Estaba besándome.
El señor Kahler, estaba besándome y el universo entero había detenido su curso. La noche, la luna y las estrellas, todas habían ralentizado su rumbo para nosotros. La sensación vertiginosa de sentir sus labios remotamente suaves sobre los míos se había disparado como un cohete por cada partícula de mi cuerpo y una gran parte de él, todavía no reaccionaba.
La cordura voló muy lejos de aquí, dejándome sola con un corazón desenfrenado que brincaba muy duro contra mi pecho; eufórico y enloquecido. Mi pulso estaba latiendo a la misma marcha que un tren, mis piernas blandas se desvanecían como plumas en el aire, y yo, estaba rindiéndome promiscuamente ante él.
El beso no era para nada de lo que alguna vez esperaba. Era más, mucho más.
Por un instante, en algún pedacito descabellado d
El retrato armoniosamente familiar en frente de mí me sacudió por completo.La sonrisa vagamente fresca, feliz y aliviada de Máximo, junto con dos pequeños de al menos unos ocho o nueve años y una mujer refinadamente elegante en medio de la oficina, sentados en el piso y riendo y carcajadas, me paralizó.Me mantuve muy quieta, respiré despacio y sentí como mi estomago se sacudió luego de haber reaccionado a una escena como aquella.Había sido una completa estúpida. ¿Por qué lo hice? Solo había conseguido humillarme con aquel arrebato, solo había conseguido interrumpir un momento tan intimido como aquel entre Máximo, sus hijos y… esa mujer.No tenia el derecho, que tonta había sido, había actuado como una niña pequeña llena de inseguridades y celos. Celos que evidentemente no me pertenecía tener.
No había dejado de temblar mientras deambulaba bajo la ciudad cristal que se había convertido Sídney durante la última hora, no había dejado de reprocharme y reñirme a mí misma por ser lo que fui, por ser lo que hablé y lo que sentí.¿En dónde tenía la cabeza?¿Cómo pude creer que ese hombre y yo...?Negué con la cabeza y arrastré las lagrimas que manchaban mis pómulos con el dorso de mis manos, sorbí mi nariz y traté de mantener cualquier clase de pensamientos muy lejos de mi cabeza, pero solo eran intentos tontos y vanos, no podía, no podía dejar de pensar en él, en sus dedos cuando rozaban mi cara y en sus labios tan cerca de los míos.¿Por qué simplemente no lo podía dejar estar?¿Por qué el recuerdo de sus labios sobre los míos era una
Máximo—Debería cambiarse de ropa, no ayudará demasiado si usted también se enferma. —Amelia me ofreció una toalla y ropa seca poco después de haber salido y entrado a la habitación.Estaba tan preocupado por Ariel, que no fui consciente de ello. Aun llevaba el pantalón mojado y algunas gotas de agua todavía humedecían mis hombros, necesitaba de todas mis fuerzas para un momento como aquel.Tan pronto como volví seco a la habitación, continué la labor que había estado haciendo Amelia en cambiarle los paños de agua de agua caliente.—¿Máximo? ¿Como está? Déjame examinarla —Reconocí inmediatamente la voz de Thomas y lo puse al tanto de la situación y todo lo que habíamos hecho mientras él llegaba.—No reacciona, ¿Qué debemos
Me removí sabiendo que despertaba.Me dolía hasta el último rincón de mi cuerpo, como si hubiese estado corriendo horas sin parar. abrí los ojos y mis parpados comenzaron a moverse hasta poder acostumbrarse a la luz. Me llevé las manos a la cabeza y arrugué la nariz, me dolía muy fuerte la cabeza.¿Qué me había sucedido y por que no recordaba nada?El amanecer ya se filtraba cauteloso por las ventanas cuando me incorporé, dolorosamente conseguí tocar el piso frio con mis pies descalzos. Un leve mareo me sacudió y cerré los ojos por un segundo, escasos recuerdos vinieron a mi mente, Máximo fue el primero de ellos.Sus ojos, su voz, incluso sus labios eran un claro recordatorio de que lo tenia muy metido dentro del pecho, tanto, que le soñé o al menos estaba un poco segura de que eso era lo que había sucedido. Pero entonces re
Era de noche cuando desperté. Un olor a perfume, cigarrillo y alcohol había inundado la habitación. Me removí sobre la cama, consiguiendo así, encontrarme con la imagen de Graciela parada junto a la ventana, dándole caladas a un cigarrillo en su mano.—¿Qué haces aquí? —Pregunté de inmediato, incorporándome.—Hola, hijita, ¿así saludas a tu madre? —Una sonrisa se abrió desde la comisura de su boca, se burlaba.—No puedes estar aquí, si Máximo se entera…—Máximo, Máximo, Máximo…bla, bla, bla… —Bufó y apagó la colilla con la punta de sus zapatos altos.Avanzó en mi dirección, saliendo de la oscuridad. Lucia completamente diferente. Un ajustado y corto vestido negro que apretaba sus muslos. Llevaba un labial rojo en sus labios y un
MáximoAriel había sido dada de alta pocos días, Amelia se encargó de recibirla en el ático con todas las comodidades, haber puesta una enfermera para ella era demasiado exagerado, incluso me lo dijo Thomas, así que desistí de aquella idea y me aseguré de que Amelia estuviese al pendiente de su completa recuperación y que me llamase si presenciaba algún cambio.También me aseguré de que cumpliese al pie de la letra con el tratamiento indicado y que comiese lo suficiente para recuperar fuerzas. Todo eso, a través de una llamada con Amelia.—Ahora mismo está almorzando. —Me informó ella desde el otro lado de la línea—. Pregunta por mucho por usted, pero… —Soltó un suspiro y luego el silencio.—¿Pero ¿qué? ¿Qué pasa?—Le he dicho que u
Nos habíamos besado y no supe que hacer con la fuerza que comenzó a latir mi corazón por culpa de aquel sentimiento, y aunque solo hubiesen sido unos segundos, el recuerdo de sus labios quería marcado por siempre.Estuve fantaseando toda la noche con ello, sus manos alrededor de mi cuello, su boca, su respiración agitada, la mía, todo me había absorbido tanto que apenas y pude conseguir el sueño.La mañana siguiente desayunamos juntos. Máximo, como siempre, no se levantó de la mesa hasta que acabara mi plato, me llevó a la universidad y luego paso por mi a ella, almorzamos en un bonito restaurante y nos despedimos en la tarde. Veríamos una película en la noche y yo no podía con la emoción dentro de mi pecho.No hablábamos de nada al respecto, simplemente actuábamos como dos enamorados y nos dábamos cortos y castos besos de vez en c
Esa noche solo había silencio en el ático y una cena hecha por Amelia que no pudo ser servida. Máximo no había llegado y yo había perdido el apetito.—Buenas noches, mi niña. —Se despidió ella con una sonrisa y apagó las luces del vestíbulo, dejándome sola en el salón.Amelia iría a ver a su hijo y el siguiente día era domingo, por lo que sus días de descanso eran los míos de inquietudes.—Buenas noches… —Susurré bajito una vez que las puertas del elevador se cerraron.Subí a mi habitación buscando el consuelo dentro de la ducha. El agua fría resbaló de pronto por mis hombros, pechos y caderas, arrastrando consigo los restos de una ansiedad que se había instalado en la boca de mi estomago durante las últimas horas.“mantiene una relación aparentemente en