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Capítulo 4 “Cavernícola”

Alek se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lanzarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella?

¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juró en ruso, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, impensable, imposible. Era la primera vez que lo rechazaban.

Lisa sacó la carne del congelador y la puso a descongelar. Lo mejor que podía ofrecer a sus huéspedes era un estofado de ternera. Todavía no había subido a limpiar el cuarto de baño, pero no tenía ganas de volver a ver a aquel hombre. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como una persona normal, en vez de como una idiota.

¿Cómo había podido delatarse? Tenía que haber sido por la manera en que lo había mirado, así que no volvería a mirarlo, ni a hablar con él. No haría nada que pudiese malinterpretarse.

Durante la cena, Lisa se esforzó en ignorar a Alek mientras los hombres comían con apetito. El postre, que consistía en tarta de manzana y helado, le valió muchos cumplidos.

Cocinaba de maravilla. Alek, que nunca había pensado que aquello fuese un talento, se sintió impresionado muy a su pesar, aunque lo que no le impresionó tanto fue comer en la cocina. Tampoco le gustó el comportamiento infantil de Lisa, aunque le permitiera observarla y admirar el modo en que su pelo brillaba bajo las luces cada vez que movía la cabeza, fijarse en la elegancia de sus manos y en lo educada que era en la mesa. Le molestó sentir tanto interés por ella. Y se sintió muy frustrado al oírla conversar animadamente con Luka.

–¿Cómo es que vives aquí sola? –preguntó Leo Allen de repente–. ¿Eres viuda?

–Nunca me he casado –respondió ella con naturalidad, acostumbrada a que le hiciesen esa pregunta–. Mi padre me dejó esta casa y me pareció buena idea convertirla en una posada.

–Entonces, ¿hay algún hombre en tu vida? –la interrogó Leo.

–Eso es solo asunto mío –replicó ella.

Y Alek se preguntó cómo era posible que no se le hubiese ocurrido a él esa posibilidad. Era posible que se sintiese atraída por él, pero que tuviese a alguien en su vida. Se sintió enfadado, tenso, algo poco habitual en él.

 Se puso en pie bruscamente.

–Voy a acercarme al coche a buscar los teléfonos. Creo que no ha sido buena idea dejarlos allí, Luka.

Lisa parpadeó sorprendida al oír aquello.

–Ahora no puedes salir –le advirtió Luka–. Hay ventisca y el coche está a varios kilómetros de aquí.

–Habría ido hace horas si no te hubieses caído –le contestó Alek.

–A mí me gustaría recuperar mi teléfono –admitió Leo Allen.

Lisa miró a Alek por primera vez desde que había entrado en la cocina. Le había costado mucho esfuerzo mantener los ojos apartados de él, pero en esos momentos estaba preocupada. Dudó un instante, que él aprovechó para ponerse el abrigo y abrir la puerta de la calle, y salió a buscarlo.

Estaba nevando con fuerza y la carretera se hallaba completamente cubierta de nieve. Alek ya había salido fuera cuando ella lo agarró del brazo para detenerlo.

–¡No seas idiota! –le dijo–. Nadie arriesga su vida para ir a buscar unos teléfonos móviles...

–No me llames idiota –le advirtió él con incredulidad–. Y no te pongas dramática... No voy a arriesgar mi vida por dar un paseo con poco más de treinta centímetros de nieve...

–Si no tuviese conciencia me daría igual que te murieras congelado en la carretera –le replicó.

De todos los machitos idiotas que había conocido en toda su vida, aquel se llevaba la palma.

–No me voy a morir –dijo él en tono burlón–. Llevo ropa de abrigo. Estoy en forma y sé lo que estoy haciendo...

–No me parece un discurso muy convincente, procediendo de un tipo que me ha pedido que le señale en el mapa dónde está esta casa –le contestó Lisa sin dudarlo–. Utiliza mi teléfono y sé sensato.

Alek apretó sus dientes perfectos y la miró con frustración. Aquella mujer le estaba gritando y eso también era una novedad. Era la primera vez que le ocurría y algo que no le gustaba en absoluto de una mujer, pero sus ojos verdes brillaban como esmeraldas y estaba preciosa. Y pasó de desear que se callase a desear algo mucho más primitivo y salvaje.

Más tarde, Lisa pensaría que se había comportado como un cavernícola, y que su propia manera de mirarlo no había tenido nada que ver con cómo le habían brillado los ojos negros como a un depredador al abrazarla y besarla apasionadamente. No recordaba lo que había ocurrido después porque se había dejado llevar por la intensidad del momento. Nunca se había sentido así y la sensación fue al mismo tiempo maravillosa, mágica y aterradora.

–Solo serán un par de horas, milaya moya –le dijo Alek, mirándola con satisfacción porque por fin se estaba comportando como él quería–. ¿Esperarás a que vuelva?

Y la magia que había convertido a Lisa en una mujer a la que no reconocía se rompió de repente.

–No. Y cuando digo que no, es que no.

–Eres una mujer muy extraña –le contestó él, indignado y tentado por semejante desafío.

–¿Porque no te digo lo que quieres oír? Pues para tu información yo no soy la Bella Durmiente ni tú el príncipe azul, ¡así que el beso no ha servido de nada!

Lisa lo vio echar a andar por la nieve y volvió a entrar en la casa dando un pequeño portazo. ¡Era un hombre mezquino, testarudo y estúpido! Se dio la vuelta y vio a Luka mirándola con sorpresa desde la puerta del salón. Después, sonrió divertido.

–Alek ha estado en el Ártico y en Siberia –le explicó.

Ella se ruborizó y volvió a la cocina, a recoger los platos de la cena. No iba a pensar en el beso, aunque hubiese sido el primero que le daban en más de diez años. ¡De eso nada! Pensar en él sería darle al ruso la importancia que ya creía tener y ella no estaba dispuesta a hacerlo.

Mientras recogía los platos de la mesa, Leo Allen estuvo hablando sin parar del enorme piso que tenía en la ciudad, del dinero que ganaba y de lo conocidos que eran sus clientes. Lisa tuvo que admitir que, al lado de aquel hombre, Alek le parecía humilde.

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