabajos como camarera, jardinera, niñera y tutora, de que no se graduó de la mejor escuela, y de que tenía muchos defectos, sin mencionar que no estaba preparada para el trabajo para el que, en la superficie, la necesitaba, bueno…
Fueron esos ojos, su convicción, su valía y su trato, lo que me inspiraron a llevarla a mi lado.
—Gia, qué bueno verte de nuevo —saludé y me levanté.
Ella me quedó viendo con sus enormes ojos, como a la expectativa y queriendo decir algo, pero las palabras no le salían.
De repente, la puerta volvió a abrirse, y Mark entró con un sobre en la mano.
—Majestad, conseguí el permiso. —Alzó el sobre y se adelantó para dármelo.
Lo abrí y revisé de un vistazo, caminé hasta donde la rubia se encontraba y se lo extendí.
—Señorita Gia, este es su permiso de trabajo. Le permitirá entrar y trabajar en Hiraeth hasta que legalice todos sus papeles.
Ella arrugó el cejo, lo tomó escudriñó.
—Esto… tiene mis datos de identidad. ¿Cómo demonios obtuviste eso? —clamó molesta y me miró con ojos puntiagudos.
Mis escoltas parecieron molestarse por cómo me habló, pero permanecieron quietos. Para ser sincero, a mí me encantaba.
—Hablé con unos amigos del gobierno tan pronto como te ofrecí trabajo, pues necesitaba saber quién eras. Creo que es muy normal.
La vi profundizar su cejo fruncido, pero no dijo nada y solo resopló.
—Bien… entonces, ¿cuál es tu oferta? Ni creas que me voy a subir en ese avión sin tener un contrato firmado. Quién sabe si lo que quieres es engatusarme, secuestrarme y mantenerme cautiva en la torre de uno de tus palacios.
Solté la risa sin poder evitarlo, y me llevé una mano a la boca para matizarlo. Ella era tan… interesante y divertida, nada parecida a ninguna mujer que hubiese conocido antes.
—Bien… tenemos unos veinte minutos para eso, creo —murmuré y miré alrededor—. Tom —llamé al fiel jefe de mi Guardia—, tráeme papel y pluma, por favor. La señorita y yo discutiremos los términos de su contrato.
Él me vio sorprendido, pero asintió y salió.
Caminé de regreso al sofá y le hice una seña para que se acercara y se sentara a mi lado.
Con ciertas dudas, lo hizo, aunque al otro extremo del mueble.
—Bien, Gia, ¿qué esperas de este trabajo? ¿Qué crees que harás?
Me recosté del respaldo y solo la miré.
En sus ojos, miles de posibilidades aparecieron, y contestó con calma:
—Organizar tu agenda, supongo… hacer papeleo, lo normal que hace una asistente.
Negué con la cabeza.
—Para nada, querida Gia… esto va mucho más allá.
CAMERONElla me miró como si estuviera a punto de gritar «¡Lo sabía!», de seguro pensando que la haría ser mi concubina o algo por el estilo; sin embargo, antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra, continué:—La persona que será mi asistente, deberá centrarse en la planificación y el cumplimiento de mi agenda, en el control de cada una de las cosas que deben hacerse para que las actividades se realicen como es debido. Habrá papeleo, por supuesto, pero es más un trabajo de campo.»Ya tengo un equipo que organiza mis viajes y actividades, pero necesito dejar de estar al pendiente de la verificación de cada cosa; además, tendrás que acompañarme a cada uno de los eventos que lo requieran.Una luz de alarma se encendió en ella.—¿Cómo acompañarte?—Como mi pareja —contesté sin más, pues no era nada del otro mundo.—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡No voy a fingir ser tu pareja! Esto no es una telenovela, y yo no soy la protagonista a la que todo le sale de rechupete.La decepción apareció en s
GIANNA Todo esto era una locura. Después de casi dieciocho horas en un avión, donde vi a Vik tener que trabajar a miles de kilómetros de altura, hablar por videoconferencia con gente que ni sabía quiénes eran, y estudiar las cosas básicas sobre mi nuevo empleo, llegué a la tierra del desastre. Después de que el avión aterrizó, pude ver una alfombra roja desplegada justo frente a las escaleras, y a un grueso grupo de periodistas. —Demonios… —mascullé para mis adentros y resoplé. Unas terribles náuseas me invadieron y, por primera vez, sentí miedo. Sin darme cuenta, alguien se paró a mi lado y dijo: —Definitivamente, lo primero que hay que hacer es comprarte ropa nueva para el trabajo. —Lamento no tener nada adecuado… hasta hace veinte horas era una desempleada y expulsada ciudadana deprimida —mascullé sin darle importancia a las palabras de Vik. Él soltó una risilla y negó con la cabeza. —Cómo sea… es hora de bajar. Te ves decente para los medios, y no tiene sentido tratar de
GIANNA En medio del trayecto en taxi, me sentí cansada, aliviada y sorprendida a partes iguales. Mirando por la ventanilla del auto, no podía evitar emocionarme siempre que pasaba por un edificio, porque cada uno se veía más hermoso que el otro, con esa arquitectura renacentista marcada, aunque hacia el centro reinasen los rascacielos, en una mezcla perfecta entre lo nuevo y lo antiguo. —Esto es hermoso… qué suerte tengo —dije con voz ilusionada. Delante, el taxista sonrió. —¿Es nueva en la ciudad, señorita? —preguntó con un inglés un poco escueto. Lo miré desde atrás y asentí con la cabeza. —Sí. De hecho… soy nueva en el país, llegué hace más o menos una hora. —Oh… ya veo. Pero, ¿no es extraño que quiera ir a los límites con el Palacio Real? Debería partir a un hotel o algo por el estilo. Negué con la cabeza. —Se suponía que debía ir al Palacio en un autobús a mi llegada, pero… creo que me subí a la van equivocada y terminé frente al Congreso. Suspiré con genuina decepción,
GIANNA ¿Por qué Jacob pondría esos ojos? La verdad es que yo no sabía nada de esta gente, pero lo ignoré al entrar al gran edificio, y el lujo y la ostentación me dieron una fuerte cachetada en la cara. Patiné por un momento por el piso, que parecía granito, o algo caro, yo que sé. Vik me llevó de la mano por un pasillo a la derecha y, antes de darme cuenta, entramos a una habitación amplia que resultó ser una oficina. Al ver su nombre en un título universitario colgado en una pared al costado, junto a otras cosas que no tuve tiempo para distinguir, supe que era la suya. Él me soltó en el momento en el que llegamos a una pequeña estancia con muebles, muy al estilo de lo que se veía en las películas y series, y quedamos frente a frente. —Lamento que tuvieras unas primeras horas tan escuetas —dijo y miró por el ventanal que daba al jardín lateral. —No te preocupes. Conocí a una buena chica que me ayudó pagando un taxi… cuando cobre mi sueldo le pagaré y la invitaré a cenar, fue muy
GIANNA Después de darme un baño en aquel enorme lugar, todo el cansancio de las pasadas horas me cayó encima; sin embargo, también apareció algo curioso y muy justificado. Tenía hambre. Salí de aquel cuarto usando las ropas que Laila me dio, unos pantalones largos medio anchos y un camisón como de lana que se sentía calentito. Esperaba con ansias mi equipaje para cambiarme la ropa interior, pero, por ahora, tocaba repetir. Vi las escaleras a la última planta, y no pude evitar preguntarme si Vik ya estaría allí, si descansaba o dormía. Caminé por el ancho pasillo con la vista puesta en las paredes hasta llegar a la escaleras y, chismeando para verificar que no viniera nadie, porque me daba miedo encontrar a alguien allí, saqué la cabeza por el descanso. —Bien, está vacío… Bajé a toda prisa, pero, al final, no tenía ni idea de dónde quedaba nada, así que terminé metida por unos pasillos sin salida que me hicieron retroceder de nuevo. Cuando iba de regreso, me topé con un varón de
GIANNA ¿Abby? ¿Quién era Abby? ¿Es que acaso ese hombre estaba soñando? Traté de zafarme enseguida de su abrazo, y encontré mis manos tocando su pecho desnudo, pues dormía sin camisa, lo que me puso todavía más nerviosa; sin embargo, mientras más me movía, más él me acomodaba a su cuerpo, a su abrazo y a su toque, casi como si supiera con exactitud lo que hacía. —Vik, suéltame, por favor… Mis murmuraciones se hicieron más sonoras al correr de los segundos, pero me di cuenta de que tenía los ojos cerrados y la respiración lenta. De repente, su zurda bajó por mi espalda con lentitud, y sentirlo tocar la punta de mis nalgas sobre la ropa me paralizó. Pero no me dio miedo. ¿Por qué no? De un momento a otro, su abrazo me acercó más a su cuerpo, y la sensible fragancia de canela, mezclada con un aroma dulce, entró en mi nariz y me llenó de una calma extraña. El cuerpo se me suavizó, a pesar de que las palpitaciones todavía eran tremendas, y tragué. —Abby… te extraño… El nuevo llama
GIANNA Lo siguiente que vi, fue a Pete tirarse sobre Cameron después de gritar y, sin darle a este tiempo a nada, el sonido del disparo heló el ambiente, junto con un grito dolorido que me puso los pelos de punta. Pete tumbó a Vik de su silla al piso, y yo también me eché ahí al instante, para escuchar los gritos de la gente, y a los Guardias del Rey vociferar y lanzarse sobre quien sea que disparó. Se escuchó un nuevo tiro que me hizo tiritar, y la gente gritando lo invadió todo. —¡Aléjense de aquí! —escuché a Dónovan, que venía hacia nosotros con notoria preocupación—. ¡Hay que sacar a Su Majestad! Sin embargo, nada estaba bien. Vik se removía debajo del cuerpo de un Peter que no se movía. —Pete, Pete, vamos, arriba —masculló él. Lo movió y se escuchó un quejido, y enseguida me arrastré hacia ellos. Cuando Vik se quitó a Peter de encima, vi que su traje se encontraba lleno de sangre y me asusté. —¡Vik, ¿estás…?! Pero no era su sangre. El terror apareció en la cara de aque
GIANNA El desconcierto se pintó en los ojos de Vik al instante, y una certeza desconocida abordó su rostro. —¿Cómo…? —No pudieron llevarlo al hospital, se desangró antes de que siquiera llegara la ambulancia. Él… —Tom apretó los labios, se notaba que hablar para él también era difícil. »Dónovan va camino a la morgue con su cuerpo ahora y… ya informamos al Primer Ministro sobre el atentado. Se ha ordenado el cierre del espacio aéreo en todo el país, el cierre de las fronteras y de la capital, Majestad. Vik escuchaba, claro que sí, pero su mente estaba en otra parte por completo, y eso era obvio para todos. Laila, que se encontraba detrás de Thomas con un semblante oscuro y triste, y las manos entrelazadas frente a su pecho, me dio un mirar que interpreté como advertencia, como un «quédate a su lado» ante el cual asentí con suavidad. Vik tragó con dureza y su cara palideció, respiró hondo y caminó despacio hasta la sala de estar de esta ala de la casa, exclusiva para su uso. Lo vi