Cerré la puerta de mi habitación detrás de mí, y me fui rompiendo conforme me deslizaba por ella, aovillándome en el suelo y escondiendo mi rostro en medio de mis rodillas, sollocé el nombre de mi padre.
Me despojé de las prendas de ropa en silencio, hipando y temblando me hundí en el jacuzzi, despojándome de toda sensación asqueada que me producía el recuerdo asqueroso de las manos de Benjamín sobre mi cuerpo.
No supe si había transcurrido una hora o dos, pero cuando sentí que los parpados se me cerraban casi por inercia propia, me envolví en una bata de baño y me fui a la cama con el cabello húmedo aun y recostándome, las luces de Sídney se pagaron delante de mis ojos.
Estoy caminando en medio de la nada, la neblina y la brisa fría que desciende, me hace abrazarme a mí misma, estoy huyendo de algo pero desconozco de que se trata y, mientras más rápido avanzo, más cerca lo siento. El reflejo de algo moviéndose rápidamente me hace girar de un lado a otro, el sonido estruendoso y desgarrador de una risa profunda me hace querer gritar, pero es como si me hubiesen cortado la lengua, no puedo articular nada, no puedo gritar por ayuda, no puedo hacer absolutamente nada cuando los ojos de un lobo feroz me escudriñan y entonces sucede, grandes manos me aprisionan y no puedo gritar, su boca busca con desagrado la mía y cuando siento que no puedo más, un grito desgarrador puede salir de mi garganta.
— ¡No, no, no, no!
— ¡Ariel!
—No, basta, no me toques, no me toques.
— ¡Ariel, detente! ¡Despierta!
Entonces, abrí los ojos.
Mi rostro estaba humedecido por las lágrimas y mi cuerpo sudaba. Estaba tratando de respirar, pero no lo conseguía, mis pulmones estaban suplicando por aire, pero la acción era imposible de realizarse.
Mi cuerpo fue zarandeado por dos grandes manos, y de súbito levanté la cabeza, encontrándome con un par ojos preocupados y una boca que escupía palabras que yo no podía escuchar, pese a que la veía moverse rápidamente.
—Respira, Ariel, tienes que respirar. —Apenas y podía escuchar el murmullo—. ¡Demonios! Respira, hazlo conmigo ¿de acuerdo? Inhala, exhala.
Repetí sus movimientos, y poco a poco, sentí como el aire llegaba a mis pulmones, inhalando por más y más, pude conseguirlo, estaba respirando casi con normalidad y una vez que lo conseguí por completo, me abalancé a sus brazos, abrazándolo.
El gesto, lo recibí un par de segundos más tarde y temeroso, finalmente correspondió a mi tacto.
—Tuviste un ataque de pánico, pero ahora estas bien, lo estas. —Susurró sobre la parte superior de mi cabeza y acarició suavemente mi espalda—. Lamento haberte hablado de la forma en que lo hice.
No respondí, solo me limité a sentirlo así de cerca, me gustaba la sensación de protección que su abrazo cálido me ofrecía.
Mi cuerpo, poco a poco se destensó y nos alejamos con cuidado y casi por obligación, como si ninguno de los dos quisiera alejarse el uno del otro, al menos yo, no quería.
— ¿Quieres un vaso de agua? —Preguntó y yo negué de inmediato—. De acuerdo, cualquier cosa que necesites...
—Quédate. —Mi voz se había convertido en una súplica y su cuerpo de había tensado ante mi petición, lo vi dudar durante unos segundos antes de ceder.
Me hice a un lado, dejándole el espacio suficientemente para que se recostara y cuando lo hizo, agaché la cabeza y me hundí en su cuello, sintiendo como su aroma se impregnaba en mi piel.
—Descansa, sirena.
Y lo hice, con el corazón a mil revoluciones.
. . .
Desde aquel día, las cosas no siguieron igual. Apenas, y lo escuchaba entrar por el elevador en ocasiones, muy tarde en la noche. Ya no almorzaba ni cenada conmigo, no recibía llamadas ni mensajes de texto. No lo comprendía, aquella noche, pudo tenerme como suya y no lo hizo. ¿Qué pretendía? ¿Qué era lo que realmente buscaba Máximo Kahler en mí?
Todavía me encontraba nerviosa y aterrada por mi encuentro con Benjamín, cada vez que el recuerdo me golpeaba, sentía nauseas. Trataba de mantener mi mente ocupada en ayudar a Almita con recetas de comida deliciosa y postres de revistas.
Tal vez, una semana después, cuando decidí que quería retomar mis clases de manejo, me encontré con Flavio merodeando en la cocina, con una manzana en la mano y hablando de trivialidades con Amelia.
—Buenos días. —Ninguno de los dos se habían percatado de mi presencia.
—Buenos días, señorita Ariel. —Saludo Flavio. Educado, como siempre.
—Niña Ariel. —La sonrisa que me dedicó Amelia, me llegó al corazón.
Cada día le tomaba más aprecio. Era encantadora y parlanchina. Sin ella, no tendría la más mínima idea de permanecer cuerda en estas altas paredes. Fue una semana bastante solitaria.
Desayuné en silencio. Sonriendo ante las ocurrencias y experiencias amorosas que contaba Flavio, él era muy apuesto, rondaba alrededor de los veinticuatro. Al principio, era bastante serio y distante, después de haber entrado en confianza, era más abierto y platicador.
—Flavio, estoy lista para mis clases de manejo. —Le comenté.
Sus ojos se encontraron con los de Almita, quienes se ofrecieron una mirada cómplice y silenciosa. Los noté nervioso a ambos, sin embargo, esperé que el articulara algo.
—Lo siento señorita, pero no podrá ser. —Cabizbajo, torció el gesto.
— ¿Por qué? ¿Qué sucede?
Una vez más, se observaron y Almita y volvió a sus quehaceres, dejándole toda la oportunidad a Flavio de explicarme que sucedía.
—El señor Kahler. Bueno, el dejó ordenes de que así fuera.
Me mantuve en silencio, observándolo. Creyendo que me diría que se trataba de una broma, no obstante, cuando los segundos avanzaron, la expresión en su rostro me demostraba que estaba hablando completamente en serio.
—Entiendo.
Pero no, no lo entendía. Serena y despreocupada, salí de la cocina. Definitivamente no lo comprendía, pero si fueron sus órdenes, estábamos aquí para acatarlas, ¿no? ¿Qué me hacía diferente de ellos?
A ellos les pagaba por su servicio, y por mí, había pagado para hacer su voluntad. Con su dinero, lo controlaba todo.
Esperé que las puertas del elevador se abrieran, deseando tomar un poco de aire al menos por el perímetro residencial, cuando bajé, me encontré con dos de sus hombres paseándose a los rededores. Ambos, al notar mi presencia, se interpusieron en mi camino.
—Lo siento señorita, pero no puede salir del edificio. —Esto tenía que ser una broma, una muy mala.
— ¿Ordenes del señor Kahler? —Pregunté, sonriendo irónicamente.
Ambos asintieron como dos títeres cruzados de brazos.
Ese día, me mantuve inmersa en mi habitación. De un lado a otro, creyendo que eso aminoraría el remolino de sensaciones que sentía dentro de mí y que, de un momento a otro, estallarían esparciéndose.
Cuando la noche llegó, Amelia tocó a mi puerta, diciéndome que el señor Kahler me esperaba para la cena. Me negué, fue un completo y rotundo no. ¿Qué se creía? Si quería imponer su voluntad, que lo hiciera siempre y terminara con lo que tenía que hacer, tal vez si me tomara como suya, yo finalmente entendería cual era mi lugar aquí.
Con un suspiro y un gesto torcido, se acercó a mí. Sus ojos me observaron a través del reflejo en el espejo, mientras yo intentaba desenredar los mechones largos de mi cabello. Tomó el cepillo en sus manos e imitó mi tarea.
Con suavidad y en silencio, acariciaba mi melena hasta la cintura.
—No creo que al señor le haga mucha gracia su desplante, niña Ariel.
Por supuesto que no le haría ninguna gracia, bufe negando con la cabeza. Pero no podía actuar como si un día yo fuese al menos una gota de especial y al siguiente tenerme como una prisionera.
— ¿Tú sabes por qué yo estoy aquí? —Pregunté. Me avergonzaba la idea de saber que ella era consciente de que Máximo había pagado por mí.
—No soy quien pagar juzgar las decisiones del señor, pero él no es una mala persona. —Se detuvo y me sonrió—. No sé porque estás aquí, pero te aseguro que sus intenciones no pueden ser maliciosas.
—Él me ha comprado Amelia. —Confesé y no sé porque todavía sentía esa punzada en mi corazón al reconocerlo—. Le ofreció mucho dinero a mi madre por mí, ella no me quiere, en lo absoluto, me odia con todo su corazón y me lanzó a los brazos de Máximo sin importarle lo que el haría conmigo.
—Oh, mi niña...
—Él pagó por mí, para tomarme como suya. —Casi sollocé, pero me limité a tragarme la bilis en la garganta. Enviándola directamente hacia mi estómago.
—Eso no puede ser cierto. —Sus manos se colocaron sobre mis hombros y me giró hacia ella—. Debes estar equivocada, tal vez confundiste las cosas, la historia de Máximo, no le permitiría hacer algo así.
— ¿Su historia? —Pegunté. ¿A qué se refería con eso?
—Estoy completamente segura de que, con el tiempo, sea cual sea el motivo por el que te trajo aquí, va a contártela.
Me mantuve en silencio y asentí. ¿Qué podía haber de malo con su pasado? Un hombre como el, que lo tiene absolutamente todo.
Me vestí una vez que Amelia salió de la habitación. Dejándome con una maraña de preguntas que rondaban por mi cabeza. Finalmente, después de debatir si bajaba a la cena o no, lo hice.
Todo el comedor estaba sumergido en silencio, excepto por una suave melodía que se escuchaba de los altavoces, lenta y pasional. Me tembló el vientre cuando lo vi de pie al otro extremo de la estancia. Trajeado como siempre y observando una impresionante Sídney delante sus ojos.
Me aclaré la garganta después de contemplarlo por el tiempo suficiente. Lo vi girarse sobre su eje, y cuando sus ojos conectaron con los míos, no supe si fui al cielo o vine. Era tan increíblemente apuesto, que parecía ser sacado de una revista. Me avergoncé de mí misma y de mi aspecto. Nunca, podría representarlo en ningún lugar.
—Buenas noches, Ariel. —Me escudriño de pie a cabeza. Sin perderse ningún detalle—. Estás descalza.
Arrugué los dedos de mis pies ante su comentario. Estaba tan acostumbrada a estarlo la mayoría del tiempo, que esta vez, por inercia, lo olvidé. Agaché la mirada, sin responder a su comentario y jugué con el dobladillo de mi vestido.
—Siéntate. —Me exigió y yo obedecí.
La cena fue servida un instante después. Yo a un extremo de la mesa y él al otro. Sus ojos no se apartaban de los míos, pero y me dediqué a todos, menos a devolverle la mirada.
—Cuéntame cómo ha ido tu semana, Ariel.
— ¿Para una prisionera como yo? Bastante especial. —Solté, y la expresión que me ofreció su rostro, casi me asustó.
—Si hay algo que quieras decirme, hazlo sin altanería muchachita. —El tono que uso para dirigirse hacia mí, fue menospreciante, tanto que tuve que morderme la lengua para no soltarle una palabrota. No podía, siempre conseguía intimidarme observándome de esa manera.
—No, señor Kahler. —Una vez más, enfaticé su apellido en mi lengua, sabiendo que eso le provocaría mucha rabia—. Y si me lo permite, me retiro de la mesa.
Me puse de pie, creyendo que podría irme, cuan equivocada estaba.
— No te lo permito. Siéntate y termina tu plato.
—No tengo ham...
— ¡Siéntate! —Se puso de pie, tirando la servilleta sobre le mesa y colocando ambos puños sobre ella. Sus ojos demostraban autoridad y poca empatía.
— ¿Dígame porque estoy aquí, señor Kahler? — La furia habló través de mí, me enfrenté a él—. Ha pagado por mí. ¿Por qué finalmente no me toma como suya? ¿Por qué?
Su mandíbula se tensó y pude notar como las aletas de su nariz se inflamaban al coger aire. El ardor que emanaba su rostro fue casi irracional, tanto, que en un reflejo saltó a mí en apenas pasos contados. Con una mano, envió todos los platos de la mesa al suelo, pude escuchar cómo se quebraban uno a uno, y con la otra en un agarre fuerte me subió a la mesa sin esfuerzo.
— ¿Es eso lo que malditamente quieres? —Su voz estremeció mi cuerpo—. Es eso lo que voy a darte.
Tumbó todo mi cuerpo en la mesa y con ambas manos, arranco la prenda de mi vestido, dejando que todos los botones salpicaran por doquier. Todo había sucedido tan rápido, que cuando sus ojos se dieron cuenta de lo que acababa de hacer, retrocedió un paso. Su rostro palideció y lo vi tragar en seco. Todos sus músculos se habían contraído y sus hombros permanecieron en una línea recta.
Mis piernas, mis brazos, todo mi cuerpo casi desnudo temblaban. En silencio y con las lágrimas en los ojos, no me moví, me congelé en el acto. El vértigo que creció por mi torrente sanguíneo me envió directamente a abrazarme a mí misma. Me sentí tan pequeña y vulnerable que lo único que pude hacer, poco a poco y sosteniéndole la mirada, fue limpiarme las lágrimas que finalmente no pudieron esconderse más y me incorporé.
—Ariel... —Susurró, apenado y avergonzado. Esta vez, pude leer la expresión en su rostro.
— ¿Puedo ahora retirarme, señor? —Ni por un instante, dejé que mi voz se quebrantara.
Asintió observando a otro lado, menos a mí y mi cuerpo casi desnudo delante de él.
Era consciente de como las lágrimas se deslizaban por mi mejilla y yo, no me molestaba en lo absoluto por detenerlas. Era consciente de como el corazón me latía con desenfreno y desesperación, tanto, que me importaba poco si perforaba mi pecho y se largara corriendo lejos de aquí, muy lejos. Al menos, el sí sería libre.Me despojé de las pequeñas prendas que apenas y cubrían mi cuerpo. Hipando y con la poca visibilidad que las lágrimas me permitían, me fui metiendo al jacuzzi y aovillándome en él, dejé que el agua de espuma borrara los restos de dignidad se fueran por el drenaje.Creí, que después de las atrocidades que me hizo vivir Benjamín, nunca me volvería a sentir tan rota. Esa noche, Máximo Kahler me recordó cuan insignificante que podría llegar a ser y estaba tan cansada, estúpidamente can
Fui consciente de cómo sus ojos me observaban bajo aquellas largas y gruesas pestañas. No parpadeaba, estaba tan atento a mi presencia, estaba tan decidió a intimidarme cuando abrí la puerta y me plante en su despacho.—No puede despedirla. —Solté de pronto, con el corazón latiéndome en la garganta.Su mandíbula se tensó con tanta fuerza, que pude notar la expresión desencajada de su rostro. Sus manos, estaban cruzadas encima del escritorio de mármol en frente de él. No se movía, no decía absolutamente nada. Simplemente, se limitaba a escudriñarme de arriba hacia abajo, se le había vuelto una muy mala costumbre, porque siempre lograba intimidarme de esa manera, sin embargo; luché contra mí misma para no permitírselo.— ¿No va a decirme nada? —Le cuestioné después de un par de segundos&md
Tuve que hacerle caso, no obstante, estaba caminando en su dirección. Con el corazón latiéndome en la garganta y las manos sudorosas, toqué su espalda. Estaba tan tensa y erguida en una línea recta, pero ante mi tacto, se suavizó, no me rechazó.—Ariel...Lo abracé.Máximo no me miraba ni se movía ante el contacto que estábamos teniendo, yo no pude moverme tampoco. Él, no hacía nada más que quedarse quieto y con cada segundo que pasaba, su cuerpo se destensaba.Bastante tiempo le tomó darse cuenta de que definitivamente yo lo estaba abrazando, y en medio de él, giró sobre sí mismo y envolvió sus brazos a mi alrededor.El gesto fue calculador, embriagante y doloroso al mismo tiempo. Estábamos allí de pie, en silencio, abrazados el uno al otro y no supe quién de los dos lo necesitaba
Sus ojos, humedecidos por las lágrimas que trató de reprimir de inmediato, me observaron un instante con una sonrisa apagada. Mi corazón no supo si latir o detenerse ante la información que acababa de soltar.—Me divorcié luego de un par de meses. Ella se encargó de que la separación fuera lo más lenta posible. Se negaba a ir a las citas con los abogados, atrasaba la firma del divorcio y separación de bienes, creyendo que con el tiempo ella podría recuperarme. Me había perdido completamente, y yo había perdido a las dos personas que más amaba.Un nudo se instaló en la boca de mi estómago y pude observar de soslayo, como las gotas de lluvia pinchaban los cristales, el frio se intensificó y mi cuerpo tembló en el proceso.— ¿Tuvieron dos hijos? —Me atreví a preguntar, sin embargo, me arrepentí poco desp
No supe cuál era la reacción que debía tener en ese instante, pero lo único que hice fue salir de la habitación y correr hacia él.— ¡Máximo!Su espalda erguida se detuvo en frente en mí, y luego de unos cortos segundos me encaró.La expresión que me ofreció su rostro fue indiferencia y severidad.— ¿Desde qué momento dejé de ser el señor Kahler? —El tono que uso fue tan ajeno y lacónico que casi me atravesó.—Yo realmente no quise decir... —Traté de excusarme, traté de terminar la frase, pero esta simplemente no llegó.—Fue realmente lo que quisiste decir. Sin embargo, no soy del tipo que le afecta lo que una muchachita con problemas de autoestima piense de mí. —Su mirada se oscureció cuando creí que había terminado de hablar&md
MÁXIMOCuando conocí a Claire, creí que una parte de mi vida había sido enterrada. Cuando le confesé mi mierda, ella no salió corriendo en la dirección opuesta. Simplemente creí que me amaba lo suficiente para aceptar a un hombre como yo como esposo. Por supuesto que lo hizo, se casó con mi fortuna.Creí que perdería la cabeza. Creí que me convertiría en un hombre ruin mientras iba creciendo. Y pese a que mi exterior reflejaba eso, por dentro yo no era así. Me había jurado aquella noche con doce años, que mi alma no iba a estar tan podrida como la de ellos. Pero habían tratado de dañarme tanto, que una parte de mí todavía latía por eso.La noche cayó en medio de papeles por leer y firmar. Llamadas entrantes y salientes; Hospital, negocios y finalmente mis hijos, quienes me dieron la paz en medi
Estaba besándome.El señor Kahler, estaba besándome y el universo entero había detenido su curso. La noche, la luna y las estrellas, todas habían ralentizado su rumbo para nosotros. La sensación vertiginosa de sentir sus labios remotamente suaves sobre los míos se había disparado como un cohete por cada partícula de mi cuerpo y una gran parte de él, todavía no reaccionaba.La cordura voló muy lejos de aquí, dejándome sola con un corazón desenfrenado que brincaba muy duro contra mi pecho; eufórico y enloquecido. Mi pulso estaba latiendo a la misma marcha que un tren, mis piernas blandas se desvanecían como plumas en el aire, y yo, estaba rindiéndome promiscuamente ante él.El beso no era para nada de lo que alguna vez esperaba. Era más, mucho más.Por un instante, en algún pedacito descabellado d
El retrato armoniosamente familiar en frente de mí me sacudió por completo.La sonrisa vagamente fresca, feliz y aliviada de Máximo, junto con dos pequeños de al menos unos ocho o nueve años y una mujer refinadamente elegante en medio de la oficina, sentados en el piso y riendo y carcajadas, me paralizó.Me mantuve muy quieta, respiré despacio y sentí como mi estomago se sacudió luego de haber reaccionado a una escena como aquella.Había sido una completa estúpida. ¿Por qué lo hice? Solo había conseguido humillarme con aquel arrebato, solo había conseguido interrumpir un momento tan intimido como aquel entre Máximo, sus hijos y… esa mujer.No tenia el derecho, que tonta había sido, había actuado como una niña pequeña llena de inseguridades y celos. Celos que evidentemente no me pertenecía tener.