Ariel
—¿Y bien? —Máximo se quedó mirándome bajo el marco de la puerta del baño. Nervioso, expectante y ansioso. Parecía que fuese a vomitar en cualquier momento.
Bajé la mirada y me concentré en la varita que temblaba entre mis dedos. El corazón se me detuvo un latido y luego ahogué un jadeo.
—Positivo… —Jadeé al tiempo que Máximo me tomaba de la cintura y me cargaba, dándome vueltas alrededor del baño.
Habíamos estado tratando de concebir nuestro último hijo durante los últimos seis meses para decidirnos cerrar la fábrica. Con nuestros mellizos de cinco años cada uno, queríamos volver a experimentar por última vez aquel sentimiento.
El tiempo había pasado completamente rápido y durante todos estos años surgieron muchos eventos.
Todavía podía recordar las palabras de mi madre después de haberme ofrecido en bandeja de plata a ese hombre. Al increíblemente atractivo y millonario, señor Kahler.—¿Me has vendido? —Pregunté, pero mi voz solo era un hilo tembloroso.—¡Mírate! Eres insípida e incapaz, tú nunca podrías sacarnos de la pobreza. Si algo bueno puedes hacer ahora mismo por mí, es recoger tus cosas e irte con ese hombre. Ha pagado una pequeña y buena fortuna por ti.Sacó un cigarrillo y lo encendió, completamente desinteresada por mi corazón roto. ¡Era su hija! ¿Cómo se había atrevido a algo tan monstruoso?—¿Cuánto? —La miré con rencor—. ¿Cuánto ha pagado por mí?Ella soltó una sonora carcajada.—Mucho menos de lo que vales. Ahora
Me estremecí, y no supe si fue por el estruendo de la voz del señor Kahler o por la advertencia que disparaban sus ojos al mirarle. Junto a él, dos hombres de seguridad le acompañaban, permaneciendo alertas a cualquier orden que su jefe les disparara. Sin embargo, fue mi madre quien optó por soltarme.—Eso es una buena decisión, ahora lárgate de mi casa y espero no tener que aclararte que no quiero que te acerques a ella nunca más. —Amenazó e hizo un gesto para que sus hombres la sacaran del ático.Después de un instante y de habernos quedado completamente solos, me detalló preocupado, yo bajé la mirada.—¿Te encuentras bien? —Quiso saber—. ¿Te hizo daño?Negué con la cabeza.—Mírame y respóndeme con palabras cuando te hablo, Ariel. —Ordenó.—
Cerré la puerta de mi habitación detrás de mí, y me fui rompiendo conforme me deslizaba por ella, aovillándome en el suelo y escondiendo mi rostro en medio de mis rodillas, sollocé el nombre de mi padre.Me despojé de las prendas de ropa en silencio, hipando y temblando me hundí en el jacuzzi, despojándome de toda sensación asqueada que me producía el recuerdo asqueroso de las manos de Benjamín sobre mi cuerpo.No supe si había transcurrido una hora o dos, pero cuando sentí que los parpados se me cerraban casi por inercia propia, me envolví en una bata de baño y me fui a la cama con el cabello húmedo aun y recostándome, las luces de Sídney se pagaron delante de mis ojos.Estoy caminando en medio
Era consciente de como las lágrimas se deslizaban por mi mejilla y yo, no me molestaba en lo absoluto por detenerlas. Era consciente de como el corazón me latía con desenfreno y desesperación, tanto, que me importaba poco si perforaba mi pecho y se largara corriendo lejos de aquí, muy lejos. Al menos, el sí sería libre.Me despojé de las pequeñas prendas que apenas y cubrían mi cuerpo. Hipando y con la poca visibilidad que las lágrimas me permitían, me fui metiendo al jacuzzi y aovillándome en él, dejé que el agua de espuma borrara los restos de dignidad se fueran por el drenaje.Creí, que después de las atrocidades que me hizo vivir Benjamín, nunca me volvería a sentir tan rota. Esa noche, Máximo Kahler me recordó cuan insignificante que podría llegar a ser y estaba tan cansada, estúpidamente can
Fui consciente de cómo sus ojos me observaban bajo aquellas largas y gruesas pestañas. No parpadeaba, estaba tan atento a mi presencia, estaba tan decidió a intimidarme cuando abrí la puerta y me plante en su despacho.—No puede despedirla. —Solté de pronto, con el corazón latiéndome en la garganta.Su mandíbula se tensó con tanta fuerza, que pude notar la expresión desencajada de su rostro. Sus manos, estaban cruzadas encima del escritorio de mármol en frente de él. No se movía, no decía absolutamente nada. Simplemente, se limitaba a escudriñarme de arriba hacia abajo, se le había vuelto una muy mala costumbre, porque siempre lograba intimidarme de esa manera, sin embargo; luché contra mí misma para no permitírselo.— ¿No va a decirme nada? —Le cuestioné después de un par de segundos&md
Tuve que hacerle caso, no obstante, estaba caminando en su dirección. Con el corazón latiéndome en la garganta y las manos sudorosas, toqué su espalda. Estaba tan tensa y erguida en una línea recta, pero ante mi tacto, se suavizó, no me rechazó.—Ariel...Lo abracé.Máximo no me miraba ni se movía ante el contacto que estábamos teniendo, yo no pude moverme tampoco. Él, no hacía nada más que quedarse quieto y con cada segundo que pasaba, su cuerpo se destensaba.Bastante tiempo le tomó darse cuenta de que definitivamente yo lo estaba abrazando, y en medio de él, giró sobre sí mismo y envolvió sus brazos a mi alrededor.El gesto fue calculador, embriagante y doloroso al mismo tiempo. Estábamos allí de pie, en silencio, abrazados el uno al otro y no supe quién de los dos lo necesitaba
Sus ojos, humedecidos por las lágrimas que trató de reprimir de inmediato, me observaron un instante con una sonrisa apagada. Mi corazón no supo si latir o detenerse ante la información que acababa de soltar.—Me divorcié luego de un par de meses. Ella se encargó de que la separación fuera lo más lenta posible. Se negaba a ir a las citas con los abogados, atrasaba la firma del divorcio y separación de bienes, creyendo que con el tiempo ella podría recuperarme. Me había perdido completamente, y yo había perdido a las dos personas que más amaba.Un nudo se instaló en la boca de mi estómago y pude observar de soslayo, como las gotas de lluvia pinchaban los cristales, el frio se intensificó y mi cuerpo tembló en el proceso.— ¿Tuvieron dos hijos? —Me atreví a preguntar, sin embargo, me arrepentí poco desp
No supe cuál era la reacción que debía tener en ese instante, pero lo único que hice fue salir de la habitación y correr hacia él.— ¡Máximo!Su espalda erguida se detuvo en frente en mí, y luego de unos cortos segundos me encaró.La expresión que me ofreció su rostro fue indiferencia y severidad.— ¿Desde qué momento dejé de ser el señor Kahler? —El tono que uso fue tan ajeno y lacónico que casi me atravesó.—Yo realmente no quise decir... —Traté de excusarme, traté de terminar la frase, pero esta simplemente no llegó.—Fue realmente lo que quisiste decir. Sin embargo, no soy del tipo que le afecta lo que una muchachita con problemas de autoestima piense de mí. —Su mirada se oscureció cuando creí que había terminado de hablar&md