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Capítulo 3 "Huespedes"

—Esto es una posada, ¿verdad? —preguntó uno de los hombres, alto y desgarbado.

—¿Nos puede acoger esta noche? —preguntó el otro hombre alto, que era moreno y parecía impaciente—. Nuestro amigo se ha roto el tobillo.

—Oh, vaya... —dijo Lisa, apartándose de la puerta para dejarlos pasar—. Entren. Deben de estar congelados. En estos momentos no tengo a nadie alojado, pero hay tres habitaciones con baño disponibles.

—La recompensaremos generosamente si nos cuida bien — añadió el más alto, que tenía un acento extraño.

—Cuido bien de todos mis huéspedes —respondió Lisa sin dudarlo, mirándolo a los ojos.

Tenía la mirada oscura e intensa y las pestañas largas y negras. Era muy alto y fuerte. Lisa tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo, cosa a la que no estaba acostumbrada, ya que ella también era muy alta. Además, de repente se dio cuenta de que también era muy guapo. Tenía los pómulos marcados, las cejas definidas y la mandíbula fuerte. Era un macho alfa en todos los aspectos.

—Soy Alek Sokolov y estos son mi amigo Luka Volkov y el hermano de su prometida, Leo Allen.

Era la primera vez que Alek se quedaba tan impactado con una mujer nada más verla. Una melena rojiza y larga, rebelde, le rodeaba el pequeño rostro, cuya piel parecía de porcelana y estaba salpicada de pecas a la altura de la nariz. Y los ojos eran de un verde tan intenso como el de las esmeraldas. Tenía los labios carnosos y rosados y Alek no pudo evitar pensar en lo que aquella mujer podría hacer con semejantes labios. Se excitó al instante y eso lo puso tenso porque estaba acostumbrado a controlar su libido y cualquier falta de control era, a su parecer, una señal de debilidad.

—Lissa Marshall... pero todo el mundo me llama Lisa — murmuró ella, que de repente se había quedado sin aliento—. Traigan a su amigo al salón. Puede acostarse en el sofá. No sé qué vamos a hacer si necesita que lo vea un médico, porque es probable que la carretera esté cortada...

—Solo me he torcido el tobillo —dijo Luka, que tenía el mismo acento que el otro hombre—. Solo necesito descansarlo.

Alek miró a su alrededor y se fijó en los pequeños pechos de Lisa, que se marcaban a través del jersey negro, en la cintura estrecha y en las largas y sensuales piernas que iban enfundadas en unos pantalones vaqueros. Zapatillas de casa rosa aparte, era preciosa, pensó embelesado y desconcertado al mismo tiempo.

—Qué bombón... —comentó Leo Allen, añadiendo después un comentario grosero de lo que le gustaría hacer con ella.

Por suerte, su anfitriona no lo oyó, porque si no los habría echado de allí inmediatamente. Alek apretó los dientes con frustración. Hasta el momento, lo peor del desastroso fin de semana había sido tener que soportar a Leo. Él era un hombre acostumbrado a dar lo mejor de sí en momentos de crisis, por eso no se había estresado a pesar del frío, de la caída de Luka y del hecho de no tener teléfonos móviles para poder pedir ayuda.  No obstante, tener que soportar a Leo Allen le estaba costando mucho trabajo, ya que no solía tener que bregar con nadie ni nada que no le gustase.

Ayudaron a Luka a sentarse en el sofá, donde este gimió aliviado. Lisa le llevó un taburete para que apoyase la pierna mientras el hombre más alto salía al porche a por sus mochilas. Regresó con un pequeño botiquín y se puso de cuclillas para quitarle la bota a su amigo, cosa que hizo gemir a este. Hablaron en un idioma que Lisa no reconoció. Sin que se lo pidieran, ella sacó también su botiquín, que estaba mejor abastecido, y le vendaron el tobillo. Después, Lisa buscó el bastón de su padre y se lo dejó al lado del sofá antes de darse cuenta de que Luka estaba temblando y entonces le acercó una manta.

— ¿Tienes algún analgésico? —le preguntó Alek, mirándola a los ojos.

Y ella pensó que nunca había visto a un hombre con las pestañas tan largas y oscuras.

Se ruborizó y fue a por los analgésicos y un vaso de agua, mientras se fijaba en que el otro hombre, que parecía más joven y estirado, todavía no había hecho nada para ayudar. De hecho, lo único que había hecho era quejarse cuando los otros dos hombres habían hablado en un idioma extranjero.

—Voy a enseñaros las habitaciones. Tengo una en la planta baja que te vendrá muy bien —le dijo a Luka sonriendo.

—Necesito quitarme esta ropa sucia y darme una ducha —dijo Leo Allen, subiendo las escaleras delante de Lisa.

—El agua tarda por lo menos media hora en calentarse —le advirtió ella.

— ¿No hay agua caliente constantemente? —protestó él—. ¿Qué clase de posada es esta?

— No esperaba huéspedes —se disculpó Lisa, enseñándole la primera habitación disponible para deshacerse de él lo antes posible.

—No le hagas caso —le dijo Alek—. Yo...

Su voz profunda hizo que a Lisa se le pusiese la piel de gallina y abrió la puerta de la segunda habitación, deseando poder volver al piso de abajo sola.

Lisa vio disgustada que la habitación estaba desordenada. Se le había olvidado que Emma había pasado la noche en ella y había dejado la cama deshecha y todo lleno de cosas. Por desgracia, no tenía ninguna otra habitación disponible.

—Se me había olvidado que mi hermana durmió aquí anoche. Recogeré la habitación y cambiaré las sábanas —le aseguró a Alek mientras empezaba a recoger las pertenencias de Emma para dejarlas en su propia habitación.

Alek se preguntó por qué parecía tan nerviosa y por qué guardaba tanto las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a él atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios. Le divirtió que no supiese quién era, que no hubiese reconocido su nombre, pero ¿Cómo iba a saber quién era una mujer que vivía en medio de la nada? El anonimato era algo extraño para el hijo de un multimillonario. Lisa volvió para llevarse el resto de las cosas de su hermana.

Alek le tiró un sujetador que colgaba de la lamparita de noche. Ella se ruborizó y volvió a salir de la habitación, para regresar con un juego de sábanas limpias. Estaba tan nerviosa que ni siquiera era capaz de mirarlo.

— ¿Han venido de vacaciones? —preguntó por fin, para romper el silencio.

—El fin de semana, para escapar de Londres —respondió él.

—¿Viven en Londres? —dijo ella, levantando un instante la mirada, sin poder evitar volver a admirar su belleza.

—Da... Sí –respondió él—. Luka y yo somos rusos.

Ella empezó a hacer la cama y deseó que él se ofreciese a ayudarla para poder terminar antes, pero, a juzgar por la postura arrogante de aquel hombre, lo más probable fuese que no hubiese hecho una cama en toda su vida.

Alek se metió las manos en los bolsillos para ocultar su erección. Estaba muy excitado. Lisa se estaba inclinando delante de él y no había podido evitar fijarse en que tenía un trasero perfecto y unas piernas muy esbeltas. Se las imaginó alrededor de su cintura mientras le hacía el amor y sintió mucho calor. Se sentía como si llevase años sin sexo, cuando no era verdad. Por suerte, se había dado cuenta de que ella lo miraba con deseo. Eso lo alegró. No llevaba alianza y era evidente que estaba disponible...

Después de poner las fundas de las almohadas en silencio, Lisa volvió a mirarlo. Se sentía tan incómoda como una colegiala y no era capaz de charlar amigablemente como hacía con otros huéspedes. Él le sonrió y todo su rostro se iluminó.

–¿Podrías prepararnos algo de cenar? –le preguntó.

Y vio que seguía muy nerviosa. Se imaginó que tenía poca experiencia con los hombres y se preguntó por qué aquello no lo desanimaba, cuando solía preferir a mujeres experimentadas.

Lisa giró la cabeza, pero en vez de mirarlo directamente a los ojos, clavó la vista en su tórax.

—Sí, aunque tendrá que ser algo sencillo.

—Con el hambre que tenemos, no nos importará.

Ella fue al baño a recoger las cosas de su hermana y a cambiar las toallas.

—Ahora subo a limpiarlo —le dijo, atravesando la habitación.

Pero Alek quería que se quedase allí. Extendió un mapa de la zona encima del escritorio y Lisa se dio cuenta de que este tenía polvo.

—¿Me puedes enseñar dónde está exactamente la casa? —le preguntó, a pesar de saberlo—. Me gustaría saber cómo de lejos estamos del cuatro por cuatro.

—Un momento —le pidió Lisa, saliendo de la habitación para llevarse el resto de las cosas de su hermana.

Dejó un juego de toallas limpias encima de la cama y se aproximó a él. Pensó que estaban demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, escuchar su respiración y aspirar su olor a hombre y a restos de colonia. Aquella era una experiencia demasiado íntima para una mujer que hacía mucho tiempo que le había cerrado la puerta a la atracción física. Su cuerpo reaccionó como si la hubiese tocado.

No obstante, se controló y señaló en el mapa.

—Estamos justo aquí... —Él cubrió su mano.

—Estás temblando —murmuró en voz baja, apoyando la otra mano en su hombro para hacer que lo mirase.

—Debe de ser por el frío... —respondió, sorprendida por estar permitiendo que un extraño la tocase.

No era posible que se hubiese dado cuenta de cómo lo había mirado, pero un hombre tan guapo debía de estar acostumbrado a ello. Seguro que no tardaba en reírse de ella.

Fue esa idea, ese miedo, lo que hizo que guardase la compostura y levantase la cabeza con determinación. Fue un error porque sus miradas se encontraron y ella notó que le faltaba el aliento. En esos momentos tenía de todo menos frío. Fue como si el tiempo se detuviese mientras él levantaba la mano de su hombro y le pasaba un dedo por el labio inferior.

—Quiero besarte, milaya moya –le dijo entre dientes.

Y ella retrocedió alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de perder el control y el sentido común.

“Y yo quiero un poni” grito una vocecita en su cabeza al tiempo que salía de la bruma que estaba por consumirla

—No... De eso nada —respondió con el corazón acelerado—. Si ni siquiera te conozco...

—No suelo pedir permiso antes de besar a una mujer –replicó él con frialdad— pero deberías tener más cuidado.

—¿Cómo? –preguntó ella—. ¿Qué quieres decir?

—Que es evidente que te sientes atraída por mí —le dijo Alek con voz firme—. Me he dado cuenta... Eres una mujer muy bella.

Lisa se sintió humillada y avergonzada. Entonces, era culpa suya que aquel hombre se le hubiese insinuado. Eso la puso furiosa. Apretó los dientes y respondió:

—Voy a hacer la cena.

Se dio la vuelta y salió de la habitación.

***

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