Brenda despertó lentamente, sintiendo una luz blanca que le quemaba los ojos. Tuvo que cerrarlos de nuevo, frustrada por la incomodidad, y comenzó a contar lentamente para calmarse. Luego, con precaución, los abrió de nuevo, dejando que sus ojos se acostumbraran poco a poco al brillo de la habitación.Cuando finalmente pudo mirar a su alrededor, se percató de que estaba acostada en una cama de hospital. A su lado, un monitor emitía un leve pitido constante, midiendo su ritmo cardíaco y su pulso. El sonido era monótono, pero a la vez tranquilizador, como si le asegurara que seguía allí, viva.Brenda estaba desorientada. No recordaba cómo había llegado allí, pero el pánico comenzó a apoderarse de ella cuando su mente la devolvió al momento en que el dolor la había derribado. Recordó claramente la sangre recorriendo sus muslos, el miedo que la paralizó y los gritos que había lanzado en busca de ayuda. El recuerdo era tan vívido que le provocó un nudo en el estómago."El bebé…" pensó, lle
—Doctor, ¿puede mi esposa volver a casa el día de hoy? Sinceramente no quiero que pase la noche aquí, sin embargo lo aceptaré de ser necesario. —Entiendo completamente su preocupación señor Abdelaziz. Se completaron los estudios médicos de su esposa y puedo decirle con certeza que su estado de salud es bueno, sin embargo debe cuidarse más ahora que lleva un embarazo más riesgoso. —Le prometo que me tomaré la responsabilidad de que así sea, no hay nada más en el mundo que me importe, que ella y los bebés. —De acuerdo. Es evidente. Luego de eso, ambos hombres se estrecharon manos a modo de despedida y luego el árabe salió del consultorio un poco más aliviado, incluso cuando seguía sintiendo una carga sobre sus hombros, esta había disminuido moderadamente dejándolo más tranquilo. Mientras estaba por el pasillo del hospital, su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón, lo sacó y lo tomó entre sus manos dándose cuenta que se trataba de su amigo. No tenía idea de qué era lo que aho
Cuando llegaron al piso, Brenda se dirigió a su habitación, pero antes de entrar a la misma se cruzó en su camino a Alexandra, quién intervino y le preguntó con inquietud cómo se encontraba. —Solo ha sido un susto nada más. El doctor nos dijo que debo ser más cuidadosa, ahora que mi embarazo no se trata nada más de un bebé sino de trillizos Cuando la mujer explicó eso, Alexandra abrió los ojos de par en par, sin poder creer que ella estaba esperando tres bebés, de manera que después de hacerse a la idea se aproximó y le dio un abrazo a Brenda. Ese adoso era lo que tanto la joven necesitaba en ese momento para sentirse mejor, se sentía cálido y dulce de parte de Alexandra. —Oye, eres una mujer demasiado fuerte, una joven muy valiente y voy a contribuir para que tu embarazo sea adecuado y no corras ningún otro riesgo —le aseguró con amabilidad sin soltarla, luego se separó un poco mirándola a los ojos con una sonrisa en la cara. —Muchas gracias por tu apoyo —emitió casi inaudible.
Haidar permaneció en silencio frente a Jamal, sin tener una respuesta clara que darle. Las palabras de su amigo se quedaron atascadas en su mente, pero no lograba encontrar sentido a lo que sentía, ni mucho menos a lo que debía hacer. Finalmente, después de un largo momento de reflexión, levantó la mirada y habló—No estoy seguro de qué hacer, Jamal. —Soltó un suspiro sonoro, como si cargar con esas palabras le costara más de lo que esperaba—. Esta venganza… ya no tiene sentido, pero tampoco sé qué hacer con lo que estoy sintiendo por esa mujer.Jamal lo observó con atención, estudiando cada palabra, cada gesto de su parte. Entonces, inclinándose un poco hacia él, decidió ir directo al grano.—Así que estás admitiendo que te estás enamorando de tu esposa —dijo con un tono firme, sus ojos clavados en Haidar—. ¿Por qué no envías a la mierda ese contrato absurdo y comienzas algo real con ella? Quiero que seas sincero conmigo, Haidar... ¿Te gusta Brenda? El árabe no respondió. En lugar d
Cuando el árabe se presentó en su oficina esa mañana, estaba de mal humor porque había despertado con una horrible resaca que ni siquiera se calmó con el medicamento que tomó.Aurora estaba en el exterior y le daba miedo ingresar a su oficina, pero se sentía presionada por el hecho de tener que entregarle una información importante, así que se armó de valor para ingresar a la oficina de su jefe malhumorado. Incluso cuando intentó ser firme al andar, sus pasos eran vacilantes, finalmente estaba allí frente a su escritorio y con una mano temblorosa extendió la misma, dejando el documento sobre la superficie del escritorio. El hombre alzó la vista y ella sintió que quemaba con solo la mirada. —Buenos días, señor Abdelaziz. Lamento mucho si estoy interrumpiendo algo, pero necesito darle esos documentos —admitió casi temblando en su lugar. —¿Tienes que decirme algo más? —No, es todo. Con su permiso —agregó al recibir su otra mirada casi echándola de la oficina. Ella, salió despavorida
Brenda se acostó boca arriba sobre la cama, mirando fijamente el techo mientras inflaba y desinflaba sus mejillas con frustración. No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Marilyn esa mañana. Ella había insinuado que estaba enamorada de Haidar, y aunque Brenda quería creer que no era cierto, la duda la estaba carcomiendo.—Eso no puede ser verdad —susurró para sí misma, como si decirlo en voz alta pudiera convencerla.Pero había algo en su interior que le hacía cuestionarse. Haidar no solo era un idiota, un hombre complicado y lleno de secretos, sino también alguien que, poco a poco, parecía estar ocupando un espacio en su corazón. Esa idea la asustaba más que cualquier otra cosa. ¿Cómo podía sentirse así por alguien que había sido tan cruel, que había comenzado este matrimonio con intenciones que resultaban ser cuestionables? Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar esos pensamientos, pero la sensación persistía.Unos días después, Brenda se levantó temprano para asistir a su
Respirar allí se volvió una tarea complicada. Brenda se encontraba en la suite presidencial, impregnado de un lujo que parecía burlarse de la realidad de Brenda. Las paredes estaban adornadas con arte contemporáneo, y los muebles, de diseño exquisito, brillaban bajo la luz tenue de las lámparas. Sin embargo, la opulencia de aquel lugar no podía ahogar el nudo en su estómago. Brenda se sentó en el sofá, todavía sintiendo que todo a su alrededor se movía, sus pensamientos dándole vueltas mientras repasaba una y otra vez el motivo de su presencia allí. Ella, se sentía tan extraña. Todavía no comprendía de dónde había salido el valor y aquel convencimiento, cuando decidió conseguir dinero a toda costa. Era una joven desesperada, impulsada por la necesidad de salvar a su madre. La enfermedad que la consumía no daba tregua, y cada día que pasaba, el tiempo se convertía en su enemigo. Había tomado una decisión que nunca imaginó que tendría que considerar: vender su virginidad. La ide
Brenda se encontraba en su casa, con el contrato aún en la mano, sintiéndose más nerviosa que nunca. Cada palabra escrita en ese papel era un recordatorio de la decisión que había tomado, una decisión que cambiaría su vida y la de su madre para siempre. Mientras miraba el contrato, la ansiedad la invadía y su mente giraba en torno a lo que significaba todo esto. Todavía tenía grabado a fuego en su cabeza, la intensidad de sus ojos grisáceos mirándola con intensidad. Brenda, en ese momento se llevó una mano a su pecho y sentía su corazón palpitando con fuerza, como si solo el recuerdo se sentía tan real que le continuara afectando de esa manera. —¿De verdad estoy haciendo lo correcto? —se preguntó a sí misma mientras se dejaba tirar sobre el sofá. No es que tenía opción de cambiar de opinión, ya que su firma era parte de ese contrato. Así que, retractarse no iba a solucionar las cosas. No había forma de volverse atrás. Luego, la mujer reparó en su situación y la de su madre. B