23

Esa noche, cuando Haidar regresó a casa, lo hizo con el cansancio de un día improductivo. Había pasado horas intentando concentrarse en su trabajo, pero Brenda, con su presencia constante en su mente, lo había hecho imposible. Cada vez que cerraba los ojos, la veía: su mirada desafiante, su sonrisa tenue, el roce de su piel. Era como si ella se hubiera instalado en su cabeza sin permiso, y él no sabía cómo sacarla de allí.

El hombre se dirigió directamente a su habitación. Una vez dentro, abrió un cajón y sacó un objeto que había estado evitando mirar durante días: el reloj que había pertenecido a su padre.

Haidar observó el reloj, girándolo entre sus dedos. Se preguntaba por qué la madre de Brenda lo había conservado.

—¿Por qué se quedó con esto? —murmuró en voz baja.

Resopló.

No tenía respuestas. El hecho de que la madre de Brenda hubiera conservado algo tan personal de su padre era un misterio que no lograba resolver. Resopló con frustración y dejó el reloj sobre la mesita de no
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