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Capítulo 1: Trabaja para mí

GIANNA

Su voz rebotó iracunda por todas partes en el salón, y el silencio sepulcral fue sustituido por susto cuando aquel tipo, furibundo, se me vino encima sin importarle quién estuviera presente.

Pero yo no era ninguna estúpida, así que enseguida me armé y, cuando lo tuve en mi rango de acción, le lancé una patada que le dio justo en la entrepierna, y que lo dejó privado frente a todo el mundo.

Logan pegó un grito que me hizo hervir la sangre con gusto y, junto a un sonido de dolor general de los presentes, cayó de rodillas al suelo.

—¡¿Qué te pa…?! ¡Ah!

Se encogió en sí mismo en el suelo, y lo miré desde arriba.

—Maldito pervertido, ¡no te atrevas a volver a tocarme, o no te daré una simple patadita, ¿entendiste?! ¡Cerdo asqueroso!

Logan se quedó quieto en el suelo pero, justo cuando vi que algunos de mis compañeros de trabajo se acercaban para evaluar la situación, y el jefe para regañarme, lo más seguro, este se levantó de golpe y se me vino encima de una forma inesperada, por lo que no estaba nada preparada para defenderme.

Traté de retroceder, pero no pude, porque ya estaba al borde de la mesa de los comensales, así que me alisté para ser golpeada o malograda; sin embargo, ese momento nunca llegó porque, de la nada, una espalda ancha y larga apareció frente a mí, y la mano de su dueño agarró a Logan del cuello como si fuera de plastilina, y lo zarandeó.

—¡Suéltame, no te metas! —gritó Logan al tipo, que no dijo ni media palabra.

Di un paso a un lado, y me di cuenta de que el asiento a mi derecha en la mesa estaba vacío, y de que el cliente alto y guapo de recién era quien tenía a mi acosador agarrado de la camisa sin aparentes esfuerzos.

Me eché a un lado, y en sus ojos vi una frialdad tremenda y terrible que caló en mí con malestar y sorpresa a partes iguales, hasta con miedo.

—Ya cállate, bastardo. ¿Quién te crees que eres, para acosar a una señorita en público? —espetó el pelinegro con una voz gélida que paró el corazón en mi pecho.

El sujeto que lo acompañaba se levantó de golpe y corrió a su lado.

—Señor, señor, por favor, cálmese, no quiere hacer que esto pase a mayores… recuerde para qué estamos aquí —dijo con ansiedad.

Logan miró al más bajo con una sonrisa, y luego al gigantón.

—Vamos, hazle caso a tu jefe… Si tanto quieres coger con Gianna, ¡solo te dejaré hacerlo después de que yo lo haga, ¿entendiste?! ¡Yo la vi primero, no la vas a usar antes de que yo se lo me…!

De la nada, la voz de Logan fue acallada cuando un puño pegó contra su boca con tanta fuerza que, apenas soltarlo el tipo alto, cayó como un saco de papas al suelo, gimiendo de dolor.

—¡Señor! —aulló el acompañante en traje, envuelto en ansiedad y miedo.

Sin embargo, el otro lo ignoró, pues su atención estaba puesta en el tipo tirado en el suelo, que se removió hasta medio levantarse y se lo quedó viendo con furia genuina.

—¡¿Es que acaso no sabes con quién te estás metiendo?! ¡Maldito desgraciado, me las pagarás! ¡Haré que te metan preso el resto de tu vida, pero antes…!

Logan se lanzó como alma llevada por el diablo hacia mi, desde ahora, Salvador, con la intención de golpearlo, pero es que la diferencia física era demasiada.

Era como un regordete pitufo delante de ese sujeto, y vaya que este se lo hizo saber, pues lo agarró de frente por el brazo y se lo torció hasta hacerlo darse la vuelta, tirando de él hacia arriba hasta que Logan soltó un grito dolorido.

—¡Te voy a matar, maldito! ¡Te mataré… Ah!

Ante las amenazas, el extraño afirmó la llave a su brazo, en tanto yo seguía viendo al pobre tipo del traje desear que todo esto fuese un mal sueño.

—¡Bien, por favor, es hora de calmarnos!

Bruno, mi jefe, apareció de golpe, acompañado de dos vigilantes grandotes. Él se fijó en el pelinegro de ojos jade y le hizo señas con las manos para que dejara tranquilo al otro.

—Señor, sé que este hombre ha cometido un gran error, pero será mejor que lo suelte. Nosotros nos haremos cargo de esto, ¿sí?

Maldije para mis adentros, porque Bruno jamás y nunca llamaría a la policía, ni haría nada por mí… esto solo quedaría en saco roto.

El sujeto alto lo miró con cierta dureza, no dispuesto a obedecer.

—Señor, señor Kuir, por favor… no haga esto más grande de lo que ya es… no es su cabeza la que rodará si esto pasa a mayores —rogó el tipo del traje.

Aunque lo último que dijo me causó inquietud, decidí dar un paso al frente.

—¡No lo sueltes, dale su merecido! ¡Deberías golpearlo mil veces más! ¡Ya perdí la cuenta del tiempo que lleva acosándome, y nadie aquí hace nada para defenderme!

—¡Cállate, Gianna! —espetó mi jefe con ojos saltones y ganas de matarme.

Pero yo no me caracterizaba por ser la madre de la obediencia.

—¡No! ¿Hasta cuándo voy a tener que aguantar esto? ¡¿Por qué él puede venir aquí y tocarme el cu.lo cuando se le da la gana, y tú no haces nada para defenderme?! ¡¿Es porque soy una simple empleaducha?! ¡¿Porque solo es conmigo?! ¡No me jodas, ya estoy harta!

»Tú, chico extraño, ¡pégale hasta la madre por mí, por favor!

—¡Gianna!

—¡Gianna, ¿por qué me rechazas?! ¡¿No sabes que yo podría darte todo lo que necesitas para ser feliz?! —clamó Logan como un loco.

El tipo alto lo agarró con más fuerza, haciéndolo gritar de nuevo de dolor.

A este punto, muchos en el bar grababan con sus teléfonos, y otros habían llamado a la policía.

—¡Señor, suelte al señor Tanner, por favor! —pidió Bruno con cierto desespero en su tono.

Los dos tipos grandes, que eran del almacén, se prepararon para hacer algo al respecto.

—¡Señor Kuir, por favor! —rogó el tipo del traje, ya casi poniéndose de rodillas.

El pelinegro volteó a verme, y solo entonces la frialdad de sus orbes se pintó de una relajación llamativa, que desapareció apenas fijarse en Logan, a quien soltó y tiró hacia el frente.

Él se tambaleó, pero al instante volteó y no dudó en desafiarlo.

—¡Maldito desgraciado, me las pagarás! ¡¿Tienes idea de con quién te metiste?! ¡Yo soy Logan Tanner, gerente del Grupo Internacional Time! ¡Te voy a mandar a la cárcel, maldito bastardo!

»¡Y haré que este maldito lugar quiebre! —grito mirando a Bruno.

La cara de mi jefe palideció al instante, y me fulminó con ojos acusadores.

—¡Todo esto es tu culpa, Gianna! —exclamó, ardido en ansiedad y molestia.

Logan soltó una risa.

—¡Sí, todo es culpa de Gianna! ¡Si tan solo ella dejara que los hombres buenos la tomaran, nada de esto habría pasado!

En ese momento, vi la resolución tintar los orbes oscuros de Bruno, y espetó:

—¡Gianna, estás despedida! ¡Sal de aquí ahora mismo!

—¡¿Qué?! ¡¿Este maldito cerdo me toca las nalgas, y es a mí a quien despides?! ¡No me jodas! —refuté sin contenerme ni pensarlo.

La emoción vibró en la cara de un Logan que parecía complacido con la situación.

—Todo esto es tu culpa, Gianna, ¡estás dejando en ridículo a nuestro establecimiento con un cliente importante!

—¿Cliente importante? ¡Si no es más que un borracho! —clamé, ya más guiada por la furia.

—Gianna, cuida tus palabras. Me gustas mucho, pero no te perdonaré que me faltes el respeto —escupió Logan desde el lado.

Tiré ojos despreciables hacia él, y sentí unas vívidas ganas de ahorcarlo; pero, antes de que pudiera hacer o decir nada, alguien intervino.

—Entonces ven y trabaja para mí… no necesitas seguir en este bar cutre de mala muerte.

Aquel hombre pelinegro habló tan de la nada, que todo lo que dijo necesitó un par de segundos para ser procesado por mi mente.

—¿Trabajar para ti? ¡¿Quién demonios te crees que eres?! —bramó Logan, centrando su atención en el extraño y caminando hacia él.

Sin embargo, antes de que siquiera pudiera estar a medio metro del alto hombre, el tipo del traje se metió en medio y lo atravesó con frialdad.

—No seguiré tolerando la falta de respeto hacia Su Majestad, «señor Tanner». Le sugiero que se controle.

«¿Su Majestad?», me pregunté apenas escucharlo.

—¿Su Majestad? ¡No me jodas! Si ya hasta juega a los reyes y las princesitas —se burló el borracho con acidez destacable.

No obstante, mientras él hablaba, me di cuenta de que cuatro personas entraron al bar, todas vestidas de traje y con cara de pocos amigos. Ellos le dieron un vistazo al entorno antes de acercarse hacia nosotros.

—¿Este tipo lo está molestando, Su Majestad? —preguntó uno de ellos, el más grandote.

El pelinegro volteó hacia él y negó con la cabeza.

—Para nada, Don, pero este hombre acosó se.xualmente a la señorita, por lo que no pude solo quedarme tranquilo —comentó con absoluta calma y, dirigiéndose a mí, preguntó—: Entonces, señorita, ya que ha sido despedida casi por mi culpa, ¿aceptaría un trabajo en mi despacho?

Arrugué la cara al instante, pero algo en mi interior me dijo que no me fuera de la lengua.

Respiré hondo y, tras juntar las manos sobre mi abdomen, pregunté:

—Puedo preguntar, ¿quién eres tú?

Enseguida, uno de los hombres de traje contestó:

—Su Majestad, Cameron Vikram Kuir Tercero, Rey de Hiraeth.

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