Ariel
Enero se fue en un pestañeo y febrero ni se sintió.
Así era la vida junto a Máximo, el tiempo se pasaba volando.
En una conversación en el jardín con mis hermanos, decidimos juntos que era momento de conocer a mi verdadera madre. La sola idea me tuvo nerviosa por días mientras se preparaban mis permisos y pasaporte para salir del país. La influencia de Máximo lo movilizó todo rápido y estuvo conmigo en cada momento y cada paso mientras veíamos juntos el progreso de mi embarazo.
—¿Estás bien? —Preguntó luego de un rato de silencio.
—Si… —Respondí, pero mis manos sudadas bajo la palma de suyas, delató todo lo contrario.
—Ven aquí. —Abrió sus brazos para mi y yo me aferré a su pecho al tiempo que escuchaba en los altavoces que estábam
ArielLa obra se llevó a cabo poco después de dos semanas. Máximo lo organizó todo y estuvimos presente en todo el proceso de restauración y expansión de la casa, permitiendo mantener la mayor parte de su estructura principal. El proyecto aún seguía en marcha y pronto abriría sus puertas para los niños que más lo necesitaran.Abril trajo consigo el otoño y la confirmación del sexo de nuestro bebé. No fue una sorpresa saber que llevaba una niña en mi vientre, lo que sí, fue lo que provocó que Máximo se pusiese de todos los colores y necesitara más de la atención médica que yo. ¡Tendríamos mellizos!—¿Mellizos? Pero ¿cómo? O sea, ¿tendremos dos hijos? ¿Hay dos bebés dentro de su vientre ahora mismo? —Me miró a mi y luego
Ariel Observé mi reflejo en el espejo y contuve el aire.El vestido era precioso, su cola se deslizaba por mi espalda y el bordado de encaje en mi escote era cubierto por un color platino que brillaba con la luz del día filtrándose por las ventanas. Exhalé despacio y me permití contemplarme de ese modo por un par de minutos antes de que las chicas entrasen por la puerta soltando una exclamación de alegría y asombro.—Es un vestido precioso. Nadie podría lucirlo mejor que tú. —Susurró mi hermana sentada desde el filo de la cama.Andrea concordó asintiendo y ambas se colocaron de pie cuando tocaron la puerta de la habitación. Un hombre joven apareció del otro lado con un precioso ramo de flores juliet. Mi hermana y mi amiga las reconocieron de inmediato. En una conversación trivial con ellas, supe que eran las más c
Ariel—¿Y bien? —Máximo se quedó mirándome bajo el marco de la puerta del baño. Nervioso, expectante y ansioso. Parecía que fuese a vomitar en cualquier momento.Bajé la mirada y me concentré en la varita que temblaba entre mis dedos. El corazón se me detuvo un latido y luego ahogué un jadeo.—Positivo… —Jadeé al tiempo que Máximo me tomaba de la cintura y me cargaba, dándome vueltas alrededor del baño.Habíamos estado tratando de concebir nuestro último hijo durante los últimos seis meses para decidirnos cerrar la fábrica. Con nuestros mellizos de cinco años cada uno, queríamos volver a experimentar por última vez aquel sentimiento.El tiempo había pasado completamente rápido y durante todos estos años surgieron muchos eventos.
Todavía podía recordar las palabras de mi madre después de haberme ofrecido en bandeja de plata a ese hombre. Al increíblemente atractivo y millonario, señor Kahler.—¿Me has vendido? —Pregunté, pero mi voz solo era un hilo tembloroso.—¡Mírate! Eres insípida e incapaz, tú nunca podrías sacarnos de la pobreza. Si algo bueno puedes hacer ahora mismo por mí, es recoger tus cosas e irte con ese hombre. Ha pagado una pequeña y buena fortuna por ti.Sacó un cigarrillo y lo encendió, completamente desinteresada por mi corazón roto. ¡Era su hija! ¿Cómo se había atrevido a algo tan monstruoso?—¿Cuánto? —La miré con rencor—. ¿Cuánto ha pagado por mí?Ella soltó una sonora carcajada.—Mucho menos de lo que vales. Ahora
Me estremecí, y no supe si fue por el estruendo de la voz del señor Kahler o por la advertencia que disparaban sus ojos al mirarle. Junto a él, dos hombres de seguridad le acompañaban, permaneciendo alertas a cualquier orden que su jefe les disparara. Sin embargo, fue mi madre quien optó por soltarme.—Eso es una buena decisión, ahora lárgate de mi casa y espero no tener que aclararte que no quiero que te acerques a ella nunca más. —Amenazó e hizo un gesto para que sus hombres la sacaran del ático.Después de un instante y de habernos quedado completamente solos, me detalló preocupado, yo bajé la mirada.—¿Te encuentras bien? —Quiso saber—. ¿Te hizo daño?Negué con la cabeza.—Mírame y respóndeme con palabras cuando te hablo, Ariel. —Ordenó.—
Cerré la puerta de mi habitación detrás de mí, y me fui rompiendo conforme me deslizaba por ella, aovillándome en el suelo y escondiendo mi rostro en medio de mis rodillas, sollocé el nombre de mi padre.Me despojé de las prendas de ropa en silencio, hipando y temblando me hundí en el jacuzzi, despojándome de toda sensación asqueada que me producía el recuerdo asqueroso de las manos de Benjamín sobre mi cuerpo.No supe si había transcurrido una hora o dos, pero cuando sentí que los parpados se me cerraban casi por inercia propia, me envolví en una bata de baño y me fui a la cama con el cabello húmedo aun y recostándome, las luces de Sídney se pagaron delante de mis ojos.Estoy caminando en medio
Era consciente de como las lágrimas se deslizaban por mi mejilla y yo, no me molestaba en lo absoluto por detenerlas. Era consciente de como el corazón me latía con desenfreno y desesperación, tanto, que me importaba poco si perforaba mi pecho y se largara corriendo lejos de aquí, muy lejos. Al menos, el sí sería libre.Me despojé de las pequeñas prendas que apenas y cubrían mi cuerpo. Hipando y con la poca visibilidad que las lágrimas me permitían, me fui metiendo al jacuzzi y aovillándome en él, dejé que el agua de espuma borrara los restos de dignidad se fueran por el drenaje.Creí, que después de las atrocidades que me hizo vivir Benjamín, nunca me volvería a sentir tan rota. Esa noche, Máximo Kahler me recordó cuan insignificante que podría llegar a ser y estaba tan cansada, estúpidamente can
Fui consciente de cómo sus ojos me observaban bajo aquellas largas y gruesas pestañas. No parpadeaba, estaba tan atento a mi presencia, estaba tan decidió a intimidarme cuando abrí la puerta y me plante en su despacho.—No puede despedirla. —Solté de pronto, con el corazón latiéndome en la garganta.Su mandíbula se tensó con tanta fuerza, que pude notar la expresión desencajada de su rostro. Sus manos, estaban cruzadas encima del escritorio de mármol en frente de él. No se movía, no decía absolutamente nada. Simplemente, se limitaba a escudriñarme de arriba hacia abajo, se le había vuelto una muy mala costumbre, porque siempre lograba intimidarme de esa manera, sin embargo; luché contra mí misma para no permitírselo.— ¿No va a decirme nada? —Le cuestioné después de un par de segundos&md