Todavía podía recordar las palabras de mi madre después de haberme ofrecido en bandeja de plata a ese hombre. Al increíblemente atractivo y millonario, señor Kahler.
—¿Me has vendido? —Pregunté, pero mi voz solo era un hilo tembloroso.
—¡Mírate! Eres insípida e incapaz, tú nunca podrías sacarnos de la pobreza. Si algo bueno puedes hacer ahora mismo por mí, es recoger tus cosas e irte con ese hombre. Ha pagado una pequeña y buena fortuna por ti.
Sacó un cigarrillo y lo encendió, completamente desinteresada por mi corazón roto. ¡Era su hija! ¿Cómo se había atrevido a algo tan monstruoso?
—¿Cuánto? —La miré con rencor—. ¿Cuánto ha pagado por mí?
Ella soltó una sonora carcajada.
—Mucho menos de lo que vales. Ahora, recoge tus cosas y lárgate. Estoy perdiendo la jodida paciencia contigo.
Fue la última vez que supe de ella, fue la última vez que la miré a los ojos. Nunca podría olvidar esa mirada, nunca podría olvidar el desprecio con el que me observaba.
Llovía a cantaros en Sídney cuando bajé las escaleras de aquel rancio edificio, había vivido allí desde que tenia uso de razón, pese a que no habían sido unos buenos años, era mi hogar, el único lugar donde podía de algún modo sentirme segura.
Junto al auto me esperaba un hombre de traje que cruzaba los cuarenta y tantos años y no, ese no era el señor Kahler, rápidamente lo supe porque aquella barba y aquel robusto cuerpo no se comparaba con un apenas visible y fino vello facial y la montaña de músculos que se apretaban bajo su traje costosamente caro cuando le vi cerrar aquel trato con mi madre escondida detrás de la puerta.
El hombre mayor me abrió la puerta del auto y me ofreció una sombrilla por encima de mi cabeza para que me protegiese de la lluvia.
Murmuré un agradecimiento y salté dentro del auto arrastrando charcos de agua con mis botas amarillas de lluvia. Fue en ese instante la primera vez que vi al señor Kahler de cerca.
Sus ojos eran color avellana y sus pestañas negras y pobladas. Sus hombros se formaban duramente en una línea recta que apenas y subían con su controlada respiración, no había espacio para la inseguridad en él. Era el hombre más impresionante que había visto jamás en mi vida. Su imponente figura destilaba elegancia y formalidad.
Aparté la mirada al sentirme intimidada y contuve un jadeo al mismo tiempo que emprendíamos camino por las calles llenas de agua en la ciudad.
Veinticinco minutos después nos detuvimos en un casi alucinador edificio de no sé cuantos metros de altura, rodeado de grandes áreas verdes y luces que adornaban como si fuese una jodida película de la aristocracia.
— ¿No hablas? —Su voz acarició mi nuca, había estado todo el tiempo detrás de mi espalda.
—¿Es usted millonario, señor Kahler? —Pregunté en un murmullo, impresionada por lo que mis ojos observaban en el momento que bajamos del auto y las puertas del elevador se abrieron para nosotros.
—Digamos que he trabajado muy duro para conseguir lo que he querido. —Respondió mientras me invitaba con su mano a que me introdujera en el vestíbulo.
Un imperioso ático construido de altas paredes de cristales, dejando ver los rascacielos más importantes de Sídney. Una decoración ostentosamente cara con jarrones bañados en lo que parecía ser oro y plata.
—¿Cómo comprar personas también? —Cuestioné de pronto y un instante después, quise morderme la lengua por eso.
—También, Ariel. —Dijo sin preocuparse—. Adelante, te mostraré tu habitación y Amelia te indicará las normas de la casa.
—¿Amelia? —Quise saber quién era mientras avanzábamos por el salón principal y subíamos las escaleras.
—La ama de llaves.
—Oh…
Llegamos a la que sería mi habitación y me recibió una increíble y cómoda cama de dos plazas que le adornaban sabanas grises de seda. También un closet impresionante lleno de piezas de alta costura y que no favorecerían a mi desaliñada figura.
—Espero sea de tu agrado, ponte ropa cómoda y ve a mi habitación en cuanto estés lista. Es la última puerta al final del pasillo.
Asentí con el corazón latiéndome a mil revoluciones, ¿Qué esperaba? ¿Flores rojas y una cena romántica?
Estaba aquí para ser suya, por eso había pagado por mí, para tenerme las veces que quisiera y de la forma en que le apeteciera.
Una vez que estuve sola, pude soltar todo el aire que había estado conteniendo dentro de mis pulmones. Tomé una ducha caliente y froté mi piel con un exfoliante de durazno que había en la repisa del baño. También me lavé el cabello con champú y enjuague de flores.
No estaba acostumbrada a ese tipo de comodidades, así que me permití disfrutarlas por un instante.
Me metí al closet buscando algo que pudiese encajar con mi figura, nada me convencía, ni siquiera el tipo de lencería, la una era más provocadora que la otra, sin embargo, había una en particular que llamó mi atención, era toda negra y cubría un poco más que las otras.
¿Le gustaría al señor Kahler? Pensé y sentí el rubor instalarse en mis mejillas.
Sacudí la idea de mi cabeza y me terminé de vestir, le decisión final fue un suave vestido de seda plateada. No era muy buena con zapatos altos, así que salí de la habitación descalza.
Me quedé un instante mirando la puerta de la habitación del señor Kahler, luego retrocedí y repetí el procedimiento un par de veces
—Te he visto retroceder al menos siete veces a través de la línea de la puerta, Ariel. —Escuché su voz y tuve una fuerte sacudida.
Tomé aire y apreté los ojos con fuerza.
—¿Puedo pasar? —Pregunté luego de un instante
—Adelante.
Empujé la puerta con cautela, asomándome.
Su habitación era lujosamente grande, el doble que la mía. La decoración no era exagerada, sin embargo, era preciosa. A su izquierda un pequeño salón con un amplio mueble y un televisor de cine, el resto, cuadros y demás.
El señor Kahler me miró de arriba hacia abajo, como si estuviese desaprobando mi atuendo, una sonrisa se asomó en su rostro.
—¿Está riéndose de mí? —Las mejillas comenzaron a arderme en ese momento.
—En lo absoluto, sin embargo, no es lo apropiado para la cena que tendremos en… —Miró su reloj—. Quince minutos.
—¿Cena? —Pregunté sorprendida—. Creí que…
—¿Qué? —Me interrumpió—. ¿Qué tendríamos sexo esta noche?
—Pues usted ha pagado por mí.
—¿Y crees que ha sido porque necesito sexo? —Me miró con el entrecejo fruncido.
—Bueno, yo…
—Acércate. —Me pidió y yo obedecí arrastrando mis pies hacia donde estaba él—. No voy a tocarte un solo pelo hasta que seas tú quien me lo pida.
Tragué saliva, ¿Qué?
—No comprendo, señor Kahler.
—Tampoco espero que lo hagas, ¿tienes alguna otra pregunta antes de ir a cambiarte?
Asentí.
—¿Por qué yo? —Le miré a los ojos, marrones y grandes—. Me refiero, ¿Por qué ha pagado por mí? Usted podría tener a la mujer que quisiera sin la necesidad de pagar por ella.
—¿Qué te hace pensar que podría tener a cualquier mujer con facilidad? —Se cruzó de brazos, observándome.
—Creo que es un hombre exitoso… —Comencé a decir—. Vi sus diplomas colgados en la pared y en las películas los hombres exitosos y millonarios, tienen mujeres exuberantes a su lado.
—¿Tú que clase de mujer eres, entonces?
—Una muy diferente a lo que usted podría estar acostumbrado. —Respondí de inmediato.
—Ve a cambiarte, Ariel. —Interrumpió la conversación—. Usa algo más apropiado y calza tus pies, por favor.
—No me gustan los tacones.
—En ese caso, te lo dejaré pasar por esta noche.
Asentí, poco después, ya me había cambiado por un bonito conjunto de falda y bajé las escaleras encontrándome con una cena servida y rosas rojas como decoración en medio de la mesa.
La cena transcurrió silenciosa y sin prisas. El señor Kahler consumió todos sus alimentos y no se levantó de la mesa hasta que yo hubiese acabado mi plato, que, a decir verdad, parecía una buena porción para dos personas.
La mañana siguiente desperté con los primeros rayitos de sol que se filtraban por las ventanas. Me estiré, sobre la mesita junto a la cama, había un sobre blanco con una pequeña nota escrita a su lado.
«Buenos días para cuando leas esto. He tenido que dejar la ciudad por muy poco tiempo. Te he dejado una tarjeta de crédito a tu disposición para que puedas usarla en lo que quieras. Sé que no ha sido de tu agrado la ropa que he elegido para ti»
Al final de ella, su nombre y apellido grabados con una tinta.
. . .
Los días posteriores, Amelia me mostró cada rincón del ático y sus llaves, también las normas que había impuesto el señor Kahler y que debían ser cumplidas al pie de la letra.
La hora de las comidas no eran cuestionables.
La hora de salida y entrada del ático eran muy estrictas.
También cada lugar debía permanecer impecable.
Al señor no le gustaba el desorden, tampoco las visitas.
El timbre verde encima del elevador se prendió cuando terminé de ayudar a Amelia a hornear un pastel. Alguien estaba subiendo, por un instante, creí que se trataba de él, luego descubrí que no.
Graciela, mi madre, entraba por las puertas con total despreocupación.
—Hijita… —Trató de acercarse en muestra de saludo, yo me alejé.
—¿Qué haces aquí?
—Sabía que este tipo estaba forrado en dinero, pero no creí que tanto. —Barrió el ático con su mirada—. ¿No vas a darle un beso a tu madre?
—Una madre no vende a su hija.
—No seas dramática, gracias a mi tienes esta vida.
No podría creer lo que estaba diciendo.
—Quiero que te vayas. —Le pedí.
Ella soltó una carcajada y luego fue a por mí tomándome del brazo.
—Maldita mal agradecida. —Tiró de mi con fuerza, casi arrastrándome.
—Tienes un segundo para soltarla o vas a lamentarlo. —La voz del señor Kahler inundó todo el salón.
Me estremecí, y no supe si fue por el estruendo de la voz del señor Kahler o por la advertencia que disparaban sus ojos al mirarle. Junto a él, dos hombres de seguridad le acompañaban, permaneciendo alertas a cualquier orden que su jefe les disparara. Sin embargo, fue mi madre quien optó por soltarme.—Eso es una buena decisión, ahora lárgate de mi casa y espero no tener que aclararte que no quiero que te acerques a ella nunca más. —Amenazó e hizo un gesto para que sus hombres la sacaran del ático.Después de un instante y de habernos quedado completamente solos, me detalló preocupado, yo bajé la mirada.—¿Te encuentras bien? —Quiso saber—. ¿Te hizo daño?Negué con la cabeza.—Mírame y respóndeme con palabras cuando te hablo, Ariel. —Ordenó.—
Cerré la puerta de mi habitación detrás de mí, y me fui rompiendo conforme me deslizaba por ella, aovillándome en el suelo y escondiendo mi rostro en medio de mis rodillas, sollocé el nombre de mi padre.Me despojé de las prendas de ropa en silencio, hipando y temblando me hundí en el jacuzzi, despojándome de toda sensación asqueada que me producía el recuerdo asqueroso de las manos de Benjamín sobre mi cuerpo.No supe si había transcurrido una hora o dos, pero cuando sentí que los parpados se me cerraban casi por inercia propia, me envolví en una bata de baño y me fui a la cama con el cabello húmedo aun y recostándome, las luces de Sídney se pagaron delante de mis ojos.Estoy caminando en medio
Era consciente de como las lágrimas se deslizaban por mi mejilla y yo, no me molestaba en lo absoluto por detenerlas. Era consciente de como el corazón me latía con desenfreno y desesperación, tanto, que me importaba poco si perforaba mi pecho y se largara corriendo lejos de aquí, muy lejos. Al menos, el sí sería libre.Me despojé de las pequeñas prendas que apenas y cubrían mi cuerpo. Hipando y con la poca visibilidad que las lágrimas me permitían, me fui metiendo al jacuzzi y aovillándome en él, dejé que el agua de espuma borrara los restos de dignidad se fueran por el drenaje.Creí, que después de las atrocidades que me hizo vivir Benjamín, nunca me volvería a sentir tan rota. Esa noche, Máximo Kahler me recordó cuan insignificante que podría llegar a ser y estaba tan cansada, estúpidamente can
Fui consciente de cómo sus ojos me observaban bajo aquellas largas y gruesas pestañas. No parpadeaba, estaba tan atento a mi presencia, estaba tan decidió a intimidarme cuando abrí la puerta y me plante en su despacho.—No puede despedirla. —Solté de pronto, con el corazón latiéndome en la garganta.Su mandíbula se tensó con tanta fuerza, que pude notar la expresión desencajada de su rostro. Sus manos, estaban cruzadas encima del escritorio de mármol en frente de él. No se movía, no decía absolutamente nada. Simplemente, se limitaba a escudriñarme de arriba hacia abajo, se le había vuelto una muy mala costumbre, porque siempre lograba intimidarme de esa manera, sin embargo; luché contra mí misma para no permitírselo.— ¿No va a decirme nada? —Le cuestioné después de un par de segundos&md
Tuve que hacerle caso, no obstante, estaba caminando en su dirección. Con el corazón latiéndome en la garganta y las manos sudorosas, toqué su espalda. Estaba tan tensa y erguida en una línea recta, pero ante mi tacto, se suavizó, no me rechazó.—Ariel...Lo abracé.Máximo no me miraba ni se movía ante el contacto que estábamos teniendo, yo no pude moverme tampoco. Él, no hacía nada más que quedarse quieto y con cada segundo que pasaba, su cuerpo se destensaba.Bastante tiempo le tomó darse cuenta de que definitivamente yo lo estaba abrazando, y en medio de él, giró sobre sí mismo y envolvió sus brazos a mi alrededor.El gesto fue calculador, embriagante y doloroso al mismo tiempo. Estábamos allí de pie, en silencio, abrazados el uno al otro y no supe quién de los dos lo necesitaba
Sus ojos, humedecidos por las lágrimas que trató de reprimir de inmediato, me observaron un instante con una sonrisa apagada. Mi corazón no supo si latir o detenerse ante la información que acababa de soltar.—Me divorcié luego de un par de meses. Ella se encargó de que la separación fuera lo más lenta posible. Se negaba a ir a las citas con los abogados, atrasaba la firma del divorcio y separación de bienes, creyendo que con el tiempo ella podría recuperarme. Me había perdido completamente, y yo había perdido a las dos personas que más amaba.Un nudo se instaló en la boca de mi estómago y pude observar de soslayo, como las gotas de lluvia pinchaban los cristales, el frio se intensificó y mi cuerpo tembló en el proceso.— ¿Tuvieron dos hijos? —Me atreví a preguntar, sin embargo, me arrepentí poco desp
No supe cuál era la reacción que debía tener en ese instante, pero lo único que hice fue salir de la habitación y correr hacia él.— ¡Máximo!Su espalda erguida se detuvo en frente en mí, y luego de unos cortos segundos me encaró.La expresión que me ofreció su rostro fue indiferencia y severidad.— ¿Desde qué momento dejé de ser el señor Kahler? —El tono que uso fue tan ajeno y lacónico que casi me atravesó.—Yo realmente no quise decir... —Traté de excusarme, traté de terminar la frase, pero esta simplemente no llegó.—Fue realmente lo que quisiste decir. Sin embargo, no soy del tipo que le afecta lo que una muchachita con problemas de autoestima piense de mí. —Su mirada se oscureció cuando creí que había terminado de hablar&md
MÁXIMOCuando conocí a Claire, creí que una parte de mi vida había sido enterrada. Cuando le confesé mi mierda, ella no salió corriendo en la dirección opuesta. Simplemente creí que me amaba lo suficiente para aceptar a un hombre como yo como esposo. Por supuesto que lo hizo, se casó con mi fortuna.Creí que perdería la cabeza. Creí que me convertiría en un hombre ruin mientras iba creciendo. Y pese a que mi exterior reflejaba eso, por dentro yo no era así. Me había jurado aquella noche con doce años, que mi alma no iba a estar tan podrida como la de ellos. Pero habían tratado de dañarme tanto, que una parte de mí todavía latía por eso.La noche cayó en medio de papeles por leer y firmar. Llamadas entrantes y salientes; Hospital, negocios y finalmente mis hijos, quienes me dieron la paz en medi