GIANNA
Su voz rebotó iracunda por todas partes en el salón, y el silencio sepulcral fue sustituido por susto cuando aquel tipo, furibundo, se me vino encima sin importarle quién estuviera presente.
Pero yo no era ninguna estúpida, así que enseguida me armé y, cuando lo tuve en mi rango de acción, le lancé una patada que le dio justo en la entrepierna, y que lo dejó privado frente a todo el mundo.
Logan pegó un grito que me hizo hervir la sangre con gusto y, junto a un sonido de dolor general de los presentes, cayó de rodillas al suelo.
—¡¿Qué te pa…?! ¡Ah!
Se encogió en sí mismo en el suelo, y lo miré desde arriba.
—Maldito pervertido, ¡no te atrevas a volver a tocarme, o no te daré una simple patadita, ¿entendiste?! ¡Cerdo asqueroso!
Logan se quedó quieto en el suelo pero, justo cuando vi que algunos de mis compañeros de trabajo se acercaban para evaluar la situación, y el jefe para regañarme, lo más seguro, este se levantó de golpe y se me vino encima de una forma inesperada, por lo que no estaba nada preparada para defenderme.
Traté de retroceder, pero no pude, porque ya estaba al borde de la mesa de los comensales, así que me alisté para ser golpeada o malograda; sin embargo, ese momento nunca llegó porque, de la nada, una espalda ancha y larga apareció frente a mí, y la mano de su dueño agarró a Logan del cuello como si fuera de plastilina, y lo zarandeó.
—¡Suéltame, no te metas! —gritó Logan al tipo, que no dijo ni media palabra.
Di un paso a un lado, y me di cuenta de que el asiento a mi derecha en la mesa estaba vacío, y de que el cliente alto y guapo de recién era quien tenía a mi acosador agarrado de la camisa sin aparentes esfuerzos.
Me eché a un lado, y en sus ojos vi una frialdad tremenda y terrible que caló en mí con malestar y sorpresa a partes iguales, hasta con miedo.
—Ya cállate, bastardo. ¿Quién te crees que eres, para acosar a una señorita en público? —espetó el pelinegro con una voz gélida que paró el corazón en mi pecho.
El sujeto que lo acompañaba se levantó de golpe y corrió a su lado.
—Señor, señor, por favor, cálmese, no quiere hacer que esto pase a mayores… recuerde para qué estamos aquí —dijo con ansiedad.
Logan miró al más bajo con una sonrisa, y luego al gigantón.
—Vamos, hazle caso a tu jefe… Si tanto quieres coger con Gianna, ¡solo te dejaré hacerlo después de que yo lo haga, ¿entendiste?! ¡Yo la vi primero, no la vas a usar antes de que yo se lo me…!
De la nada, la voz de Logan fue acallada cuando un puño pegó contra su boca con tanta fuerza que, apenas soltarlo el tipo alto, cayó como un saco de papas al suelo, gimiendo de dolor.
—¡Señor! —aulló el acompañante en traje, envuelto en ansiedad y miedo.
Sin embargo, el otro lo ignoró, pues su atención estaba puesta en el tipo tirado en el suelo, que se removió hasta medio levantarse y se lo quedó viendo con furia genuina.
—¡¿Es que acaso no sabes con quién te estás metiendo?! ¡Maldito desgraciado, me las pagarás! ¡Haré que te metan preso el resto de tu vida, pero antes…!
Logan se lanzó como alma llevada por el diablo hacia mi, desde ahora, Salvador, con la intención de golpearlo, pero es que la diferencia física era demasiada.
Era como un regordete pitufo delante de ese sujeto, y vaya que este se lo hizo saber, pues lo agarró de frente por el brazo y se lo torció hasta hacerlo darse la vuelta, tirando de él hacia arriba hasta que Logan soltó un grito dolorido.
—¡Te voy a matar, maldito! ¡Te mataré… Ah!
Ante las amenazas, el extraño afirmó la llave a su brazo, en tanto yo seguía viendo al pobre tipo del traje desear que todo esto fuese un mal sueño.
—¡Bien, por favor, es hora de calmarnos!
Bruno, mi jefe, apareció de golpe, acompañado de dos vigilantes grandotes. Él se fijó en el pelinegro de ojos jade y le hizo señas con las manos para que dejara tranquilo al otro.
—Señor, sé que este hombre ha cometido un gran error, pero será mejor que lo suelte. Nosotros nos haremos cargo de esto, ¿sí?
Maldije para mis adentros, porque Bruno jamás y nunca llamaría a la policía, ni haría nada por mí… esto solo quedaría en saco roto.
El sujeto alto lo miró con cierta dureza, no dispuesto a obedecer.
—Señor, señor Kuir, por favor… no haga esto más grande de lo que ya es… no es su cabeza la que rodará si esto pasa a mayores —rogó el tipo del traje.
Aunque lo último que dijo me causó inquietud, decidí dar un paso al frente.
—¡No lo sueltes, dale su merecido! ¡Deberías golpearlo mil veces más! ¡Ya perdí la cuenta del tiempo que lleva acosándome, y nadie aquí hace nada para defenderme!
—¡Cállate, Gianna! —espetó mi jefe con ojos saltones y ganas de matarme.
Pero yo no me caracterizaba por ser la madre de la obediencia.
—¡No! ¿Hasta cuándo voy a tener que aguantar esto? ¡¿Por qué él puede venir aquí y tocarme el cu.lo cuando se le da la gana, y tú no haces nada para defenderme?! ¡¿Es porque soy una simple empleaducha?! ¡¿Porque solo es conmigo?! ¡No me jodas, ya estoy harta!
»Tú, chico extraño, ¡pégale hasta la madre por mí, por favor!
—¡Gianna!
—¡Gianna, ¿por qué me rechazas?! ¡¿No sabes que yo podría darte todo lo que necesitas para ser feliz?! —clamó Logan como un loco.
El tipo alto lo agarró con más fuerza, haciéndolo gritar de nuevo de dolor.
A este punto, muchos en el bar grababan con sus teléfonos, y otros habían llamado a la policía.
—¡Señor, suelte al señor Tanner, por favor! —pidió Bruno con cierto desespero en su tono.
Los dos tipos grandes, que eran del almacén, se prepararon para hacer algo al respecto.
—¡Señor Kuir, por favor! —rogó el tipo del traje, ya casi poniéndose de rodillas.
El pelinegro volteó a verme, y solo entonces la frialdad de sus orbes se pintó de una relajación llamativa, que desapareció apenas fijarse en Logan, a quien soltó y tiró hacia el frente.
Él se tambaleó, pero al instante volteó y no dudó en desafiarlo.
—¡Maldito desgraciado, me las pagarás! ¡¿Tienes idea de con quién te metiste?! ¡Yo soy Logan Tanner, gerente del Grupo Internacional Time! ¡Te voy a mandar a la cárcel, maldito bastardo!
»¡Y haré que este maldito lugar quiebre! —grito mirando a Bruno.
La cara de mi jefe palideció al instante, y me fulminó con ojos acusadores.
—¡Todo esto es tu culpa, Gianna! —exclamó, ardido en ansiedad y molestia.
Logan soltó una risa.
—¡Sí, todo es culpa de Gianna! ¡Si tan solo ella dejara que los hombres buenos la tomaran, nada de esto habría pasado!
En ese momento, vi la resolución tintar los orbes oscuros de Bruno, y espetó:
—¡Gianna, estás despedida! ¡Sal de aquí ahora mismo!
—¡¿Qué?! ¡¿Este maldito cerdo me toca las nalgas, y es a mí a quien despides?! ¡No me jodas! —refuté sin contenerme ni pensarlo.
La emoción vibró en la cara de un Logan que parecía complacido con la situación.
—Todo esto es tu culpa, Gianna, ¡estás dejando en ridículo a nuestro establecimiento con un cliente importante!
—¿Cliente importante? ¡Si no es más que un borracho! —clamé, ya más guiada por la furia.
—Gianna, cuida tus palabras. Me gustas mucho, pero no te perdonaré que me faltes el respeto —escupió Logan desde el lado.
Tiré ojos despreciables hacia él, y sentí unas vívidas ganas de ahorcarlo; pero, antes de que pudiera hacer o decir nada, alguien intervino.
—Entonces ven y trabaja para mí… no necesitas seguir en este bar cutre de mala muerte.
Aquel hombre pelinegro habló tan de la nada, que todo lo que dijo necesitó un par de segundos para ser procesado por mi mente.
—¿Trabajar para ti? ¡¿Quién demonios te crees que eres?! —bramó Logan, centrando su atención en el extraño y caminando hacia él.
Sin embargo, antes de que siquiera pudiera estar a medio metro del alto hombre, el tipo del traje se metió en medio y lo atravesó con frialdad.
—No seguiré tolerando la falta de respeto hacia Su Majestad, «señor Tanner». Le sugiero que se controle.
«¿Su Majestad?», me pregunté apenas escucharlo.
—¿Su Majestad? ¡No me jodas! Si ya hasta juega a los reyes y las princesitas —se burló el borracho con acidez destacable.
No obstante, mientras él hablaba, me di cuenta de que cuatro personas entraron al bar, todas vestidas de traje y con cara de pocos amigos. Ellos le dieron un vistazo al entorno antes de acercarse hacia nosotros.
—¿Este tipo lo está molestando, Su Majestad? —preguntó uno de ellos, el más grandote.
El pelinegro volteó hacia él y negó con la cabeza.
—Para nada, Don, pero este hombre acosó se.xualmente a la señorita, por lo que no pude solo quedarme tranquilo —comentó con absoluta calma y, dirigiéndose a mí, preguntó—: Entonces, señorita, ya que ha sido despedida casi por mi culpa, ¿aceptaría un trabajo en mi despacho?
Arrugué la cara al instante, pero algo en mi interior me dijo que no me fuera de la lengua.
Respiré hondo y, tras juntar las manos sobre mi abdomen, pregunté:
—Puedo preguntar, ¿quién eres tú?
Enseguida, uno de los hombres de traje contestó:
—Su Majestad, Cameron Vikram Kuir Tercero, Rey de Hiraeth.
GIANNA—¿Rey de Hiraeth? —preguntó alto Logan con desprecio—, ¿qué es eso? ¿Hogwarts? ¿Sacarás una varita y una lechuza aparecerá de la nada? —se burló y soltó la risa.Yo tampoco sabía qué era Hiraeth, ni dónde quedaba; sin embargo, creo que varios en el bar sí, porque enseguida los vi borrar los videos que grababan, e instar a los demás a hacer lo mismo.De repente, el ambiente se tornó oscuro, y algunas personas incluso dejaron el dinero de lo que consumieron sobre sus mesas y se fueron sin terminar de comer o beber, temerosas, huyendo.No entendía por qué actuaban así, porque… ¿Quién era este tipo? ¿Más famoso que la Reina de Gran Bretaña?No obstante, como estaba de mi lado, decidí hablarle bonito. Además, ¿mencioné que era guapo? Lo era.Él no dejó de mirarme ni un segundo, a pesar de lo que el idiota de Logan decía o hacía, y sus ojos suaves me llenaron de una preciosa calidez.—Yo… no sé quién eres, pero… supongo que podemos hablar al respecto, ya que acabo de ser despedida —c
GIANNA—¡¿Qué?! Decano Hamilton, ¿de qué habla? ¿Cómo que expulsada? ¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! Ayer yo…—No se trata de eso, señorita Adelaide. Usted ha sido expulsada tras cometer una falta al honor contra uno de nuestros principales benefactores.»A Título personal, lamento tener que hacer esto, pero esta institución no puede permitirse perder tal patrocinio solo por usted.Fruncí el cejo, indignada, molesta y sorprendida a partes iguales y, de repente, un nombre se me vino a la mente y espeté:—¡Logan Tanner!El Decano Hamilton no dijo nada, pero sus ojos corroboraron mis palabras, y apreté los labios.—¡Por favor!, ¿me van a expulsar porque no me dejé acosar se.xualmente por un cerdo pervertido que cree que puede hacer todo solo porque tiene dinero? ¡¿Es en serio?!La indignación y la pena bañaron el rostro del mayor, que resopló y negó con la cabeza.—Lo siento, señorita Adelaide, pero la decisión es irrevocable. Por favor, deje el campus a la brevedad posible.Quise pelear más, p
CAMERONApenas cortar la llamada, sentí unos serenos ojos acusadores sobre mí y, apenas voltear, le di una sonrisa a mi buen Tom, mi mano derecha por todos estos años, que no parecía estar del todo de acuerdo con mi decisión.—¿Pasa algo, Tom?Sin embargo, tan pronto como él pensó en contestar, mi celular volvió a sonar.—¿Hola? ¿Qué pa…?—¿En qué aeropuerto estás?Una sonrisa pintó mis labios.—En el internacional de San Francisco. Estás cerca —dije sin más.—Perfecto, gracias.Ella colgó y yo resoplé.Dejé el celular de lado y mire al fiel jefe de mi Guardia Real.—Entonces, Tom, ¿qué pasa? ¿Tienes algo que decir al respecto?Él respiró hondo y asintió con la cabeza.—Creo que no debería llevar a una persona que desconoce nuestras tradiciones y cultura, sin mencionar su nivel de estudios y que no lo conoce, solo porque quiere desafiar los deseos de su familia, Su Majestad.Eché la cabeza hacia atrás, y no pude evitar fijarme en el resto de mis muchachos, cuyas miradas parecían decir
CAMERONElla me miró como si estuviera a punto de gritar «¡Lo sabía!», de seguro pensando que la haría ser mi concubina o algo por el estilo; sin embargo, antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra, continué:—La persona que será mi asistente, deberá centrarse en la planificación y el cumplimiento de mi agenda, en el control de cada una de las cosas que deben hacerse para que las actividades se realicen como es debido. Habrá papeleo, por supuesto, pero es más un trabajo de campo.»Ya tengo un equipo que organiza mis viajes y actividades, pero necesito dejar de estar al pendiente de la verificación de cada cosa; además, tendrás que acompañarme a cada uno de los eventos que lo requieran.Una luz de alarma se encendió en ella.—¿Cómo acompañarte?—Como mi pareja —contesté sin más, pues no era nada del otro mundo.—¡¿Qué?! ¡No, no, no! ¡No voy a fingir ser tu pareja! Esto no es una telenovela, y yo no soy la protagonista a la que todo le sale de rechupete.La decepción apareció en s
GIANNA Todo esto era una locura. Después de casi dieciocho horas en un avión, donde vi a Vik tener que trabajar a miles de kilómetros de altura, hablar por videoconferencia con gente que ni sabía quiénes eran, y estudiar las cosas básicas sobre mi nuevo empleo, llegué a la tierra del desastre. Después de que el avión aterrizó, pude ver una alfombra roja desplegada justo frente a las escaleras, y a un grueso grupo de periodistas. —Demonios… —mascullé para mis adentros y resoplé. Unas terribles náuseas me invadieron y, por primera vez, sentí miedo. Sin darme cuenta, alguien se paró a mi lado y dijo: —Definitivamente, lo primero que hay que hacer es comprarte ropa nueva para el trabajo. —Lamento no tener nada adecuado… hasta hace veinte horas era una desempleada y expulsada ciudadana deprimida —mascullé sin darle importancia a las palabras de Vik. Él soltó una risilla y negó con la cabeza. —Cómo sea… es hora de bajar. Te ves decente para los medios, y no tiene sentido tratar de
GIANNA En medio del trayecto en taxi, me sentí cansada, aliviada y sorprendida a partes iguales. Mirando por la ventanilla del auto, no podía evitar emocionarme siempre que pasaba por un edificio, porque cada uno se veía más hermoso que el otro, con esa arquitectura renacentista marcada, aunque hacia el centro reinasen los rascacielos, en una mezcla perfecta entre lo nuevo y lo antiguo. —Esto es hermoso… qué suerte tengo —dije con voz ilusionada. Delante, el taxista sonrió. —¿Es nueva en la ciudad, señorita? —preguntó con un inglés un poco escueto. Lo miré desde atrás y asentí con la cabeza. —Sí. De hecho… soy nueva en el país, llegué hace más o menos una hora. —Oh… ya veo. Pero, ¿no es extraño que quiera ir a los límites con el Palacio Real? Debería partir a un hotel o algo por el estilo. Negué con la cabeza. —Se suponía que debía ir al Palacio en un autobús a mi llegada, pero… creo que me subí a la van equivocada y terminé frente al Congreso. Suspiré con genuina decepción,
GIANNA ¿Por qué Jacob pondría esos ojos? La verdad es que yo no sabía nada de esta gente, pero lo ignoré al entrar al gran edificio, y el lujo y la ostentación me dieron una fuerte cachetada en la cara. Patiné por un momento por el piso, que parecía granito, o algo caro, yo que sé. Vik me llevó de la mano por un pasillo a la derecha y, antes de darme cuenta, entramos a una habitación amplia que resultó ser una oficina. Al ver su nombre en un título universitario colgado en una pared al costado, junto a otras cosas que no tuve tiempo para distinguir, supe que era la suya. Él me soltó en el momento en el que llegamos a una pequeña estancia con muebles, muy al estilo de lo que se veía en las películas y series, y quedamos frente a frente. —Lamento que tuvieras unas primeras horas tan escuetas —dijo y miró por el ventanal que daba al jardín lateral. —No te preocupes. Conocí a una buena chica que me ayudó pagando un taxi… cuando cobre mi sueldo le pagaré y la invitaré a cenar, fue muy
GIANNA Después de darme un baño en aquel enorme lugar, todo el cansancio de las pasadas horas me cayó encima; sin embargo, también apareció algo curioso y muy justificado. Tenía hambre. Salí de aquel cuarto usando las ropas que Laila me dio, unos pantalones largos medio anchos y un camisón como de lana que se sentía calentito. Esperaba con ansias mi equipaje para cambiarme la ropa interior, pero, por ahora, tocaba repetir. Vi las escaleras a la última planta, y no pude evitar preguntarme si Vik ya estaría allí, si descansaba o dormía. Caminé por el ancho pasillo con la vista puesta en las paredes hasta llegar a la escaleras y, chismeando para verificar que no viniera nadie, porque me daba miedo encontrar a alguien allí, saqué la cabeza por el descanso. —Bien, está vacío… Bajé a toda prisa, pero, al final, no tenía ni idea de dónde quedaba nada, así que terminé metida por unos pasillos sin salida que me hicieron retroceder de nuevo. Cuando iba de regreso, me topé con un varón de