GIANNA
—¡¿Qué?! Decano Hamilton, ¿de qué habla? ¿Cómo que expulsada? ¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! Ayer yo…
—No se trata de eso, señorita Adelaide. Usted ha sido expulsada tras cometer una falta al honor contra uno de nuestros principales benefactores.
»A Título personal, lamento tener que hacer esto, pero esta institución no puede permitirse perder tal patrocinio solo por usted.
Fruncí el cejo, indignada, molesta y sorprendida a partes iguales y, de repente, un nombre se me vino a la mente y espeté:
—¡Logan Tanner!
El Decano Hamilton no dijo nada, pero sus ojos corroboraron mis palabras, y apreté los labios.
—¡Por favor!, ¿me van a expulsar porque no me dejé acosar se.xualmente por un cerdo pervertido que cree que puede hacer todo solo porque tiene dinero? ¡¿Es en serio?!
La indignación y la pena bañaron el rostro del mayor, que resopló y negó con la cabeza.
—Lo siento, señorita Adelaide, pero la decisión es irrevocable. Por favor, deje el campus a la brevedad posible.
Quise pelear más, pero, ¿qué podía hacer? Salí de allí con los puños apretados y me fui a casa, a mi apartamento diminuto, me senté en el sofá y miré al vacío.
Unos minutos después, las lágrimas abandonaron mis ojos, con el papel puesto en la mesa de centro, y me dieron unas tremendas ganas de matar a alguien, ¡de asesinar a ese maldito pe.rro de Logan!, ¡¿cómo se le ocurría hacer que me expulsaran de la escuela a la que tanto me había costado entrar?!
Más que nada… tenía que pagar el préstamo universitario.
Al lado del papel, sobre la mesa, estaba la tarjeta que Vik, el «Rey Cameron III», me dio la noche anterior.
Una voz en la cabeza me dijo que la tomara y lo llamara, pero, en lugar de eso, me levanté, tomé mi bolso y salí a buscar trabajo.
Otra gran pérdida de tiempo.
Estuve buscando empleo toda esa semana, pero no conseguí nada.
Cada que les entregaba mi hoja de vida a los empleadores, era como si hicieran un escaneo y les saliera negativo, como si mi foto estuviera expuesta en algún tipo de lista, como Los más buscados del FBI, y solo me rechazaban.
Uno tras otro, uno tras otro, por más de una semana y media.
Al final, esa tarde, me tiré en la silla de aquella terraza y resoplé molesta.
—Gigi, cariño, ¿qué te pasa? ¿Todavía no consigues trabajo?
Morgan, uno de mis amigos de la escuela, se sentó frente a mí a la mesa y puso un vaso de té de durazno a mi alcance.
Lo tomé, bebí dos tragos de golpe y resoplé, mirando de refilón a todos y a nadie.
—No…
—Vaya, ¿no has intentado cambiar un poco tu currículo? Ya sabes, embellecerlo.
Resoplé.
—No servirá de nada… Esa gente lee mi nombre, me ve la cara y me rechazan en automático, casi como si alguien les hubiese ordenado que lo hicieran.
Morgan arrugó la expresión y, acomodándose el cabello, comentó:
—Cariño, pero no puedes pasar más tiempo así. ¿Qué sucederá a fin de mes, cuando tus padres vean que no les enviaste el dinero?
La sola mención de esos dos me hizo bufar y negar con la cabeza.
—¡No me hables de ese par! ¡No quiero ni imaginar lo que dirán, y suficiente ya tengo con mis propios problemas!
Morgan bebió de su té helado y pareció pensativo por unos segundos.
—¿Y qué hay de ese papucho del que me contaste? El que te defendió en el restaurante y te ofreció trabajo. Tienes su tarjeta, ¿no? ¡Llámalo! Quizás aún quiera dártelo.
Arrugué la cara. No le había dicho a él que mi salvador era un Rey, ni mucho menos… de hecho, me sorprendió no haber encontrado noticias al respecto, pero luego pensé en la burocracia.
No obstante… ¿irme del país? ¿Dejar a mis amigos, a mi padres, a lo que conocía?
Pero… ¿qué me quedaba ahora?
Expulsada de la universidad, vetada de todos los posibles empleos, sin un centavo, con un alquiler próximo y gastos.
Lo único que tenía en mi cuenta eran cien dólares, y en mi cajón el pasaporte.
Morgan y yo compartimos por un rato más y, a eso de las ocho, volví a mi casa, me senté en el sofá y vi la tarjeta ahí. La cartulina parecía sonreírme y susurrarme una y otra vez que la tomara.
De la nada, me eché hacia adelante y la agarré, marqué su número, con código internacional, y solo pulsé para llamar.
Un par de tonos más tarde, alguien contestó.
—¿Hola?
Era Vik, sonaba cansado, quizás demasiado, pero también escuchaba ruidos en el fondo, como de mucha gente hablando.
—Hola, soy Gianna, la chica de…
—¡Oh, señorita Gia!, ¿cómo estás?
—Ehm… bien, supongo… —Miré hacia un costado, nerviosa al no saber exactamente qué debería decir.
—Entonces, ¿a qué debo el honor de esta llamada? Ahora me encuentro un poco ocupado.
En ese instante, escuché a alguien llamarlo:
—Su Majestad, partiremos en dos horas, ya todo está preparado.
—Perfecto, Tom. Muchas gracias.
Me aclaré la garganta y, tanteando las palabras, dije:
—Yo… ¿recuerdas la oferta de trabajo que me hiciste hace unos días?
Hubo un silencio tenso para mí, hasta que él contestó:
—Claro. ¿Cambió de opinión?
—Hmm… sí, algo así. ¿Aún está en pie la oferta?
—Bueno, claro, pero solo si está dispuesta a tomar un largo vuelo y comenzar de cero en otro lugar.
—¿Cómo?
—Mi vuelo de regreso a Hiraeth parte en dos horas. Considerando el tiempo que te tomará llegar al aeropuerto y pasar los controles, tienes una hora para decidir si quieres convertirte en mi asistente a tiempo completo, Gia.
Escucharlo llamarme de esa forma, tutearme, aceleró mi corazón por unos segundos. Sin embargo…
—¡¿Una hora?! —Me levanté de golpe del sofá—. Maldición, ¡no hay manera de que pueda tenerlo todo listo en tan poco tiempo!
Vi a todas partes con desesperación y me estremecí.
Al otro lado, la atmósfera parecía diferente.
—Gia, si estás dispuesta a trabajar para mí, empaca tu ropa, lo más valioso, y ven aquí con tu pasaporte. Después me encargaré de hacerte llegar todo lo que hay en tu departamento, ¿está bien?
Aquella propuesta sonaba jugosa, y no tenía ganas de rechazarla.
Tragué, pensé en el alquiler, en las deudas, en mis padres, y la decisión fue obvia.
—Está bien, Vik. Pronto estaré allá. Espérame.
CAMERONApenas cortar la llamada, sentí unos serenos ojos acusadores sobre mí y, apenas voltear, le di una sonrisa a mi buen Tom, mi mano derecha por todos estos años, que no parecía estar del todo de acuerdo con mi decisión.—¿Pasa algo, Tom?Sin embargo, tan pronto como él pensó en contestar, mi celular volvió a sonar.—¿Hola? ¿Qué pa…?—¿En qué aeropuerto estás?Una sonrisa pintó mis labios.—En el internacional de San Francisco. Estás cerca —dije sin más.—Perfecto, gracias.Ella colgó y yo resoplé.Dejé el celular de lado y mire al fiel jefe de mi Guardia Real.—Entonces, Tom, ¿qué pasa? ¿Tienes algo que decir al respecto?Él respiró hondo y asintió con la cabeza.—Creo que no debería llevar a una persona que desconoce nuestras tradiciones y cultura, sin mencionar su nivel de estudios y que no lo conoce, solo porque quiere desafiar los deseos de su familia, Su Majestad.Eché la cabeza hacia atrás, y no pude evitar fijarme en el resto de mis muchachos, cuyas miradas parecían decir
CAMERONElla me miró como si estuviera a punto de gritar «¡Lo sabía!», de seguro pensando que la haría ser mi concubina o algo por el estilo; sin embargo, antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra, continué:—La persona que será mi asistente, deberá centrarse en la planificación y el cumplimiento de mi agenda, en el control de cada una de las cosas que deben hacerse para que las actividades se realicen como es debido. Habrá papeleo, por supuesto, pero es más un trabajo de campo.»Ya tengo un equipo que organiza mis viajes y actividades, pero necesito dejar de estar al pendiente de la verificación de cada cosa; además, tendrás que acompañarme a cada uno de los eventos que lo requieran.Una luz de alarma se encendió en ella.—¿Cómo acompañarte?—Como mi pareja —contesté sin más, pues no era nada del otro mundo.—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡No voy a fingir ser tu pareja! Esto no es una telenovela, y yo no soy la protagonista a la que todo le sale de rechupete.La decepción apareció en s
GIANNA Todo esto era una locura. Después de casi dieciocho horas en un avión, donde vi a Vik tener que trabajar a miles de kilómetros de altura, hablar por videoconferencia con gente que ni sabía quiénes eran, y estudiar las cosas básicas sobre mi nuevo empleo, llegué a la tierra del desastre. Después de que el avión aterrizó, pude ver una alfombra roja desplegada justo frente a las escaleras, y a un grueso grupo de periodistas. —Demonios… —mascullé para mis adentros y resoplé. Unas terribles náuseas me invadieron y, por primera vez, sentí miedo. Sin darme cuenta, alguien se paró a mi lado y dijo: —Definitivamente, lo primero que hay que hacer es comprarte ropa nueva para el trabajo. —Lamento no tener nada adecuado… hasta hace veinte horas era una desempleada y expulsada ciudadana deprimida —mascullé sin darle importancia a las palabras de Vik. Él soltó una risilla y negó con la cabeza. —Cómo sea… es hora de bajar. Te ves decente para los medios, y no tiene sentido tratar de
GIANNA En medio del trayecto en taxi, me sentí cansada, aliviada y sorprendida a partes iguales. Mirando por la ventanilla del auto, no podía evitar emocionarme siempre que pasaba por un edificio, porque cada uno se veía más hermoso que el otro, con esa arquitectura renacentista marcada, aunque hacia el centro reinasen los rascacielos, en una mezcla perfecta entre lo nuevo y lo antiguo. —Esto es hermoso… qué suerte tengo —dije con voz ilusionada. Delante, el taxista sonrió. —¿Es nueva en la ciudad, señorita? —preguntó con un inglés un poco escueto. Lo miré desde atrás y asentí con la cabeza. —Sí. De hecho… soy nueva en el país, llegué hace más o menos una hora. —Oh… ya veo. Pero, ¿no es extraño que quiera ir a los límites con el Palacio Real? Debería partir a un hotel o algo por el estilo. Negué con la cabeza. —Se suponía que debía ir al Palacio en un autobús a mi llegada, pero… creo que me subí a la van equivocada y terminé frente al Congreso. Suspiré con genuina decepción,
GIANNA ¿Por qué Jacob pondría esos ojos? La verdad es que yo no sabía nada de esta gente, pero lo ignoré al entrar al gran edificio, y el lujo y la ostentación me dieron una fuerte cachetada en la cara. Patiné por un momento por el piso, que parecía granito, o algo caro, yo que sé. Vik me llevó de la mano por un pasillo a la derecha y, antes de darme cuenta, entramos a una habitación amplia que resultó ser una oficina. Al ver su nombre en un título universitario colgado en una pared al costado, junto a otras cosas que no tuve tiempo para distinguir, supe que era la suya. Él me soltó en el momento en el que llegamos a una pequeña estancia con muebles, muy al estilo de lo que se veía en las películas y series, y quedamos frente a frente. —Lamento que tuvieras unas primeras horas tan escuetas —dijo y miró por el ventanal que daba al jardín lateral. —No te preocupes. Conocí a una buena chica que me ayudó pagando un taxi… cuando cobre mi sueldo le pagaré y la invitaré a cenar, fue muy
GIANNA Después de darme un baño en aquel enorme lugar, todo el cansancio de las pasadas horas me cayó encima; sin embargo, también apareció algo curioso y muy justificado. Tenía hambre. Salí de aquel cuarto usando las ropas que Laila me dio, unos pantalones largos medio anchos y un camisón como de lana que se sentía calentito. Esperaba con ansias mi equipaje para cambiarme la ropa interior, pero, por ahora, tocaba repetir. Vi las escaleras a la última planta, y no pude evitar preguntarme si Vik ya estaría allí, si descansaba o dormía. Caminé por el ancho pasillo con la vista puesta en las paredes hasta llegar a la escaleras y, chismeando para verificar que no viniera nadie, porque me daba miedo encontrar a alguien allí, saqué la cabeza por el descanso. —Bien, está vacío… Bajé a toda prisa, pero, al final, no tenía ni idea de dónde quedaba nada, así que terminé metida por unos pasillos sin salida que me hicieron retroceder de nuevo. Cuando iba de regreso, me topé con un varón de
GIANNA ¿Abby? ¿Quién era Abby? ¿Es que acaso ese hombre estaba soñando? Traté de zafarme enseguida de su abrazo, y encontré mis manos tocando su pecho desnudo, pues dormía sin camisa, lo que me puso todavía más nerviosa; sin embargo, mientras más me movía, más él me acomodaba a su cuerpo, a su abrazo y a su toque, casi como si supiera con exactitud lo que hacía. —Vik, suéltame, por favor… Mis murmuraciones se hicieron más sonoras al correr de los segundos, pero me di cuenta de que tenía los ojos cerrados y la respiración lenta. De repente, su zurda bajó por mi espalda con lentitud, y sentirlo tocar la punta de mis nalgas sobre la ropa me paralizó. Pero no me dio miedo. ¿Por qué no? De un momento a otro, su abrazo me acercó más a su cuerpo, y la sensible fragancia de canela, mezclada con un aroma dulce, entró en mi nariz y me llenó de una calma extraña. El cuerpo se me suavizó, a pesar de que las palpitaciones todavía eran tremendas, y tragué. —Abby… te extraño… El nuevo llama
GIANNA Lo siguiente que vi, fue a Pete tirarse sobre Cameron después de gritar y, sin darle a este tiempo a nada, el sonido del disparo heló el ambiente, junto con un grito dolorido que me puso los pelos de punta. Pete tumbó a Vik de su silla al piso, y yo también me eché ahí al instante, para escuchar los gritos de la gente, y a los Guardias del Rey vociferar y lanzarse sobre quien sea que disparó. Se escuchó un nuevo tiro que me hizo tiritar, y la gente gritando lo invadió todo. —¡Aléjense de aquí! —escuché a Dónovan, que venía hacia nosotros con notoria preocupación—. ¡Hay que sacar a Su Majestad! Sin embargo, nada estaba bien. Vik se removía debajo del cuerpo de un Peter que no se movía. —Pete, Pete, vamos, arriba —masculló él. Lo movió y se escuchó un quejido, y enseguida me arrastré hacia ellos. Cuando Vik se quitó a Peter de encima, vi que su traje se encontraba lleno de sangre y me asusté. —¡Vik, ¿estás…?! Pero no era su sangre. El terror apareció en la cara de aque