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Capítulo 5 "Alguien necesita modales"

Lisa estaba mirando por la ventana de su habitación cuando por fin regresó Alek con paso seguro. Estaba bien. No había podido evitar preocuparse por él y en esos momentos fue a abrir la puerta de su habitación para oír la conversación que tenía lugar en el piso de abajo.

–Estaremos en Londres a la hora de la comida –dijo Luka con satisfacción.

–¿Estás seguro de que quieres marcharte tan pronto, Alek? – preguntó Leo Allen en tono divertido–. ¿Es que no te está esperando nuestra sexi anfitriona? ¡Te apuesto lo que quieras a que no consigues acostarte con ella antes de mañana!

Lisa se arrepintió de haber estado escuchando, palideció y se le encogió el estómago. Cerró la puerta con cuidado, ya que tenía miedo de que cualquiera de sus actos pudiese ser entendido como una invitación. Lo tenía claro: algunos hombres pensaban, hablaban y se comportaban como auténticos animales. Y Leo Allen era sin duda uno de ellos. Se preguntó si los tres estarían dispuestos a hacer la apuesta. Era evidente que los amigos de Alek los habían visto besarse y habían malinterpretado el beso. Se sintió avergonzada. Nunca había sido tan consciente de su falta de experiencia en el ámbito sexual. Una mujer realmente segura de sí misma habría salido de la habitación nada más oír hablar de una apuesta para bajarle los humos a Leo y dejar claro que aquellos comentarios machistas no le hacían ninguna gracia, pero Lisa se quedó dolida y humillada y lo único que se le ocurrió fue cerrar la puerta con llave antes de meterse en la cama.

Y entonces fue cuando pensó en el beso. El recuerdo de su estúpida rendición fue como una bofetada. Había permitido que la besara, no había hecho nada para evitarlo. Y, lo que era todavía peor, había disfrutado del momento. Tal vez los años de autocontrol y represión habían hecho que fuese tan vulnerable a un acercamiento así; tal vez fuese la solterona que tanto se había temido ser. Se puso tensa al oír un ruido delante de su puerta y su mente hizo una desagradable deducción al oír que llamaban con suavidad. Se quedó inmóvil, no hizo nada, no dijo nada, le ardía el rostro.

A la mañana siguiente tenía ojeras y estaba pálida. Se levantó temprano para prepararles el desayuno a sus huéspedes. Oyó hablar a Alek antes de verlo aparecer y se giró hacia el fuego con nerviosismo.

Notó una mano en su brazo y se giró. Sus miradas se encontraron al instante.

–Esperaba verte anoche –le informó Alek con un candor que la desconcertó.

–Siento que hayas perdido la apuesta –le respondió ella.

Alek arqueó las cejas.

–¿Qué apuesta? –preguntó. A Lisa le ardían las mejillas.

–Oí lo que decía tu amigo anoche...

–Ah... eso. Ya no tengo edad para ese tipo de cosas.

Lisa miró por encima de su hombro y vio que Luka ya estaba sentado a la mesa, mientras que Leo hablaba por teléfono junto a la puerta. Ella se acercó un poco más a Alek y murmuró:

–Anoche llamaste a mi puerta.

Él se rio.

–¿Y? ¿Qué tiene eso que ver?

Lisa lo miró con frialdad y, sin decir nada más, sacó los platos calientes del horno y los puso en fila para servir el desayuno.

–Ne ponyal... No lo entiendo –comentó Alek con impaciencia, decidido a obtener una respuesta.

Lisa dejó en la mesa un montón de tostadas y una cafetera. Luego miró por la ventana y vio a Victor Piters subido a su tractor en el campo que había más allá de su jardín, y se preguntó qué estaría haciendo allí con tanta nieve mientras intentaba controlar su temperamento. Le daba igual si Alek lo entendía o no. Por suerte, iba a marcharse y no tendría que volver a verlo y recordar lo humillada que se había sentido. Alek había dado por hecho que estaba disponible y que a lo mejor lo invitaba a su cama a pesar de que solo hacía un par de horas que se conocían, y eso era un insulto. Seguro que era el típico hombre que se acostaba con cualquiera y que después alardeaba de su éxito con las mujeres.

Alek apretó los dientes al ver que Lisa no respondía, aquella mujer lo ponía furioso.

–Quiero volver a verte –le dijo en tono neutro, sin una pizca de amabilidad ni humildad en él.

–¡No! –replicó ella.

–¿Eso es todo lo que vas a decirme? –protestó Alek, indignado por su actitud, fulminándola con la mirada.

–Sí, eso es todo. No me interesas –le contestó ella.

–Mentirosa –la contradijo él en tono de burla.

La palabra fue casi eclipsada por el ruido de un helicóptero que sobrevolaba la casa, pero Lisa la oyó y se giró hacia él.

–Te crees un regalo de Dios para las mujeres, ¿verdad? –le espetó con el ceño fruncido–. ¡No me interesas y estoy deseando que te marches!

–Jamás pensé que vería el día en que te mandaban a paseo – murmuró Leo Allen a sus espaldas mientras que Luka evitaba mirar a Alek y le pedía a su futuro cuñado que se callase.

Lisa sirvió rápidamente el desayuno mientras dos helicópteros descendían sobre el campo de Victor. Al parecer, este lo había limpiado de nieve para que aterrizasen. Se giró y vio que Alek seguía de pie.

–Desayuna –le dijo.

–No tengo hambre –le contestó él.

De repente, Lisa se dio cuenta de que estaba colorado y sintió remordimientos por cómo le había hablado. ¿Y si se había equivocado con él? Aunque entonces se recordó que había llamado a su puerta la noche anterior. Ella también se ruborizó y entonces llamaron a la puerta de atrás. Alek la abrió y, de repente, la cocina se llenó de hombres altos y abrigados que hablaban en ruso. El de más edad, que tenía el pelo cano, lo saludó de manera cariñosa y puso gesto de alivio. Mientras tanto, Lisa se concentró en ofrecer a todo el mundo café y galletas.

Era evidente que Alek era lo suficientemente importante como para que enviasen un helicóptero a buscarlo, pero ¿dos? ¿Lo habría organizado la noche anterior? ¿También sería banquero, como Leo Allen? ¿O un hombre de negocios con más dinero que sentido común?

Luka estaba buscando dinero para pagar la cuenta que ella había dejado encima de la mesa. Alek tomó el papel y la miró de manera burlona.

–Cobras muy poco –dijo, guardándose la cuenta y devolviéndole el dinero a su amigo para sacar su propia cartera y dejar varios billetes encima de la mesa.

–Gracias –dijo ella.

Alek la fulminó con la mirada.

–Yo no te las voy a dar a ti, ya que todavía no has hecho nada por complacerme... nada.

Y a Lisa le entraron ganas de echarse a reír al oírlo hablar como a un sultán que estuviese informando a una de las chicas de su harén de su descontento, pero entonces lo miró a los ojos y se puso seria. Tuvo un mal presentimiento.

Los hombres empezaron a salir por la puerta. Alek esperó y el hombre de pelo cano se quedó en la puerta.

–Te llamaré –murmuró. Lisa evitó mirarlo.

–No te molestes –le dijo sin poder contenerse.

–Mírame –le ordenó Alek entre dientes.

Y Lisa levantó la vista. Tenía las mejillas sonrosadas y Alek se quedó cautivado con el brillo de sus ojos verdes. La vio humedecerse los labios y se excitó solo de imaginarse aquella lengua en su cuerpo. Espiró bruscamente y apartó la cara.

–Te llamaré –repitió en tono decidido.

Lisa cerró la puerta. Al llegar a la verja, Alek se dirigió al hombre que tenía al lado.

–Lisa Marshall. Quiero saberlo todo de ella.

Stas se puso tenso.

–¿Por qué? –se atrevió a preguntar, como si no hubiese presenciado la tensa conversación que había habido entre ambos.

–Porque quiero enseñarle modales –le contestó Alek mirando hacia la casa con el ceño fruncido–. ¡Ha sido muy grosera!

Sorprendido por aquel arrebato, Stas guardó silencio. Lo normal era que Alek no se exaltase por ninguna mujer. De hecho, su indiferencia frente a las numerosas mujeres que lo perseguían y las pocas que conseguían compartir su cama era una leyenda entre sus empleados y Stas no entendía qué podía haberle hecho Lisa Marshall para que su jefe reaccionase así.

***

–No lo utilices –le aconsejó Stas, dejando el informe encima del escritorio de Alek–. Nunca has sido de los que utilizan esta clase de información contra una mujer...

El comentario de Stas avivó su curiosidad y Alek tomó el informe y lo abrió. Leyó la amplia información acerca de Lisa Marshall con interés, se fijó en las cifras, arqueó una ceja sorprendido y comprendió lo que Stas le había querido decir. Estaba al borde de la bancarrota, haciendo un esfuerzo por conservar la casa. Entendió no haberla visto sonreír. Los problemas económicos causaban estrés y tal vez podrían explicar que lo hubiese rechazado aquel fin de semana. Podía utilizar aquella información, usarla como un arma contra ella. Era lo que su padre habría hecho con una mujer difícil. Apretó los labios. Era lo que había hecho con su madre. Pero él no era su padre y Lisa Marshall no era una mujer difícil, solo era una mujer rebelde y agobiada.

Se preguntó por qué no podía olvidarla. Frunció el ceño, se sentía frustrado. Habían pasado tres semanas y seguía pensando en ella todos los días. Estaba obsesionado con Lisa Marshall y eso no le gustaba. Quería tener la cabeza en su sitio, como siempre, y sabía que no lo conseguiría si no volvía a verla. Ella estaba endeudada y él era un hombre muy rico, pero había un problema: que jamás compraba a una mujer. Entonces, ¿qué podía hacer?

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