CAMERON
Ella me miró como si estuviera a punto de gritar «¡Lo sabía!», de seguro pensando que la haría ser mi concubina o algo por el estilo; sin embargo, antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra, continué:
—La persona que será mi asistente, deberá centrarse en la planificación y el cumplimiento de mi agenda, en el control de cada una de las cosas que deben hacerse para que las actividades se realicen como es debido. Habrá papeleo, por supuesto, pero es más un trabajo de campo.
»Ya tengo un equipo que organiza mis viajes y actividades, pero necesito dejar de estar al pendiente de la verificación de cada cosa; además, tendrás que acompañarme a cada uno de los eventos que lo requieran.
Una luz de alarma se encendió en ella.
—¿Cómo acompañarte?
—Como mi pareja —contesté sin más, pues no era nada del otro mundo.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡No voy a fingir ser tu pareja! Esto no es una telenovela, y yo no soy la protagonista a la que todo le sale de rechupete.
La decepción apareció en su cara y yo solo resoplé.
—No digo que finjas ser mi pareja, para nada… solo quiero que me acompañes. Lo más seguro es presentarte como una amiga para que mi intensa familia deje de tratar de buscarme pretendientes todo el tiempo.
La vi dudar, pero se quedó tranquila, por lo que proseguí.
—El trabajo formal es de cinco días a la semana, ocho horas al día; sin embargo, si hay eventos o viajes programados, debes acompañarme.
»Por supuesto, los momentos libres de agenda serán libres para ti aún si estamos en algún viaje, y cada hora de viaje fuera del territorio del Reino, tal como a cada uno de mis empleados, se te pagará como una hora extra, al igual que todas aquellas en Hiraeth que no correspondan a tu horario de trabajo.
»Tendrás seguro y vivirás en el palacio… creo que es un buen negocio.
A mi entender, era muchísimo mejor que todo lo que encontraría aquí, y con mucha más seguridad.
—Bien… me parece un buen trato también —murmuró la rubia por lo bajo.
Me daba cuenta de que sacaba conclusiones por acá y por allá, pero eso era normal.
—Oh, por cierto… Vi en tu currículo que tienes cierto nivel de francés; sin embargo, será necesario que perfecciones esa lengua y que, además, aprendas neerlandés, ya que ese es el idioma oficial del Reino.
Abrió los ojos de par en par.
—¡¿Cómo?! Espera un momento… ¿tendré que ir a la escuela allá también?
Me encogí de hombros.
—¿No estudiabas en la universidad? No obstante, conozco a algunas personas que pueden enseñarte y, al final de cada semana, yo te evaluaré. Es imprescindible que aprendas neerlandés lo más rápido posible.
Pareció dudar, pero ella se me hacía el tipo de chica que no se amilanaba ante los desafíos y, cuando vi la convicción pintar su rostro, estuve seguro de eso.
La puerta se abrió, y Tom entró con lo que le pedí y lo puso sobre la mesa.
—Pues bien, Gia, ¿aceptas los términos que te mencioné?
Una sonrisa pintó sus rosados labios, y asintió.
Entonces, escribí a detalle todo lo que le planteé, además de la cláusula del idioma, en un contrato informal, lo firmé y se lo ofrecí.
—Cuando lleguemos a Hiraeth haré que mi abogado redacte uno más producido, pero este, según las leyes de este suelo neutral, tiene total validez.
Le ofrecí la pluma, ella la tomó, firmó y lo miró con una sonrisa curiosa, para luego destacar algo:
—Demonios, tienes una letra muy bonita… la mía se ve espantosa entre tanta belleza.
Soltó la risa, y solo entonces la sentí de verdad relajada. En ese momento, uno de los guardias de afuera notificó que el avión se encontraba listo para el abordaje, y partimos como una comitiva hasta allá.
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GIANNA
Trabajar para un desconocido, que resultó ser el rey de una nación en otro continente… ¿quién lo diría?
Con mi flamante contrato guardado en la bolsa, salí a la terminal en compañía de su gente, y me sorprendí de ver que toda el área por la que caminábamos estaba vacía y silenciosa. Los guardias y la policía custodiaban cada centímetro, lo que hizo mi tensión aumentar.
Aquel tipo alto, enorme en realidad, el Rey de Hiraeth, avanzaba con paso confiado hacia la puerta de abordaje y, tras confirmar todos los documentos, y usar un pasaje que ni sabía tenía, terminé en un enorme avión que gozaba de lujos por todas partes.
—Demonios… solo había visto esto en Tiktok… —mascullé incrédula, avanzando por las poltronas VIP, los acabados lujosos, viendo la pantalla grande, el sonido y el brillo.
Era como un sueño… no mío, pero sueño al fin.
Una asistente de vuelo me explicó el protocolo y, antes de darme cuenta, ya había emprendido un vuelo de diecisiete horas a un país desconocido…
Y, contrario a lo que pensaba entonces, que todo me saldría bien solo por ser yo… nada de lo que había vivido hasta ahora me prepararía para lo que esa decisión me generó.
GIANNA Todo esto era una locura. Después de casi dieciocho horas en un avión, donde vi a Vik tener que trabajar a miles de kilómetros de altura, hablar por videoconferencia con gente que ni sabía quiénes eran, y estudiar las cosas básicas sobre mi nuevo empleo, llegué a la tierra del desastre. Después de que el avión aterrizó, pude ver una alfombra roja desplegada justo frente a las escaleras, y a un grueso grupo de periodistas. —Demonios… —mascullé para mis adentros y resoplé. Unas terribles náuseas me invadieron y, por primera vez, sentí miedo. Sin darme cuenta, alguien se paró a mi lado y dijo: —Definitivamente, lo primero que hay que hacer es comprarte ropa nueva para el trabajo. —Lamento no tener nada adecuado… hasta hace veinte horas era una desempleada y expulsada ciudadana deprimida —mascullé sin darle importancia a las palabras de Vik. Él soltó una risilla y negó con la cabeza. —Cómo sea… es hora de bajar. Te ves decente para los medios, y no tiene sentido tratar de
GIANNA En medio del trayecto en taxi, me sentí cansada, aliviada y sorprendida a partes iguales. Mirando por la ventanilla del auto, no podía evitar emocionarme siempre que pasaba por un edificio, porque cada uno se veía más hermoso que el otro, con esa arquitectura renacentista marcada, aunque hacia el centro reinasen los rascacielos, en una mezcla perfecta entre lo nuevo y lo antiguo. —Esto es hermoso… qué suerte tengo —dije con voz ilusionada. Delante, el taxista sonrió. —¿Es nueva en la ciudad, señorita? —preguntó con un inglés un poco escueto. Lo miré desde atrás y asentí con la cabeza. —Sí. De hecho… soy nueva en el país, llegué hace más o menos una hora. —Oh… ya veo. Pero, ¿no es extraño que quiera ir a los límites con el Palacio Real? Debería partir a un hotel o algo por el estilo. Negué con la cabeza. —Se suponía que debía ir al Palacio en un autobús a mi llegada, pero… creo que me subí a la van equivocada y terminé frente al Congreso. Suspiré con genuina decepción,
GIANNA ¿Por qué Jacob pondría esos ojos? La verdad es que yo no sabía nada de esta gente, pero lo ignoré al entrar al gran edificio, y el lujo y la ostentación me dieron una fuerte cachetada en la cara. Patiné por un momento por el piso, que parecía granito, o algo caro, yo que sé. Vik me llevó de la mano por un pasillo a la derecha y, antes de darme cuenta, entramos a una habitación amplia que resultó ser una oficina. Al ver su nombre en un título universitario colgado en una pared al costado, junto a otras cosas que no tuve tiempo para distinguir, supe que era la suya. Él me soltó en el momento en el que llegamos a una pequeña estancia con muebles, muy al estilo de lo que se veía en las películas y series, y quedamos frente a frente. —Lamento que tuvieras unas primeras horas tan escuetas —dijo y miró por el ventanal que daba al jardín lateral. —No te preocupes. Conocí a una buena chica que me ayudó pagando un taxi… cuando cobre mi sueldo le pagaré y la invitaré a cenar, fue muy
GIANNA Después de darme un baño en aquel enorme lugar, todo el cansancio de las pasadas horas me cayó encima; sin embargo, también apareció algo curioso y muy justificado. Tenía hambre. Salí de aquel cuarto usando las ropas que Laila me dio, unos pantalones largos medio anchos y un camisón como de lana que se sentía calentito. Esperaba con ansias mi equipaje para cambiarme la ropa interior, pero, por ahora, tocaba repetir. Vi las escaleras a la última planta, y no pude evitar preguntarme si Vik ya estaría allí, si descansaba o dormía. Caminé por el ancho pasillo con la vista puesta en las paredes hasta llegar a la escaleras y, chismeando para verificar que no viniera nadie, porque me daba miedo encontrar a alguien allí, saqué la cabeza por el descanso. —Bien, está vacío… Bajé a toda prisa, pero, al final, no tenía ni idea de dónde quedaba nada, así que terminé metida por unos pasillos sin salida que me hicieron retroceder de nuevo. Cuando iba de regreso, me topé con un varón de
GIANNA ¿Abby? ¿Quién era Abby? ¿Es que acaso ese hombre estaba soñando? Traté de zafarme enseguida de su abrazo, y encontré mis manos tocando su pecho desnudo, pues dormía sin camisa, lo que me puso todavía más nerviosa; sin embargo, mientras más me movía, más él me acomodaba a su cuerpo, a su abrazo y a su toque, casi como si supiera con exactitud lo que hacía. —Vik, suéltame, por favor… Mis murmuraciones se hicieron más sonoras al correr de los segundos, pero me di cuenta de que tenía los ojos cerrados y la respiración lenta. De repente, su zurda bajó por mi espalda con lentitud, y sentirlo tocar la punta de mis nalgas sobre la ropa me paralizó. Pero no me dio miedo. ¿Por qué no? De un momento a otro, su abrazo me acercó más a su cuerpo, y la sensible fragancia de canela, mezclada con un aroma dulce, entró en mi nariz y me llenó de una calma extraña. El cuerpo se me suavizó, a pesar de que las palpitaciones todavía eran tremendas, y tragué. —Abby… te extraño… El nuevo llama
GIANNA Lo siguiente que vi, fue a Pete tirarse sobre Cameron después de gritar y, sin darle a este tiempo a nada, el sonido del disparo heló el ambiente, junto con un grito dolorido que me puso los pelos de punta. Pete tumbó a Vik de su silla al piso, y yo también me eché ahí al instante, para escuchar los gritos de la gente, y a los Guardias del Rey vociferar y lanzarse sobre quien sea que disparó. Se escuchó un nuevo tiro que me hizo tiritar, y la gente gritando lo invadió todo. —¡Aléjense de aquí! —escuché a Dónovan, que venía hacia nosotros con notoria preocupación—. ¡Hay que sacar a Su Majestad! Sin embargo, nada estaba bien. Vik se removía debajo del cuerpo de un Peter que no se movía. —Pete, Pete, vamos, arriba —masculló él. Lo movió y se escuchó un quejido, y enseguida me arrastré hacia ellos. Cuando Vik se quitó a Peter de encima, vi que su traje se encontraba lleno de sangre y me asusté. —¡Vik, ¿estás…?! Pero no era su sangre. El terror apareció en la cara de aque
GIANNA El desconcierto se pintó en los ojos de Vik al instante, y una certeza desconocida abordó su rostro. —¿Cómo…? —No pudieron llevarlo al hospital, se desangró antes de que siquiera llegara la ambulancia. Él… —Tom apretó los labios, se notaba que hablar para él también era difícil. »Dónovan va camino a la morgue con su cuerpo ahora y… ya informamos al Primer Ministro sobre el atentado. Se ha ordenado el cierre del espacio aéreo en todo el país, el cierre de las fronteras y de la capital, Majestad. Vik escuchaba, claro que sí, pero su mente estaba en otra parte por completo, y eso era obvio para todos. Laila, que se encontraba detrás de Thomas con un semblante oscuro y triste, y las manos entrelazadas frente a su pecho, me dio un mirar que interpreté como advertencia, como un «quédate a su lado» ante el cual asentí con suavidad. Vik tragó con dureza y su cara palideció, respiró hondo y caminó despacio hasta la sala de estar de esta ala de la casa, exclusiva para su uso. Lo vi
GIANNATras escucharlo, asentí y salí de ahí sin más, directo a mi habitación a cambiarme.Me puse lo mejorcito que tenía entre mis cosas que, para ser sincera, no era muy de este ambiente tan rimbombante, pero no quedaba de otra.Bajé al despacho del Rey, dándome cuenta de que esta ala del Palacio se encontraba casi desierta, y que la poca gente que vi iba al oeste, a los alojamientos para invitados y las zonas comunes para los empleados; sin embargo, yo ya tenía mis órdenes, así que terminé en la oficina de Vik.Toqué y, tras recibir la voz de autorización, entré. Allí estaba el pelinegro hablando por teléfono, y Tom a un lado, con la vista puesta en una tablet y el semblante duro.—Señorita Adelaide, por favor, tome esa portátil y revise los mensajes que lleguen de cada una de las cuentas reseñadas en el archivo que encontrará en el escritorio —indicó él.Miré la laptop a un lado y asentí.¿Quién diría que llegarían tantos correos?Gracias al cielo todos eran en inglés, y se tratab