Cuando el árabe se presentó en su oficina esa mañana, estaba de mal humor porque había despertado con una horrible resaca que ni siquiera se calmó con el medicamento que tomó.Aurora estaba en el exterior y le daba miedo ingresar a su oficina, pero se sentía presionada por el hecho de tener que entregarle una información importante, así que se armó de valor para ingresar a la oficina de su jefe malhumorado. Incluso cuando intentó ser firme al andar, sus pasos eran vacilantes, finalmente estaba allí frente a su escritorio y con una mano temblorosa extendió la misma, dejando el documento sobre la superficie del escritorio. El hombre alzó la vista y ella sintió que quemaba con solo la mirada. —Buenos días, señor Abdelaziz. Lamento mucho si estoy interrumpiendo algo, pero necesito darle esos documentos —admitió casi temblando en su lugar. —¿Tienes que decirme algo más? —No, es todo. Con su permiso —agregó al recibir su otra mirada casi echándola de la oficina. Ella, salió despavorida
Brenda se acostó boca arriba sobre la cama, mirando fijamente el techo mientras inflaba y desinflaba sus mejillas con frustración. No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Marilyn esa mañana. Ella había insinuado que estaba enamorada de Haidar, y aunque Brenda quería creer que no era cierto, la duda la estaba carcomiendo.—Eso no puede ser verdad —susurró para sí misma, como si decirlo en voz alta pudiera convencerla.Pero había algo en su interior que le hacía cuestionarse. Haidar no solo era un idiota, un hombre complicado y lleno de secretos, sino también alguien que, poco a poco, parecía estar ocupando un espacio en su corazón. Esa idea la asustaba más que cualquier otra cosa. ¿Cómo podía sentirse así por alguien que había sido tan cruel, que había comenzado este matrimonio con intenciones que resultaban ser cuestionables? Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar esos pensamientos, pero la sensación persistía.Unos días después, Brenda se levantó temprano para asistir a su
Respirar allí se volvió una tarea complicada. Brenda se encontraba en la suite presidencial, impregnado de un lujo que parecía burlarse de la realidad de Brenda. Las paredes estaban adornadas con arte contemporáneo, y los muebles, de diseño exquisito, brillaban bajo la luz tenue de las lámparas. Sin embargo, la opulencia de aquel lugar no podía ahogar el nudo en su estómago. Brenda se sentó en el sofá, todavía sintiendo que todo a su alrededor se movía, sus pensamientos dándole vueltas mientras repasaba una y otra vez el motivo de su presencia allí. Ella, se sentía tan extraña. Todavía no comprendía de dónde había salido el valor y aquel convencimiento, cuando decidió conseguir dinero a toda costa. Era una joven desesperada, impulsada por la necesidad de salvar a su madre. La enfermedad que la consumía no daba tregua, y cada día que pasaba, el tiempo se convertía en su enemigo. Había tomado una decisión que nunca imaginó que tendría que considerar: vender su virginidad. La ide
Brenda se encontraba en su casa, con el contrato aún en la mano, sintiéndose más nerviosa que nunca. Cada palabra escrita en ese papel era un recordatorio de la decisión que había tomado, una decisión que cambiaría su vida y la de su madre para siempre. Mientras miraba el contrato, la ansiedad la invadía y su mente giraba en torno a lo que significaba todo esto. Todavía tenía grabado a fuego en su cabeza, la intensidad de sus ojos grisáceos mirándola con intensidad. Brenda, en ese momento se llevó una mano a su pecho y sentía su corazón palpitando con fuerza, como si solo el recuerdo se sentía tan real que le continuara afectando de esa manera. —¿De verdad estoy haciendo lo correcto? —se preguntó a sí misma mientras se dejaba tirar sobre el sofá. No es que tenía opción de cambiar de opinión, ya que su firma era parte de ese contrato. Así que, retractarse no iba a solucionar las cosas. No había forma de volverse atrás. Luego, la mujer reparó en su situación y la de su madre. B
Brenda se despertó de un profundo sueño cuando escuchó el timbre de la puerta resonar en la casa. Con la mente aún nublada por el sueño, se levantó de la cama y se dirigió a la entrada. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver a un hombre de pie en el umbral, sosteniendo una enorme caja envuelta con un lazo elegante.La sorpresa la invadió, y su corazón dio un vuelco. ¿Qué era esto? Pero rápidamente, un pensamiento cruzó por su mente: El hombre árabe. Era casi seguro que Haidar había enviado ese regalo, y el simple hecho la llenó curiosidad, pero era más el nerviosismo que ahora se adueñaba de ella. —Buenos días —saludó el mensajero, sonriendo cortésmente—. Esto es para ti, ¿Brenda Saywell? Ella tragó con dureza. Así que no era una equivocación y el paquete sí era para ella. —Sí, soy yo. Muchas gracias. Brenda recuperó el aliento y tomó la caja con ambas manos, agradeciendo al hombre por su entrega con un gesto cordial antes de cerrar la puerta. Una vez a solas, su corazón latía c
Brenda despertó esa mañana con el corazón aún acelerado por lo que había sucedido la noche anterior. Mientras trataba de organizar sus pensamientos, el sonido del timbre de su puerta la sacó de su ensueño. ¿Quién podría ser? Al abrir, se encontró con Haidar, quien la miraba con una sonrisa enigmática.—Buenos días, Brenda. —su tono era firme y directo—. Estoy aquí para llevarte a un lugar importante.En ese momento se preguntaba cómo él había conseguido su dirección, sin embargo, no le preguntó al respecto.—¿A dónde? —quiso saber, sintiéndose un poco nerviosa, apenada por andar en esas fachas. —Al registro civil. —informó como si nada. Brenda se quedó atónita. La idea de casarse de forma tan repentina la llenó de pánico. Sin embargo, era algo que de todos modos iba a ocurrir. —¿Ahora? —Sí. Como acordamos. Nuestro matrimonio es parte del contrato, y es hora de formalizarlo. —mencionó sin titubeos. Ella tragó saliva, sintiéndose cada vez más nerviosa. —Pero… no creí que sería hoy
Brenda solo quería irse a casa. Intentó levantarse, pero Haidar la detuvo con una mano firme. —No te vayas —soltó él, su voz era autoritaria—. Como tu esposo, te ordeno que te quedes aquí hasta mañana. Ella lo miró, sintiéndose molesta por su forma de actuar. —Si ya hemos terminado, me iré. —No. —su tono no admitía discusión—. No hay razones para que salgas, no aún. Brenda se sintió frustrada, pero, al mismo tiempo, había algo en su mirada que la hizo dudar. Finalmente, decidió obedecer. Se quedó en la cama, pero su mente estaba llena de pensamientos agitados. No podía creer que ya se sentía atrapada por ese hombre. Cuando ella se dio cuenta de que Haidar se había quedado dormido, vio su oportunidad de irse. Ella se levantó sigilosamente y salió de la habitación. No quería perder más tiempo en esa situación. Al llegar a casa, se sintió tan rara. Ella de pronto rompió en llanto. Ya no podía reprimirse. Al rato, después de secarse de tanto llorar, se acostó en la cama,
—Me hice las pruebas de embarazo… y salieron positivas.Hubo un silencio momentáneo al otro lado de la línea. Brenda contuvo la respiración, esperando su reacción. Finalmente, escuchó una risa baja y autoritaria.—Lo sabía. —expresó, con una satisfacción evidente en su voz—. Es lo que esperaba. Ya estás embarazada. Brenda sintió una punzada de irritación. A pesar de que nunca fue su deseo convertirse en mamá y menos de esa manera, saber que ese hombre solo consideraba el embarazo como un mero trámite, le revolvía el estómago. Sin embargo, ella fue quien se enredó en todo eso. —Haidar, ahora que estoy embarazada, siento que esto nunca debió. Un embarazo es algo serio, es un bebé, no un objeto —soltó con un nudo en la garganta—. No se trata solo de un contrato.—Oh, pero sí lo es. —replicó él, sin dejar de lado su tono triunfante—. Ahora tienes en tu vientre a un pequeño que me pertenece. Deja de lamentarte por el pasado. Que yo sepa estabas de acuerdo con todo y no te obligué a nad