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Capítulo 2 "¿Embarazada?"

Lisa se puso tensa al oír la camioneta de la oficina postal. Su hermana Emma se había presentado en su casa muy tarde y de manera inesperada la noche anterior y no quería que el timbre la despertase. Así que dejó la colcha que estaba cosiendo, flexionó los doloridos dedos y corrió a la puerta. Se le encogió el estómago al pensar en lo que podía llevarle el cartero. Era un miedo que ya no la abandonaba, que dominaba sus días, pero aun así abrió la puerta con una sonrisa, fue amable y firmó el acuse de recibo de la carta certificada con mano firme.

Después volvió a la casa de piedra que había heredado de su padre. Tras haber pasado la niñez viajando de un lado a otro con, su madre, aquel lugar tan bonito y tranquilo le había parecido un paraíso. Cristina había sido modelo y nunca le había gustado llevar una vida normal y corriente, ni siquiera después de haber sido madre. El padre de Lisa se había casado con ella antes de que alcanzara la fama, habia sido al principio una madre entregada a su hogar, con un buen gusto para decorar pero la cada vez más sofisticada Cristina había dejado al tranquilo contable con el que se había casado demasiado joven para dedicarse a conocer a hombres ricos en sus viajes. Diez años después, Cristina había vuelto a casarse y asi sucesivamente, Lisa sabia que tenia hermanas pero decir que la comunicación entre ellas era inexistente era el eufemismo del siglo salvo con Emma, que habia sido producto de una noche de pasión en la vegas de su madre con un guitarrista de  una banda que no tenia la menor idea de cómo se llamaba

En esos momentos le resultaba amargo echar la vista atrás a esos años en los que había soñado con empezar de cero. No podía evitar sentirse fracasada. Habia querido darle a su hermana la vida que nunca tuvo. Rasgó el sobre y leyó. Otra carta más para el cajón, con las anteriores. Estaba tan endeudada que se lo iban a quitar todo. Por muchas horas al día que trabajase haciendo colchas, solo un milagro podría sacarla del agujero económico en el que se encontraba.

Había pedido un crédito para convertir la vieja casa en una posada. Había hecho baños en las habitaciones, había ampliado la cocina y había puesto un comedor. La constante afluencia de clientes durante los primeros años había hecho que se endeudase todavía más, decidida a ayudar lo máximo posible a su hermana, y poco a poco la clientela había ido menguando. Al parecer, la gente prefería alojarse en un hotel barato o en un agradable pub. Además, la casa estaba situada al final de un camino, demasiado lejos de la civilización, y la reciente recesión había hecho que los clientes escaseasen todavía más.

Emma, que era alta, rubia y muy guapa, bajó las escaleras bostezando.

—Ese cartero hace demasiado ruido —protestó— Supongo que llevas siglos levantada. Siempre te has despertado muy pronto.

Lisa se contuvo para no contestarle que no tenía elección, que había tenido que madrugar para poder llevarla desde temprano al colegio y  al mismo tiempo para que sus huéspedes desayunasen. En el fondo se alegraba de que Emma estuviese más habladora que la noche anterior, cuando después de bajarse del taxi le había dicho que estaba agotada y que necesitaba dormir. Durante la noche, Lisa no había podido evitar sentir curiosidad por el regreso de su hermana, que seis meses antes se había marchado a vivir con su madre a Londres, decidida a conocer a la mujer a la que casi no había visto desde los doce años. Lisa había preferido no interferir. Al fin y al cabo, Emma tenía veintitrés años. No obstante, se había preocupado mucho por ella, ya que había sabido que Emma terminaría descubriendo que a Cristina solo le importaba ella misma.

—¿Quieres desayunar? —le preguntó.

—No tengo hambre —respondió Emma, sentándose ante la mesa de la cocina—pero me vendría bien una taza de té.

—Te he echado de menos —le confesó Lisa mientras ponía el agua a hervir.

Emma sonrió.

—Yo también. Lo que no he echado de menos es mi trabajo en la biblioteca ni la aburrida vida de aquí. Aun asi, siento no haberte llamado más.

—No pasa nada.

A Lisa le brillaron los ojos verdes al mirarla con cariño. Los rizos negros le acariciaron las mejillas pálidas al estirarse para sacar dos tazas del armario. Tenía más de diez años más que su hermana y era una mujer alta y esbelta, con una bonita piel, los ojos claros y una boca generosa.

—Me imaginé que estarías ocupada y que te lo estarías pasando muy bien.

Emma apretó los labios e hizo una mueca.

—Vivir con Cristina ha sido una pesadilla —admitió de repente.

—Lo siento —le dijo Lisa mientras servía el té.

—Tú ya sabías que sería así, ¿verdad? —le preguntó Emma, tomando su tasa—. ¿Por qué no me lo advertiste?

—Pensé que a lo mejor mamá había cambiado con la edad y, además, no quería influir en tu decisión —le explicó ella.

Emma resopló y le contó varios incidentes que reflejaban el egoísmo de su madre.

—Así que he vuelto a casa para quedarme—le aseguró después—. Y tengo que contarte que... Estoy embarazada.

—¡¿Embarazada?! —Inquirió Lisa—. Por favor, dime que es una broma.

—Estoy embarazada —repitió Emma, clavando sus ojos violetas en el rostro de su hermana—. Lo siento, pero es verdad y no puedo hacer nada al respecto...

—¿Y el padre?

Emma se puso seria.

—Eso se ha terminado y no quiero hablar del tema.

Lisa hizo un esfuerzo por no hacerle más preguntas, por miedo a decir algo que pudiese ofenderla. En realidad, siempre había sido más una madre que una hermana para sus hermanastras y en esos momentos no pudo evitar preguntarse qué había hecho mal.

—De acuerdo, entiendo que en estos momentos...

—Pero quiero tener el bebé —proclamó Emma en tono desafiante.

Todavía aturdida con la noticia, Lisa se sentó frente a ella.

— ¿Has pensado en cómo te las vas a arreglar?

—Por supuesto. Viviré aquí contigo y te ayudaré con el negocio — le contestó Emma tan tranquila.

—Ahora mismo no hay negocio con el que me puedas ayudar — admitió ella, sabiendo que tenía que ser sincera—. Hace más de un mes que no ha venido ni un cliente...

—Seguro que las cosas empiezan a ir mejor a partir de Pascua.

—Lo dudo. Además, estoy hasta el cuello de deudas –le confesó Lisa muy a su pesar.

—¿Desde cuándo? —le preguntó su hermana sorprendida.

—Desde hace siglos —respondió ella, no queriendo contárselo todo a su hermana para que no se sintiese culpable.

Emma ya tenía otras preocupaciones. Estaba embarazada y sola. Lisa se preguntó si algunas personas nacían ya con mala suerte, además de soportar la indiferencia de su madre, había tenido un accidente con doce años y había pasado mucho tiempo en una silla de ruedas. Después, no había podido recuperarse del todo y se le había quedado una pierna más corta que la otra, lo que había hecho que cojease y que le quedasen muchas cicatrices. El sufrimiento de Emma no habia pasado desapercibido para Lisa.

Por suerte, Emma ya no cojeaba. En un intento desesperado de ayudar a su hermana pequeña a recuperar la autoestima y las ganas de vivir, Lisa había pedido un préstamo para que la operasen en el extranjero. La operación había sido un éxito, pero esa deuda era la que la estaba ahogando en esos momentos y no podía hacer que su hermana se sintiese culpable por ello. A pesar de las dificultades económicas, Lisa habría vuelto a hacerlo sin dudarlo.

—Ya lo tengo —dijo Emma de repente— Podrías vender el terreno para pagar las deudas. Me sorprende que no se te haya ocurrido a ti.

Pero Lisa ya había vendido el terreno varios años antes para poder mantener a sus tres hermanas. Su madre había dejado de enviarles dinero.

—Hace mucho tiempo que vendí el terreno —admitió a regañadientes—. Es posible que pierda también la casa...

—Dios mío, ¿en qué te has gastado el dinero? —preguntó Emma sorprendida.

Lisa no respondió. Para empezar, nunca había habido mucho dinero que gastar. Llamaron a la puerta y se levantó, contenta de poder escapar del interrogatorio de su hermana.

Victor Piters, su vecino, un hombre viudo de unos cuarenta años, la saludó con su característico movimiento de cabeza.

—Mañana te traeré algo de leña... ¿Quieres que la deje donde siempre?

—Esto... sí. Muchas gracias –respondió ella, incómoda con su generosidad—. Qué frío hace hoy.

—Sopla el viento del norte —le dijo él—. Va a nevar esta noche. Espero que estés bien abastecida de comida.

—Ojalá no nieve —comentó ella, temblando— Permite que te pague la leña. No me parece bien que me la regales.

—Es normal que nos ayudemos entre vecinos —le dijo él—. Una mujer sola aquí... Me alegro de poder echarte una mano.

Lisa le dio las gracias y volvió a entrar. Vio su reflejo en el espejo del pasillo. Era una mujer estresada, de mediana edad, que pronto tendría que pensar en cortarse la larga melena. ¿Qué haría entonces con su pelo? Lo tenía demasiado rizado e indomable para llevarlo corto. En cualquier caso, se sentía avergonzada. Tenía treinta y cinco años y la sensación de haber nacido siendo una solterona. Hacía mucho tiempo que ningún hombre la miraba con interés.

De hecho, había dejado de tener vida propia cuando se había hecho cargo de sus hermanas. El único novio serio que había tenido la había dejado entonces y lo cierto era que no lo había echado de menos.

Cuando volvió a la cocina, Emma se estaba guardando el teléfono móvil.

—¿Me prestas tu auto? Una amiga  me acaba de invitar a ir a su casa —le explicó, refiriéndose a una amiga del colegio que todavía vivía en el pueblo.

—De acuerdo, pero Victor me ha dicho que va a nevar esta noche, así que ten cuidado.

—Si la cosa se pone fea, me quedaré a dormir en casa de Elena– le aseguró Emma, poniéndose en pie—. Voy a vestirme.

Al llegar a la puerta, se detuvo y la miró como si quisiese disculparse.

—Gracias por no juzgarme por lo del bebé.

Lisa le dio un abrazo.

—Aun así, quiero que pienses bien en tu futuro. No todo el mundo puede ser madre soltera.

—Ya no soy una niña —replicó Emma—. ¡Sé lo que hago!

A Lisa le dolió que le respondiese así, pero se limitó a suspirar. Llevaba once años haciendo el papel de madre soltera y sabía lo duro que era. Se preguntó a dónde irían si perdía la casa. ¿De dónde sacaría dinero para vivir? En las zonas rurales había pocas casas disponibles y todavía menos trabajo.

Detuvo aquellos pensamientos negativos y la creciente sensación de pánico y vio cómo empezaba a nevar. Cuando el mundo se transformaba con un velo de hielo blanco todo parecía limpio y bonito, pero la nieve podía ser muy traicionera.

Emma llamó un rato después para decirle que se iba a quedar a dormir en casa de Elena. Lisa apiló varios troncos al lado de la chimenea del salón y después se puso a trabajar en su última colcha. Y pensó en que iba a llegar un bebé a la familia. Hacía tiempo que había aceptado que ella nunca sería madre y sonrió al pensar en su futuro sobrino o sobrina.

Eran las ocho cuando sonó el timbre, seguido de tres innecesarios golpes en la puerta. Lisa salió al recibidor y vio tres figuras en el porche. Esperó que fuesen clientes. Abrió la puerta sin dudarlo y vio a dos hombres altos que sujetaban a un tercero de menor estatura.

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